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Chapter 13 - Carácter.

«Habilidad: Percepción I»

«Permite al usuario detectar el nivel de poder de un solo enemigo por vez, reconocer ciertos objetos mágicos y el tipo de habilidad solo si se tiene contacto directo con estos y se es de un rango de nivel menor, igual o mínimamente mayor. Adicionalmente, esta habilidad bloquea el efecto de entes ajenos al cuerpo solo si el usuario lo desea. Habilidad de nivel básico»

No entendía a mi sistema. No entendía la lógica de Lu. ¿Me daba una habilidad luego de recibir una paliza? ¿Todas mis habilidades tendrían que provenir de algún trato dañino a mi cuerpo?

Porque no debía olvidar que la habilidad "Resistente al sol I" nació por todo el tiempo que pasé quemándome y partiéndome el lomo bajo el sol. Ahora había obtenido "Percepción I" un segundo después de recibir un puñetazo de esa extraña energía que rodeaba el cuerpo de Maddox.

– ¿Qué desean comer? – preguntó una sonriente camarera, mirando con un aire coqueto a Arthur.

No habíamos hecho mucho desde el incidente de anoche. Arthur había curado mis heridas lo mejor que pudo, debido a que lo que Maddox me hizo parecía algo más que un simple golpe, y me hizo beber un menjunje raro de color morado que prácticamente le escupí en la cara porque, obviamente, no me iba a tomar una cosa tan asquerosa y rara. Y, aunque negué la mayor parte, Arthur consiguió colar un poco en mi garganta ante mi lamentable estado luego de pasar un par de horas negándome a ser atendido. Sin duda alguna, ese último puñetazo había hecho algo en mí que mi cuerpo fue incapaz de manejar.

Aun así, a la mañana siguiente me sentí mejor y partimos al pueblo más cercano, viajando prácticamente todo el día, aun ante la ausencia de Maddox. Cosa que no pudo importarme menos, por mí que se quedara a vivir en ese estúpido bosque.

Ya era bastante tarde, así que Arthur decidió que sería mejor pedir algo de comer en el pequeño hotel en el que nos refugiaríamos hoy debido a la tormenta que se avecinaba. Y heme aquí, pensando demasiado las cosas, en lugar de simplemente seguir con mi vida.

– Una ensalada de manzana y nueces, por favor. – me miró, sacándome de mis cavilaciones. – ¿Para ti, Carbón?

– Lo que sea está bien. – Arthur se me quedó viendo nuevamente con esa sonrisa forzada que me dedicó cuando me negué a tomar su trozo de pan. Ahogué un gruñido de exasperación y, sin encararlo, aclaré. – Algo natural, que no tenga especias raras o alguna salsa. – me mordiqué nerviosamente el labio antes de añadir. – Y... que sea dulce.

– Puedo recomendarle una ensalada de frutas helada, es lo más natural que tenemos. – me habló directamente la sonriente muchacha. Si no lo supiera, creería que estaba interesada en mí, pero aquello era claramente imposible. Nadie se interesó nunca por mí, nadie salvo Sofie...

– Pedirá esa, muchas gracias. – aún cuando la camarera se retiró, Arthur no apartó la vista de mí un segundo. – Te le quedaste viendo fijo mucho tiempo, hay que practicar eso. – murmuró lo último para sí mismo.

– Quiero preguntarte algo. – tragué saliva, aun sin encararlo.

– Adelante. – distendió una suave sonrisa.

– Cómo... ¿Cómo me encontraron? ¿Cómo saben...? No entiendo. – me frustré, no sabía como preguntarle lo de ayer. Cuando Maddox mencionó aquello, cuando me soltó esa mierda de Emily. Yo solo quería que se callara, porque no sabía nada, pero no pude evitar preguntarme, ahora ya más calmado, ¿Cómo se había enterado de eso?

Sin embargo, Arthur pareció comprender.

