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Chapter 7 - Aquel que guarda sobre las nubes

«Esa noche fue un suplicio conciliar el sueño. El emblema del cuervo blanco se había quedado grabado en mi cabeza, en representación a algo a lo que era incapaz de dar significado.

Mis sueños solo habían abarcado una simple y única frase, escrita en una roñosa hoja de papel, una invitación tan directa y enigmática que solo calzaba a la perfección con la ficción que había creado mi propia paranoia:

«Es tú turno de tomar las riendas» fue... inquietante»

Tras un día de preparaciones y cartas para después, Cair compró un boleto para el zepelín que iba hacia Ohir'Dan, la ciudad racial enana ubicada en el extremo oeste de la Extensión Meridional del reino, ya que era la ciudad más cercana al templo Mildhin.

Aquel día hacía calor, más que en los anteriores. Incluso sobre la cubierta «aislante», el calor era abrasador, por lo que Cair vestía únicamente una polera y sus bombachos pantalones color crema. Tuvo la intención de ir a visitar a Naeve antes de partir, sin embargo, no pudo encontrar a nadie que le enviase su recado, ya que las personas normales tenían prohibido el acceso al arrabal druídico y los guardias de la entrada le negaron el acceso.

Cair dio un cabeceo de malestar. Haber visto su rostro una vez más le hubiese ayudado bastante con la motivación.

Había otra cosa que no podía sacarse de la cabeza además de lo del cuervo blanco, y era la luz, como no podía ser de otro modo. El que el archimago hubiese hallado luz en sus residuos mágicos después de tantos años en los que de esta escuela ni pio, era, desde luego, algo esperanzador y, a su vez, terrorífico.

¿Y si las «patrañas» de la corrupción de los paladines resultaba ser cierta? Y de ser ese el caso ¿Qué había provocado ese cambio tan radical? Lo único que se le venía a la mente en ese momento era el llamado «Gris Eterno(1)», aunque aquello no dejaba de ser una simple invención de leyendas, utilizado más que nada para asustar a los niños, para maldecir y para mantener la fe en la religión Risiana(2).

Cair estaba tan sumido en sus cavilaciones que ni siquiera había reparado en el sorprendido personaje que estaba frente a él. Sonrió para sí, pues era un curioso cuarto encuentro que ya dejaba de parecer coincidencia.

De cabello liso, negro y largo, cara redondeada, tes amplietana y ojos de un bonito color verde. Su rostro era de facciones humanas, aunque sus orejas y su cuerpo eran los de un elfo, siendo bastante bajita y delgada. Gyania era una chica bonita, aunque de un encanto un tanto más inocente que el de la druida tantoriana. También era una mujer sorprendentemente curiosa, tanto que Cair no pudo esperar a ser bombardeado con preguntas en el momento en que ambas miradas se encontraron.

— ¿Es que acaso me estás siguiendo? — Espetó ella nada más acercarse. Empezar con una pregunta bien podría ser su sello.

— Tal parece que sí, inconscientemente por lo menos — Replicó él.

Ella soltó una risita.

— ¿Hacia dónde vas?

«Aquí vamos» pensó Cair.

— A Ohir'Dan.

— ¿Algún lugar en específico?

— Se podría decir que sí ¿Y tú? — Responder de forma ambigua y cortar con una pregunta fue su manera de desviar, al menos de momento, el tema.

— Iré a recoger un recado en Ohir'Dan y luego voy a mi casa, en Rainlorei.

— Que pereza…

— Ya, aunque simplemente hay que tomar dos zepelines y esperar un par de días — «Probablemente es una niña ricachona» pensó Cair, pues los zepelines no eran precisamente baratos. Lo recordó esa mañana, ya que no quería mostrar su moneda aún.

— ¿No te molesta el viento con el cabello tan largo? — Preguntó, ya que el cabello le llegaba hasta por debajo de las caderas —. Yo por lo menos no lo soporto.

— Mmmm… — Se llevó el dedo a la mejilla —. Supongo que no. De hecho, me parece agradable — Cair arrugó la frente en una acentuada expresión de sarcasmo, provocando una risita por parte de la muchacha —. Que no está tan mal — Insistió ella, divertida. Cair negó con la cabeza y ella dijo —: Si pones la frente en contra del viento es realmente agradable.

