Me dispuse a caminar con seguridad dentro de la prisión, hice caso omiso a los comentarios de las presas, abrí la puerta de la Sala de juntas y miré a la jefa de la unidad. Supuse que las cosas no estaban de su lado, pero no sabía lo que tenía que hacer. Simplemente esperaba una orden.
Me quedé escuchando las noticias en el televisor, todo era despiadado y doloroso. Nunca comprendí la razón por la cual los noticieros siempre debían dar noticias tan horribles, jamás una bonita, pero así eran los medios de comunicación y, de algún modo, eso vendía mucho más que la felicidad.
Cuando entré a esta unidad me sentí seguro de mis actos, sabía las razones de lo que haría y demás, pero todo eso podría cambiar de un día para el otro.
—Martín, necesitamos que te infiltres, tenemos que tener un infiltrado. —Al decir eso, la jefa se puso de pie y agarró una carpeta. Se sentó de nuevo y la puso sobre la mesa—. El Guerrero debe confiar en ti.
Mi ceño se frunció inmediatamente al oír aquellas palabras, ya que estaba más que seguro de que él no me iba a creer. Era un pan de Dios, las personas no tenían idea de por qué estaba en la unidad. Yo no entendía la razón del pedido de la jefa, no podía hacer tal cosa y menos yo, sabía que había muchos funcionarios capaces de hacer aquello, pero yo no era uno de esa lista.
Me negué a su orden, no deseaba ser un hombre infiltrado.
—No, yo no sirvo para eso...
Ella me hizo una mueca con los labios y negó con la cabeza.
—No importa, el Guerrero no se va a dar por enterado, piensa eres el niño más bonito de aquí —dijo con seguridad y prosiguió—: Nadie creería que eres uno de vigilancia, eres perfecto para el perfil.
Volví a negar.
—No, yo no haré eso, lo siento —dije mi última palabra.
El rostro de la jefa cambió drásticamente, al parecer mis palabras no fueron lo que ella esperaba.
—Harás lo que yo diga, si no lo haces, deberías irte de esta unidad. —Señaló la puerta con la cabeza.
Asentí tan solo una vez.
—Sí.
Me puse de pie y comencé a caminar rumbo a la puerta, la abrí y pensé seriamente en sus palabras. Estas rebotaban en mi cabeza miles de veces, tenía que hacerlo o no volvería a trabajar en años.
Cerré los ojos por un instante, pero luego me di la vuelta y caminé despacio, me volví a sentar en aquella silla amarilla que estaba justo delante del escritorio de madera negra de la mujer. Asentí para no decir nada.
—Gran decisión, Woods —dijo ella con suma seguridad y firmeza en su tono de voz—. Procura hacer lo correcto, recuerda que eres un guardia.
Bajé la mirada, pero luego la alcé y asentí.
—Nunca olvidaré lo que soy, ¿por qué me dices estas cosas? —Pregunté lleno de curiosidad—. Mamá, todo saldrá bien.
Ella asintió con la cabeza y acarició mi mano, se acomodó en su silla y señaló la puerta.
—Vete, más tarde te diremos tu perfil nuevo, la identidad que debes tener de ahora en más. —Dicho eso se llevó las manos a la cabeza, acomodó su cabello marrón y soltó un suspiro—. He dicho que te vayas, ¿acaso eres sordo?
—Lo siento, señora —murmuré.
Me puse de pie y volví a caminar rumbo a la puerta, esta vez la abrí y salí de la oficina. Observé que Narváez me miró, así que me acerqué a él.
—¿Qué pasó allí dentro? —Cuestionó.
—Pero que chusma eres, pasaron cosas.
Una de las presas pasó y le guiñó el ojo a Narváez, este la miró, pero ahí terminó todo.
—Sí, bueno, como sea —dijo caminando a Dios sabe dónde.
Me quedé esperando a la jefa, necesitaba que ella me diga la situación y lo que debía hacer. Tenía que estudiar por completo mi nueva vida, sabía que eso me iba a costar, pero tenía que hacerlo de todos modos.
Tenía veinte años y toda una vida por delante, ahora solo tenía que esperar empezar a vivir con un nombre e identidad falsa.