En cuanto la enfermera se fue, no tuve más remedio que esperar hasta la hora de la merienda sin hacer absolutamente nada, cuando volvió cargando una charola con tostadas, mermelada, frutas y un enorme, gigantesco, vaso con leche.
Hacía tantísimo que no bebía aquello que se lo arrebaté en cuanto lo dejó a mi alcance. Tampoco me puse a pensar mucho sobre si la comida tenía algo, que podía sonar paranoico, pero no era la primera vez que un amo jugaba así con sus esclavos. Todavía recuerdo a Emily cuando le ofrecieron las sobras del día anterior y, en cuanto nos lo compartió y ella fue la primera en probar, resultó ser que los infelices le habían puesto alfileres dentro. No fue un escenario agradable y ella tuvo que limpiar el desastre que había provocado.
Como sea, la fruta ya la conocía, pero la mermelada fue lo complicado. Me negué rotundamente a comer aquello, si bien no tenía un olor desagradable, el aspecto pegajoso y morado no me terminó de convencer. Así que, aun con la insistencia de la joven enfermera, preferí no tocar aquel menjunje.
Ella volvió a irse, una vez se aseguró de que comiera la mayor parte, llevándose de paso la bandeja con las sobras. No me sentí cómodo viéndola hacer lo que, en el pasado, habría sido mi trabajo.
Sin más por hacer, terminé conversando con el sistema o al menos intentándolo, porque la muy infeliz se negaba a contestarme la mayoría de las preguntas que no fueran las más técnicas. No podía preguntarle que tipo de sistema era porque ni ella lo sabía, aunque sí podía responderme que estaba aquí para ayudarme a ser fuerte. Me dijo que era como si pudiera sentirlo muy en el fondo de su ser, pero yo lo tomé como una tontería.
Quien hubiese creado ese libro, sí que estaba mal de la cabeza para darle emociones y pensamiento propio a un objeto. Todo era muy extraño, pero no es como si me interesase lo suficiente. La difusa idea de fugarme de aquí y huir a la colonia más alejada de Joy me seguía pareciendo tentadora, pero sabía que sería imposible ahora que acepté formar parte de Justice. Veía difícil abandonar una casa tan importante una vez te unías.
Dentro de todo, tampoco es como si fuese el peor escenario posible. Tenía comida, un techo y no me azotaban por hablar o mirar a la cara a alguien, era lo único destacable por el momento. Aunque sabía muy bien que, en cuanto nos reubicaran, las cosas podían cambiar, no me asustaba del todo. Sabiendo que contaba con la supuesta libertad que Arthur había mencionado, no veía difícil lograr defenderme y aplastar a quien me perturbase.
No era iluso, tampoco podía pensar que al primer desplante iban a dejármela pasar por ser quien soy, pero sabía que con eso me evitaría problemas con aquellos que se creyeran mejor que yo. Al menos por un tiempo.
Y, si las cosas iban realmente mal, podía hablar con Arthur. Después de todo, solo acepté unirme a Justice por él. Aunque seguía viéndolo un poco difícil conociendo el grado de importancia que tenía aquí, que no parecía poco por como los demás soldados se habían retirado con solo ordenárselo.
La noche llegó, comí lo que la enfermera me llevó y el sistema volvió a saltar en cuanto terminé la carne, verduras y legumbres que me dieron.
«Misión diaria: Consume nutrientes esenciales. Completada»
«Recompensa: 2XP»
«EXP:57/100»
Aquella noche dormí más cómodo de lo usual, la cama de hospital ayudaba mucho teniendo en cuenta que solía dormir apiñado con el resto de los esclavos en invierno para no morir de frío o sobre el piso de madera en los graneros cuando hacía más calor.
A la mañana siguiente, luego de un corto desayuno, un soldado vino a verme. Era la única mujer del grupo de Arthur. Me entregó unas prendas sencillas, pero cómodas y que olían a suavizante, bastante mejor de lo que esperaba, y me dijo que hoy me reubicarían.
Me vestí lo más rápido que pude y salí por la puerta de la entrada, esperando encontrármela junto. Así fue.
