El corazón me latía tan o más rápido que Galesa, aquella yegua que con tanto esmero había cuidado en el establo de Lance cuando era pequeño y que, apenas se enteró los cuidados extra que le brindaba, vendió al matadero más cercano por una par de monedas de cobre. Como si no valiera más.
Sentía que si no me calmaba iba a tener un ataque de pánico, que hiperventilaría y todo se iría a la mierda. Esa mujer, la supuesta enfermera hacía resonar sus finos tacones de aguja mientras contoneaba sus caderas de una forma hipnótica, creyendo que el mundo le pertenecía y que el piso por donde pasaba no era digno de soportar su presencia. Era repugnantemente hermosa, pero de nada le servía ese cuerpo y ese maquillado rostro si no era más que una mascarilla para la predadora que se hallaba dentro.
Era un monstruo. Lo supe en cuanto habló.
– Encuéntrenlo ya de una vez, todavía nos queda otra veintena y aún no hemos terminado ni con la mitad. – detalló sus uñas buscando alguna clase de imperfección, mientras hacía la vista gorda ante el desastre de camillas volcadas por los desesperados hombres. – Cuando mi padre se entere que no cumplieron con su trabajo, desearán no haber nacido. Asquerosos mestizos.
Era repugnante. Una mujer tan asquerosa como las muchas de alta cuna que me miraban con desprecio cada vez que, cuando era pequeño, pasaba por los encargos sencillos a las tiendas que frecuentaban mis amos. Se creían que tenían el derecho de mirarme con asco, de tratarme como a un perro sarnoso y pedían a los guardias que me sacaran a patadas. Esta mujer era igual a ellas, era igual a cualquier amo y la odiaba por ello.
Si esta cosa del sistema servía para algo, tenía que probarlo. Si era como cualquier juego de consola, tenía que poder subir de nivel y si subía de nivel, intuía yo, mi fuerza, velocidad y resistencia aumentarían.
Si seguía así, ¿Sería posible que me volviera más fuerte que los amos?
Sacudí inconscientemente mi cabeza, deshaciendo ideas ridículas. Diablos, ¿Por qué me asaltaban estas dudas existenciales cuando estaba a nada de morir o ser secuestrado a manos de estos sujetos? Si que había quedado estúpido, no era tiempo de pensar más en esto.
Me quedé helado cuando oí el estrepitoso sonido de una de las camas más cercanas al volcarse justo en frente mío. La pequeña corriente que creó ese movimiento hizo ondear las cortinas lo suficiente para permitirme ver las botas lodosas del hombre que, justo ahora, se dirigía hacía mi escondite.
Trague en seco, mientras me aferraba con fuerza a uno de los barrotes tras mí. Si me querían, les daría pelea. No iba de dejarlos llevarme sin oponer resistencia. Lucharía a pesar de estar agotado tanto mental como físicamente.
Apreté los dientes cuando lo oí acercarse y me hice más al fondo debajo de la cama. Me encogí tanto como pude y me preparé para saltarle encima en cuanto me viera. Mi única chance era el factor sorpresa, después de eso, sabía que no tendría escapatoria. Me tenían rodeado y la salida estaba bloqueada por uno de esos hombres que miraba de aquí por allá, buscándome también con la vista.
Ya no tenía nada porque pelear, pero aun así mi cuerpo se negaba a rendirse. Resultaba una ironía teniendo en cuenta que, hasta hace unas cuantas horas, me había entregado a la muerte sin reservas. Era patético, ni para decidir mi muerte era útil.
Justo cuando vi la callosa mano extenderse y sujetar la sábana para levantarla, una estrepitosa alarma contra incendios resonó por todo el edificio. Los aspersores contra incendio se activaron y bañaron al grupo entero en agua, sobresaltándolos y provocando que el hombre en frente mío retrocediera al oír los chillidos indignados de su supuesta dueña. Podía sentir como el aire volvía a mis pulmones en cuanto lo sentí retirarse y comprobar como se hallaba la histérica mujer que, encolerizada por haber arruinado su perfecto maquillaje, descargaba su frustración sobre el pobre hombre que me casi había dado conmigo.
Mientras ella le gritaba y lo abofeteaba repetidas veces, otro de los hombres había vuelto corriendo y, a pesar del notorio mal humor de la que vestía de enfermera, la interrumpió.
– Señorita, debemos irnos. Los guardias fueron alertados y están en camino.
Ella resopló y haciendo un gesto despectivo, siguió su camino sin dedicarle otra mirada a sus subordinados.