— Ya…

— Oye, tengo una pregunta — Se apoyó en la balaustrada de madera junto a él.

— ¿Más?

Ella hizo puchero.

— Perdón, es una tendencia.

— Sí, se nota — Se apresuró a decir Cair.

Ella se aclaró la garganta y siguió:

— ¿Cómo es que tienes tanta confianza con el archimago?

— Ah, eso… pues resulta que le conozco desde hace bastante.

— Hay mucha gente que le conoce de toda la vida y aun así recibe un trato de deferencia por parte de ellos.

— Es más una relación de amistad. Verás, el tema es que salvamos a su señora… que en paz descanse.

— ¿Enserio?... No tengo mucho que hacer más que esperar, podrías contarme esa historia — No era una pregunta.

— Supongo que no hay problema — Cair se dio media vuelta, cruzó los brazos y los apoyó sobre la balaustrada —. El caso es que la esposa del archimago trabajaba como mercader.

— ¿De veras? ¿Y necesitaba trabajar?

— No, o eso es lo que nos contó ella. Simplemente era una señora de mundo que disfrutaba de ir de pueblo en pueblo moviendo mercancía.

— Ya veo.

— En ese entonces yo tenía unos doce años, estábamos… de hecho estábamos por estas fechas y la señora decidió darles el mes libre a los guardaespaldas que le tenía contratados el archimago — Cair hizo una pausa para recordar correctamente todo —. Como en todos los Demiserios, la Quasca(3) venía llegando desde tierras teorinenses, y como buena mercader, la señora Ildea, ese era su nombre, no perdió mucho tiempo, ya que ella vivía en Ceis y podría alcanzar la caravana cuando esta recién entraba en el reino.

» El caso es que mi abuelo estaba urgido por comerciar con ellos… Paréntesis: Solo compró estupideces. Bueno, ya que ella estaba sola, nos ofrecimos para escoltarla. El resto es fácil de intuir.

— La atacaron — Inquirió Gyania.

Cair asintió.

— Una banda de orcos. Habría sido una muerte segura.

— Oh, ya veo. Es normal que esté agradecido entonces — Se llevó nuevamente el dedo a la mejilla. Aquello parecía una especie de tic o costumbre al pensar —. Supongo que, si hubiesen salvado a mi madre o a mi hermana, estaría igual de agradecida.

— Todo el mundo, y es fácil empezar a confiar ciegamente en esa persona. No es por ser ególatra o narcisista, pero suerte que éramos nosotros, ya que mucha gente no hubiese dudado en sacar partido de ello para aventajarse.

— ¿Ustedes no pidieron nada a cambio?

Cair se encogió de hombros.

— Pues no. Gracias a la granja gozábamos de buena estabilidad económica, y si no hubiese sido el caso; mis abuelos son personas con un fuerte sentido de la justicia y la ética, cosa que nos inculcaron a mí, a mi hermana y a otro chico con el que crecí — Le guiñó un ojo —. Ya sabes.

» Básicamente eso es todo. Seguimos en contacto con el archimago, usualmente comparte copas con mi abuelo y me enseñó algunas cosas.

— Ya veo… — Un destello rodeó sus ojos. Más preguntas —. Háblame sobre tus sueños — Al menos no era una pregunta, pero seguía con el interrogatorio.

— ¿Tanto quieres saber de mí? ¿Qué hay de ti?

— Mi vida es aburrida — Mentía. El movimiento en sus hombros era el signo delator. Aun así, Cair no quiso indagar.

— Ehm… sobre eso no hay mucho que agregar, ayer ya me secaste la boca hablando… Por favor, dime que no hay más información que quieras sacarme…

— Oh, sí — Entonces sacó de su bolso un diario y lo abrió en una página que, desde su punto de vista, parecía completamente negra —. Tengo más — Sonrió de oreja a oreja.

Cair rezongó y puso los ojos en blanco.

¿Por qué la gente teme tanto a la Facción del Grajo? ¿Se suponía que debía sentir miedo o la curiosidad también estaba bien?

