Chapter 8 - VIII

—Lord de la Piedra Azul y Lord de la Piedra Blanca —recalcó Belphegor con un tono de molestia—, no veo cómo eso nos pueda ayudar a traer orden en los rangos militares.

—Por que necesitamos líderes que controlen a las masas —opinó Samael.

Durante unos minutos Astaroth prestó atención en los dos jóvenes demonios que habían sido nombrados como Señores del Infierno; tampoco creía que habían sido las mejores elecciones, pero no podía tomar el riesgo de dejar al reino sin una estructura que lograra mantenerlo fuera del alcance de los ángeles. Después suspiró; aunque no conocía los planes a futuro de los otros, debía actuar con prontitud.

—Señores —Astaroth se interpuso en la discusión de Samael y Belphegor—, ha llegado el momento de tomar medidas reales. Cada uno de nosotros tiene excelentes capacidades en algunas cosas y nuestros poderes nos identifican como únicos; sin embargo, en la guerra eso no es suficiente. Todavía estamos trabajando para controlar a algunos grupos de la Resistencia y los cobardes que se niegan a obedecernos; no podemos darnos el lujo de pelear por algo tan insignificante como esto. Lord Mammon y Lord Leviathan también seguirán las mismas reglas que nosotros, así que déjense de peleas ridículas.

—¿Y, según tú, qué necesitamos para la guerra? —inquirió Belphegor con un tono retador; se había acercado hacia Astaroth y lo había encarado.

—Un ejército, estrategias, un Consejo Militar. Por el momento nuestra población es suficiente para crear un ejército de emergencia y defensa, pero necesitamos más que un simple espíritu de batalla. Es necesario un entrenamiento de alta calidad, detalles de los avances, líderes que nos obedezcan y nuestras propias legiones.

La explicación del Lord de la Piedra Gris había levantado una sensación de incertidumbre en toda la sala. De haber iniciado en un juicio, luego de continuar con un nombramiento, ahora se tocaba el tema de las guerras.

—¿Legiones? —dijo Samael con duda.

—Sí. —aseguró Astaroth; su rostro semi-cubierto denotaba la seriedad que el asunto requería—. Legiones. Nuestros generales más habilidosos seleccionarán a los cadetes y los entrenarán. Aunque no será suficiente; es necesario imponer una medida y aprobación. Además, necesitamos compartir armamentos y defensas, también conocimientos de magia.

—¿Magia? —se escuchó el cuestionamiento de Leviathan.

—Una medición —Belphegor dijo con un tono seco—. ¿Una medición de qué tipo?

—Veamos… —Astaroth caminó por la sala de reuniones con un paso lento y cauteloso. Prosiguió—: si consideramos que nuestros enemigos son tan poderosos como los ángeles, entonces debemos crear un sistema donde los maestros del combate juzguen los avances de las legiones y den los resultados a los generales.

—Espera un momento, ¿a qué te refieres con magia? —otra vez sonó la voz aguda y dudosa de Leviathan.

Samael se acercó al joven demonio y tocó su hombro para indicarle que debía aguardar. Leviathan lo único que hizo fue mostrar un rostro confundido.

—Bien —Belphegor respondió—, un sistema de medición bastante simple. Así que llegamos a la duda real: ¿quién juzgará a las legiones?

De pronto Astaroth se detuvo; sus ojos rojos pasaron por toda la sala como si buscara por un rostro conocido. En realidad el demonio Lord hacía esto por placer ya que la respuesta era más que obvia.

—Lord Belphegor —resolvió Astaroth con una sonrisa segura.

—¿Qué? —el Lord de la Piedra Roja fue incapaz de comprender el llamado y su cuestionamiento sonó débil.

—¿Belphegor? —ahora Samael preguntó como si algo lo hubiera obligado a exaltarse.

—¿Qué? —volvió a dudar Belphegor todavía sin captar la situación.

El rostro complacido de Astaroth era posible de detectar debido a que su sonrisa era ominosa; además de que tenía la mirada clavada en el demonio de tez oscura.

—¿Eh? —Belphegor se movió a la izquierda. Luego suspiró con profundidad; aquella elección era repentina y lo único que causaba en él era una sensación de sospecha hacia el Lord de la Piedra Gris—. ¿Quieres que yo juzgue a las legiones?

—Estoy de acuerdo en que Belphegor es el más hábil en el combate con todo tipo de armas, pero su poder no es tan grandioso como el mío —renegó Samael.

Con unas cuatro zancadas Samael se paró frente a Astaroth y lo retó con la mirada. Samael mostraba su inconformidad en un rostro inmaduro y sus acciones predecibles; aparte de que no creía conveniente otorgar más poder del que ya se había dado.