– Podemos volver por este en otra ocasión. De todas formas, no es el último.
Después de eso, no me moví de mi posición en ningún momento. A pesar de haber oído sus pasos alejándose y el sonido de la puerta al cerrarse y bloquearse. Incluso cuando la alarma paró y la lluvia artificial se detuvo, permanecí del mismo modo. Agazapado, alerta y a la espera de un ataque que no vino nunca.
Nadie puede culparme, tenía miedo. A pesar de haber rozado la muerte en múltiples ocasiones y haberla añorado en otro par más, no le tenía el más mínimo aprecio a lo que conllevaba dar con ella. El dolor, la angustia y la frustración previas a la partida siempre resultaban experiencias abrumadoramente traumáticas. Y nadie en su sano juicio, ni siquiera yo que estaba realmente jodido de la cabeza, se permitiría pasar por tal terrible faena.
Seguí quieto, a pesar de oír el sonido de pasos acercándose y el mensaje del sistema susurrándome algo al oído que no llegué a entender porque me hallaba muy concentrado recordando cosas que no debía recordar. Que no valían la pena y que me hacían replantearme si fue buena idea haberme negado a que me mataran.
Sin embargo, cuando oí la puerta abrirse con un ruido sordo, volví de golpe a la realidad.
«Misión: Logra ocultarte de la enfermera mala y sus esbirros durante tres minutos completada»
«Recompensa 50XP»
«EXP 50/100»
«¿Desea continuar con la siguiente misión?»
Me asaltaron varios mensajes, pero no tuve tiempo de verlos todos antes de verme enfrentado a un grupo de hombres corpulentos y de pesadas armaduras platinadas. El escudo de dos lanzas y una balanza resaltaba tan fuertemente como el letrero del prostíbulo más famoso del reino de Joy, señalando que el escuadrón que había irrumpido en la sala pertenecía nada más y nada menos a la familia Justice. La gran casa Justice.
Uno de ellos, sin mediar mi estado alerta y susceptible, arremetió contra mi cubículo confinado por cortinas e irrumpió en la protección que las suaves y aromatizadas sábanas blancas me otorgaban, arrancándome de mi escondite. Mi único refugio.
Hice lo que cualquiera en mi situación hubiera hecho, reaccioné mal. Lo golpeé, arañé e intenté morder cuando, a base forcejeos bruscos y una desmedida cantidad de fuerza, ese guardia logró hacerse con mis extremidades. Estaba desesperado, actuaba por instinto más que por voluntad propia. Cuando comencé a gritar e insultar en un dialecto que consideré olvidado, uno de ellos decidió interferir y amarrarme en la camilla como si estuviese en un hospital psiquiátrico, amordazándome y sujetando mi cabeza para que no me golpeara contra los barrotes de la camilla en mi arrebato.
Como vieron que me calmé lo suficiente, decidieron hablar. A pesar de ver como les dedicaba una mirada de desprecio total. Odiaba que me amordazaran, aborrecía con toda mi alma que me ataran cual ganado próximo al matadero, pero, por sobre todo, no soportaba que me miraran desde tan arriba. Era humillante y podía sonar contradictorio, teniendo en cuenta mi origen, pero nunca terminé de acostumbrarme a tal trato.
– Hola, mi nombre es Arthur Ceres Justice. – en total, eran cuatro personas. El primer tipo, y el más corpulento y con terrible pinta, era quien me había arrancado de mi lugar seguro, lejos de su mirada insensible y medio ciega por una deforme cicatriz que atravesaba su cara. El segundo era el imbécil que había tenido la brillante idea de amordazarme, era rubio y era considerablemente más bajo que el otro. De la tercera solo sabía que era mujer y no tenía la fragancia más femenina, teniendo en cuenta que la tenía muy cerca de mi rostro, sujetando con fuerza mi cabeza, pero no ejerciendo suficiente presión como para que me quejara. Y el último, un sujeto que era prácticamente de la misma estatura que yo, que no era mucho considerando que hasta la chica era más alta que yo, pero que contaba con muchísima más masa muscular que mi escuálido ser. Y era quien, con voz suave y como si fuese un jodido animalito asustado, me hablaba con movimientos lentos y calculados, sacándome más de quicio de lo que quise disimular. – Y ahora mismo te encuentras en una de las sedes de la casa Justice. Te quitaré la mordaza si prometes no gritar, ¿Harías eso por mí?
