Era repugnante, sí, bastante repugnante; aquella imagen del ángel sentado sobre la cama, con un rostro lastimoso adornado con lágrimas constantes y una mueca desvalida. Era bajo y detestable para el Lord de la Piedra Gris; era tan falso y tan desprestigiado que causaba un repudio y una sensación de odio hacia el individuo. Qué fácil había sido; descubrir el verdadero rostro de esa creatura no había significado ni un reto.
El demonio dio dos pasos y se quedó expectante. Podría matarlo y arrojarlo como un verdadero trozo de carne al resto de los Arcángeles; podría destrozarlo y amenazar al reino con su alma. Por unos momentos, Astaroth analizó cada una de sus posibilidades y se deleitó con cada representación de dolor, odio y paranoia. Todas las opciones que referían al dolor y destrucción de ese individuo causaban una excitación en el cuerpo y alma del demonio; debía detenerse o dejaría a sus instintos apoderarse de él y se comportaría como el resto de sus homólogos infernales.
Astaroth cerró los ojos y suspiró para apaciguar el latir de su corazón.
—Incluso puedo decirte cómo llegar.
La voz del arcángel interrumpió el momento de sanidad del demonio. Una vez Astaroth abrió los ojos, contempló con sumo detalle a Gabriel. Había otra opción, otro uso, otro camino que no le causaba ninguna satisfacción carnal; era una posibilidad diferente y que podría servir en un futuro lejano. De pronto, el demonio Lord divisó a Gabriel como una víbora, una falacia andante, como un ser idéntico él.
—Gabriel —Astaroth habló con un tono seco y severo—, puedes dejar de mentir.
El rostro del ángel se abrió en sorpresa. De inmediato, Gabriel se levantó y se acercó a Astaroth; tocó sus brazos y agachó la mirada.
—No puedes engañarme a mí, ángel. Sé que crees tener la delantera con tus actos y engaños, pero estás frente a un demonio, y a un verdadero maestro del disfraz. Nadie puede asegurar si lo que digo tiene un peso real o si es sólo una forma de controlar; tú no tienes oportunidad contra mí. Como ya te lo había dicho, no estoy interesado en ser parte de tus juegos retorcidos.
—Pero yo tengo información.
—No eres el único.
El demonio retiró las manos de Gabriel; empero, el otro no desistió.
—Tengo que irme —insistió Astaroth.
—Bien —dijo Gabriel con un tono apagado; luego soltó al demonio—. Vete. Ve con todos esos idiotas que creen conocer lo que pasa en el Cielo, o aquellos que creen comprender qué ocurrió el día del ataque del archidemonio. ¡Ve! Ve a que te mientan por miedo, a que te llenen de información modificada por su propio juicio.
Sin previo aviso, Astaroth dio la media vuelta y caminó hacia la puerta; ya se había cansado de jugar con el ángel y deseaba actuar cuanto antes para encontrar a su hermano.
—¿Por qué no quieres saber lo que planea el rey? ¿Por qué no te interesa saber lo que Lord Raphael y Lord Abaddon están haciendo? ¿Por qué no quieres escuchar sobre el nuevo elegido de Su Majestad? ¿Por qué no estás interesado en escuchar la anécdota referente al Edén? ¡Dime! Todos los demonios buscan lo mismo, ¿no es así? Todos quieren ser los amos de ambos reinos y someter a los ángeles, ¿no es verdad? Todos quieren demostrar su control sobre otros y conquistar todas las tierras que se posan ante ellos, ¿o me equivoco?
—¡Basta! —ordenó Astaroth. Todas esas comparaciones que había descrito Gabriel lo enervaban y casi había perdido el control. No podía ignorar el hecho de que se encontraba en el Cielo y cualquier uso de su poder lo delataría aún más—. Yo no deseo nada de eso. Tengo otros objetivos, uno más profundo que convertirme en un rey o un Lord; no te atrevas a compararme con Samael o Belphegor. A mí no me interesa un título o un reino. Y si no vas a decirme nada útil, entonces no eres más que un cuerpo vacío.
Cuando Astaroth abrió la puerta, detectó que el silencio rondaba en el edificio; el pasillo estaba desolado y no se escuchaban voces cercanas. ¿Había caído en la trampa del arcángel?
—Está en un lugar conocido como Exilia.
¿Exilia?, ¿de qué habla?, cuestionó Astaroth en su mente. Volteó la cabeza para mirar al ángel y descubrió un rostro herido y sonriente. Aquella reacción parecía irracional o quizás demasiado real. Sin importar la verdadera razón de las palabras de Gabriel, Astaroth debía regresar al Infierno sin más retrasos; ya no estaba seguro en ese lugar, mucho menos después de haberse encontrado con Gabriel.