Ella me dio un rápido escaneo, asintió como comprobando que estaba bien y me pidió que la siguiera con una seña. Todo me pareció muy raro, así que no paraba de mirar en todas direcciones como esperando algo. Aun así, apenas divisé a Arthur al final del pasillo, me calmé lo suficiente para no echar a correr en cualquier dirección al más mínimo ruido. Este lugar parecía estar deshabitado.
– Gracias por traerlo, Madeleine. – ella asintió cortamente y, con una suave reverencia, se despidió, yéndose por donde vino.
Miré reticente a Arthur, no me gustó que me haya dejado con aquella mujer. Era rara.
Él sonrió de lado, como adivinando mi pensamiento.
– Madeleine puede ser algo peculiar, pero no es mala gente. – apreté los dientes, intentando evitar soltar algún comentario ácido para rebatir aquello, como lo que había sucedido ayer. – Carbón, ¿Qué hemos hablado ayer?
Respiré hondo para no soltar algo de lo que pudiera arrepentirme antes de hablar, pero sabía que, si abría la boca, solo sería para contestarle de muy mala forma, así que preferí callar.
Arthur suspiró cansado.
– Ahora eres de Justice, tienes que comportarte como tal y la familia Justice no se ataca entre sí.
– Pero aparentemente si a los demás... – murmuré por lo bajo.
Él solo negó con la cabeza, agotado de mi mal carácter.
– Está bien, lo dejaremos así por el momento. Recuerda que hoy es un día especial, conocerás la academia principal de Justice. Tienes suerte, muy pocos logran entrar. – me instó a seguirlo por los pasillos hasta que salimos y un hombre con tres caballos bastante más grande que la media nos recibió en la salida. – Viajaremos en estos, espero no te moleste, pero los carruajes están bastante ocupados con todo esto de la reubicación.
Miré a los magníficos seres y me pregunté si realmente Arthur estaba al tanto de mi situación o creía que, por haber trabajado en los establos de mi antigua casa, sabría como montar a caballo.
Lo cierto era que sabía un poco, pero eso no quitaba que nadie me había preguntado. Además, podía parecer que no me daba cuenta, pero presentía que era el último en ser reubicado y, no solo eso, sino que el interés que tenía Arthur por mi situación me hacía preguntarme si era por un asunto personal o por mero trabajo.
No le contesté. En su lugar me aventuré a pleno campo abierto, sintiéndome vulnerable por estar tan a la intemperie en el amplio jardín frontal de esta especie de mansión, pero queriendo conocer a tan bellos animales.
Eran tres en total, lo cual me confundió al principio porque creía que íbamos a viajar solo Arthur y yo, pero decidí ignorar aquello de momento y acercarme a uno al azar. Era blanco con millones de salpicaduras grises por todo el cuerpo y tenía una bonita crin grisácea que se ondulaba con la poca brisa que soplaba esa mañana.
– ¿Te gusta? Se llama Brizna y es una hembra. – me limité a asentir antes de percatarme de la cercanía de Arthur y meter disimuladamente un poco de distancia entre nosotros al rodear al caballo para contemplarlo de cuerpo completo. – Originalmente iba a ser mía, pero como veo que le caíste tan bien, creo que usaré a Tifón. – apuntó al caballo negro macizo que debía medir unos diez centímetros más alto que Brizna.
– ¿Para quién es el tercer caballo?
Era uno marrón con patas blancas desde donde sobresalían unos mechones largos y que parecían suaves al tacto. Debía tener la misma altura que Tifón, pero era algo más corpulento, casi como un caballo de tiro pesado.
– Oh, cierto, lo había olvidado. Maddox nos acompañará, es solo por seguridad extra. – lo miré interrogante, pero un segundo después volví mi vista a la entrada principal por donde veía venir al tipo que menos me había simpatizado de su grupo.
El hombre de la cicatriz.
Arthur debió haber visto el rechazo reflejado en mi rostro, porque en seguida me lo aclaró.
– Ha habido casos de ataques de bandidos a ciertos grupos liberados, así que hacemos esto por seguridad. – explicó. – Originalmente, solemos enviar una brigada entera con uno o dos carruajes donde viajen los demás, pero actualmente solo quedamos las escoltas especializadas y, como tú eres uno de los últimos, no queda más remedio que irnos acompañados de mi grupo mientras Madeleine se queda a cuidar. ¿O preferirías que nos hiciera compañía ella?
