Los edificios simples estaban destruidos en su mayoría, pues ya no lucían sus techos planos y alargados hasta casi un metro fuera de los pórticos, tampoco se apreciaban los puestos de teja café que conformaban los mercados comunes. En las costas del río quedaban algunos barcos pesqueros intactos, pero estaban rodeados de trozos de madera y otras naves destrozadas. Las callejas parecían haber sido castigadas por algún objeto pesado que había dejado la piedra levantada; incluso las estatuas de conmemoración que habían adorando las plazas principales estaban batidas o partidas por la mitad.
Encantador, pensó el encapuchado. El joven demonio caminaba de entre la gente con un paso tranquilo; aprovechaba la aglomeración que había debido al caos pasado y usaba la contención de su poder para no ser detectado.
En las montañas cercanas se podía apreciar algo inusual; era una construcción casi toda en una piedra gris y una base metálica que residía en el borde de la catarata. Aquella arquitectura era dispar del resto de lo que los poblados mostraban, por lo que causaba una sensación de alerta en el joven demonio. Nunca antes había visto que el Cielo construyera industrias con una estructura tan avanzada. En el centro de la construcción se apreciaba una bola metálica como una red gigante, a través de ésta el agua cruzaba de una forma irregular; además de que había otros pilares que succionaban el agua y que parecían estar todavía en fase de prueba. El resto del interior del edificio era protegido por las paredes improvisadas que se usaban como primera etapa de edificación.
Otra cosa sorpresiva era la invasión militar que el poblado tenía; no sólo se encontraba la Guardia Infernal que buscaba pistas y ayudaba a la reconstrucción del pueblo. También estaban presentes unos ángeles militares que sólo parecían observar. A pesar de que era obvia para el joven demonio esta presencia, cualquiera podría creer que eran sólo los soldados que cuidaban la población. Sin embargo, el encapuchado sabía muy bien de los rangos de la milicia en el Cielo; aquellos soldados portaban la insignia de Centinelas, pero no estaban allí para proteger a la gente.
De forma repentina, Astaroth guardó su sonrisa; le parecía increíble que el Cielo no hiciera un esfuerzo mayor por encubrir lo que pasaba en ese poblado. De cualquier forma, no estaba impresionado de lo que en ese reino se hacía, pues conocía muy bien la base militar y política que tenían. A diferencia del Infierno, el Cielo era un reino estable y con un comando central, donde un solo rey se encargaba de dictar las reglas y los Seis Arcángeles de hacerlas realidad y validarlas en todo el territorio.
Una vez el sol cayó por el horizonte, Astaroth se adentró a las calles menos afectadas y buscó por un lugar estratégico. Los nombres de las tiendas, bares y otros establecimientos estaban escritos en el idioma angelical, pero el joven demonio era capaz de leer esa lengua debido a que la había estudiado en su niñez.
Sin previo aviso, un grupo de guerreros con una marca en sus armaduras con forma de pentagrama se acercaron a la puerta de un bar. Astaroth notó el incidente desde la cercanía y aguardó; conocía esa insignia, el pentagrama de seis picos con el centro de una runa especial era la bandera representante de los Seis Arcángeles.
Definitivamente el Cielo está planeando algo, aseguró en silencio Astaroth. No había muchas opciones si quería obtener la información respecto a su hermano; así que caminó hacia el bar y entró.
***
El lugar era acogedor y tenía seis mesas cuadradas casi todas ocupadas por grupos distintos de ángeles. Había una barra en el extremo izquierdo y una puerta en la pared cercana que sólo se podía acceder al cruzar la barra. Astaroth encontró al grupo de guerreros de la milicia de los Seis Arcángeles cerca de la esquina derecha de la barra; también había algunos otros soldados que eran acompañados por otros ángeles civiles. Astaroth caminó hasta la barra y se sentó a dos bancos de los guerreros de la insignia del pentagrama.
Una vez el ángel barman notó al desconocido se acercó a él y mostró una mueca de seriedad.
—¿Qué va a tomar? —la voz del ángel sonó gruesa y combinaba con su apariencia morena y musculosa.
—Una cerveza clara, por favor —replicó Astaroth con un tono neutral.
El ángel sirvió sin reproches y regresó al centro de la barra. Por un rato largo, Astaroth sólo escuchó las conversaciones que podía comprender; algunos hablaban de lo pesado que era el trabajo en la construcción de las nuevas fábricas, otros discutían sobre la ineptitud de la Guardia Infernal por haber dejado entrar a un demonio al reino y ser atacados, también se escuchaban quejas de la nueva invasión militar impuesta por el rey unos meses atrás. No había mucha información que Astaroth pudiera usar, así que movió su cabeza a la derecha y contempló al grupo de soldados de la legión de los Arcángeles; parecía como si hicieran guardia a una persona que se encontraba en medio de ellos.