Faltaban cosa de unos segundos para que el zepelín arribara en Ohir'Dan y Gyania no había conseguido sonsacarle nada a ese atractivo amasijo de misterios llamado Cair. Se sentía enormemente frustrada por ello, pero el chico era más astuto que ella; conseguía captar cada una de sus indirectas y desviarlas a conveniencia. Tanta era su frustración ante la posibilidad de no volver a verlo jamás, que Gyania estaba reconsiderando seriamente la idea de seguirlo hasta el templo Mildhin y ver que se cocía. «Algún día me costará la vida ser así».

— Desgraciado… — Murmuró para sus adentros, empacando sus cosas en su pequeño bolsito.

Por otro lado, estaba el archimago.

Tenía que reconocer que un escalofrío recorrió su espina dorsal al escuchar el tono temeroso, contrario al ímpetu soberano que solía mostrar ante quienes le seguían. Eso fue algo que provocó que ella se sintiera, de cierta manera, indefensa, como si de un momento a otro se hubiera enterado de que los altos muros de su ciudad eran en realidad de papel.

Pronto comenzó a sonar una campana cuyo intervalo de percusión no indicaba un pronto arribo, el patrón era un llamado a todos los pasajeros a la cubierta, una emergencia.

Apenas salió de su cuarto, Gyania se sobresaltó al encontrarse de frente con Cair, quien, por su postura, estaba a punto de llamar a la puerta.

— Hola — Saludó con la misma energía de siempre.

— ¿Vienes a despedirte? — Inquirió ella.

— Pues sí, no soy tan descortés como para irme sin hacerlo.

— Ya… — Intentó mirar por el pasillo —. ¿Habrá ocurrido algo?

— Ahora que lo dices… los ingenieros estaban un tanto alertados.

— Entonces por eso hicieron sonar la campana — Cair frunció el ceño —. Por el patrón, nos están llamando a la cubierta ¿No lo sabías?

Cair se encogió de hombros.

— He viajado en zepelín tres veces en mi vida, y dos de ellas fueron esta semana.

Obviamente, obedecieron la orden de las campanadas, y al llegar arriba, en medio de todos los pasajeros estaba el capitán de turno, arreglándoselas para lidiar con una docena de personas enrabiadas que lo acosaban sin permitirle hablar.

Cair llamó por el hombro a un sujeto que estaba junto a ellos y le preguntó lo que ocurría.

— Al parecer ha habido un problema con las líneas riel… eh, discúlpame, pero no pude oír bien que fue lo que ocurrió.

Cair le agradeció y luego la miró.

— ¿Qué mierda son las líneas riel?

— Averigüemos primero que fue lo que ocurrió — Señaló ella, algo preocupada.

Resultó ser que los vientos de Ampletiet, que generalmente siempre iban en la misma dirección, de un momento a otro habían decidido invertir su rumbo. Pero el viento no era el problema en sí, prácticamente no afectaba a los zepelín. Junto al Nos'Erieth había un lago, el Aenein, una «fuente de hadas» como le llamaban muchos, ya que la aglomeración mágica de esa zona era tan elevada que saturaba el aire de maná, el que se condensaba y se volvía una niebla azulada, similar a lo que ocurría en Icaegos, pero visible por todos. Con el cambio de los vientos, gran parte de esa neblina bajó por la montaña, cubriendo bajo su manto una parte de la Extensión Septentrional y la Extensión Occidental y la Central en su totalidad.

Gyania nunca tuvo mucho interés en el funcionamiento de los zepelín, pero sabía de la existencia de unos «rieles», si es que se les podía llamar como tal, que estaban bajo tierra y que eran los que guiaban la dirección de los zepelín. La neblina producía una especie de interferencia entre el zepelín y aquellos rieles, lo que imposibilitaba la movilización de los gigantescos barcos voladores y volvía tremendamente peligroso el que estuviesen en el aire. Lo peor es que los ingenieros aseguraban que podían pasar semanas hasta que la niebla se disipara completamente.

— ¿Qué harás ahora? — Preguntó Cair, de pie ante la escalinata que llevaba a la torre de arribo.

— Podría irme con la caravana… pero es casi una semana de viaje — Se llevó la palma a la frente.

— Tremenda pereza.

— Ya… — Se llevó el dedo a la mejilla —. ¿Tú no tenías algo que hacer aquí?

— No podría dejarte sola ahora.

