«Quería caminar lejos de la guía, pero me producía algo de ansiedad cada vez que lo intentaba, por lo que inevitablemente acaba acudiendo a ella.
Casi como una premonición, esa noche soñé con el caballero, quien entre todos los personajes era el que peor las llevaba.
Muerto su señor, muertos sus amigos, muertos sus padres, su esposa, sus hijos, todos empalados en picas que alguna vez fueron sus propias armas, con la mirada vacía en un cielo armoniosamente nublado mientras la sangre escurría por los surcos de sus cuencas vacías.
Ante la posibilidad de que sus vivencias fuesen reales, me estremecí, pero me alegré de ser yo quien estaba viendo ese espectáculo grotesco y no quien supuestamente debía estarlo»
Cair se volteó y vio a quien era su amigo y hermano, ahora perteneciente a una casa noble. La nostalgia se apoderó de él un segundo, más no era para él un momento idóneo para rememorar los eventos de antaño, aunque así lo deseara.
— Supongo que esto es la despedida, nuevamente — Aram le tendió una mano, sonriente —. Iré a ver a los abuelos en cuanto pueda, así que no les digas nada, me gustaría ver la cara del abuelo.
— Estará encantado con la noticia, pero seguro que no lo expresará — Cair estrechó su mano.
— Fue un gusto conocerte — Pidiendo permiso, Aram cogió la mano de Naeve y la besó.
— Se nota muchísimo que los criaron juntos — Comentó Naeve, divertida. Ambos rieron.
— A mí me sorprende que haya sido capaz de hacer algo así — Comentó Cair, con una ceja arqueada, sorprendido.
Aram soltó una risita.
— Me despido también en nombre de mi hermana. La muy tozuda pilló un resfriado por culpa del frío.
— Yo creo que salir solo con una polera a esta altura es porque te lo estás buscando — Añadió Cair.
— Sí, sí, pero es porque está en la pubertad y eso. Supongo que lo que quería era captar tu atención.
— Típico… tú también lo hacías con…
Aram le dio un codazo.
— Cállate.
Cair rio y tras un segundo añadió:
— A lo mejor es buena idea casarme con una muchacha de alta alcurnia — Murmuró lo suficientemente fuerte como para que Aram la oyera —. Serías mi cuñado.
Aram volvió a darle un codazo, este con más fuerza que el anterior.
— Para que padre te otorgue su mano, como mínimo deberías abatir un ejército completo tú solito.
Cair se encogió de hombros.
— Habrá que ponerse en campaña entonces — Antes el sonido de las campanas se acercó a Aram y lo abrazó —. Nos vemos, esta vez sin falta.
Aram dio unas suaves palmaditas a su bolso.
— Tú me avisas — Le dijo a Alísito. Luego le dio unas palmadas en la espalda a él. De pequeños se golpeaban fuerte con la intención de molestar al otro; con el tiempo se les hizo costumbre — Cuídate.
Luego, desembarcaron junto a Naeve en la torre de arribo de la ciudad de Icaegos, la sede de la erudición amplietana, la única ciudad anexa de la antigua, y ahora ruinosa, Orherem. Ser la ciudad anexa a la antigua capital le otorgaba a Icaegos el título de la ciudad más antigua de todo Ampletiet, un monumento retratado por los antiguos amplietanos en honor a la gloria del reino que preservaba su magnificencia aún tras cientos de años, una ciudad que dejaba excitados a los mejores ingenieros del mundo.
La razón por la que la ciudad era fácilmente distinguible del resto de ciudades de todo Ortande, además de su arquitectura, era que, literalmente, parecía estar flotando, y es que prácticamente lo estaba. La ciudad estaba construida en torno a una pequeña montaña en el centro del gran cañón de Icaegoram. Un segmento de la ciudad, perteneciente a la sede de la erudición como tal, estaba edificado sobre la roca de un trozo de la montaña que solo se mantenía en su sitio gracias a una especie de suspensión magnética generada entre las enormes rocas que había en el fondo del cañón y la parte inferior de la montaña. Desde lejos, lo primero que saltaba a la vista si se apartaba un poco de la ciudad, era el bosque de infrarroble(1) que crecía debajo de la parte suspendida de la montaña, otorgándole un brillo azulado que un inculto podía entender como la «magia» que sostenía la ciudad.
La sede en sí era una torre sorprendentemente alta, principalmente por el alto de la montaña. Su cúspide podía considerarse como un faro para los visitantes, aunque realmente era un canalizador que extraía el maná del cielo para utilizarlo en los tantos experimentos que se desarrollaban allí. Si no fuese por el Nos'Erieth que se alzaba detrás de ellos o la propia capital en ruinas, sería el punto más alto en toda la zona. Los altos ventanales azules que rodeaban todo el complejo, sumados a los tejados de arquitectura élfica que siempre eran de color azul o purpura, le conferían a la ciudad ese aspecto que muchos considerarían «mágico». Pero incluso aquello podía considerarse como terrenal si no fuese por la manipulación de magia tan alta que había en la zona, la que formaba algunas corrientes azuladas que ascendían en espiral hasta el canalizador. Aunque solo quienes estaban fuertemente familiarizados con la emanación eran capaces de verlas en todo su esplendor. A pesar de eso, seguía siendo un punto llamativo de la ciudad, especialmente para los hechiceros y eruditos.
Había ocasiones en las que algunos guerreros, capaces de canalizar magia sin saberlo o desarrollarlo, expulsaban todo el maná que habían acumulado inconscientemente en forma de descargas de magia nativa, que usualmente se manifestaban como curiosas figuras que permanecían a su alrededor durante un rato, generalmente con formas animales, como una especie de aura que emergía detrás de ellos mientras combatían. Podía significar la evidencia de algo, pero era algo que ocurría con más frecuencia durante el uso de algunos estilos de combate, mayoritariamente los que estaban basados en animales. El punto es que Cair siempre asociaba esa imagen a lo que presenciaba en Icaegos, era como si la ciudad tuviese la capacidad de hacer lo mismo.
— Supongo que aquí nos separamos — Dijo Naeve, de pie ante el umbral del puente que conectaba el borde exterior del cañón con la ciudad.
Cair solo había ido una vez hasta el arrabal druídico en toda su vida, de ahí que se le escapara que este se encontraba fuera de la ciudad.
— Cierto — Respondió Cair, deteniéndose en seco —. Al final no ocurrió gran cosa.
— Eso es algo positivo ¿no?
— Por supuesto — Miró un segundo a la hermosa druida que tenía por guardaespaldas —. Gracias, Naeve, por todo y disculpa las molestias.
— No fue nada — Replicó ella, no sin antes soltar una de sus tan cautivadoras sonrisas —. Lo repetiré: Para eso estamos los druidas — Se volteó hacia la ciudad —. Además, ya era hora de que volviera.
Cair cogió con sus dos manos las manos de Naeve y sin inclinó ante ella, apoyando la frente sobre estas. Una forma teorinense de expresar gratitud que parecía la apropiada en ese momento.