Antes de que el demonio pudiera levantarse, alguien se sentó a su lado. Astaroth notó que el ángel era hermoso; tenía sus cabellos rizados y dorados que caían hasta sus hombros delgados, además de que su cuerpo era estético y casi entre la mezcla de una estructura femenina y masculina. Las alas del ángel eran de tonos pasteles rosas y azules, y hacían un juego con sus ropas ligeras de tono blanco inmaculado. Una vez el mesero de la barra atendió al joven ángel, Astaroth descubrió que ese individuo aparentaba una edad corta, pero quizás no era un adolescente.
Durante un rato prolongado Astaroth aguardó en alerta, pues le parecía misterioso que ese ángel permaneciera allí en silencio a su lado y sin ni siquiera mirarlo.
—Dame una buena razón para no decir que otro demonio ha llegado a nuestro territorio.
Astaroth sonrió con seguridad; bebió la cerveza e hizo un movimiento leve con la cabeza para alcanzar a ver el rostro del ángel.
—No hay una razón —divulgó Astaroth con un tono serio—, si quieres puedes gritar que un demonio ha venido aquí y que matará a todos.
El ángel rió con una voz suave y juguetona. Movió la cabeza más y dejó ver su rostro hermoso y afeminado; sus labios rosados denotaban una sonrisa que hacía un juego exquisito con todas sus facciones.
—Bien, me hiciste reír, eso cuenta —reiteró el ángel con picardía—, pero, señor demonio, hace falta más que sarcasmo para hacerme callar.
Gabriel, dedujo en silencio Astaroth. No podía ser peor, se recriminaba el demonio Lord. Gabriel era uno de los Seis Arcángeles, uno de los políticos con más influencia y poder en todo el reino. El problema se convertiría en algo real si el ángel era capaz de reconocerlo.
—Sólo he venido por información.
—¿Información? —dudó con suavidad Gabriel. Luego se movió un poco más para acortar la distancia entre él y el demonio—. No pareces un espía, eso lo sé porque no usaste un disfraz de ángel para venir a los rangos bajos de nuestro ejército y obtener rumores.
—No estoy interesado en lo que ustedes hacen por aquí.
Aquella respuesta hizo que Gabriel mostrara otra sonrisa, aunque esta vez transmitía seguridad y complacencia.
—Pero buscas información.
Por otra parte, Astaroth debía ser excesivamente cauteloso si no quería meterse en una problemática real. El demonio Lord aguardó por otra reacción en el ángel para planear sus próximas frases.
—Información —repitió el ángel—, pero dices que no te importa lo que hagamos aquí. Vaya forma tan extraña de decir las cosas.
Con prontitud, Astaroth se levantó de la banca y dejó unas monedas de créditos celestiales para pagar; intentó caminar, pero Gabriel se puso frente a él. De forma imprevista, Gabriel mostró sorpresa en su rostro, luego se acercó hasta la boca del demonio y respiró con pesadez; recorrió el rostro hasta llegar a la oreja de Astaroth.
—Ven conmigo, demonio.
¿Qué planea?, dudó Astaroth con inquietud. A pesar de que su semblante mostraba seriedad, por dentro se sentía en pánico y ahora se cuestionaba si había cometido un verdadero error. Pero, si no hago lo que quiere, entonces podrá actuar de forma irracional, aseguró el demonio en su mente. De pronto suspiró y se dejó guiar por Gabriel hasta el exterior del bar.
Por unos minutos prolongados no dijeron nada, sólo caminaron por las calles y pasaron una de las zonas más destrozadas. Astaroth movió los ojos para descubrir detalles que pudiera usar; aunque no había visto bien la escena, no pudo hacer más para no levantar sospechas. Después de cruzar el sitio, arribaron hasta una posada local y se adentraron. Con prontitud cruzaron el recibidor y subieron por las escaleras hasta que se quedaron parados frente a una puerta.
—Por favor, demonio, entra —ordenó con un tono cargado de diversión Gabriel.
El demonio Lord analizó a toda prisa; tenía la sensación de que iba directo a una trampa. Sin embargo, Astaroth no estaba en posición de actuar a la fuerza; había tres grupos militares en total, eso lo pondría en una desventaja obvia y sería capturado si lo descubrían. Entonces, Astaroth abrió la puerta y entró a la habitación.
El cuarto estaba a oscuras y tenía dos camas individuales bien presentables, unas mesitas de cajonera en cada costado de las camas, unas lámparas pequeñas ovaladas, una ventana grande que dejaba pasar la luz exterior a través de las cortinas blancas, también se apreciaba una mesa grande que mantenía una especie de esfera de cristal en su superficie. Astaroth sintió al ángel detrás de él, pero no se movió.
—Entonces, demonio, ¿por qué estás aquí?
Sin previo aviso, Gabriel acortó la distancia y recorrió el torso de Astaroth con sus manos, luego llegó hasta el cuello del demonio y lo palpó con obscenidad, después tocó el rostro e intentó retirar el antifaz. Sin embargo, Astaroth impidió a Gabriel proceder al sujetar las muñecas del ángel.
