Los rayos de luz atravesaban con osadía los doseles contiguos a la cama en la que Adeline dormía plácidamente. La joven, no había podido conciliar el sueño durante toda la noche y para poder dormir, requería del habitual brillo matutino que la tranquilizaba cuando se colaba desde temprano a su aposento. Aquello era la promesa de que aunque ella sellara sus ojos y se viera sumergida en una profunda oscuridad, no importaría, porque sabía que la iba a estar acogiendo la luz solar, la misma con la que se durmió solo por unos instantes.
Su miedo a la oscuridad, al terror de aquellos monstruos figurados en pesadillas, se veían ínfimos cuando ponía un par de ansiolíticos en su boca y ahora con la inusual práctica de dormir únicamente por la mañana, aminoraba sus ataques de ansiedad.
Adeline sabía que se estaba enfermando. No podía seguir basando su salud mental solamente con pastillas y con el no dormir por las noches. Incluso en ese estado se negaba a pedir ayuda, aun cuando apenas sobrevivía día tras día en completa soledad.
Al sentir la calidez del sol en su rostro se removió sobre el colchón, hasta finalmente abrir despacio sus ojos.
No se encontraba en su habitación, sino, en la misma recámara que habían preparado exclusivamente para ella desde los primeros días que se hospedó en la mansión Sonobe, a causa de la explosión en el penthouse Moriarty.
Se sentía vacía, era como si ella misma fuera un aparato en proceso de construcción y que aún no se había podido armar por la ausencia de una pieza primordial para su adecuado funcionamiento. Pero ¿Cuál era la pieza faltante? ¿Quizás el amor?.
Levantándose, Adeline se dirigió hacia el librero, en donde se encontraban varios escritos que Jean Pierre había recopilado para ella. La mayoría reposaban en la biblioteca que el hermano del medio exhortó construir para ella. Siendo Damien, el que custodió toda la construcción de esta misma, en tanto los obreros de Jean Pierre trabajaban.
Sonriendo, recordó cuando él le había dicho que le haría una estantería más grande para todos sus libros y los escritos obsequiados exclusivamente para ella, pero le terminó por hacer toda una biblioteca.
Con nostalgia, extrajo de la estantería el libro de Julio Verne que Jean Pierre le había arrebatado aquel día en la librería, solo para fastidiarla por su altura. Aunque Adeline, se encontraba en el promedio, el hermano del medio, al igual que el otro par Sonobe, heredaron una gran estatura, por lo que para ellos no significaba ningún problema extraer libros de la biblioteca por más arriba que estos estuvieran, algo que Adeline definió como "Los libros inaccesibles".
Un par de lágrimas se escaparon de sus ojos, no comprendía el porqué le resultaba tan difícil expresarse y es que cada vez que abría la boca, era como si alguien le hubiera robado la voz.
Desde muy pequeña, guardó silencio, nunca juzgó a su madre por lo que hizo. Si bien, la abandonó, pero ¿Cómo juzgar a alguien que se ahogó en su propia miseria? Siempre Adeline, anteponía a sus seres amados que a ella misma, hasta que empezó a dolerle y a pensar que su madre no luchó como ella lo hacía por esta, solo porque Adeline, no era un motivo suficiente para mantenerse aún con vida.
Bajando la cabeza, colocó el libro en su respectivo lugar, para seguidamente secarse las lágrimas, como si nada hubiera pasado, y salir de su aposento.
Había salido con un vestido corto de seda negro que poseía detalles plateados y con unas pantuflas negras. De este modo entró a la terraza en donde la familia Sonobe, a excepción de Jean Pierre, se encontraban desayunando.
Cuando Adeline entró, todos dejaron de comer con el único propósito de contemplarla, sobre todo los dos hermanos Sonobe, Jean Paul y Gianluca, quiénes habían quedado embelesados al admirarla con ese conjunto tan íntimo que traía.
Zafira y Marion, se habían arreglado desde muy temprano solo para desayunar. Con el único objetivo de impresionar a sus respectivos amores prohibidos, sin embargo la misión fracasó, cuando la primera no obtuvo el interés propiamente de Jean Paul y la segunda porque el hermano del medio, no había hecho acto de presencia.
