Chapter 7 - VII

La llamada de emergencia había provenido de la Zona Azul del reino; había sido una alerta de invasión, pero no un verdadero llamado de guerra. Las Zonas Blanca y Azul eran las más próximas a la Zona Púrpura, por lo que los enemigos parecían acercarse a ese sitio. Los Lores ya habían llamado a sus mejores generales y habían evacuado a los civiles; aunque desconocían la razón de la invasión, habían reconocido a los enemigos de inmediato.

—Ángeles —la voz de Samael sonó de entre la conmoción. El demonio Lord se encontraba cerca de una de las torres de vigilancia al borde de la Zona Azul.

¿Que hacían los ángeles allí?, ¿por qué atacaban?, ¿cuál era su motivo? Samael estaba molesto, a pesar de que no eran una amenaza por el momento, le parecía muy oportuno el tiempo de su llegada.

De pronto, el General de los enemigos ordenó a sus soldados disparar unas armas sumamente extrañas. Ninguno de los demonios que peleaba era capaz de cubrir el rayo de luz que salía de esos cañones. Samael chistó con la boca para indicar molestia; no había más opción que enfrentar de cerca a los agresores.

—Samael. —Astaroth se acercó hacia el demonio Lord—. Si no hacemos algo entrarán a la Zona Púrpura y no sé de lo que Baphomet sea capaz de hacer. Quizás podamos abrir una línea de diálogo.

¿Está hablando en serio?, Samael se cuestionó con molestia. ¿Cómo era posible que Astaroth considerara un canal de diálogo con esos enemigos barbáricos? El Cielo atacaba y el Infierno no era capaz de defenderse; de eso estaba seguro Samael, pero no caería tan bajo como para mostrar una debilidad así. Cualquiera que fuera la razón, los ángeles ya habían cometido el primer error.

De forma pronta, Samael expandió sus alas y voló hacia la pelea. El territorio de la Zona Azul consistía en su mayoría en islas, penínsulas, isletas vírgenes de tonos hermosos, cataratas gigantescas y espumosas, ríos y lagos enormes, así como poblados construidos en medio de los cauces y océano. Era un paraíso que ahora sufría destrucciones y asaltos enemigos por caprichos que parecían más una provocación de guerra. Samael detectó al General principal: un ángel de compostura gruesa, alas grisáceas y pronunciadas, su cabello era rubio blanquecino y su tez bronceada. Samael notó la espada que usaba y descubrió un poder que reconocía en su propia arma.

Cuando la orden del General angelical se escuchó, los ángeles hicieron una nueva formación aérea como si crearan un triángulo en el cielo, prepararon sus armas doradas y casi como cúbicas y dispararon.

¡No!, Samael se recriminó con enojo. Intentó llegar hasta el poblado pesquero que era el objetivo; empero, algo más lo sorprendió.

Una ola titánica se elevó cubriendo al poblado como una barrera en contra del plasma azul y rojo. Samael se quedó suspendido en el aire y buscó con rapidez quién o cómo ese poder había sido conjurado. De uno de los faros de luz de la costa se divisaba un joven demonio de cuernos doble, tez azul marino y un cabello largo de un tono azul turquesa; sus alas eran más como escamas onduladas y de un color azul tornasol.

Los ángeles se movieron mecánicamente, acomodaron su posición y abrieron los seguros de los cañones. Una vez Samael descubrió esto, se acercó con rapidez al demonio joven y lo encaró.

—Volverán a disparar; hay que salir de aquí —insistió el demonio Lord.

Samael descubrió unos ojos morados que denotaban seguridad y hacían un juego exquisito con las facciones joviales y femeninas del demonio acuático. Tal vez era de la misma edad que el ingeniero Mammon, o uno o dos años más grande.

Sin embargo, el demonio marino no replicó; sólo sonrió y conjuró una insignia en el aire que denotaba la simbología perteneciente a la bestia conocida como: 'El Leviathan', una leyenda de los proto-demonios. Samael fue testigo del poder de ese muchacho y vio cómo una barrera acuática, con forma de una burbuja, se elevaba por todo el poblado y protegía nuevamente el sitio.

Increíble, pensó Samael. Hasta este momento nunca había creído posible que un demonio de clase 'alta' hubiera heredado tal potencial.

—Milord —el joven demonio parló con una voz un tanto aguda—, es momento de evacuar el poblado. La prisionera escapó hacia la Zona Púrpura, pero los ángeles no lo saben.

¿Prisionera?, cuestionó en silencio el demonio Lord.

—S-Sí, daré la orden de inmediato. Ve con el General Zambrim. Yo enfrentaré al General de los enemigos y ganaré un poco de tiempo.

El joven asintió en forma positiva, se dio la media vuelta; empero, la mano de Samael sujetó su brazo. A diferencia del Señor de la Piedra Negra, el demonio marino era delgado y media casi veinte centímetros menos que él.

��¿Cuál es tu nombre? —inquirió con suavidad Samael.