— Espero que nos volvamos a ver — Dijo Cair, con una sonrisa en el rostro.
— Siempre puedes venir a verme al arrabal… o yo ir a verte a Ceis — Respondió ella.
Dos despedidas en un solo día. Le resultó curioso que haya tenido que hacerlo a tan poco tiempo de su partida. Se ajustó la correa del cinturón y contempló la sede de Icaegos, entonces dio un profundo y pesaroso suspiro y emprendió la caminata hasta la oficina del viejo Erodis.
¿Por qué los escritores usan seudónimos? ¿A caso se avergüenzan de sus obras?
Gyania se encontraba frente a una gigantesca estantería repleta de libros, observando, ceñuda, todos los tomos sin decidirse por alguno en particular, ya que, a la inmensa mayoría de ellos ya les había echado una ojeada o directamente los había leído un par de veces. Aunque lo más difícil no era ni de cerca encontrar un libro, sino que en alcanzarlo. Los elfos siempre habían sido más pequeños que los humanos, y desafortunadamente para ella, entre ambas razas, había heredado la estatura élfica.
El bibliotecario, un anciano regordete y encorvado, se acercó a ella con un pequeño taburete en las manos.
— Muchas gracias — Dijo ella tras devolverle la sonrisa.
«Teoría general sobre la capacidad mágica y el funcionamiento del asfaxis», básicamente, teorías sobre el funcionamiento de la magia, uno de los temas que más debate generaba entre los eruditos y que a ella más interés le despertaba. Había varios profesores que recomendaban los tomos del autor de aquel, sin embargo, sería ella quien se convencería a sí misma si las recomendaciones estaban bien fundadas.
Mientras ojeaba el pesado tomo, alguien llamó su atención tocando su hombro con la punta del dedo. Gyania maldijo para sus adentros y cerró el tomo, entonces se dio media vuelta y levantó la mirada.
Frente a ella estaba un chico alto, por lo menos para ella, ya que tuvo que levantar el mentón hasta casi dislocar su mandíbula para poder mirarlo a la cara. Tenía el cabello negro, medio largo y moderadamente alborotado, su tes clara no era característica de los amplietanos, se acercaba mucho más al tono natural de los trobondinenses. También era sorprendentemente atractivo, cosa a la que Gyania no solía prestar atención, pero en aquel momento fue incapaz de no detenerse en ese aspecto. Aún con todo, la característica más llamativa de su atractivo no eran sus facciones, ni su porte atlético, aquello que probablemente robaba la atención de todas las personas que hablaban con él eran sus ojos, los cuales resplandecían en un brillo plateado casi blanco que destacaba en la penumbra de la biblioteca, una tonalidad del iris de la que jamás había oído. Sintió un arrebato de rubor que supo contener más o menos bien en cuanto aquel chico sonrió. Aquella mirada penetrante y aquella sonrisa pícara debían haberle bastado para derretir a algunas de las más exigentes nobles de la cuna más prestigiosa.
— Disculpa si te interrumpo…
— No, no lo haces, descuida — Se sintió una inconsecuente. Tras toda una vida, de un momento a otro había decido hablar con alguien basándose únicamente en su aspecto físico.
— Asumo que estudias aquí… por el uniforme digo.
— Oh, sí. Acabo de comenzar mi segundo año.
— Bueno, estaba buscando al bibliotecario, pero supongo que podrás ayudarme ¿Te molesto otro segundito? — Gyania asintió inmediatamente —. Lo que sucede es que he venido a una especie de reunión con el archimago Erodis, pero su oficina no está donde solía estar.
¿Con el archimago Erodis? Ese viejo anacoreta rara vez trataba con personas que no fuesen otros eruditos integrantes de sus grupos de estudio e investigación, nobles de renombre o gente realmente importante que acudía a él ¿Acaso ese chico era un noble? Desde luego que su regia postura podía ser fácilmente atribuible a lo altaneros que solían ser los de la nobleza, además del hecho de que llevaba una espada colgando en la espalda, más no era lo que daba a entender su contextura, los nobles solían ser más enclenques «¿Un Risfitt tal vez? ¿O un Ladvester2?» en un segundo repasó todas las casas nobles en busca de alguna coincidencia.
— Sí, fue hace relativamente poco — Gyania se llevó el dedo a la mejilla —. Si no me equivoco, se instaló en el último piso, cerca de la biblioteca mayor — «Donde guardan los libros interesantes…» —. Discúlpame si no puedo especificarlo, no suelo ir mucho… de hecho, casi nadie lo hace.
El chico frunció el ceño.
— ¿Tan arriba? ¿No se suponía que estaba mal de las rodillas? — Murmuró para sí —. No hay problema, es de ayuda. Gracias — Le dedicó una reverencia corta y se retiró presuroso.
Gyania observó, embelesada, como el chico se perdía en la esquina del pasillo. Por alguna razón, le sonaba aquel rostro, pero desde luego que lo habría recordado si lo hubiese visto tan solo una vez. Se dio dos palmaditas en los cachetes e intentó quitárselo de la cabeza. No tenía sentido fantasear con alguien que probablemente no volvería a ver. Observó el tomo que aún traía entre manos y se decidió a pedirlo. Justo cuando se volteó para virar en la esquina del pasillo, el chico nuevamente apareció ante ella. Se hubiesen dado un buen golpe si él no la hubiese cogido por los hombros a tiempo.
— Justo — Dijo él —. Sobre ese libro… Eh, no te recomendaría nada relacionado al funcionamiento de la magia que haya en esta biblioteca… digamos que no son muy certeros en casi ningún aspecto.
Gyania se sintió sobrecogida, ya que él le habló sosteniéndola por los hombros aún. Sus brazos parecían firmes, desde luego que no los de un erudito. Su madre siempre solía decirle que tarde o temprano agradecería esa característica de quien fuese su pareja. Intentó calmarse, serenó su mente y miró el libro en cuanto él la soltó.
— Supongo que, si lo dices, es un punto a favor para llevármelo de todos modos.
El chico sonrió nuevamente, volviendo a sacudir su concepción de belleza.
— Bien dicho — Le dedicó una nueva reverencia y se despidió.
Y ahora sí, se fue.
Gyania volvió a observar su libro. Tenía la sensación de que no podría leer con la mente despejada.
Cair caminó lo más rápido que pudo sin llegar a correr, evitando mirar a cualquier sujeto con una mínima apariencia de erudito con el que se cruzara. El único momento en el que se detuvo a hablar con alguien, fue para pedir más indicaciones sobre la ubicación de la oficina del archimago, aunque no sin dejar de demostrar una exagerada prisa con la intención de que lo dejasen marcharse lo más pronto posible.