— Que caballeroso… — Le agradaba esa actitud por parte del tantoriano, pero también le incomodaba de cierta manera, más bien, le ponía nerviosa. Se le cruzó algo por la cabeza, una posibilidad que ya llevaba barajando desde hacia un rato —. Podría acompañarte, tampoco es que tenga mucho que hacer en casa, enviaré una carta y ya — «Perfecto» pensó.

— No puedes con esa curiosidad tuya ¿Eh?

— Nunca he podido — Replicó sonriente.

— Pues por primera vez habrás de poder. No sería juicioso por mi parte el permitirte acompañarme — Gyania se llevó el dedo a la mejilla nuevamente —. No pienses en seguirme.

«¿Acaso lee la mente también?».

— ¿Qué… cómo?

— No lo sé. Pero es enserio, no puedo permitir que vengas conmigo.

— De poder, puedo. El caso es que prefiero tener tu consentimiento.

— Vamos…

— Es enserio, si quieres podemos enviar una carta al archimago, seguro que lo aprobará — Insistió.

— Eso lo dudo, además, teniendo en cuenta de que los zepelín estarán parados, esa carta llegaría el día del pepino y no es que disponga de demasiado tiempo.

— Pero estás aquí, discutiendo conmigo, perdiendo ese valioso tiempo.

— No es mi culpa, pues una señorita me está haciendo perder el tiempo con una mala idea en vez de buscar ayudarme a ayudarla.

— ¿Qué juego de palabras es ese? — Lo miró fijamente, intentando mostrar su determinación. Pero no mucho, ya que le incomodaba sostenerle la mirada tanto tiempo —. Enserio, hace ya un año que alcancé la mayoría de edad, soy consciente de mis decisiones.

Cair bajó la mirada, de verdad había algo por lo que no quería que ella fuese con él, más allá del hecho de ser un asunto entre él y el archimago, entre un particular cetrero y su enigmático cuervo blanco. Dio un profundo suspiro y volvió a levantar la mirada, una de compasión que hizo que se le helara la médula. De verdad iba a aceptar.

— Supongo que no tengo más elección que dejarte amarrada a un árbol.

— Ni pienses en hacerlo.

— Ya lo pensé, de hecho, ahora estoy pensando en el cómo y qué árbol sería una buena elección — Volvió a dar un pesaroso suspiro —… Vamos.

Una ancha sonrisa se dibujaba en su rostro cuando una bola de fuego surcó el cielo sobre Cair, quien permaneció observando hacia la nada mientras un mechón de su cabello se incendiaba en su cabeza. Él apagó la llama con los dedos y enseguida se volteó para ver quién había sido.

Un curioso personaje que media menos que un enano, con unas entradas como el golfo de Orherem, con unos grandes anteojos que no permitían ver sus ojos y una tupida barba blanca se acercó a ellos corriendo de una forma muy particular dada su estatura. Iba en pantuflas.

— ¡Ya no estoy dando clases de magia a nadie! — Les gritó.

Cair inhaló y retuvo el aire un segundo.

— ¿En qué momento le hemos pedido algo?

— ¡Todos en Icaegos son iguales ¿Qué más podrían querer?! — Exclamó con rabia.

— No lo sé, nada, por ejemplo.

Al pequeño anciano se le desencajó la mandíbula.

— Eh… Oh… Mis disculpas, jovencito — Se aclaró la voz —. Me he dejado llevar por la rabia.

— Sí… — Dijo Cair, ahora cruzándose de brazos.

La pequeña persona frunció el ceño en cuanto vio a Cair a los ojos y enseguida sacó una tarjeta de su bolsillo.

— Debo disculparme como es debido, pero ando corto de tiempo. Ve a verme a Baja Manuria, allí te remuneraré ese mechón de pelo… y las molestias… ya tengo bastantes problemas con bastante gente… sí, definitivamente debería ahorrarme los problemas. No hace falta escalar esto… Ah, simplemente ve — Le entregó la tarjeta a Cair y corrió en dirección contraria.

— ¿A cuento de qué? — Preguntó Cair.

— No lo sé… ¿Qué dice la tarjeta?

