El viaje a la academia duraría alrededor nueve días y ocho noches. Arthur me había contado que, muy probablemente, llegaríamos con el atardecer a lo que sería la segunda semana de clases.
La academia Justice no era la más avanzada, tecnológicamente hablando, pero tenía una gran cantidad de ingresantes cada semestre. Esto se debía a la calidad de enseñanzas y la buena fama que se cargaban al ser un gran aporte a la sociedad.
Justice tendía a enviar grupos de soldados a patrullar las áreas limítrofes de Joy y así evitar el saqueo que tendían a sufrir en las demás colonias, pero que preferían evitar mencionar. Sin embargo, tenían constantes diferencias con la casa Parker.
Por lo que pude sonsacarle a Arthur, parecía como si las riñas se debieran a una combinación entre conflictos sin resolver que databan desde que el reino de Joy se independizó, hasta la distribución de los terrenos en toda la colonia.
Técnicamente yo había pertenecido a la Casa Parker, como bien material, pero eso también contaba para ellos. Mi principal amo era Máximo Prymer, de la familia Prymer, pero este estaba bajo los mandatos de esta misma Casa, cosa de la que preferían no hablar frente a nosotros.
Arthur también me explicó que, como ambas Casas tenían casi la misma porción territorial, que debía ser cerca de la mitad cada uno, era imposible llegar a un acuerdo si no se tomaban en cuenta las familias o Casas más pequeñas o relativamente nuevas.
Aquí me explicó que, gracias a la familia Sanz y un problema familiar relacionado con el aparente secuestro y venta de quien debería ser la heredera más próxima en la línea de sucesión, muchas otras familias se vieron implicadas y hasta terminaron por huir antes de ser cazados despiadadamente por los mismos Sanz.
Con esto, la cantidad de participantes en la política del Reino de Joy se vio reducida enormemente. De los veinticinco presentes, solo quedaron las tres principales Casas que optaron por permanecer en Joy; la Casa Justice, la Casa Parker y la Casa Plume, de la cual no tenía idea de su existencia porque su colonia principal era otra, pero había un pequeño y selecto grupo que solo estaba en Joy como representantes.
Las familias, sin embargo, se vieron reducidas enormemente, solo quedando la familia Sanz, la familia Prymer, la familia Silk, la familia Heart y la familia Golden a la que pertenecía Lance y quien hacía los juicios en La Leona.
En ese momento pensé que era mucha información, pero Arthur me explicó que esto era lo más básico y tendría que aprenderlo para evitar problemas a largo plazo. También me advirtió que no me acercara ni a los Golden ni a los Sanz porque las riñas entre ellos solían dejar varios heridos. No hacía falta decirme aquello, que Golden y Prymer eran las familias con las que menos interacción ansiaba tener.
A trote suave, pero constante llegamos a lo que parecía una especie de camino de tierra que serpenteaba entre un enorme y frondoso bosque con árboles que nunca antes había visto. No eran los típicos pinos verde oscuro con esas semillas que, si te caían en la cabeza, te noqueaban. Estas plantas tenían ramas donde las hojas salían todas del mismo punto en distintas partes de las mismas, lo que le deba un aspecto extraño, y lo más raro era que tenían forma de corazón.
Jamás vi un árbol que tuviera hojas en forma de corazón.
Continuamos caminando hasta que se nos hizo tarde. Arthur me había ofrecido un par de hogazas de pan, unas frutas y un poco de agua. Como tiendo a ser precavido, por no decir paranoico teniendo en cuenta la voz en mi cabeza, solo comí la fruta y esperé a que Arthur comiera un poco de su hogaza de pan, antes de que él, como me veía tan nervioso, me la cambiase por la suya con tal de que comiera algo.
Claramente intenté rechazarlo, odiaba la idea de que alguien ajeno a mi tocara con su boca mi comida, pero este tipo era realmente pesado.
– Anda, tómalo o yo me comeré ambos. – me palmeó el hombro un par de veces, aun sobre el caballo, e intenté no reaccionar muy arisco ante el tacto, a pesar de que no me pareció tan malo. Tomé torpemente la hogaza de pan y estuve dudando lo que me parecieron horas, hasta que terminé por devolvérsela a un serio Arthur. – Está bien, si quieres puedo darte mi parte de la fruta. – volvió a sonreír, aunque esta vez pude notar que no estaba siendo del todo sincero.
Hasta parecía enojado.