Desde luego, la oficina del archimago era la que más lo parecía de entre todas las habitaciones del extenso pasillo. Dos largos estandartes púrpuras con el emblema de una espiral plateada destacaban en la entrada, por todo lo demás, bien podía haber sido una habitación cualquiera. Se acercó y llamó a la puerta con el patrón que el mismo archimago le había dicho que lo hiciera. Cinco golpes suaves en intervalos de un segundo seguido de un golpe seco a la puerta. Teóricamente, los grajos eran los únicos que llamaban a la puerta de ese modo, que era básicamente una simulación de desesperación que nadie se atrevería a mostrar al archimago.
La puerta la abrió de golpe un anciano arrugado con expresión de estupor. En su día debió ser considerado alguien atractivo, de ojos azules casi celestes y buena contextura teniendo en cuanta su oficio, sin embargo, el archimago Erodis lucía la apariencia que por tradición debían llevar los archimagos, por lo que aquel recuerdo de gracia quedaba rezagado a ocultarse bajo un largo y descuidado cabello y una frondosa barba mal arreglada. La intensidad de su expresión se acrecentó en cuanto lo vio, tanto así, que husmeó en el bolsillo interior de su túnica y sacó un par de lentes redondos.
— Por la sangre de mis ancestros ¡Cair! — Exclamó.
— El mismísimo — Respondió él.
— No me digas que al fin…
— Ya hablaremos de eso — Dijo Cair, exagerando una expresión de agobio.
— Oh, está bien — Le observó, y por un segundo, Cair creyó atisbar una ligera sonrisa en el rostro del archimago. Mala señal —. Por favor, pasa.
La oficina era básicamente lo que se podía esperar de aquel señor: estanterías repletas de libros, tinta y plumas, papeles y más papeles, una esfera arcana que flotaba en el centro de su escritorio, probablemente para dar luz y, aunque su brillo quedaba opacado por el alto ventanal que había al fondo de la habitación, la tenue luz azulada bañaba la superficie de la mesa. Unos cuantos pajarillos de metal y una curiosa figura de mimbre de un taldur(3) se paseaban por toda la habitación, moviendo cosas de aquí a allá. La latente presencia de magia era algo esperable.
— Toma asiento, por favor — Él se adelantó y se sentó en la silla acolchada de su escritorio —. No sabes cuánto tiempo he esperado a que vinieras.
— Sí… creo que pospuse bastante la respuesta de.
— Casi un año completo, Cair.
Cair se rascó la nuca.
— Bueno, sí.
— 'Os melien' — Dijo en ortanense original. La figura de mimbre se acercó al escritorio y les dejó una taza de té a cada uno —. ¿Cómo le va a tu familia?
— Bien, usted sabe bien que allí nunca ocurre gran… nunca ocurre casi nada — El viejo Erodis frunció el ceño —. Y bueno pues, creo que somos de los pocos a los que ha beneficiado el invierno.
— No me extraña en lo absoluto.
— ¿Y su familia? Sospecho que su vida es bastante más interesante que la mía.
— No lo creas… ser archimago es probablemente de las cosas más aburridas que he hecho en mi vida.
— ¿Por qué lo hace entonces?
— Me gusta estudiar, Cair Rendaral, lo sabes bien. Además, a mis nietos les gusta la idea de que el abuelito sea un mago tan reconocido.
— ¿Y su hija?
— Gruñona.
Ambos rieron.
— Al igual que la abuela Ela.
— Sí, tal parece que es de madres — Volvieron a reír —. Y bien, supongo que, si estás aquí, será porque te ocurrió algo. No espero que hayas venido únicamente a aceptar mi oferta.
Cair chasqueó los dedos.
— Acierta de pleno — Sacó de su bolso su diario de viaje. Había marcado la página en la que había anotado lo referente a los residuos mágicos, por lo que lo abrió en ese punto y se lo extendió al archimago, cuyo rostro dejó de denotar tranquilidad en el instante en el que leyó lo que ahí había.
— ¿Qué ha ocurrido?
— Me han atacado unas cosas a las que no podría atribuir ninguna naturaleza que me sea familiar… que me sea conocida.
El archimago frunció el entrecejo, sin dejar de ocultar su latente inquietud.
— ¿Recuerdas cómo eran?
— ¿Tiene un papel y algo con lo que pueda escribir?
El archimago asintió y fue uno de los pajarillos de metal quien le llevó los insumos que había solicitado.
Cair se apoyó en la mesa e intento retratar de forma más o menos general a los seres sin rostro. Omitió la parte del paladín, eso sería algo que guardaría para después.
El rostro de repugnancia que reflejó el semblante del archimago fue algo que Cair jamás se habría esperado, casi como encontrar a un sacerdote decir el más soez de los insultos. Aquel que representaba la imagen de la sabiduría más profunda, del conocimiento más complejo y la comprensión absoluta del mundo, por primera vez desde que Cair lo conocía, mostraba su inquietud.
— Sabe lo que son — Inquirió Cair.
— Desgraciadamente… sí… o no — Bajó la mirada y comenzó a rascarse la barba —. No, no puedo creerlo sin indagar — Miró a Cair con resolución mientras una luz mortecina rodeó el iris de sus ojos —. Perdona… este, ponte de pie.
«Perfecto» Cair obedeció inmediatamente.
La figura de mimbre dejó en el escritorio un vial de cristal azul con incrustaciones de algunas piedras, de las cuales Cair desconoció la gran mayoría, a excepción, obviamente, del tan habitual zafiro. Aquel era un envase reservado para embotellar algo de magia, usualmente utilizado para volatilizarla y usarla como bomba, aunque tenía un sinfín de usos muy prácticos, especialmente el de almacenar magia de rayo. Algunos las llamaban «receptores» y otros «pilas». Enseguida, todas las figuras animadas de la habitación cayeron al piso y dejó de sentirse la latente magia de la habitación. El archimago apuntó ambas palmas de su mano hacia Cair y una bocanada de aire arremetió contra él, una cortina de polvo de vivos colores azules y anaranjados rodeó su cuerpo. Todo ese polvo se concentró frente a su cabeza y luego viajó hasta el vial. Una fracción ínfima de esa magia tenía una tonalidad color crema.
— ¿Algo raro?
El archimago tardó en negar.
— De todos modos, lo analizaré lo antes posible — Suspiró —. Mañana debiese tener los resultados, más o menos por el mediodía — Cair asintió —. Me ocuparé de que te entreguen una habitación.
— Se lo agradecería.
— Otra cosa… — Allá iba de nuevo —. Cair ¿Has considerado la idea de unirte a la Facción del Grajo? — Cair se rascó la cabeza —. Ahora mismo necesito gente de confianza, en especial ahora que el mundo empieza a darse vuelta.
» Cair, tú eres el único que calza con el perfil que busco y que no forma parte ya del grupo. No te lo pido como archimago, sino que, como amigo, y no por mi propio bien, sino que por el de Ampletiet y, tal vez, por todo Ortande.
Cair bajo la cabeza.
— Mañana tendrá mi respuesta.