– Oímos rumores acerca de que los Parker habían ocultado esclavos y los mantenían aislados en las regiones más remotas de sus sectores. Con el tiempo logramos infiltrar aliados, movimos hilos y conseguimos lo que queríamos. Un poco tarde, pero lo hicimos. Lo siento. – su disculpa no me causó nada, aunque supongo que solo lo hacía por cortesía. – Durante ese tiempo, los más allegados a la casa Golden y Prymer nos notificaron de algunos sucesos "particulares" dentro de las instalaciones. Rumores que nadie supo si tomarse en serio o no, pero, cuando supimos que planeaban hacer una crucifixión... Bueno, entenderás que no pudimos más. – desvió la mirada, como si aquello le provocara cierta vergüenza. – Bárbara... ¿Recuerdas a la mujer que te salvó?

– No veía muy bien que digamos en ese momento. – torcí una sonrisa amarga. – Ni tampoco oía, o siquiera pensaba con claridad.

Él se limitó a asentir comprensible, otra vez con esa odiosa sonrisa.

– Bueno, digamos que ella fue quien organizó tan planificado ataque. No le gustó mucho tu noticia, así que nos ordenó acompañarla y, como verás, no es una mujer a la que se le pueda decir que no. – río, pero yo no le veía nada de gracioso. Carraspeó incómodo por mi pésimo ánimo, antes de retomar. – Cuando ella te llevó, nos indicó que recolectáramos información y eso hicimos. – soltó con amargura. – Supongo que Maddox intentó revisar tu expediente, todos tienen uno. Barbara lo ordenó así para facilitar el enjuiciamiento de la familia Prymer y Golden por todos los crímenes cometidos sobre ustedes. Lamento... Carbón, para, te estás haciendo daño.

Aparté su mano de golpe cuando intentó tomar mi muñeca, no lo quería cerca. No quería a ninguno de ellos cerca, eran unos completos imbéciles. Mentirosos, todos me habían mentido, ¿Qué necesidad tenían de tocar mis cosas, de hablar de mi vida como si yo no existiera?

¿Qué les daba el derecho de revolver mi mierda? De escupirme a la cara los errores de mi pasado y jactarse de aquello.

– Carbón, yo jamás toqué tu expediente. – logró hacerse con mi mano y la abrió. Debí de estar apretando demasiado fuerte porque tomó una servilleta y, con una delicadeza impropia para alguien tan grande, repasó la sangre en mis heridas. – Nadie vio tu expediente. Maddox miente y tú lo sabes. – limpió la sangre en mi otra mano, que mantenía aferrada al borde de la mesa, causando que me rompiera un par de uñas en el proceso. – Él lo único que conoce son rumores sin fundamento, nunca se enteró de nada de lo que le pasó a ella y probablemente solo quería hacerte rabiar para tener un motivo "justificable" con el que golpearte como lo hizo ayer.

Apreté los dientes fastidiado y avergonzado a grados iguales. Otra vez volvía a comportarme como el bruto y explosivo animal que no sabía hacer otra cosa que recibir castigos. Tenía que calmarme porque, de momento, Arthur no había hecho sino cosas buenas por mí, pero yo seguía desconfiando de todo cuanto se me cruzara por el mero hecho de que confiar implicaba un grado de compañerismo que yo había perdido hacía mucho y que, por ahora, no ansiaba recuperar.

– Para serte sincero, jamás esperé que actuara así. Lo creía más maduro. – murmuró, ya soltando mis manos.

Las oculté bajo mis brazos doblados y casi gruñí al llamarme la atención lo que dijo.

– Recuerdo que dijo algo sobre que tú lo mandaste a hablarme. ¿Por qué?

Él suspiró y se apretó el puente de la nariz, como si fuera un tema complicado.

– Sabía que necesitabas tu espacio luego de tu ataque y que no querrías verme ni en pintura luego de lo que te solté, por eso le mandé a él para que te vigilara hasta que todo pasara y que te comentara que haríamos luego de llegar aquí. – torció una sonrisa nada propia en él. – Supongo que se me salió de las manos al no prever su mal carácter.

– Claro, se te salió de las manos que él usara las suyas para ahorcarme y darme una paliza que casi me mata. – escupí con toda la saña que pude.