***
Durante el regreso al Infierno, lo único que podía tranquilizar al demonio Lord era su propia deducción de que no había cometido otro error. A pesar de que se sentía acechado por sus pensamientos de paranoia, se aseguraba una y otra vez que su encuentro con Gabriel había sido, en verdad, algo prolifero.
Una vez Astaroth reconoció el panorama frío y opaco de la Zona Gris, suspiró con fuerza y se sintió menos preocupado. Arribó al castillo y caminó por uno de los pasillos principales, aunque Swan, su demonio gárgola más cercano, le advirtió de algunos problemas, Astaroth no replicó. Sin embargo, Swan mencionó el nombre de Mammon y consiguió la atención de su amo; el demonio Lord se detuvo en seco y contempló con enojo al ente enano. Aceptó que había saltado de un problema a otro y que perdía el control de todo aquello que lo rodeaba.
***
La sala de espera donde aguardaba Mammon era una pequeña habitación, estaba adornada con una mesita de centro y unos sillones en tonos blancos y dorados; también tenía un candelabro chapado color plata que hacía juego con las paredes blancas. Además, en las esquinas se apreciaban unas armaduras pintadas en tonos mieles y grises que acrecentaban el estilo del cuarto; y justo como era de esperarse, las cortinas de un color ostión daban un toque exquisito que sólo Astaroth dejaba ver en su castillo.
Mammon estaba sentado en uno de los sillones y lucía unos ropajes negros que combinaban con su tez bronceada y su cabello blanco; su rostro mostraba seriedad y complacencia.
De pronto, Astaroth entró y ordenó a Swan retirarse. Después, caminó hasta el sillón donde se encontraba su homólogo y se quedó parado frente a él.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—¿Dónde estabas? —cuestionó con rapidez Mammon.
—No deberías responderme con una pregunta cuando yo soy quien te interrogó primero.
—¿En el Cielo? —insistió Mammon.
Astaroth no replicó. Se sentó en el sofá individual y mantuvo su postura de serenidad; no era su estilo mostrar un rostro molesto sólo porque sí, eso debía tenerlo por seguro. Pero se sentía amenazado por las comparaciones que Gabriel había hecho; como si él fuera como el resto de los demonios.
—¿Quieres beber algo?
—No —dijo Mammon con un tono tranquilo—, de hecho quería hablar contigo de algo más importante que tu ausencia.
—Te escucho.
Mammon suspiró con precaución y no se molestó en esconder sus sentimientos. Sus ojos dorados se clavaron en el rostro semi-cubierto del otro demonio.
—Samael y Leviathan han hecho un tratado y se han unido para recriminarme sobre algo que es normal en la Zona Blanca. Sé que no sólo estamos especializados en la creación de armas y defensas, sé que también dominamos una gran parte del mercado negro de trata de esclavos. Y sé que tú esto lo sabes muy bien. Pero ellos están divulgando que no tengo control sobre esto y dicen que algunos esclavos se han unido a la Resistencia; dicen que yo soy culpable de ello.
Por primera vez Astaroth sintió convalecencia por el otro demonio Lord; aunque era por el hecho de que Mammon era un novato para la política y se encontraba perdido. De cierto modo no le sorprendía que Samael creara relaciones y alianzas con otros demonios, en especial si había poder de por medio. Sabía que a diferencia de Belphegor, Leviathan no era una presencia tan difícil de dominar; sin embargo, había creído que tomaría más tiempo la creación de alianzas entre los Lores del Infierno. Otra vez se había equivocado.
—Puedo ayudarte —resolvió Astaroth sin inmutarse—, podemos hacer una alianza y demostrar la ineptitud de Samael al no controlar a sus propios esclavos.
De forma instantánea, el rostro de Mammon denotó una alegría y tranquilidad; aquellas palabras habían sido como un rayo de luz en todo ese nuevo camino que recorría.
—Gracias.
—Pero —interpuso Astaroth con rapidez—, eso significa que tú y yo tenemos una relación ahora. Nos apoyaremos en todo lo necesario para mantener el orden y para demostrarle a Samael que no puede jugar con nosotros. Eso quiere decir que seremos honestos y diremos todo lo que es necesario saber de ambos, ¿queda claro?
—Sí, sí; entonces, ¿debo decirte todo lo que pasa en mi territorio?
—Así es.
