—Sigues igual que siempre compadre. — decía una voz cálida desde el fondo del patio.
La silueta de un hombre se desvanecía gradualmente en la esquina del patio, mientras Balam seguía concentrado en su lectura. Sostenía en sus manos un libro de aspecto antiguo, al mismo tiempo que recitaba una extraña lectura en una mezcla de latín y hebreo. Yacía sentado con las piernas cruzadas a mitad del patio, su cabello largo y sin arreglar se movía a merced del viento junto a la ropa rasgada que traía. Su apariencia de vagabundo era inusual.
Su concentración era completa al contenido del manuscrito en sus manos. Desde que llego a sus manos no podía dejar de leerlo, dentro de él había nueva información de un portador de la semilla del caos de hace más de setecientos años. Durante mucho tiempo había centrado sus esfuerzos a conseguir la mayor cantidad de información sobre el origen de este mundo.
Cada cien años aproximadamente, uno o dos individuos son capaces de desarrollar su pecado capital hasta dominarlo al cien por ciento. No solo eso, también poseían la capacidad de adquirir los siete pecados en todo su esplendor.
Lo que había descubierto, fue que había una relación entre la aparición de esos individuos y el progreso del mundo. Cada ser capaz de dejar su propia humanidad a un lado, conseguían lo impensable, un cambio radical en el mundo. Para bien o para mal. Dependía mucho de la perspectiva de quien lo viera, así como de los cambios que se produjeran en la humanidad.
Él descubrió su propia verdad mientras permanecía postrado en el suelo de la oscura celda de castigo. Había intentado quitarse la vida al clavarse en el pecho un pedazo de hierro que arranco de los barrotes mal acomodados en las ventanas.
La sangre goteaba hasta formar un charco a su alrededor. La vida se le iba del cuerpo mientras sonreía tristemente. Cuando escuchó la última gota caer, su vista se nubló por completo y una luz llena de colores indescriptibles aparecieron para acompañarlo al otro mundo. Poco a poco su vista volvió a la normalidad.
La herida en su pecho ya estaba cicatrizando, la sangre a su alrededor se había secado y todo su cuerpo tenia manchas moradas que ya conocía, eran signo de un cadáver que había pasado algunas horas desde su muerte.
De nuevo había sucedido. No importaba cuantas veces quisiera morir, siempre volvía a la vida. Al levantar la mirada, una criatura andrógina lo veía con ojos entusiasmados. Sus cabellos rojos con algunos mechones negros resaltaban de forma sorprendente con la lúgubre e insalubre celda de piedra que se confinaba en lo profundo de aquella prisión.
Shub-Niggurath.
Era el nombre de la criatura frente él, cada que moría, podía sentir su presencia. A veces no lo veía, otras, no paraba de escucha en la cabeza su molesta voz, sus encuentros eran extraños. Sin embargo, cada que moría podía sentir en su cuerpo un cambio nuevo. Una sensación indescriptible que lo llenaba de vitalidad.
Dedicó en silencio, sin prestar atención a la criatura, a buscar información. Al igual que él, muchas personas, tuvieron la desgracia de toparse en algún momento con esa cosa.
Todos dejaron huella de su existencia, alguna anotación, un diario, un mural, alguna ruina donde existía un bajo relieve escondido a simple vista. No importaba el medio, quienes sabían de su existencia se mantuvieron a discreción para evitar ser tachados de locos. El conocimiento era un arma de dos filos.
De alguna u otra manera, Balam logro reunir información y conocimiento excesivo del tema. Al grado que incluso su cuerpo sufrió cambios imperceptibles al ojo humano. Fue en ese momento donde se dio cuenta que jamás podría tener una vida normal.
—Incluso en momentos así sigues buscando las respuestas a la vida. Si pudiéramos hablar como antes, te contaría como es la verdad en el mundo de los muertos. — La voz se desvanecía con cada brisa que soplaba.
¡Guau!
Un ladrido amistoso también sonó sin que nadie lo pudiera escuchar. Un perro se encontraba acostado a un lado de aquel hombre, mientras se desvanecía gradualmente al ritmo del movimiento de su cola.
—Deberías aguantar un poco más amigo, esta será la última vez que podremos ver a este tonto.
Ambos parecían estar felices mientras la esencia de lo que alguna vez fueron regresaba al inmenso océano de la muerte, allá donde no hay un mañana. Solo los recuerdos de una existencia fugaz en la tierra. Donde nunca sabrás que fue y que pasó, como vivieron o murieron tus familiares. Ellos partían a la nada, donde se encontraba todo.
—No es por nada compadre, pero te odio y te envidio, yo debería estar en tu lugar, aunque si fuera de ese modo, probablemente ya hubiera caído en la locura. Ahora te pido un último favor, cuida a mi hija como si fuera tuya. Abrázala cada día, hazla feliz, que encuentre una pareja que la ame como si todo su mundo se acabará sin ella. Aun es joven y ha sufrido mucho, no pude evitar que ella cayera en el pecado.
Su voz melancólica era arrasada por el viento que siendo tan tenue impedía que llegara a oídos de quien merecía ese mensaje.
—Me arrepiento de muchas cosas, no haberte ayudado cuando perdiste el camino, no ser lo suficientemente fuerte para estar con la mujer que tanto ame, no ser el padre que siempre soñé ser, no poder formar esa hermosa familia que tanto añore; pero, sobre todo, me arrepiento de ser tan débil.
¡Guau!
Con un tono amigable aquel perro se acercó al hombre y se enrollo bajo sus piernas, en un intento de consolarlo. Ambos veían con nostalgia y una sonrisa triste a Balam. Sus cuerpos poco a poco se desvanecieron en el infinito hasta no dejar nada de lo que alguna vez fueron. Ellos habían logrado resistir el paso de la muerte durante mucho tiempo, sus almas contenían un propósito en esta vida.
Él debía proteger a su hija de jamás heredar el pecado de la envidia. Sin embargo, fracasó, su voz nunca llego a ella, su único propósito fue un rotundo fracaso. La marca del sueño eterno se hizo presente y su esencia fue consumida, él también era un portador de la semilla del caos, aquella que da origen a un pecado capital.
—Termina con este bucle infinito, tantos universos, tantos secretos, tantas almas que nunca sabrán la verdad de tras de todo. Este mundo solo es una ilusión, destrúyelo y libera a mi hija, libera a todos aquellos que amas, libérate a ti mismo de las cadenas que te atan a este mundo incompleto, a este mundo ilusorio que solo sirve para que los ángeles jueguen a merced de nosotros. La historia es una farsa, lo sabes, no encontraras mucho más de lo que ya sabes, necesitas pelear una vez más. Hazlo quema todo hasta las cenizas y libera al mundo de este bucle, en donde todos podamos ser felices, en especial tú... —
¡Guau¡ ¡Guau!
Dos voces sonaron en el tiempo y el espacio al despedirse hasta el nuevo comienzo de este mundo.
El silencio reino una vez más, Balam bajo aquel manuscrito y lo cerró con fuerza. Las lágrimas se hicieron presentes en su rostro, su respiración entrecortada sonaba horrible, como si la vida también se escapara de nuevo de su cuerpo. El cabello desaliñado ocultaba su sufrimiento.
—Lo siento amigos, no sé cómo hacer lo que me piden… Si este mundo solo es una ilusión dentro de un juego cruel, entonces yo siempre estoy destinado a perder.