El resto de la conversación se basó en los argumentos y las ofertas que tenía a disposición el archimago para intentar convencer a Cair sobre aquello.
En cuanto cayó la hora del almuerzo, Cair ya se disponía a retirarse de la habitación cuando el archimago nuevamente llamó su atención.
— Pasa a hablar con alguno de tus profesores, de seguro les alegra verte.
— Lo tendré en consideración. Nos vemos mañana.
¿Por qué los huevos son el desayuno por excelencia?
Tras acabar la clase de la mañana, Gyania caminó, presurosa, por los pasillos de la sede de Icaegos con la idea de dar un paseo para airearse y, de paso, encontrar algún sitio en el que poder leer con tranquilidad, lejos de los bulliciosos sujetos que tenía por compañeros. Ella disfrutaba mucho de la brisa mañanera, ese aire ligeramente húmedo, la iluminación ligeramente anaranjada y ese frío tan sutil y húmedo. El patio de entrenamiento solía estar desocupado a esa hora, lo que lo convertía en un sitio ideal para sentarse y pasar el rato leyendo. «Debo ser la única que se pasa sus descansos estudiando…» pensó para sus adentros mientras caminaba por un extenso pasillo iluminado por la luz del sol que entraba por los altos ventanales de los costados, con un libro abrazado a la altura del pecho.
Cuando se preparaba para cruzar el umbral de la salida al exterior, una figura humanoide surcó el cielo frente a ella y se estrelló contra la pared, mandando al suelo un par de cuadros que había allí. Gyania se fue de espaldas. Con el corazón latiendo a mil, se reincorporó y lo primero que vio fue al chico de ojos blancos del día anterior, levantándose del suelo con ayuda de su espada envainada mientras gemía de dolor.
— Oh, mierda — Se acercó a ella corriendo —. ¡¿Estás bien?! — Preguntó, tendiéndole una mano con preocupación retratada en sus atractivas facciones, como si hubiese sido ella la que acababa de estrellarse contra la pared.
— S… Sí… aunque creo que debería ser yo quien pregunte eso — Articuló con el corazón acelerado aún. Aunque no logró identificar si aquello fue producto del impacto o por las fantasías que rápidamente fluyeron por su cabeza dada la coincidencia del encuentro.
El chico rio.
— Sí, supongo que sería lo correcto — Gyania aceptó la mano y se puso de pie, se sacudió la falda y volvió a mirar al chico, a aquellos penetrantes ojos blancos.
— ¡¿Cair?! — Llamó una voz familiar —. Por los celadores, ¡¿Cair?! — Para su sorpresa, quien apareció en la escena fue el profesor Anterion, de las asignatura de magia nativa. Llevaba ropa de práctica, y a juzgar por el vapor que emanaba de su cuerpo, había estado usando magia recientemente —. Sangre de mis ancestros, menos mal que estás bien.
«Así que se llama Cair»
El chico cambió a una expresión de neutralidad absoluta, puso los ojos blancos y luego se dio media vuelta.
— ¡No había ninguna necesidad de empujarme tan fuerte!
El tono casual que usó para referirse al profesor nuevamente trajo a su cabeza la idea de que ese chico le era familiar.
— Oh, Gyania ¿Estás bien?
Ella asintió.
— ¿No debería preocuparse por él? — Señaló ella.
— Creo que debería… Nah, si es como lanzar una papa — Espetó el profesor, con una confianza que nunca había visto en un tipo tan recatado como lo era él.
El chico frunció el ceño.
— ¿Me acabar de llamar 'papa'?
— Sí — Se cruzó de brazos y luego los señaló con el mentón —. ¿Ustedes se conocen?
El chico volvió a mirarla. Ella dio un pequeño sobresalto al ver que esa mirada volvía a posarse en ella.
— Técnicamente sí — Replicó él.
— Aunque no sabemos ni nuestros nombres.
— Tienes razón, y dadas las circunstancias, creo que es justo presentarme — Hincó una rodilla e inmediatamente recibió una colleja por parte del profesor. Entonces se puso de pie y le dedicó una reverencia corta —. Soy Cair Rendaral, es un placer, señorita Gyania.
— Es un placer igualmente — Repitió ella, dedicándole la misma reverencia —. Y usted, profesor. Le tenía por una persona precavida.
Este sonrió.
— Supongo que se me fue de las manos.
— Y vaya que se te fue de las manos, desgraciado — Añadió cair. Parecía haber bastante confianza entre ambos.
— Bah, no te pasó nada ¿O empezarás a llorar? — Cair chasqueó la lengua —. Y tú, Gyania ¿No tienes clases?
— No, profesor. Tengo casi dos horas libres hasta la próxima clase, por lo que tenía la intención de pasarme a leer tranquilamente, pero pasó esto y aquí estoy.
— Oh, disculpa. En fin… — Le dio unas palmadas en el hombro a Cair y otra en la cabeza —. Me tengo que ir a hacer clases. No te atrevas a hacer esperar al archimago.
— No me caracteriza ser impuntual.
— Bien, eso espero. Nos vemos, Gyania, Cair — Tras despedirse, el profesor Anterion fue nuevamente al patio de entrenamientos a por su túnica de profesor. A la vuelta le dedicó otro par de reverencias y un nuevo gesto de despedida antes de salir corriendo.
— ¡Oye, esto hay que recogerlo! — Le gritó Cair, pero el profesor lo ignoró y se perdió en una esquina.
Cair miró los cuadros e hizo una mueca.
— ¿Y bien?... ¿Tú eres alumno también? — Por alguna razón, ahora se sentía tranquila. Demasiado quizás.
— Nah — Evitó decir algo, Gyania lo supo por la manera en la que sus ojos se desviaron un segundo —. Todavía no me has dicho tu nombre.
— Oh, asumí que no importaba ya que lo habías dicho.
Cair sonrió.
— Pues solo necesitas decirme tu apellido.
— Ei Escoldis.
— ¿Élfico? — Ella asintió. Vaya a saber quién de donde la sacó, pero le ofreció una carliea, una flor roja muy hermosa que simbolizaba la curiosidad.
— Vaya, gracias.
— Ya que tienes tiempo libre, y yo no conozco más que un par de profesores que ahora están en clases ¿Tendría el gusto de gozar de tu compañía unos minutos? — Acabó la frase inclinándose hacia ella, sonriendo.
«Estoy segura de que es un noble… ¿Pero de qué familia…?»
— Sí, por supuesto… ¿Pero no tenías algo que hacer?
— Pues a eso me gustaría ir acompañado.
— Bueno… supongo que no hay problema.
Por alguna razón, Cair despertó en ella una especial curiosidad. Lejos de su aspecto físico, había algo en su presencia, algo raro y llamativo. Además, no todos los días ocurría que el mismísimo archimago solicitase la presencia de alguien. Muchas veces incluso sus consejeros tenían problemas para encontrarle un momento.
— ¿Cuánto tiempo llevas en Icaegos? — Preguntó Cair mientras caminaban hacia algún lugar.