Adeline un tanto avergonzada, al ver que las otras dos acompañantes se encontraban más presentables que ella, se ruborizó. Por otro lado, aquello no fue un impedimento para que ella se sentara a desayunar en una silla vacía que estaba en el medio del hijo mayor y menor de los Sonobe.
Zafira se moría de la envidia y de los celos al ver como Jean Paul miraba a Adeline con deseo y amor. Ella no se había ni siquiera esforzado en cautivar su interés, al contrario de la pelirroja que la mendigaba a todas horas. ¿Por qué él no era capaz de verla como la veía a ella? Se preguntó Zafira algo frustrada.
Mientras que Marion, la recibió con una afectuosa sonrisa, aun cuando advirtió que Adeline había buscado con la mirada a la única persona que no estaba presente en la terraza, al amor de su vida que nunca fue correspondido.
Bajando la mirada, la castaña siguió comiendo.
_ Te salvaste, posiblemente si hubieras aceptado mi invitación para dormir conmigo, puede que todavía estuvieras sin ropa en mi cama. No puedes alimentar a un león solo con la vista Adeline Strange, eso es muy grosero de tu parte. _ Masculló Gianluca cerca de su oído, para después sonreír lúdicamente y seguir bebiendo de su jugo de naranja.
Adeline, rodó los ojos ante el comentario pícaro de Gianluca. Ayer, le propuso quedarse a dormir en su aposento y es que el menor de los Sonobe quería tenerla de una forma más intima, él solo por primera vez, quería sentir su compañía sin ningún tipo de juego obsceno al que solía jugar con las demás. Quería despertar con aquella mujer, cuyos ojos asemejaban una tempestad en la que se fue sumiendo tan pronto como la vio.
Su mirada se cruzó con la de Jean Paul. En aquellos ojos de avellana se podían contemplar un mar de emociones inestables, para nada propio del hijo mayor. Se derrumbaba por dentro, al parecer no era tan irrompible como aparentaba ser ante los demás.
_ Ahora dime ¿Quién juega con quién?. _ Su incógnita sorprendió a Adeline. _ Para que lo sepas, en esta partida de ajedrez, me estaré acercando más a la reina, ya sea para unírmele o para arrastrarla, sea como sea estarás conmigo. _ Dicho esto, Jean Paul se levantó de la mesa para seguidamente mirar por ultima vez a la joven y desaparecer del lugar.
Adeline agarró una copa de vino y se la bebió de un solo trago, apenas iniciando el día y ya tenía que lidiar con varios sentimientos al mismo tiempo.
...
La tarde caía envuelta de colores pintorescos que teñían el cielo de diversas tonalidades de violetas y naranjas. La primavera se acentuó en el jardín. La vista era tan hermosa e irreal, tantas flores, tanta vida existía en los vergeles que con solo contemplarlos, Adeline sonrió desde la terraza. Estaba allí, parada, observando a las aves siendo libres volando, su cántico la tranquilizaba, como el desplazamiento incesante que provocaba el viento contra los frondosos árboles coníferos.
Al estar tan sumergida en el panorama, no se percató de la presencia de Marion en la estancia.
_ Ya es hora de prepararnos para la celebración. Los estilistas están aquí. _ Avisó, con una sonrisa triste palmada en sus labios.
_ Enseguida estaré ahí. _ Contestó Adeline, sin apartar la vista del jardín.
Marion bajó la cabeza, para luego ubicarse al lado de ella.
_ Me enamoré irrevocablemente de Jean Pierre desde que éramos unos niños. Pero mi amor por él no fue correspondido. El amor que siente por ti Adeline, no lo ha tenido por ninguna mujer jamás. _ Adeline cruzó mirada con ella y en sus ojos púrpura vio lágrimas caer. _ Pensé que en algún momento él me amaría, pensé que enseñándole, él se quedaría conmigo al fin. Que equivocada estuve, porque a pesar de que hagas hasta lo impensable, por más que te destroces cada día por esa persona, no interesa, el amor no florece si solo una de las dos partes lo siente y él a mí nunca me verá como a ti te ve todos los días. _ Desviando la mirada, prosiguió. _ A diferencia de sus hermanos, él nunca a tenido siquiera encuentros con mujeres solo por diversión. La constante es la misma ninguno se ha enamorado, hasta ahora, pero Jean Pierre se estuvo reservando para alguien durante todo este tiempo y resulta que ese privilegio lo tuviste tú. Esos tres hermanos te aman y están dispuestos a darlo todo con tal de tenerte, pero tarde o temprano tendrás que definir tus sentimientos y escoger a uno, porque es lo mínimo que ellos se merecen. _ Dicho esto, Marion se marchó, dejando a una Adeline pensativa y confundida.