— A ver… «Coleccionista de baratijas y antigüedades. Compramos cualquier artefacto que nos parezca mínimamente curioso por generosas recompensas». Tiene pinta de ser un personaje de relleno — Gyania frunció el ceño. Él abrió mucho los ojos y tragó saliva —. No pienso ir con él.

— ¿Dice algo más?

— El nombre, la dirección… — Miró el otro lado de la tarjeta —… y nada más.

— ¿Y quién es el particular espécimen? — Espetó Gyania, a lo que Cair respondió con una sonrisa.

— Pomomo — Replicó él, divertido —. Vaya nombre.

Gyania se llevó el dedo a la mejilla.

— Me suena de algo.

Cair suspiró, dobló la tarjeta dos veces y la guardó en su faltriquera.

— Como me ha cabreado… En fin, vamos — Gyania asintió —. Al templo Mildhin, ya que no te lo había dicho.

— Al final logré sacártelo — Sonrió, orgullosa.

¿Por qué el flujo de maná del Aenein era distinto del de Icaegos? ¿Por qué uno podía ser visto por todos y el otro no?

Ohir'Dan estaba relativamente cerca del templo Mildhin, a más o menos un día a pie, y puesto que ellos habían desembarcado en la tarde, Gyania ya se hacía la idea de pasar la noche bajo la luz de las estrellas, cosa que no le desagradaba en lo absoluto y, de hecho, se sentía bastante entusiasmada al respecto. Aunque le hubiese gustado viajar a caballo, los que se alquilaban en las postas no se desviaban de las rutas, y en la dirección a la que iban, no las había.

El valle Nolnore siempre le pareció un lugar precioso y sereno. La tierra bajo los abundantes bosques de pino siempre estaba cubierta por una capa de hojas secas que crujían al caminar sobre ellas, un sonido que a cualquiera le resultaría tranquilizador. Los grandes peñascos blanquecinos que había repartidos en todo el lugar hacían contraste con las azuladas aguas cristalinas del río Iadenin; uno de los tres ríos nacientes de otro, el canal de Nnin, que tenía su origen en ese lago que había provocado que prácticamente todo el reino se detuviera, y en el cual desembocaban una serie de vertientes que venían de las zonas más altas del valle, las que mantenían la humedad del suelo, permitiendo que el color del césped fuese de un vivo verde y entregándole un clima frío y húmedo, aunque esto último se debía mayoritariamente a su cercanía con el páramo helado de Aureum.

Cair frenó en seco y levantó la mirada hacia el cielo.

Tras unos segundos retumbó en el cielo un estruendoso sonido similar al de una trompeta en las manos de un orco, un sonido tan espantoso que le puso los pelos de punta de la misma forma en que el frote del metal contra el metal.

— ¿Qué es eso? — Preguntó ella, asumiendo que Cair conocía la respuesta, pero él negó con la cabeza —. ¿Será el taldur montañoso que vive por aquí?

— Tal vez… pero es raro… Esas cosas no emiten ese sonido — Esta vez sí se escuchó un sonido al que Gyania solo supo describir como «rocoso» —. Parece que sí fue uno — Ellos iban caminando cerca del borde del bosque, por lo que Cair solo tuvo que apartarse un poco para salir de la sombra de este y ver con claridad la planicie del centro del valle —. Sí, parece que sí.

Efectivamente, el nombrado por los enanos como 'Guardián del tercer hijo' se contoneaba de lado a lado mientras caminaba a una distancia considerable peligrosa de ellos. Incluso a esa distancia, Gyania pudo sentir la repercusión de sus pisadas bajo sus pies.

Aquel ejemplar llevaba ahí desde antes de que la vieja Ohir'Dan fuese fundada, vagando de lado a lado por toda la zona oeste de la Extensión Meridional. Pese a las veces que Gyania había viajado por allí, eran pocas las ocasiones en las que había podido verlo, ya que generalmente el coloso estaba sentado, lo que, gracias a su piel rocosa, le permitía pasar desapercibido entre el resto de las rocas del valle.

— Son majestuosos — Dijo ella, sin darse cuenta de que tenía su mano en el brazo de Cair.

— Pero son unos flojos.