No sé porque lo hice, pero había algo pulsando muy dentro de mí que me decía que no debería haberlo hecho enojar. Así que tomé mi pan, lo partí y le tendí una parte al soldado.
Él miró el pedazo un rato, luego volvió a mí, antes de tomarlo y ofrecerme la otra mitad del suyo.
– Así está mejor. – me felicitó y, honestamente, me agradó que su tono alegre volviera. Antes daba algo de miedo.
Esa noche acampamos en medio del bosque, no muy alejado de la ruta por si nos perdíamos. Maddox fue a revisar el perímetro mientras Arthur encendía una fogata para ahuyentar a las pocas bestias de nivel uno que habían sobrevivido a las constantes cacerías de Justice.
A mí me tocó hacerle compañía a Arthur mientras cepillaba y mimaba a los caballos.
Comenzó a hablarme de varias cosas sin importancia, intentando sonsacarme algo, pero no era tan estúpido. Sabía lo que quería y no tenía idea de que demonios era el libro. Menos donde estaba.
Aun así, con cada gesto, cada palabra y, sobre todo, con cada contacto que tenía de forma amistosa, sentía que se volvía cada vez más difícil ignorarlo.
Llegué a un punto en el que deseé que Maddox volviera y me zarandeara o amenazara con tal de no soltar la lengua con Arthur.
Hasta que pasó.
– Sabes, estaba planeando hacerte mi discípulo. – siguió una vez comprobó que tenía mi atención, ya sentado cómodamente en el tronco de un árbol que había movido cerca de la fogata. – No mentiré, no será fácil, pero si te consiguiera una habilidad compatible con la mía o si fuera similar, podríamos avanzar mucho más rápido y dejarías de sentirte débil. Porque sé que lo haces, yo también lo hice los primeros días.
– No sé si pueda... – murmuré tan bajo que solo yo me escuché, o eso creí.
– ¿A qué te refieres? – se sentó a mi lado en el tronco. Como había poco espacio y lo tenía tan cerca, me fue imposible alejarme sin parecer muy obvio. – Sabes que puedes decirme lo que sea, ¿Verdad? Para eso soy un Justice, para proteger a los inocentes.
Y es que era eso, yo era de todo menos inocente. No merecía su confianza, no la entendía y no creía ser capaz de hacerlo nunca. O eso pensé.
– Dímelo, Carbón. – su mano sobre mi hombro se sintió tan reconfortante como el abrazo de alguno de mis hermanos y eso me jugó una muy mala pasada.
– No puedo hacerlo, algo me pasa y no sé que es. – él me miró muy serio, casi obligándome con esos ojos oscuros a continuar sincerándome. Yo me vi incapaz de apartar la mirada. – Ese libro... Yo no lo robé, solo desapareció. Se esfumó en el aire como si nunca hubiese existido y después... esa voz. – recordé. El mismo extraño mensaje que cuando desperté en la camilla del hospital, era inconfundible. Los nervios y la bola de pesada angustia atorada en mi garganta hicieron acto de presencia. – Una voz me dijo que era mi sistema, que me ayudaría a ser fuerte y luego me dio la misión de ocultarme de los hombres de negro y esa enfermera mala. Me dio experiencia como si fuese un jodido videojuego y una habilidad que me hace resistente al sol. Dijo que podía ser fuerte si completaba misiones y ganaba combates. – en toda la verborrea que solté, Arthur no me interrumpió ni una sola vez.
Aparté la vista de él una vez me soltó el hombro, sentí como si un terrible peso hubiese sido liberado de mi espalda, y me volví para no seguir contemplando la seriedad enmarcada en sus facciones.
– Ya no sé qué me pasa, ¿Me volví loco? – inquirí en un tono lúgubre. Era de público conocimiento que, a los esclavos demasiado dañados, se los asesinaba. ¿Arthur sería capaz de hacerme eso? ¿Por qué tan siquiera lo estoy considerando? Ya no soy un esclavo, pero no puedo evitar pensarlo por la manera tan siniestra con la que me mira. Por el semblante frío y la postura tensa, por los insoportables minutos que le toma siquiera decir una palabra. – Arthur...
– Esta bien, te creo.
¿Qué?
– ¿Qué?
Él suspiró pesadamente.
– Te creo, Carbón. No soy idiota, sé que no mientes y no estás loco. – me miró como si le estuviese explicando a un niño pequeño. – Sabría si lo estás. Además, mi habilidad me ayuda con eso.