— ¿No vas a preguntar si soy medio elfa? La mayoría suele empezar por ahí.
— ¿De verdad la mayoría de gente es tan ciega?
— Pues sí.
Cair cabeceó.
— Bueno, me alegro de no pertenecer a ese grupo.
Gyania ocultó una sonrisa y abrazó el libro que aún traía entre los brazos.
— Este es mi segundo año aquí.
— ¿Y qué tal?
— Es difícil.
— Me lo imagino — Gyania se sintió un tanto incomoda al percibir que el chico estaba examinándola —. Pensé que era sarcasmo lo de ayer — Esta vez se sintió avergonzada por creer que la estaba mirando a ella y no al libro. Se encogió de hombros tímidamente.
— Ayer le pegué una lectura rápida y me pareció fascinante… de hecho.
Cair hizo una mueca.
— Cuando leas el grueso de las teorías de darás cuenta de que hay bastantes contradicciones.
— Tal vez… — Sintió que estaba siendo un poco cortante, por lo que continuó con la conversación de la forma más evidente posible —: A ti nunca te había visto por aquí.
— Hace un par de años que no venía. Soy de Ceis.
— ¿Desde tan lejos? — Gyania ladeó la cabeza —. ¿Y qué te trae a Icaegos?
— No puedo ser específico — Su expresión pedía disculpas. Suspiró.
— Que pereza venir desde allí.
— Sí, la verdad es que es bastante tedioso.
— ¿A qué te dedicas? Eh… asumiendo que tienes más de quince años.
— Diecisiete para ser exacto, y no, no hago nada en especial. Simplemente mantenemos una curiosa granja con mis abuelos y mi hermana.
— ¿Curiosa? ¿Por qué curiosa?
— Da cosecha fuera de temporada.
— Eso sí que la hace curiosa — Ambos rieron —. ¿Y tus padres? — Se arrepintió de inmediato de haber formulado esa pregunta por el rumbo que podía tomar la conversación. Él no parecía haberse percatado de que ella era la hija del señor racial de Rainlorei. Lógicamente le hubiera dedicado una reverencia completa si fuese consciente de ello.
— Ellos están muertos… o es lo que me han dicho toda mi vida.
— ¿No los conociste?
Él negó con la cabeza.
— Mis abuelos tampoco saben mucho de ellos.
— Alguno de los dos tuvo que ser alguien especial — Cair frunció el ceño —. E… Es que como tienes los ojos blancos y eso…
— Ah, bueno, supongo que sí.
Ojos blancos, acude al archimago por una razón misteriosa, desconoce el origen de su ascendencia… ¿Acaso podía haber más misticismo alrededor de él?
— ¿Y esa espada?
— Veo que te gusta hacer preguntas — Ella sonrió —. Se podría decir que es la espada familiar, mi abuelo me la encomendó cuando partí.
— ¿Y sabes usarla? — Tuvo la certeza de que, en ese momento, sus ojos destellaban de emoción.
— Sí, sé defenderme.
— Que genial…
— Aunque ojalá no tenga que usarla — El cambio en su tono de voz le indicó que ya la había usado.
Tardó un buen rato en caer en cuenta de las miradas que los acosaban a ambos. No, no a ambos, las miradas iban dirigidas hacia su compañero de caminata. Desde luego que era alguien llamativo y, nuevamente Gyania intuyó que no se debía a su apariencia, ella insistía en que había algo más en aquel chico. Daba la impresión de que, si estuviese vestido en harapos en medio de un centenar de extravagantes nobles seguiría siendo el centro de atención, y no precisamente por desentonar. No era que fuese imponente, simplemente había algo llamativo en él.
Reconoció a algunos de sus compañeros de clases, los cuales le asestaron sendas miradas curiosas mientras murmuraban entre ellos. Después de todo, ella era la arisca de la clase.
— Llamas mucho la atención — Dijo ella, pensando en qué explicaciones les daría cuando inevitablemente le preguntaran por él.
— Me lo dicen seguido.
— ¿Y no te molesta?
— ¿Te soy sincero? — Ella asintió y él bajo la mirada. Tras un momento dijo —. Siempre me he considerado alguien más bien… introvertido, y por lo que ya puedes ir intuyendo, no es que se me dé precisamente bien pasar desapercibido, así que acabé por acostumbrarme.
— Desde luego.
— Pero bueno, es lo que hay.
Dada la dirección que estaban tomando, Gyania supo al instante que se dirigían hacia el Arquorum.
El Arquorum era un artefacto extraño, Gyania nunca acabo por entender la teoría detrás de él y solo sabía con exactitud que servía para detectar los tipos de magia presentes en algo.
— Es curioso lo difícil que resulta trabar un tema de conversación con alguien que no conoces. No sabes absolutamente nada de la otra persona por lo que bien ese podría ser el tema inicial, pero aun así resulta complicado poner uno sobre la mesa.
Gyania no pudo evitar mostrar una sonrisa.
— Lo curioso es la manera que tienes de sacar un tema — Añadió ella, divertida.
— Me has pillado — Confesó él, igualmente divertido, levantando ambas manos como si le hubiesen acusado de algo —. Eres más perspicaz de lo que aparentas.
— Eso lo podría tomar como un halago, pero también como un insulto.
— Y es solo un comentario.
— Probablemente esa era la mejor respuesta — Dijo ella, llevándose el dedo a la mejilla.
Cair sonrió nuevamente.
— Dijiste que llevabas dos años en Icaegos ¿Asumo entonces que tienes más o menos mi edad?
— Tengo dieciséis.
— Oh, ya veo ¿Vives aquí?
— Solo durante el periodo académico, en los dormitorios de la sede. Yo soy oriunda de Rainlorei, como puedes intuir — Se tocó las orejas para señalar su procedencia.
— Sí, ya me lo olía — Miró hacia el cielo mientras cruzaban el puente que conectaba la ciudad con el exterior del cañón —. ¿Cómo fue el invierno allá?
— Hemos tenido que acudir a las reservas, pero en general se ha llevado bien.
» Es extraño, nunca había habido un invierno tan largo en Ampletiet, y según tengo entendido, no solo aquí.
— El único reino que se salvó fue Zalasha, y me da a mí que no fue así, pero no notaron la diferencia.
— Zalasha no es un reino… ¿Y cómo sabes eso?
— Mi abuela es teorinense y mi abuelo zalashano. Bueno, él es técnicamente amplietano, ya que nació aquí, pero toda su ascendencia es de fuera.
— ¿Y conoces a tus familiares de fuera?
— Nop, pero mis abuela es una persona elocuente y mi abuelo una insistente. Siempre logran sacar algo a los mercaderes que conocen.
— ¿Y Trobondir? — Sintió como si realmente le estuviese interrogando —. A… ¿Cómo es que sabes de su situación?
— Mi hermana es en parte trobondinense, así que algo entiende del idioma.
— Entonces tú…
— Yo soy adoptado — Interrumpió.