—Leviathan.

¿Qué?, pero no es un proto-demonio; aseguró en su mente Samael.

No era el momento ni lugar para hablar con el demonio marino; así que Samael lo dejó ir. Abrió sus alas otra vez y conjuró a Lieruz; planeó con rapidez y asaltó con potencia al enemigo. El ángel mostró una mueca de molestia en su rostro maduro; parecía un veterano de guerra y por su armadura Samael podía deducir que poseía un alto cargo en el Cielo. Como un estruendo, las dos espadas se encontraron en un danzar de arremetidas; ambas armas se movían al son de sus amos. Por un tiempo prolongado los dos se enfrascaron en una batalla cuerpo a cuerpo llena de poder físico.

—Ya veo —se escuchó la voz gruesa y varonil del ángel General—, debes ser uno de los demonios que obtuvo el título de Lord del Infierno.

—Y tú debes ser uno de los Seis Señores de las Esferas Divinas. ¿Cuál es tu nombre?

—Abaddon —reveló el ángel con majestuosidad.

¿A-Abaddon?, ¿el Ángel de la Destrucción?; Samael inquirió para sí con suma sorpresa. Conocía la leyenda de los Seis Arcángeles que poseían un título especial. Abaddon era un ser reconocido por muchos entes de la Creación no sólo por su ferocidad, sino por su capacidad de comandar a la Guardia Infernal. ¿Qué hacía la Guardia Infernal ahí?, Samael sabía que el Infierno no había cometido ninguna falta contra el Cielo todavía, así que no había razón para que la Guardia Infernal los atacara.

De forma abrupta, el demonio Lord fue arrojado hacia una de las isletas cercanas. Su cuerpo chocó contra la piedra y destrozó algunas partes del suelo; movió la cabeza para despabilarse y reconoció un ataque que iba directo a él. Sus movimientos no lo protegerían, así que se preparó para recibir el impacto. Sin embargo, algo detuvo el poder angelical de Abaddon.

—¡Samael! —Belphegor gritó con consternación—. ¿Estás bien?

—Sí. No tenían que haber intervenido —renegó el Lord de la Piedra Negra.

El otro demonio que había interrumpido el ataque se posó junto a los dos Señores; portaba un amuleto que parecía más una estatuilla cincelada en una piedra roja.

—Si no hubiera sido por la ayuda de Mammon, ambos estaríamos mal heridos.

—Pero qué intrigante reunión. —Rompió la escena Abaddon al aterrizar con elegancia; luego posicionó sus ojos azules en el amuleto que el demonio jovencito mostraba—. Una reliquia de los primeros habitantes. Veo que ustedes no sólo han invadido nuestro territorio, también robaron objetos de nuestras bodegas.

—¿Eh? —Mammon contempló la estatuilla como si nunca la hubiera visto antes—. Se equivoca, señor ángel. Esta reliquia no la robé.

De pronto, Belphegor colocó su mano sobre la boca de Mammon y lo aprisionó con los brazos para impedir que actuara o hablara de más.

—¿Invadir su territorio? —cuestionó Belphegor con un tono molesto—, ¿de qué estás hablando?

—Un archidemonio destruyó uno de los pueblos cercanos al borde del sur del Cielo. Además, debido a esto, una de nuestras prisioneras escapó y se ha fugado en esta dirección. No me van a decir que no sabían nada al respecto, así que no jueguen a ser inocentes; no va con ustedes.

—¿Un archidemonio? —insistió Belphegor con sorpresa.

Samael, por su parte, sabía quién había sido ese demonio-arcano, y ahora tenía más información que podría aventajarlo. Tocó el hombro de su homólogo y lo hizo guardar la calma.

—Lamento informarle que, una vez en nuestro territorio, su prisionera no puede ser entregada sin saber los cargos que tiene —resolvió Samael con un tono elocuente.

Abaddon no replicó de inmediato. Caminó hacia la izquierda con sumo cuidado y buscó una apertura.

—Los cargos son alta violación al Balance. No podemos dejarla ir después de lo que hizo, así lo haya hecho hace muchos años atrás.

—Lamento escuchar eso —persistió Samael con un tono decisivo—, pero no es conveniente para usted seguir aquí. Esto es motivo para una guerra y eso violaría aún más el Balance, ¿no lo cree así, Lord Abaddon?

Por unos momentos prolongados Abaddon conservó su postura. Era verdad, tampoco podría regresar al Cielo con noticias de una próxima guerra; no por ahora. A continuación, hizo una reverencia falsa, se elevó con rapidez y ordenó a sus guerreros salir del Infierno.

Cuando el territorio quedó asegurado, Samael y Belphegor dejaron ir a Mammon; empero, ambos acordaron en que debían buscar a la prisionera cuanto antes.