– ¿A qué te refieres? ¿Cuál es tu habilidad? Si puedo saber. – me atreví a preguntar. Se me estaba soltando demasiado la lengua y yo sabía que eso me podía costar caro.
– No te puedo explicar como funciona completamente mi habilidad, pero puedo decirte que sé con certeza si mientes.
Finalmente lo miré a la cara, notando la tranquilidad con la que decía esas palabras y siendo recibido por una de esas tontas sonrisas de siempre.
Suspiré aliviado, por un momento creí que planeaba deshacerse de mí al creerme un lunático.
– Por ahora, hay que descubrir que te sucede. – volví a prestarle atención. – Me dijiste que ganas "experiencia" completando misiones y luchando, ¿No es así? – asentí. – Tengo una leve idea de lo que te sucede, o al menos eso creo. ¿Alguna vez oíste hablar de los héroes del bestiario?
Me le quedé viendo durante varios segundos, completamente desorientado, antes de soltar una palabra porque el parecía querer incluirme en la plática a toda costa.
– No los conozco.
– ¿Sabes al menos como se formaron las colonias? – negué. Esperé algún tipo de burla o una notable decepción por su parte, a eso estaba acostumbrado, pero la sonrisa comprensiva que me obsequió duplicó mi aturdimiento inicial. – ¿Qué es lo que sabes?
Me tomé mi tiempo para recordar lo poco que llegaba a escuchar de los amos ocasionalmente, pero no sentí que fuese información tan importante. Aun así, decidí arriesgarme a que me tomara por estúpido. Que no me creyera loco luego de lo que le solté, me ayudó un poco a no retroceder.
– Solo sé lo que me dijiste y que cada colonia está rodeada por bosques llenos de bestias mágicas. Que con sus pieles, huesos y cristales se forjan armas. Ah, y los Kyoran que son las bestias más fuertes que hay.
– Bien, muy bien. Prestaste atención. – asintió complacido. – Las colonias se crearon cuando nuestro planeta original fue invadido por los Kyoran hace demasiado tiempo. Una guerra que dimos por perdida y que nos forzó a reubicarnos aquí, pero no todo salió bien cuando llegamos. ¿Sabes por qué? – hizo una pequeña pausa, así que, no quedando de otra, lo intenté.
– ¿Por... las bestias mágicas?
– Técnicamente sí, aunque más específicamente los Kyoran. Esas cosas no nos dejaban en paz, cuando llegamos resultó que este planeta ya los tenía de huéspedes. – bufó como si fuese algo realmente molesto. – Tuvimos que volver a pelear y la humanidad casi se dio por vencida, la guerra previa la había debilitado demasiado. Sin embargo, en el último momento, una pareja con habilidades increíbles apareció de la nada y nos salvó de la extinción. Se decía que, cuando se dieron a conocer apenas podían derrotar una cría de Kyoran, pero solo un año después fueron capaces de abatir a un macho adulto cada uno. La velocidad con la que aumentaban de poder era inconcebible y muchos los creyeron monstruos, aun con obvias razones. – carcajeó de boca cerrada. – Eran capaces de medio transformarse en bestias. Hay muchas historias que dicen que uno era capaz de convertirse en fénix y otro en tigre, aunque estas historias han ido pasando de boca en boca y en el Gran Libro figura que uno era un ave de fuego y otro un felino de fuego.
– Dijiste que eran pareja, pero ¿Ambos son hombres?
– Oh, no. Eso se perdió en el tiempo, nadie nunca supo si eran hombre y mujer, o siquiera si eran una pareja romántica. Hasta podrían ser dos hermanos o dos hermanas, pero la mayoría concuerda con que eran realmente salvajes en pelea. Ganaron la guerra con rapidez y una brutalidad comparable con los mismísimos Kyoran.
Asentí, realmente se me hizo interesante, pero no entendía como contarme la historia de Koinus iba a resolver mi problema.
– Resolviendo tu duda. – me leyó la mente. – Un siglo después, hubo otro ataque Kyoran y, aunque estuvimos un poco más preparados, los ataques combinados de Kyoran alfas devastaron ciudades enteras. Nuevamente, fuimos salvados por un héroe del Bestiario, este podía transformarse en una especie de ciervo de hierba. Ayudó al mundo a ganar la guerra, pero, ya en su lecho de muerte, muchos años después, reveló que había obtenido sus poderes de un libro. Un libro mágico y desconocido.
El libro.