—Pues creo que conoces la mayoría de las situaciones. ¡Oh! Es cierto… —de inmediato, Mammon sonrió como un niño pequeño y continuó—: hay una situación complicada. Uno de los esclavos que entró al Infierno fue comprado por un grupo de mercenarios antes de que pudiera ser inspeccionado por mi gente; Samael estaba muy interesado en ese individuo y parece ser que ahora lo busca. Tengo entendido de que llegó con un objeto bastante peculiar.
—¿Un objeto?
—Sí, un objeto arcano; como una reliquia de las que poseemos en nuestros mercados, ya sabes: de los proto-demonios y los proto-ángeles. Aunque dudo mucho que sea un objeto así, ya que no he sido capaz de detectar el poder ni el origen, si es que realmente lo tiene ese esclavo. Debo agregar de que si existe dicho artefacto, entonces no es una reliquia común.
—¿Y estás seguro de que Samael busca eso?
Mammon asintió con la cabeza.
Si Samael estaba tras la búsqueda de un objeto misterioso, eso significaba que ya había sucumbido a los deseos de Lilith; quizás estaba enterado de lo que sería capaz de lograr si ayudaba a esa dama. Astaroth debía movilizar con cautela a su siguiente pieza, aunque era tentador utilizar a Mammon para ello; empero, estaba consciente de que no podía arriesgar a un posible peón fiel.
—Mammon, te diré la verdad. Sí, estaba en el Cielo en busca de pistas sobre un archidemonio que está con vida.
—Lo sabía; tu hermano, ¿verdad?
—Sí —afirmó Astaroth—, pero no puedo permitir que otros se den cuenta de los movimientos que hago; y si tú lo has deducido, es muy probable de que alguno de los otros Lores también lo haya hecho. Necesitamos ser muy precavidos, así que debemos buscar una forma de mover a nuestros soldados sin que sean descubiertos.
—¿Por qué no usamos mercenarios?
Algo debía admitir Astaroth; Mammon no era idiota, de hecho, a pesar de su corta edad, era muy inteligente y había demostrado ser más útil de lo que aparentaba. El Lord de la Piedra Gris sonrió satisfecho y asintió con la cabeza.
—¿Tienes un contacto?
—Sí. Son mercenarios de la más baja reputación ya que se dedican a trabajos poco comunes o catalogados como moralmente incorrectos. Samael todavía no hace contacto con ellos, así que supuse que serían una buena opción en algún momento. El líder es muy joven, pero sé que nos ayudará si le ofrecemos un pago alto.
—¿Dónde puedo encontrarlos?
—¿Irás tú? —inquirió Mammon con sorpresa.
—Sí. Samael no creerá tan importante mi movimiento ya que no estoy interesado en el esclavo. Si lo haces tú, sólo levantarás más sospechas.
—¿No sería mejor que enviáramos a un espía?
—No.
No, pensó Astaroth. Pero no era capaz de revelar la verdadera razón de su interés en los mercenarios.
—No, Mammon. Si queremos ganar la confianza de ese grupo, entonces será mejor que nos presentemos nosotros.
—Sí, es verdad. Tienes razón —aceptó el Lord de la Piedra Blanca—, entonces, debes saber que estos demonios están en la Zona Verde. También sé que el grupo que tiene al esclavo en su poder es de esa misma Zona; podríamos aprovechar la situación a nuestro favor, ya sabes, decir que es como una especie de riña entre ambos grupos sin que seamos nosotros la causa.
—Bien pensado, Mammon.
La frase de Astaroth causó una reacción nueva en el demonio Lord. Astaroth fue capaz de notar una sonrisa tímida en el rostro estético del otro demonio; a pesar de que no estaba seguro de la acción de Mammon, guardó sus pensamientos para algún momento futuro. Astaroth era precavido, más de lo que creía; así que conocer algunas cosas sobre su nuevo asociado le darían una ventaja si las cosas lo pedían.
***
Una vez la sala quedó en soledad, Astaroth se acercó a la ventana y contempló el exterior. En su mente se reprochaba los últimos acontecimientos y su falta de tiempo para pensar las cosas con más calma. Por un rato largo se quedó estático debido a sensaciones inusuales de cansancio en su cuerpo, así que lucía como una figura sombría que adornaba el sitio; su mirada estaba fija en las montañas lejanas, en la nieve que las cubría y en la belleza monumental de su ventaja natural en esa zona. Aunque estaba complacido por una parte, se negó a mostrar cambios en su rostro; ahora consideraba que no valdría la pena cambiar su imagen.