Arthur iba a agregar algo, pero la bonita camarera nos interrumpió con nuestros pedidos.

– Aquí tienen, disfrútenlos. – seguía sin acostumbrarme a ser tratado como un igual, pero debía ir asimilándolo si no quería hacer enojar a Arthur por mi testarudez.

Una vez se fue, comencé a curiosear mi comida como si fuera algo salido de otro mundo.

– Deja de picar la comida, no tiene nada más que frutas. – me regañó, a lo que apreté los dientes y lo miré mal. – Nadie le puso veneno, Carbón.

– No sería la primera vez. – murmuré resentido, sin embargo, Arthur se limitó a ignorarme y comer su rara ensalada.

Tomé una cucharada y me llevé un par de frutas anaranjadas y blancas a la boca, descubriendo que eran nada más que eso, simples frutas. Sin pensármelo dos veces, devoré todas las frutas cortadas en cubitos y dejé las extrañas galletas en forma de estrella y esa esfera cremosa que iba derritiéndose lentamente.

– ¿No comes el helado? – interrogó mi acompañante. – Por algo se llama ensalada de frutas helada. – lo vi como iba a tomar una porción mía, como suele hacer cuando desconfío, pero me le adelanté y, tirando por la borda la desconfianza que le tenía a todos, me llevé una cucharada gigantesca del dichoso helado a la boca.

Que idiota fui al haber dudado. Esa cosa era deliciosa, ni las dichosas frutas se comparaban con la textura cremosa y dulce del helado.

Tomé otra cucharada, sin importarme el semblante divertido grabado en la cara de Arthur, y me lo zampé sin pensarlo dos veces. Seguidamente, ataque las galletas. Estaban igual de ricas.

Incluso me bebí el jugo de frutas sin percatarme de nada más que de las repentinas ansias por seguir comiendo.

Solo reaccioné cuando oí la risita aguda y femenina de la camarera que volvió para entregarnos la cuenta.

Solté el tazón inmediatamente y aparté la mirada, muerto de vergüenza, mientras veía a un divertido Arthur pagar por todo.

– Parece que disfrutaste de la comida, le comentaré a la cocinera lo mucho que les gustó.

Por las mirada de ambos, debía tener todo el rostro colorado para que se tuvieran que contener para no estallar a carcajadas.

Una vez la camarera se despidió amablemente de Arthur y divertida aun por mi reacción, el caballero siguió con nuestra conversación pendiente. – Por la mañana entrenaremos, se suponía que Maddox debía decírtelo, pero...

– Prefirió romperme la nariz antes que hablar, ya capté.

– Bien, hay cosas que te debo enseñar antes de llegar a la academia Justice. Como sostener un escudo, empuñar una espada, la historia básica de Koinus, que te queda mucho por saber, aprender a leer y escribir. – preferí mantener la calma cuando dijo lo último, porque era completa responsabilidad mía ponerme al corriente de las cosas que me había perdido y Arthur estaba dispuesto a ensañarme todo lo que me había sido negado a lo largo de mi vida en tan solo dos semanas. Un bonito gesto que no debía arruinar con mi mal carácter o mis arranques de ira. – Ah, también técnicas de defensa personal, quiero evitar que te suceda lo mismo que ayer con los mocosos de Parker y otros. Mejor prevenir que curar, ¿No estás de acuerdo? – inquirió animado, pero, ciertamente, ya se me habían esfumado las ganas de hacer cualquier cosa con toda la verborrea que me soltó.

Así que solo me encogí de hombros.

– Supongo.

– Bien, por hoy nos limitaremos a descansar en lo que se curan tus manos. No creas que me olvidé que te sigues lastimando, ahora deberás beber otra pócima para curarte lo que tú mismo provocaste.

– ¡Joder, que no quiero!

– ¡Carbón! ¿Qué te he dicho? – me regañó cual madre a un niño pequeño.

– Maldita sea, que controle mi carácter de mierda. Ya escuché. – rezongué.

– Ay, dios con este crío. – habló al cielo.