— Oh, lo siento.
— No pasa nada, hace tiempo lo acepté… en realidad, nunca me importó demasiado.
— Oh, eso es raro.
— Oh ¿Por qué? — Preguntó él.
— Los amplietanos solemos dar mucha importancia al linaje y eso…
— Bueno, estoy casi seguro de que no soy amplietano, así que menos me importa, y ojalá que nunca lo haga — Dijo con total naturalidad.
— Que bueno que lo asumas con tanta facilidad.
Él frunció el ceño.
— ¿Es porque eres medio elfa? — Inquirió.
—Oh, no… no… o sea… ya, no importa. Sí, es porque soy medio elfa.
— ¿Qué sucede con eso?
Ella arqueó una ceja.
— De verdad no eres amplietano — Él se encogió de hombros —. O vives aislado del resto del reino — Él chasqueó los dedos y asintió —. Pues es por temas de sangre, ya sabes… esas cosas. Te ven hacia abajo.
— ¿Enserio? — Se inclinó ligeramente hacia ella —. Yo también tengo que mirarte hacia abajo — Ella soltó una risita —. Aunque a mí me parece que heredaste lo mejor de ambas razas.
Gyania lo miró a los ojos.
— Al final vas a conseguir que me sonroje.
Él sonrió igualmente.
— Estaría bien — Se irguió e inhaló con fuerza.
— Ya que sacaste el tema… Lo de tus ojos.
— Ah, con respecto a eso… Supongo que es como en tu caso, aunque con una distinción, y es que generalmente los hombres me ven como una especie de engendro y a las mujeres parece gustarles — Se encogió de hombros —. Sospecho que tú caso puede ser similar, solo que no te has dado cuenta.
Gyania se llevó el dedo a la mejilla.
— A lo mejor ¿Y eso nunca te ha molestado?
— Más lo segundo que lo primero — Le guiñó un ojo y casi se echaron a reír ambos.
— Que envidia… me encantaría poder llevarlo tan bien — Cuando levantó la cabeza, el Arquorum ya estaba frente a ellos. Por primera vez en mucho tiempo, había disfrutado de conversar con alguien —. Y aquí estamos.
Aunque se le llamaba Arquorum a todo el edificio, lo que recibía ese nombre era la enorme gema amarilla que estaba dentro de la única instancia que tenía la estructura. Dicha gema estaba suspendida en el centro de una pileta, que a su vez estaba en el centro del edificio; con tres anillos que giraban desincronizados y en distintas direcciones alrededor de la gema. Supuestamente esos anillos servían para darle estabilidad al flujo de maná que capturaban con el canalizador del techo y así evitar que la gema se sature y se rompa, cosa que aprendieron tras romper la primera. Eso ella lo sabía ya que estuvo en el momento en el que estalló, pero mucha de la información de ese misterioso artefacto no era de acceso público.
Sentado junto a la pileta estaba el archimago Erodis, quien interrumpió sus cavilaciones y los miró a ambos, entonces les apuntó con el dedo.
— ¿Se conocen? — Preguntó sin ningún tipo de formalidad previa.
— Desde ayer… técnicamente — Replicó Cair.
— Hacen una curiosa pareja: Una de las estudiantes más brillantes de todo Icaegos y el desquiciado que pretende mandar todo lo que ella estudia al traste — Se detuvo un segundo, como si estuviera retroalimentando lo que había dicho y dándose cuenta de su informalidad al estar frente a uno de los estudiantes de la seda. «Por lo menos me alegro de saber que soy una de las más brillantes» se sintió honrada —. Disculpa mis modales, señorita Gyania, estoy un tanto acostumbrado a hablar con soltura con este sujeto.
— Sí, ya todos me han perdido el respeto en este sitio — Espetó Cair. Gyania rio y enseguida apuro una reverencia completa. «El desquiciado que pretende mandar todo lo que ella estudia al traste…» repitió en su cabeza —. Estoy aquí, como me pidió.
— Puntual como siempre. Señorita Gyania ¿Qué tal van sus estudios?
— Estupendamente bien, archimago.
— Como siempre — El viejo Erodis rio.
Aunque no lo demostrase, ella se sentía tremendamente elogiada con solo saber que el archimago recordaba su nombre, y más aún al saber que era tan reconocida.
— Si se me permite preguntarlo ¿A qué os referíais al llamarlo «El desquiciado que pretende mandar todo lo que ella estudia al traste»? — Simplemente tenía que preguntarlo.
— Que conste que…
— Cair… Cair fue un estudiante de hace un par de años, y al igual que tú, fue el más prometedor de su generación — Cair miró hacia un lado y resopló —. Pero tenía una particularidad, y es que todo lo que respondía no tenía absolutamente nada que ver con lo que le estábamos enseñando.
— Aún recuerdo cuando estuve aquí mismo explicando porqué tenía malas calificaciones.
— Sí, todavía me da vergüenza recordar aquello — Su expresión sí lo reflejaba —. Este muchachito de aquí sacaba pésimas calificaciones a pesar de sus brillantes participaciones en clases, además, se pasaba el día diciendo que lo que enseñábamos era… digamos que usaba palabras bastante vulgares.
— Pero adecuadas.
Gyania frunció el ceño.
— El caso es que lo llamamos y nos explicó, punto por punto, sus respuestas ¡Y nadie las entendía! — Suspiró —. Tuvo que pasar un año completo para comprobar las barbaridades que salían de su boca.
— ¿Y estaba en lo correcto? — El archimago asintió —. O sea que eres una especie de genio.
— O un vidente que roba las teorías de otro.
Tanto ella como el archimago fruncieron el ceño.
— El caso es que los aportes que nos sigue enviando sirven para descartar conocimientos erróneos. No miento al decir que pudimos completar el desarrollo de las pilas gracias a él.
— Y básicamente por eso te había dicho que el libro que traes entre brazos es una basura.
Gyania siempre había sido objeto de bromas por parte de su familia acerca de lo extremadamente curiosa que era. Pero tuvo la sensación de que cualquier persona con un mínimo de espíritu erudito se habría interesado en aquel chico de ojos blancos. Y tal parecía ser el caso del archimago.
— ¿Por qué está en la biblioteca entonces?
— Seguramente porque a ese vejestorio mañoso que tenemos por bibliotecario le dio pereza sacarlo tras ver que estaba muy arriba — Dijo el archimago.
Gyania miró a Cair con codicia.
— No sabes cuantas respuestas me gustaría sacarte.
— Oh, no…
El archimago rio a carcajadas.
— No digas eso frente a él. La última persona que lo dijo no estaba muy bien de la cabeza — Gyania soltó una carcajada también —. Bueno, si quieres hacerlo, deberá ser pronto, ya que dudo que permanezca mucho más tiempo aquí… a no ser… — Consultó con la mirada a Cair.
— Ya lo veremos.
— Tienes el tiempo contado, señorita Gyania. Te pido que nos compartas cualquier coas que logres sacarle. Tiene debilidad por las mujeres.