La verdad es que no podía importarme menos, ambos me caían mal. Aunque la chica, por obvias razones, me inspiraba más confianza que el mastodonte desfigurado que medía casi lo mismo que su caballo.
– Terra.
Un escalofrío de pies a cabeza me sacudió con solo escuchar esa voz de ultratumba. Se oía tan lúgubre y profunda, que estaba seguro de que podía hacer llorar hasta a un adulto con solo gritarle.
Sentí una pequeña corriente de aire cuando el enorme caballo marrón trotó, con más rapidez de lo que hubiese creído con tamaño cuerpo, hasta donde aquel hombre se encontraba parado.
No podía creerlo, el monumental animal agachó la cabeza mientras buscaba con su morro la mano del soldado, casi tan ansioso como yo con mi primera comida. Maddox le dio una corta caricia antes de sujetar con fuerza sus riendas y conducirlo detrás suya mientras se acercaba.
Naturalmente me asusté.
Ver a un animal gigantesco haciendo retumbar el suelo con cada paso y resoplando furiosamente a medida que se acercaba a ti, daba hasta algo de pánico. Especialmente si tengo en cuenta que el caballo parecía estarle siguiendo los pasos imponiéndose con fuerza, pero sin sobrepasarlo.
– Te dije que quería a Tifón, no a Terra. – básicamente le gruño en la cara a Arthur.
No sabía si a este tipo lo dejaron mal de la cabeza o si nació así, el punto es que no parecía intimidarse en lo absoluto a pesar de tener a Maddox resoplando en su cara. Arthur le ofreció una sonrisa suave y, con un grácil movimiento de pies y manos, puso espacio entre ambos antes de encaramarse a su caballo.
– Te pasa por lento. Vámonos, Carb��n. – acto seguido se puso en marcha y, no queriendo quedarme a solas con la bestia esa, decidí seguirle torpemente los pasos. Cabe resaltar que casi me caigo un par de veces y mi postura sobre el caballo no era la mejor.
Hice que brizna trotara, a pesar de que me asustaba lo rápido que parecía ser el caballo, pero no tuve de otra viendo lo lejos que Arthur ya estaba.
Salimos del inmenso jardín siguiendo un camino de grava naranja y ocasionales arbustos bien podados, de modo que delimitaran los bordes, llegando hasta donde parecía la entrada principal y donde parecían hacer guardia. En total, había seis guardias apostados en una enorme puerta de madera clara y plata, y otros cuatro hombres haciendo de centinelas en unas pequeñas plataformas desde donde se llegaba con escaleras plegables.
No pude mirar mucho sus armaduras por el ajetreo que causamos al llegar, pero noté que eran de color plateado. Aunque no estaba seguro de si eran de plata o solo aleaciones.
Apenas los soldados acabaron su reverencia, Arthur les dijo que abrieran la puerta. Ellos obedecieron sin rechistar, casi como si el fuese el dueño de todo. Cosa que no me agradó.
No me había dado cuenta hasta ahora, pero, en cuanto lograron mover la pesada puerta, comprendí que todo lo que me había sucedido hasta ahora era real. Completa y absolutamente real.
Era libre.
Y el frío viento que golpeaba mi cara y sacudía mi desprolijo cabello, lejos de disgustarme, me hizo sentirme vivo. La enorme planicie que se alzaba orgullosa frente a mí era un escenario con el que soñé durante años, una razón para estar vivo. Actualmente, la única.
Inconscientemente un amago de sonrisa se estaba formando en mi rostro conforme más tiempo me quedaba viendo tal bellísima pintura. Sin embargo, las cosas bonitas nunca duran y siempre tienen un precio.
El empujón que me pegó el caballo de Maddox hizo que Brizna se asustara y pegara un pequeño brinco, de paso asustándome a mí y provocando que sujetara con más fuerza de la debida las crines de la yegua.
Ella relinchó y sacudió su cuerpo, claramente irritada.
Me limité a aferrarme a las riendas torpemente y mirar aturdido por donde se había ido galopando Terra y su jinete demonio.
Arthur habló detrás de mí. – Siempre es así, ya te acostumbrarás.
Lo dudaba, aunque sabía que terminaría por hacerlo.