—¿Qué estás insinuando? —Belphegor asimiló las palabras de su homólogo un poco tarde. A continuación, caminó hasta Samael y lo movió del hombro para encararlo; mostraba una postura dominante y peligrosa—. ¿Crees que no soy capaz de ejercer un buen juicio ante nuestros guerreros?, ¿qué es lo que piensas, Samael?

—Uno solo de nosotros no debería hacer este trabajo, Belphegor.

—Samael —pronunció con fuerza Astaroth y así capturó la atención de los dos Lores—, solamente mira esto. Somos incapaces de ponernos de acuerdo en algo simple, ahora imagina cuando necesitemos analizar resultados; estaremos peleando todo el tiempo. Cada uno de los demonios de este reino es diferente y usa sus habilidades para el combate que más le convenga; Belphegor es un maestro en el combate y podría tomar una postura más neutral para mantener un estándar decente en las líneas militares. Así nos informará en las reuniones que tengamos sobre sus notas para hacer cambios en nuestras legiones.

De forma retadora, Samael miró a Astaroth por un momento prolongado. Por otra parte, Astaroth sabía que Samael no actuaría irracionalmente ante esta situación.

—Bien, si es lo que desean. Hagamos una votación.

—A favor —Astaroth resolvió—, Lores, por favor.

Mammon y Leviathan levantaron sus manos; esto causó complacencia en el Lord de la Piedra Gris. Belphegor también estuvo en acuerdo y por fin cuatro votos se obtuvieron.

—Queda establecido, Belphegor es nuestro Gran General del Infierno, juzgador de las legiones y el máximo maestro de combate —expuso con un tono ceremonial Astaroth—. La reunión ha concluido, así que pueden retirarse.

De manera paulatina los presentes abandonaron la sala; empero, Astaroth había pedido al Lord de la Piera Púrpura una conferencia en privado en otra de las habitaciones del castillo.

***

Ambos demonios se dirigieron a un cuarto adornado con unas armaduras variadas, una mesa circular muy grande que se hallaba en el centro, y un hermoso ventanal que mostraba la vista de las montañas nevadas y el poblado creciente. Baphomet no había dicho nada, ni un reproche; aunque esto complacía de momento a Astaroth, no le parecía aceptable su postura tan cerrada cuando se trataba de las reuniones con los otros Señores.

Por un rato largo ninguno de los dos entabló conversación; sólo se contemplaban con seriedad. Astaroth odiaba pedir favores ya que no era partidario de esos comportamientos, pero estaba obstinado a seguir con rapidez por su camino para proteger al reino.

—¿Qué es lo que quieres? —por fin Baphomet rompió el silencio, pero no la atmósfera pesada.

—No te has opuesto a nada de los cambios que se han hecho con los Señores del Infierno —Astaroth repuso con intención de controlar la conversación.

Sin embargo, el Lord de la Piedra Gris cometía un error al creer que podía leer a Baphomet como al resto de los Señores del Infierno. Baphomet era un ser todavía más misterioso que los otros; además de que sus poderes eran increíbles y casi imposibles de medir, quizá sobrepasaba a con facilidad Astaroth. Samael y Belphegor eran fáciles de descifrar, pues sus acciones hacían obvios sus deseos por obtener poder y control; Leviathan y Mammon, por su parte, aún eran jóvenes pero también denotaban expresiones de complacencia al ser reconocidos por sus habilidades.

Es cierto, repuso en silencio Astaroth al suspirar y parpadear con lentitud, él cubre su rostro en una sombra; una especie de humo que hace imposible detectar cambios en su boca, sin contar que sus ojos no tienen un iris ni pupila, pues son sólo cavidades rojas inamovibles.

—Iré directo al punto —parló Astaroth con un tono seco al no obtener ninguna respuesta de Baphomet—, necesito saber si un Dominio es posible de contener o pasmar en un mundo. Sé que tú trabajas con ayuda de los Dominios que rigen a nuestra realidad, en especial con el Dominio de las Sombras.

Los ojos de Baphomet hicieron un pequeño movimiento como si se achicaran un poco; pero no replicó ni se movió de su lugar. Parecía más como una figura estática.

—No me malinterpretes, Baphomet —replicó Astaroth con premura al notar el cambio minúsculo en el otro—, deseo encerrar a un demonio dentro de un solo Dominio y después contener ese Dominio con ayuda del sello que mantiene al Edén fuera de nuestro alcance.

—Sí, es posible —repuso Baphomet con neutralidad—, pero no tienes el poder para hacerlo, archidemonio. Ni yo, ni ninguno de los otros Lores puede.

—Entiendo. —Astaroth contuvo una sonrisa.