Simplemente lo ignoraron. Los taldur no eran agresivos por naturaleza, pero no tendrían reparos en pisar a alguien si se atravesaba en su camino, por lo que ellos siguieron caminando durante prácticamente todo el día, realizando tan solo una pausa para comer. A Gyania ya le ardían los pies de tanto caminar; Cair le había ofrecido llevarla, pero luego de sonreír con picardía, y aunque le hubiese gustado responder que sí, sobre todo por ver que era lo que hacía Cair, su educación la instó a responder en contra de sus pensamientos.

La noche les cayó rápidamente encima, más de lo que ella había previsto.

— Que suerte — Dijo Cair.

— ¿Ocurrió algo? — Preguntó ella, acercándose a él.

— Allí hay una cabaña de cazador abandonada — Replicó él, señalando una pequeña choza de madera apenas visible en medio de la vegetación.

— ¿Y no vive nadie allí?

— Por eso dije abandonada. En realidad, si te soy sincero, existe la posibilidad de que sí, pero es poco probable. Esas cabañas suelen dejarlas libres para que alguien pase la noche ahí cuando el frío es insufrible.

— ¿Pero puede estar usándola otra persona ¿no?

— No lo sabremos hasta acercarnos.

Cair caminó lentamente hacia la cabaña, una vez estuvo lo suficientemente cerca, le indicó que se quedara quieta y él se acerco a las ventanas para averiguar si es que había alguien dentro.

— No hay nadie — Dijo al fin.

Gyania suspiró.

— Qué tensión — Luego se llevó el dedo a la mejilla —. Y yo que quería acampar.

Cair frunció el ceño.

— Nadie te detiene.

— No, no, ya tendré la oportunidad.

— ¿Ya la tendrás? — Negó con la cabeza.

Al ingresar a la cabaña, lo primero que hizo Cair fue partir a revisar la hoguera. Por suerte, las cenizas estaban frías, y luego de examinar con detenimiento la cabaña, determinó que no había habido nadie allí en un buen tiempo.

— Esta cama huele a limpio… de hecho, se ve bastante limpia.

— Teniendo en cuenta que todo esta más o menos ordenado, diría que quien la ocupó antes que nosotros tuvo la decencia de dejar todo limpio — Agregó ella.

— Sí — La persona que estuvo allí antes debía ser un tipo de lo más agradable, pues incluso se había dado el tiempo de dejar leña en el cobertizo —. Encenderé la chimenea. Las noches siguen siendo bastante heladas.

— Oye — Le llamó Gyania —. Solo hay una cama.

Cair le asestó una mirada.

— Pues dormimos juntos y ya — Su sarcástica respuesta debió ser instintiva por la velocidad con la que la divulgó. Ella tardó unos segundos en procesarlo —. No me digas que de verdad lo estas considerando.

— En lo absoluto — Si lo hacía. Temía que sus orejas se tornaran rojas por ello —. ¿Qué hacemos? ¿Tiramos unos dados?

— ¿Traes unos? — Ella asintió —. Vaya… Y no, no te preocupes, puedes dormir tú en la cama.

— ¿Seguro de que no quieres tirar los dados? — Sacudió la bolsita en la que los guardaba.

— Seguro — La miró un instante —. En realidad, tengo la tendencia a caerme de la cama, y si estás abajo…

— Sí, creo que será mejor así.

— ¿Yo en la cama?

— ¡No! Yo usaré la cama.

Cair pifió. Tras apilar unas cuantas varillas de madera, canalizó un poco de magia y encendió la yesca que había dejado en el centro con la llama que apareció en su dedo.

— Así que de verdad sabes usar magia de fuego — Espetó ella, sentada en la cama con la cabeza apoyada en las manos.

— ¿No me creías?

— Estoy en el punto en el que me creería cualquier cosa proveniente de ti.

— ¿Esa imagen tienes de mí? — Ella asintió —. Me esperaba algo más positivo — Gyania soltó una risita —. ¿Tienes hambre?

— Un poco.

— Compré esto antes de salir — Sacó un paquete envuelto en una bonita tela roja.

— Gracias — Respondió ella con un matiz de desgana.

Un pequeño hasís salió de su bolso en cuanto sacó el paquete. Ella soltó un grito por el susto.

— ¡Un hasís… y pequeñito! — Cair dio un cabeceo y el pajarito se posó en su regazo —. Qué lindo…

— Se llama Alísito — Mencionó —. Ojalá esa fuera mi cabeza — Murmuró él en voz baja.