—Ya te lo dije: información.
Una vez divulgó Astaroth, y soltó al ángel, caminó hacia la cama, dio una media vuelta y contempló a Gabriel. Todavía no le quedaba claro qué hacía en ese lugar, ni qué deseaba el arcángel.
—Yo tengo mucha información —dijo Gabriel al acercarse a Astaroth; mostraba una sonrisa infantil y fingida—. Mucha información porque soy el Mensajero.
De nuevo Gabriel acortó la distancia; pero esta vez tomó las manos de Astaroth y las puso sobre su propia cintura. Con sus brazos aprisionó al demonio en una especie de abrazo y habló sobre el oído de Astaroth.
—Pero a cambio de la información deberás pagarme.
Bien, se respondió Astaroth con enojo, si quiere jugar entonces hagámoslo.
—Veo que quieres algo más que sólo un pago monetario —Astaroth pronunció con un tono sensual y acercó su boca al cuello del ángel—. Puedo darte lo que quieres; dime qué es lo que deseas y yo te complaceré.
Astaroth recorrió el pecho de Gabriel con suavidad y sólo pasando las yemas de los dedos; a continuación, movió el cuerpo del ángel y lo acostó sobre la cama. Astaroth se puso sobre el ángel, pero no actuó y sólo mostró un rostro serio. Por otro lado, Gabriel sonreía gozoso y estaba excitado por el momento.
—Eres patético —expuso Astaroth con molestia—, tan sólo mírate, Gabriel. Eres uno de los Seis Arcángeles más poderosos de este reino y no eres más que un niño mimado que ha sido rechazado una y otra vez. Ahora me demuestras lo débil que eres y lo mucho que deseas sentirte deseado por aquella persona que te ha desvalorizado. Pero, eso quieres, ¿no? —inquirió Astaroth. Se acercó a Gabriel y lo tomó del cuello con la mano derecha, aunque no lo ahorcó—. ¿Deseas que te lleve al límite y te haga olvidar tus penas, reproches y sentimientos de inferioridad?
Los ojos azules aguamarina de Gabriel se abrieron en forma de sorpresa; empero aguardó. Astaroth movió su cabeza hasta el rostro de Gabriel y lo lamió con perversión.
—Puedo darte eso y más. Podría hacer que todo fuera mejor para ti, Gabriel. —De pronto, Astaroth soltó el cuello del ángel y se movió hacia el borde de la cama; se sentó y suspiró con fuerza.
—¿Por qué te detienes?
—Porque no voy a complacer tus deseos retorcidos, Gabriel. No vale la pena.
—Pero yo quiero —insistió el arcángel una vez se sentó junto a Astaroth.
—Además, no busco información sobre tu reino. Estoy aquí para encontrar una pista y comenzar una búsqueda.
—Si te dijera lo que quieres, ¿jugarías conmigo?
—No —expuso Astaroth con un tono seco—, no puedo hacerte eso; no es mi estilo. Aunque la invitación sea tentadora, no me gustaría que después de hacerlo te llenes de sentimientos de desesperanza y vacío.
Astaroth se puso de pie y caminó hacia la puerta, pero se detuvo al escuchar unos gemidos de dolor provenientes de Gabriel. Dio una media vuelta y contempló la imagen del arcángel como si fuera un niño menor que él.
—Nadie —dijo entre lamentos Gabriel—, nadie había negado mis invitaciones. Nadie me había dicho lo que tú me has dicho, sobre sentirme así, como un pedazo de carne sin valor. ¿Por qué?
—Te diré la verdad, Gabriel. En estos momentos estoy buscando a mi hermano, así que no puedo darme el lujo de perder el tiempo. No digo que tú seas una pérdida de tiempo, pero no quiero sentir que me he equivocado más de lo que ya presiento. —Astaroth se acercó a Gabriel y tocó con suavidad su cabeza—. Tú tienes tus propios problemas y yo no puedo ayudarte en estos momentos. Si no encuentro a mi hermano, los Lores del Infierno lo asesinarán y no puedo dejar que eso pase.
—Pero —expresó Gabriel con asombro genuino—, ¿tu hermano es el archidemonio?
No hubo respuesta.
—¿Eh? —Gabriel mostró sorpresa en su rostro—. Tú eres un archidemonio también. No, no puede ser… tú, tú eres… tú eres… ¿Astaroth?
Nuevamente Astaroth se alejó de Gabriel y regresó su interés en la puerta; aunque había engañado al ángel sobre lo que había dicho respecto de no querer hacerle daño, no tenía intenciones de involucrarse de ninguna forma con un arcángel.
—Yo sé a dónde fue tu hermano.
El demonio no se movió y aguardó como si se tratara de un juego de palabras.
—Sé dónde está exactamente —reiteró Gabriel. Se acomodó para quedar sentado de frente al demonio—. Puedo decirte.
¿A cambio de qué, Gabriel?, dudó en silencio el Lord de la Piera Gris.