...
El sol se ocultaba, dando paso a la oscuridad de la noche. Incluso hasta la luz más resplandeciente, se enmascaraba con el sombrío cielo negro. Ni el resplandor de la luna y las estrellas, había sido visto esa noche. Era como si un manto negro hubiera acaparado todo el cielo.
Desde el ventanal del vestíbulo, Adeline contemplaba el exterior. Observaba como vehículos deportivos, como también limosinas, se aparcaban. Escuchaba difuminadas voces provenientes de aquellos aristócratas que se adentraban con sus trajes elegantes y sus respectivas máscaras al interior de la mansión.
Un baile de máscaras, no le parecía a Adeline la mejor de las ideas. Había sido como una invitación personal para el asesino que estaba detrás de todo esto.
En estos momentos ingresaban multitudes de intrusos enmascarados que ella desconocía. Los Sonobe convirtieron su hogar, en un refugio para acoger a la mente maestra del siniestro juego al que fueron condenados a jugar.
Desviando sus grisáceos ojos, observó a Zafira mirándose al espejo. Su vestido rojo de preseas brillantes, llevaba una abertura que dejaba al descubierto una de sus piernas. Su prominente escote se abría a la mitad de su pecho. Su vestido era ajustado al cuerpo, hasta que se abría bajo sus pies, presentando una larga cola detrás de este. Sus zapatos de pedrería, hacían conjunto con sus accesorios y tonalidad de su respectiva máscara plateada con detalles rojizos. Aquellos feroces ojos negros, sobresalían en sombras oscuras, delineado y pestañas encrespadas. Los labios habían sido pintados de un intenso rojo escarlata y su cabello pelirrojo amarrado en una alta coleta, el cual caía como colochos en sus hombros. Su aura predominaba en el salvajismo y en el arte de la seducción que envolvía con su cuerpo.
Retirando la mirada, su vista se fijó en Marion. Su vestido plateado ceñido a la silueta y de pedrería brillante, poseía una gran abertura en su espalda, su escote era más sutil a comparación al de Zafira. Y en su hombro izquierdo, había una manga prolongada que le caía junto a su largo vestido, mientras que su hombro derecho se encontraba desnudo. Sus zapatos plateados, eran de la misma tonalidad que sus atavíos y su máscara, a excepción de que esta contenía detalles en púrpura. Aquellos místicos ojos, resaltaban con sombras claras, rímel y en un fino delineado. Su labial de brillos, le concedía un aspecto más natural. Su cabello castaño se hallaba en un moño, enrollado en dos trenzas laterales que lo prensaban a lo alto de su cabeza. Su aire profuso de divinidad y pureza dominaban en ella.
Adeline bajó la mirada, para seguidamente contemplarse en el espejo. Su vestido dorado con detalles extravagantes en negro, era prolongado y ancho. Poseía sobre sus hombreras, una capa corpulenta que le caía bajo sus pies, sus accesorios eran de color dorado pletóricos de brillo negro, excepto por el collar de rubí en forma de corazón que le había obsequiado Jean Pierre en su cumpleaños. El colgante, reposaba alrededor de su escote de cuello alto. Sus zapatos dorados con negro, poseían la misma tonalidad que sus atavíos y su respectiva máscara. Esos gélidos ojos de tormenta destacaban con una suave sombra dorada sobre sus párpados y otra sombra de negro brillante enmarcaba su cuenca. Sus cejas oscuras enfatizaban su mirada, junto con esas pestañas largas y gruesas. Sus pómulos marcados, a perfilaban visiblemente su rostro de porcelana. Y sus labios, habían sido pintados con un gloss de color rojo, los cuales se apreciaban más carnosos. Su cabellera rubia lo conformaba un peinado de estilo corona, hecho por dos trenzas finas de sus respectivos costados que bordeaban su cabeza. A diferencia de las demás, Adeline llevaba su cabello lacio suelto, el cual le caía hasta más bajo de sus caderas. El misterio, la elegancia y la oscuridad, abundaban en aquella joven violinista...