A pesar de que Baphomet desprendía una aura de terror, Astaroth sentía un extraño impulso que le causaba deseos; en especial un extraño deseo por poseer a ese demonio de múltiples formas.

—Solamente considera esto, Astaroth: una vez un Dominio es privado de su convivencia con otros Planos, entonces al ser desatado de vuelta reaccionará de una forma inusual y podrá traer consecuencias que modificarán a la Creación misma.

Una vez terminó sus palabras el Lord de la Piedra Púrpura se puso de pie, hizo una reverencia de respeto, caminó hacia la puerta y abandonó la sala. Había sido casi sublime; Astaroth había luchado por contener sus reacciones al contemplar a ese ente. Y, ahora, tenía otra preocupación que agregar a su lista.

Bien, eso está bien; se aseguraba Astaroth en un auto-convencimiento. Estaba dispuesto a tomar las consecuencias de sus actos con madurez y precaución, sin importar que recorriera un camino de soledad por el resto de su existencia.

De forma repentina, Astaroth creó un mapa del reino del Cielo con sus poderes; se había dibujado como si un pincel invisible creara una lona perfecta por toda la mesa. Sabía que Abaddon había mencionado el avistamiento de un archidemonio y sólo se podía tratar de una persona.

Arxeus, expresó Astaroth en su mente con un tinte melancólico. Su hermano menor no habría sido capaz de planear un ataque al Cielo, ya que Astaroth lo conocía muy bien. Se había hecho algunas ideas; podría estar asustado por su destierro del Infierno y la pérdida de su posición como Segundo Príncipe de la antigua corona. También consideraba que Arxeus era un joven inocente y con una personalidad dulce; a diferencia de él, su hermano menor no era capaz de tomar las riendas del reino entero.

¿O me equivoco?, se cuestionó Astaroth. Él había cambiado; había tomado una decisión y ahora actuaba bajo su propio juicio y lo que creía correcto. Tal vez existía la posibilidad de que su pequeño hermano también habría diversificado de parecer a raíz de lo acontecido.

Astaroth se puso de pie y contempló el mapa; sabía que para entrar a la parte sur de ese reino necesitaría la ayuda de un ángel que le diera información y un trato especial. De pronto suspiró con pesadez; no tenía otra opción si no quería arriesgar su posición en el reino.

El verdadero problema radicaba en la forma de comunicación y selección. Astaroth caminó por la habitación sin un rumbo fijo; analizaba en silencio. Sabía que las conexiones del viejo rey estaban en pésimo estado con la mayoría de los reinos vecinos, y en especial con el Cielo; por otra parte, tenía información sobre los viejos movimientos que su padre había usado para poner en desventaja al viejo rey. Alguna vez el antiguo canciller se había comunicado con un ángel, aunque había sido asesinado por los guardias imperiales.

El Lord de la Piedra Gris se quedó parado frente al ventanal y observó con cuidado la nieve que caía; todo el panorama desprendía una sensación de lejanía y melancolía. De forma repentina, Astaroth enfocó su mirada en su propio reflejo; allí descubrió que sus ropajes tipo militar no hacían juego con su máscara teatral.

—Swan —parló Astaroth con fuerza para llamar a uno de sus demonios gárgolas.

De un momento a otro la puerta de la habitación se abrió y un demonio enano, de cuerpo regordete de color gris y alas pequeñas se acercó con una reverencia. Astaroth removió la máscara teatral y se la entregó a Swan; luego se dirigió hasta la mesa y aguardó.

—Necesito que hagas un nuevo antifaz con esas mismas medidas. Utiliza tonos negros en los acabados y joyas exquisitas que resplandezcan como de un tono blanco o gris; que no sea un diseño muy extravagante, por favor. Y también necesito un abrigo negro tipo gabardina, con una capucha grande y un tanto puntiaguda.

—Mi Señor, claro que sí.

—Mañana por la noche saldré, así que te quedarás a cargo de recibir los mensajes necesarios.

—Mi Lord, por supuesto —replicó Swan con una voz aguda y rasposa.

—Yo regresaré lo más pronto posible, así que no dejes que nadie se de cuenta de mi ausencia. Tienes dos horas para entregarme los objetos requeridos.

—Sí, mi Lord.

La información que requería Astaroth no sería tan fácil de obtener, pero estaba dispuesto a arriesgar un poco más de lo que había considerado. El sentimiento de consternación era tal que lo envolvía en miedo; y Astaroth no podía dejarse guiar por el miedo, ni mucho menos dejar que otros obtuvieran ventaja sobre él.

Estaba determinado a proteger su camino, pero no mataría a su hermano. Muy en el fondo, el demonio Lord creía que su hermano merecía vivir, aunque tuviera que pagar un precio alto para mantenerlo fuera del peligro.