Sentía la sangre hervir, este idiota me estaba tratando como a un niño de cuatro. Quería matarlo, destrozarle la puta cara como el estúpido de Albedo había hecho conmigo. ¡Quería que sufriera como yo lo había hecho! ¿Quién se creía para tratarme así? ¡Ya no estábamos en la casa de un amo, no tenía porque obedecer! ¡Esto era la casa Justice, terreno libre!
¿Era libre, cierto?
Por un segundo, la terrible realidad me golpeó. ¿Realmente era libre? No sabía prácticamente nada de la casa Justice, ¿Qué tal si estaban del lado de los amos? Todo había pasado demasiado rápido, ni siquiera me puse a pensar que esto fuese alguna especie de juego retorcido que el sádico de Lance hubiese planeado de antemano. Tragué en seco cuando la realización llegó a mi mente, ¿Y si aún estábamos en Golden Timer? ¿Y si solo me habían curado para volver a torturarme una y otra, y otra vez hasta que perdiera la cabeza como muchos otros?
Miré aterrorizado al supuesto Arthur, no sabía si mentía, pero no quería averiguarlo. El miedo me carcomía desde dentro las entrañas, tenía que preguntar, muy a pesar de no querer saber la verdad. ¿Realmente estábamos en terreno libre? ¿Realmente me habían sacado de esa tortura de vida?
¿Soy libre?
El hombre, Arthur, me miró con pena, y, casi como si pudiese leer mi mente, habló.
– Tienes mi palabra de caballero, actualmente nos hallamos en Condecorado, la casa de uno de nuestros miembros. Bastante más lejos de Golden Timer y en la otra punta del mapa, alejados del castillo principal de la familia Joy. – hizo una seña al mismo tipo que me había amordazado y este me quitó el sucio pedazo de tela. Escupí asqueado en su dirección solo para dejarle en claro que, ni atado iba a dejársela fácil. Él sujeto solo me miró arqueando una ceja y volvió a su lugar. Idiota. – Como sabrás, la casa Justice está en contra de todo tipo de trata, abuso o subordinación involuntaria e inmoral y niega el derecho a cualquiera que atente contra la integridad física, mental y psicológica de otro ser humano. Ya no estás en peligro, aquí eres libre de hacer lo que quieras y ninguna otra persona podrá decir lo contrario. Eres libre. – y, como queriendo hacer evidente sus palabras, ordenó que me desataran.
Acaricié mis adoloridas muñecas y les dediqué una mirada de odio a los tres individuos que me habían amarrado. Podían ser parte de la casa Justice, quienes me habían rescatado de ese infierno y devuelto la libertad, pero eso no quitaba que habían quebrantado sus supuestas reglas hacía un momento.
Arthur les hizo una seña y ellos abandonaron la estancia, dejándonos a nosotros dos completamente solos. Lo miré receloso, podía haberme dado su palabra, pero solo era eso. Una corta e insignificante palabra soltada al aire, sin valor alguno. Nada me aseguraba que no cambiaran de opinión y me enviaran de regreso solo por el enfermo placer de verme caer en desesperación y rogarles piedad.
Yo no iba a hacer eso, ya estaba harto de aquello. No iba a rogarles, no más.
– Si dices que no estoy en peligro, ¿Qué hay de la enfermera y esos tipos de negro que vinieron aquí antes de que sonara la alarma?
Jamás lo consideré, pero si realmente era libre, no tenía nada que perder al retar con la mirada al guardia. En toda mi vida solo desafié a mis amos... antiguos amos, con la mirada en contadas ocasiones y solo cuando realmente valía la pena o me hallaba tan susceptible que no reconocía mis límites. Ni a mí mismo, para variar.
Arthur me miró perplejo, aturdido por unos instantes antes de recobrar la compostura y, con un temple de hierro, alzar su muñeca y presionar un botón en una extraña pulsera metálica que parecía pesada. – Código 10-14, registren el área de inmediato.
Hubo una respuesta del otro lado, pero no le tomé importancia porque Arthur se acomodó en una silla mientras me miraba atentamente, como si esperase algo.
Por mi parte, solo me dispuse a mirarlo desconfiado y nervioso, sin la más mínima intención de colaborar. No sabía que quería decirme con esa mirada atenta y esos ojos calmados, pero tampoco quería averiguarlo. Me encontraba tranquilo en aparente ignorancia, cosa que tampoco duraría mucho.
Arthur suspiró.
– Mira, creo que es hora de contarte una historia.