— ¿Qué?

— Nada, nada — Ladeó la cabeza —. Voy a tomar aire.

— ¿No vas a comer?

— Luego… ehm, voy y vuelvo — Enseguida salió de la cabaña.

Aunque era extraño, dentro del paquete había un bizcocho enrollado con dulce de leche. «Habiendo mejores provisiones compra esto…». Ella se disponía a empezarlo, pero de pronto la puerta se abrió de golpe, provocándole un segundo sobresalto.

— Cair, casi me da un infarto.

— A mí también cada vez que… — Levantó una ceja —. Creo que querrás ver esto. Ya sé de dónde venía el sonido de antes.

Gyania arrugó la frente y le siguió hasta el porche de la cabaña.

Al salir mirando el piso, en lo primero que ella reparó fue en la inusual oscuridad que había fuera. El chico de ojos blancos le dio un golpecito en la barbilla para obligarla a mirar hacia arriba. Su corazón había empezado a latir con fuerza tras pensar que le iba a dar un beso.

— ¡Goliaris! — Gritó ella. Se tapó la boca luego de percatarse de la fuerza del grito.

El celador pasaba, silencioso, por encima de ellos, cubriendo la luna y dejando una infinidad de destellos que brillaban entre la oscuridad generada por su colosal cuerpo y caían lentamente como si fuesen las hojas de un árbol. Volaba muy alto, tanto que si el cielo no estuviese plagado de estrellas y sus branquias no fuesen de un brillante color azul sería completamente invisible a sus ojos, a pesar de su tamaño; tanto que, desde su perspectiva, el celador parecía estar suspendido en el cielo, como un manto flotante que advertía su presencia apartando las nubes en su camino. Los más fieles decían que volaba a esa altura para que las intensas corrientes de viento que generaba con su cuerpo al moverse no afectaran a las burdas edificaciones de los mortales que debía proteger. Se decía que la última vez que se había mostrado tan abiertamente había sido para honrar a los paladines desaparecidos hace treinta años, aunque según algunos comentarios que había oído de su padre, el celador se mostraba habitualmente en Trobondir durante los últimos cinco años, siempre viajando hacia el norte del reino azul.

— Es… la primera vez en toda mi vida que lo veo desde tan cerca… — Comentó ella mientras esos destellos empezaban a alcanzar el suelo. Daba la impresión de estar cruzando exactamente por sobre ellos —. ¿Por qué habrá decidido cruzar el continente?

— Dudo que algún día lo sepamos.

— Ya… Curiosamente, los zalashanos creen que es un mal augurio, mientras que los trobondinenses, sus vecinos, creen lo contrario.

— Recuerdo haber leído algo al respecto.

— ¿Y qué crees tú?

Cair bajó la cabeza.

— Que son supersticiones.

Gyania ladeó su cabeza y tras un rato observando el espectáculo Cair le dedicó una risita.

— ¿Sucede algo? — Preguntó Gyania.

Él estaba sentado tras ella, sobre una roca, debido a ello, sus ojos adquirieron una amalgama de tonalidades que se reflejaban perfectamente sobre su iris blanco, como si ella estuviese viendo hacia el mismísimo Orden.

Cair se volteó hacia ella.

— Pareces una niña pequeña — Espetó, sonrió y luego ambos rieron.

— Cállate — Replicó ella, divertida, para luego desviar la mirada.

Apéndice

1.- Gris Eterno: Concepto abstracto que representa todo lo que va en contra de los valores inculcados por los celadores y los de la propia naturaleza. Se dice que allí habitan los monstruos más horrendos que una persona puede imaginar. Suele representarse con tentáculos púrpuras.

2.- Religión Risiana: De la palabra «Ris», del ortanense original, cuyo significado literal es «Deidad», es la religión más arraigada al mundo y que rinde culto a los celadores.

3.- Quasca: Caravana enana teorinense que cruza todo el reino ofreciendo productos de colección poco comunes y comprando aquellos que les interesan para luego revenderlos. Su recorrido es Teorim, Ampletiet, Zalasha, retornan a Ampletiet y siguen en barco hasta Trobondir, pasando por algunos pueblos ealeños.