«Pero yo me voy mañana…»
Cair bufó.
— Ah, pues muy bien — Dijo Cair, cruzándose de brazos.
— Ahora, a lo que nos concierne — Declaró —. Señorita Gyania, si no le es mucha molestia, le pido que nos deje a solas.
— Oh, no hay problema — Realizó una reverencia completa —. Con su permiso.
¿De qué iban a conversar?
Gyania se retiró sin objeción, pero no porque no tuviera interés en lo que fuesen a conversar, ya que ella disponía de los «medios» para hacerlo de todos modos.
Apenas salió de la habitación, sacó un pequeño ligamento(4) que colgaba a la altura de su pecho, junto con un pequeño vial con agua de su bolso. Dejó el anillo en el suelo y vertió el contenido del vial en el centro de este. Dudó un segundo, pero su latente curiosidad fue el impulso que la obligó a no retractarse de lo que estaba haciendo.
— 'Otum ba'dir' — Recitó en voz baja. Enseguida, una pequeña burbuja de agua se levantó del suelo, mirándole con unos pequeños y redondos ojos negros. Ob, su pequeño familiar, cuyas palabras de canalización describían a la perfección el motivo por el que se había decantado por un familiar tan pequeño.
Ob emitió un tenue sonido y se escurrió bajo la puerta. Pronto comenzaron a oírse las primeras palabras en su cabeza.
Ambos tomaron asiento en unos taburetes cercanos al Arquorum.
Nada más apoyar el trasero en el taburete, Cair frunció el ceño y comenzó a buscar a quien les estaba observando.
— ¿Sucede algo? — Preguntó el archimago Erodis.
— Siento que alguien nos está observando.
— El Arquorum mantiene un constante halo de magia, Cair. Probablemente afecte tus sentidos.
— Esperemos que así sea.
— Algún día me explicarás como funciona esa percepción tuya.
— Paso.
El archimago negó con la cabeza, luego la bajó y comenzó a frotarse las manos.
— He analizado tus residuos mágicos.
— Si lo dice de esa forma, casi parece como si hubiese analizado mis heces.
Soltó una triste carcajada.
— Detecté cuatro escuelas de magia en tu sangre…
— Asumo que una es fuego.
— Por supuesto, es la infusión natural de tu sangre.
— ¿Y el resto? Me está poniendo ansioso.
— Rayo… — Seguramente la espada del paladín estaba imbuida en rayo, quizás de ahí venía su color —. ¿Tienes algo que decir?
Cair se atragantó con su propia saliva. «Menos mal que las razas racionales son superiores»
— Una era luz.
El archimago asintió y todo se volvió silencio.
— El Arquorum jamás se equivoca — Añadió tras un rato.
La presencia que los vigilaba desapareció.
— Yo no soy un paladín, si es lo que está insinuando. Además, lo habría sabido en la prueba del riscalco.
— ¿Cómo sabes del riscalco?
— El abuelo ¿Ocurre algo con ello?
— No, nada. Es solo que aquel nombre se perdió junto con la capacidad para trabajarlo.
— Archimago Erodis… nos estamos desviando.
— Oh, sí, tienes razón. Disculpa — Se ajustó el sombrero y continuó —: ¿Algo que decir con respecto a eso?
«Decirlo o no decirlo».
— ¿Me creería si le digo que no puedo decirlo?
El archimago dudó durante un buen rato en el que solo le sostuvo la mirada.
— Tus motivos tendrás, pero si eres…
— No lo soy.
El viejo suspiró.
— ¿Entiendes la importancia de esto? — Cair asintió —. ¿Entonces?
— Permítame hacerle una pregunta ¿usted confiaría ciegamente en un paladín?
— Por supuesto — La respuesta contraria.
— Entonces mantendré mi silencio con respecto a eso… Y no soy un bendito paladín — En ese punto, probablemente el archimago ya había captado lo que él insinuaba inconscientemente.
— Bueno, la cuarta escuela… es algo extraña, su manifestación física es una retorcida forma vaporosa, repugnante, similar a la información que hemos conseguido analizando las manchas de hollín que aparecen por todos lados.
— Su comparación es correcta.
— ¿Manchas de hollín?
— Aparecieron una especie de zarcillos negros y salieron esas criaturas sin rostro de las que le hablé ayer de ellos
— ¿Qué? Esto es bastante preocupante — Bajó nuevamente la cabeza y comenzó a masajearse la barba —. Por alguna casualidad… No, no tiene sentido preguntarlo.
— ¿Qué cosa?
— Pensaba que tal vez habías logrado identificar si esa cosa de la que hablas estaba formada por magia primaria, secundaria o terciaria(5). Pero como eres capaz de ver la primera, supongo que te es imposible.
— En efecto. Sin embargo, era demasiado física… demasiado corpórea para ser primaria.
— Lo sé, lo sé. Celadores, no quiero arriesgarme a decir nada.
Cair se llevó una mano a la frente.
— ¿Qué tan probable es la teoría que dice que los paladines se corrompieron?
— Es una patraña inventada por aristócratas resentidos, no le des mucho peso a sus palabras.
— Pero es una posibilidad que está ahí.
— Sí… — Por tercera vez en la jornada, el archimago bajó la cabeza —. Debo pedirte algo, Cair.
— Estoy a su disposición — Respondió luego de dudar un instante.
— He enviado a uno de mis cuervos a indagar en los templos paladines. Es un hombre versado en el asunto y con quien no he podido contactar desde hace ya varios días por un motivo u otro.
» Si hay alguien en Ortande capaz de ayudarnos a analizar esta situación y esta esencia profana, es él.
— ¿Y dónde se encuentra él?
— Si no le ha ocurrido nada, y dudo fuertemente que le haya ocurrido algo, debería estar en el templo Mildhin. El caso es que me gustaría que fueses allí y le comuniques a él todo lo que te ha ocurrido y de lo que hemos hablado.
— Puedo partir mañana a primera hora. Dudo que hoy alcance a comprar un boleto para el zepelín a Ohir'Dan.
Volvían a observarlos. Cair lo ignoró y esperó que el archimago no se equivocara.
— Te lo agradecería, pero antes — La decisión ya estaba tomada. Cair intentó alargar ese momento hasta el final, pero ya era hora de dar a conocer su respuesta —. ¿Serás el primer cuervo blanco de la Facción del Grajo?
Cair sonrió.
— Nunca me he considerado un altruista, de hecho, me importa más bien poco lo que ocurra fuera de mi círculo cercano. Pero simplemente no puedo ser ajeno a esta situación, si puedo ser de ayuda, lo seré. Aunque eso implique volverme ese «cuervo» del que tanto reniego y con el que usted tanto insiste. Y no por Ortande, ni por Ampletiet, sino que por mi familia.
Una sonrisa surcó el rostro del viejo archimago Erodis.
— Hasta que logré convencerte.
