Capítulo 4
Una vez que se decide por escribir, agarra la bolsa de la merienda fuertemente para que no se la boten y comienza a realizar los primeros trazos de una palabra en la libreta; entrando por segunda vez en ese extraño mundo. Cuando despierta observa los mismos prados donde se había encontrado anteriormente, camina durante horas hasta ver un bosque a lo lejos ¿Debía entrar? La verdad no tenía muchas opciones, pues en ese mundo estaba anocheciendo y era quedarse a la vista o entrar exponiéndose a cuantas sorpresas fuesen a aparecer.
En fin, entró sin dar un paso atrás, siluetas, sonidos y movimientos estaban a su alrededor ¿O en su cabeza? Al alzarse la luna no quedó nada para ver, pero escuchar era algo que en su opinión se hacía de más, el miedo le devoraba la mismísima alma mientras creaba situaciones en su mente que obviamente no ocurrirían. Casi al amanecer fue vencido por el cansancio, al despertar pensó que estaba en su mundo, pero estaba equivocado, al parecer había quedado atrapado entre las páginas de aquel libro tan misterioso. Sin embargo, no había tiempo para quejarse, debía encontrar la forma de regresar.
Durante su trayectoria encontró unas motas brillantes, unos hongos realmente llamativos y algo que parecía una pepita de oro, los que guardó en su bolso. Se sentía feliz y preocupado, pero más preocupado aún se sintió al tener el presentimiento de que era observado y, por si fuera poco, alcanzaba a escuchar como si ramas se rompiesen a su alrededor.
Encontró un árbol para descansar (o eso quería hacer creer) usando su tronco como respaldo, al instante logró percibir como algo caía frente a él. Abre los ojos lentamente, observa una máscara con algo característico, tres círculos que se unían entre sí, formando una especie de triángulo. El ser que la portaba estaba cubierto de vello blanco con un aspecto deplorable. Federico con curiosidad se dirige hacia este preguntándole:
—¿Esto es lo que buscas? –Mostrándole el bolso.
Ante lo cual el ser retrocede tres pasos arrastrando los grilletes y cadenas que colgaban de sus brazos y pies. Con movimiento peculiar mueve la cabeza sonando al unísono lo que parecían cascabeles, arrebata el bolso con movimientos rápidos y trepa un árbol como si corriese por el suelo.
Federico queda asustado por los misterios de ese mundo. Una vez que vuelve en sí comienza a gritarle al ser extraño:
—¡Devuélveme mi bolsa, detestable animal! – Exclama entre gritos al mismo tiempo que una raíz lo golpea en la cabeza como si hubiese sido arrojada. Esto lo enfurece aún más por lo que continúa gritándole todo tipo de ofensas.
Después de tanto correr decide dejarlo y continuar su camino, pues si quería volver tenía que encontrar una manera. A medida que caminaba sentía como aquella cosa lo seguía entre los árboles.
—Ya se está haciendo tarde, tengo hambre y no he salido de este bosque. Pero eso no es todo, claro que no, tengo a un ser que no sé si va a transformarse en algo para devorarme al anochecer o me matará por pura diversión –decía para sí mientras escuchaba el mover de las ramas.
Una explosión sobre él rompe el silencio relajante del bosque mientras cae el extraño frente a sus pies junto a cientos de pelos blancos:
—Tu sí que sueltas pelos ¿eh? –comienzan a estallar estos con el mínimo roce.
Desesperado corre para salvarse, junto a él se encontraba el ser.
—¡Tú! ¡Aléjate! No quiero salir volando por los aires –lo piensa mejor– Pero antes devuélveme mi bolso que ahí tengo mis provisiones.
Había transcurrido un buen rato después de la última explosión y por lo visto eran los pelos sueltos los únicos causantes de estas. Como un primate se acerca el extraño ser con el bolso en la mano. Federico ante tal gesto le dice:
—Que bien, gracias. Pensé que nunca me lo devolverías –y cuando se dispone a cogerlo lo retira– ¿Estás bromeando? –nuevamente lo acerca y aleja al Federico intentar agarrarlo– Quédate con esa basura de bolso, ya no lo necesito –Tras decir esto se lo avientan por la cabeza, lo recoge del suelo y observa en su interior –te comiste mi merienda y mi almuerzo… ¿Dónde están las motas? ¡Ahora sí te mato! –En ese momento comienza a brillar el extraño ser– ¡No vayas a explotar! –Unos segundos después la luz lo cegaba y Federico no estaba en el bosque sino frente a unas grandes murallas con una puerta enorme. Tras acercarse al lugar escucha a alguien decir:
— ¿Quién anda ahí?
— Soy Federico
— ¿Qué quieres?
Federico piensa Eso mismo me pregunto yo — Entrar, no es obvio –¿Quiero entrar?
— Levanta los brazos y abre las manos para ser revisado –Lo ejecuta y siente como si lo revisaran, aunque no ve a nadie.
—¿Ahora me dejan entrar?
—Necesitamos que nos digas con qué fin pretendías usar este objeto –le lanzan una goma de mascar.
—¡Pero que subdesarrollo! Esto es goma de mascar, es para masticarla.
—No tiene lógica algo que solo es para masticar.
—A mí me quita el estrés… Bueno, ya déjenme entrar pesados –Desaparece la goma delante de sus narices y siente a alguien masticándola– Me encanta que disfruten mi goma de mascar, no es que importe mucho, al final no me iba a quitar el hambre.
—Puedes pasar –Se abre la compuerta y se observa lo que parecía una ciudad medieval en su interior.
Federico entra y comienza a sentirse paranoico por la forma en que era mirado por todos. Para su buena suerte (o mala) comienza un gran diluvio y decide entrar en lo que parecía un bar. Fue lanzado a patadas de este, pues era un gremio. Así fue de gremio en gremio hasta llegar a un lugar allá donde nadie alcanzaba ver. En su interior no había nadie excepto las arañas que tejían felizmente en las esquinas y los ratones que se desplazaban con toda confianza por el pasillo principal. Las mesas estaban cojas, pero tenían libros como soporte. Se acerca a lo que parecía la recepción y se dice:
—¿Debería llamar? Está muy apartado, capaz que me salga un vampiro, mejor me voy –Y cuando se disponía a salir el lugar comienza a temblar– Pero ¡¿qué está sucediendo?!
En su nuca siente un aliento, casi como un soplido; gira la cabeza y observa un ser extremadamente fuerte, inmenso, con cara de jabalí y con unas manos que fácil podían aplastarle su cabeza de solo desearlo. Al observar esa figura tan sorprendente pega un grito:
—¡Ayudaaa!