***

Para restaurar el orden otras tres semanas tomaron lugar, y casi pasado un mes consiguieron capturar a la fugitiva que había llegado del Cielo. El problema, de acuerdo a Samael, era que Astaroth había sido quien la había encontrado. Los cuatro Señores del Infierno debían tomar una decisión rápida antes de seguir en la situación tan vulnerable en la que se encontraban.

La corte se reunió por primera vez en el castillo de la Piedra Gris; donde los Generales, demonios con títulos militares importantes, Mammon, Leviathan y los cuatro Lores se presentaron. La habitación estaba vacía de muebles a excepción de una jaula cilíndrica, en ella se encontraba una mujer bastante hermosa y con una postura venérea. Aunque presentaba cuernos dobles pronunciados, unas alas invertidas pero entre una mezcla de murciélago y pájaro, ella no era un demonio. Sus ojos verdes resplandecían y hacían un juego con su tez morada pálida y su exquisito y refinado rostro.

—Ésta es la fugitiva que llegó del Cielo y causó estragos en el reino —explicó Azahrim con una voz fuerte.

—Lilith —Astaroth dijo con seriedad—, ¿a qué has venido al Infierno?

Samael concentró su atención en la mujer; no sólo era la imagen tan excitante que presentaba, sino su verdadera identidad lo que lo embelesaba. Lilith era un ente tan antiguo como los proto-demonios; una fémina completa y poderosa casi a la par de los arcángeles y archidemonios. Había un sinfín de historias que rodeaban a esa dama única, entre ellas la que refería al origen de los Nefilinos.

—Mi Lord —la voz de Lilith sonó con una sensualidad vacilante y que era capaz de levantar inquietudes retorcidas en casi todos los presentes—, no he venido aquí a causar problemas. Le aseguro que mi intención es únicamente buscar un lugar donde residir y rehacer mi vida.

Las últimas sílabas que la mujer había pronunciado crearon una sensación nueva en el cuerpo de Samael. En esos momentos se percató de que se sentía atraído por todo lo que rodeaba a Lilith.

—Pues no eres bienvenida aquí —aseguró Belphegor con enojo—, sabemos que tus crímenes son tan altos que no se equiparan a lo que cualquier otro bandido ha hecho.

—Son crímenes que no han sido corroborados, milord.

—¿No han sido corroborados? —prosiguió Belphegor—, veo que la falsedad te identifica, Lilith. Veamos; gracias a ti existen los Nefilinos, las Siete Llaves han desaparecidos, el Edén fue sellado por un poder imposible de doblegar, el Árbol de la Vida ha dejado de existir, el Camino de las Almas ya no se encuentra protegido en el Mundo de los Muertos, ¿quieres que siga?

Lilith mostró un rostro serio.

—Son meras especulaciones —pronunció con sensualidad la dama.

Aquél comentario provocó a Belphegor; primero comenzó con las acusaciones y sus súbditos lo apoyaron hasta que la sala quedó en un completo caos. Cada una de las frases era peor y causaba malestar visible en la misteriosa moza.

El Lord de la Piedra Negra descubrió que Astaroth y Baphomet eran los únicos que no reprochaban aparte de él. Entonces, el demonio se acercó a la jaula y caminó unos centímetros alrededor; esto provocó que los espectadores guardaran silencio.

—Lilith —Samael parló con seguridad—, sabemos que los crímenes que cometiste son reales. Sin embargo, creo que podemos darte una oportunidad aquí en el Infierno.

—Mi Lord, sabía que alguno de ustedes comprendería mi posición.

—Por lo tanto, yo estoy dispuesto a darte la oportunidad de habitar en la Piedra Negra; y si así lo deseas, puedes vivir en el castillo.

—¡Samael! —Belphegor se interpuso en el camino del otro demonio—. Esto puede traer consecuencias muy negativas, ¿a caso no lo ves?

—Somos demonios, Belphegor, no veo por qué seríamos tan diferentes a ella. Aceptamos a Astaroth y a Baphomet como líderes y no son demonios.

—Lilith es un caso muy diferente. Ellos dos pelearon una rebelión. ¡Ella sólo ha abusado de su poder!

—Belphegor —Astaroth interrumpió al Lord de la Piedra Roja—, Samael ha tomado su decisión, así que considero que debemos respetarlo. Lilith puede quedarse en el Infierno siempre y cuando esté bajo la soberanía de uno de nosotros. Si ella comete una falta a nuestro reino o al Balance, Samael será quién pagará las consecuencias.

—Pero ella es un verdadero peligro.

—Y los ángeles más. Así que tomemos la palabra del Lord de la Piedra Negra en esto y en el nuevo nombramiento de otros Lores.

—¿Qué? —Belphegor mostró sorpresa en su rostro—. Pero habías dicho que —sin embargo, Astaroth acalló al demonio con un ademán sobre su boca.

—Sé lo que dije; pero he visto lo que necesitamos hacer. Tenías razón; la milicia no tiene orden y las Zonas faltantes necesitan un representante formal. Así que procedamos; Mammon, Leviathan, al frente, por favor.