— Pues sí. Solo espero que la paga sea buena.
— Lo es — Dejó escapar una bocanada de aire —. Bueno, he de despedirme. Estos tiempos demandan mucho de mi tiempo — Hurgó en el bolsillo de su túnica y sacó una moneda con el emblema de un cuervo, un Grajo, con la distinción de que esta era blanca y no negra como el resto de las que había visto.
— Ya la tenía preparada…
El archimago soltó una carcajada.
— Confío plenamente en mi elocuencia. Ten, te servirá para acceder a los zepelín, barcos y posadas de forma gratuita, además de brindarte cierta autoridad. Confío también en que no harás mal uso de ella… de hecho, creo que no te convendría abusar de ella.
— Nunca lo haría. Pero me gustaría saber como es que logró que la moneda de un grupo tan difamado tuviese estos privilegios.
— Secretos de un viejo moribundo.
» Eso sería, Cair Rendaral heo Cragnan, cuervo blanco de la Facción del Grajo — Realizó una reverencia y se dispuso a partir. A medio camino se dio media vuelta y dijo —: El hombre se llama Alexander Leiris. Infórmame sobre lo que descubras.
— Su despedida habría resultado mucho más emocionante si hubiese dicho eso antes — El archimago volvió a reír a carcajadas e intentó retirarse nuevamente —. ¡Espere! — El archimago se volteó nuevamente —. Un capitán me pidió que le informara sobre lo que descubriera — El archimago volvió a acercarse a él —. ¿Qué le digo?
— ¿Tienes la dirección? — Cair le mostró el papel —. Yo le escribiré, tú ve tranquilo — Le dio unas palmadas en el hombro e intentó retirarse por tercera vez.
— ¡Espere! — El archimago levantó la cabeza y se volteó desganado —. ¿Y mi armadura?
— Se está fabricando, te la haré llegar con un hasís cuando esté lista.
Cair asintió y por cuarta vez el anciano intentó retirarse.
— ¡Espere! — Gritó Cair.
El archimago le lanzó una descarga de magia pura que lo arrojó del taburete y se fue.
Erodis Leosofus hea Valria, descendiente del archimago más poderoso que había conocido Ortande en toda su historia, un hombre que desde su infancia fue vanagloriado como uno de los personajes más poderosos y sabios a lo largo y ancho del mundo, un hombre del que se esperaba conocimiento absoluto. Una de las égidas de Ampletiet y de todo Ortande. Pero en aquella ocasión, esa persona había demostrado miedo. Su mirada reflejaba un profundo temor no manifestado con palabras.
Cair no sabía cómo sentirse al respecto. Por un lado, se sentía orgulloso por ser una de las personas seleccionadas personalmente por él. Pero por otro, se sentía extraño, pues ya no podía confiar ciegamente en aquel que antaño fue considerado un héroe por él. Se sentía de cierta forma indefenso.
«Los ojos blancos son una buena señal» pensó luego de contemplar el símbolo del cuervo blanco que tenía en la mano en contraposición al sol que estaba justo encima de la cúpula de vidrío encima de él.
Decidió no darle muchas vueltas al tema. Aquel momento no era el adecuado para pensarlo con objetividad, ya que tenía miedo, por lo que luego de pasar unos segundos en el piso pensando, por fin se decidió a salir del Arquorum e inmediatamente sintió la vista de Gyania posarse en él. Sus sentidos seguían agudizados producto de su temor.
— ¿Y? ¿Cómo te fue? — Preguntó ella.
Cair la observó un momento y notó cierta inquietud en la muchacha.
— No sabría decirlo… — Desde luego que parecía ansiosa por preguntar algo.
— ¿Ocurrió algo? — Preguntó ella, ahora ocultando cualquier signo de sus pensamientos.
— Nada en particular… Tenías clases ¿no es así? Creo que me gustaría pasarme por una de ellas.
— Si el profesor lo permite, no le veo el problema.
— Vamos entonces — Cair frunció el ceño y volvió a examinarla en busca de algún signo delator. No hubo suerte, lo único que percibió en ella fue una leve incomodidad —. Disculpa por hacerte esperar.
— No pasa nada.
Mientras caminaban en dirección a la sede, Cair apuntó su mirada hacia el horizonte, en busca de la colosal silueta de Goliaris.
— Me encomiendo a vosotros — Murmuró en voz baja.
Apéndice
1.- Infrarroble: Árbol de corteza negra y hojas azuladas que crece en cuevas y sitios oscuros. Sobre sus hojas suele habitar un tipo de luciérnaga llamado bluciérnaga que brilla en un intenso color azulado, debido a la savia que conforma su principal fuente de alimento. Una peculiaridad, es que la copa del infrarroble no crece necesariamente hacia el sol, sino que siempre lo hace en la dirección opuesta a la que germinó. Su madera dura es difícil de extraer y trabajar, debido a ello es que es muy costoso utilizarla como material de elaboración, lo que le da un valor exagerado a cualquier trabajo hecho con esta madera. Se usa principalmente para crear cuerdas que serán utilizadas en grúas, aunque los exploradores más dedicados suelen usarlas para escalar.
2.- Familia Ladvester: Familia noble que genera su fortuna enviando a sus miembros a ganar torneos a lo largo del mundo. Si bien ahora son considerados amplietanos de pleno derecho, sus primeros miembros eran de sangre zalashana.
3.- Taldur: Una de las criaturas místicas de Ortande. Del tamaño de tres casas, los taldur son colosales figuras de piedra de morfología humanoide que vagan por Ortande de los que poco y nada se sabe, ya que no son agresivos a menos de que se les intente escalar, cosa que los pocos que lo han intentado tampoco han vivido para contarlo. Nunca se les ha visto comer ni hacer prácticamente nada que no fuese caminar sin rumbo y sentarse, por lo que algunos eruditos sostenían la teoría de que eran familiares del propio mundo, animados(4) para salvaguardar la integridad de este, y que, por ese motivo, podían considerarse como celadores, o por lo menos, la esencia de uno.
4.- Animación: Arte de la magia nativa que permite la activación artificial de algunos cuerpos naturalmente inertes mediante la inyección de maná en un anillo de zafiro llamado ligamento que se inserta en alguna parte del cuerpo. Las criaturas animadas, generalmente llamadas familiares, obedecen estrictamente la voluntad del hechicero que la activó, esto hace que sean muy útiles para trabajos pesados y como guardaespaldas, aunque son pocos los hechiceros capaces de hacerlo. No es extraño encontrar seres «animados» en Ortande, los taldur son un ejemplo de ello.
5.- Estados de la magia: Teoría de Cair, aceptada por el archimago. Dependen del estado de la manifestación de magia.
· Primaria: Maná (Los llamados Nudos de maná).
· Secundaria: Maná imbuido.
· Terciaria: Magia.
Cair asoció estos conceptos al grado de «corporeidad» de la magia. Todos pueden ver la magia terciaria, pocos la secundaria y muy pocos la primaria.