Me desperté viendo el opaco y agrietado techo de mi habitación con los ojos lagañosos y con la pesadez del cansancio postrado sobre mis hombros, me levanté de la cama con la visión borrosa; pestañeé un par de veces para aclarar mi vista, estiré todo mi cuerpo para hacer desaparecer la fatiga que tenía y solté un pesado bostezo. Una noche de poco descanso y además cargada de preocupaciones sobre mi horrible situación económica.
Caminé a la mesa que estaba al costado de la puerta y cogí el reloj que compré el día anterior, me fije en sus manecillas y vi que la hora indicaba las 8:45 am. Me relajé un poco al saber que mi reloj biológico hizo su trabajo sin problemas, una preocupación menos al saber que hoy no llegaré tarde a mi primer día; salí de mi habitación y bajé las escaleras mientras me restregaba los ojos para quitar la pereza que aún cargaba.
Al estar en el primer piso vi a algunos huéspedes de la posada, pensaba que yo era el único que se hospedaría en un sitio así pero al parecer me equivoqué; al pasar vi de reojo sus rostros y me di cuenta de que sus caras no indican que sean personas amistosas. De hecho no me sorprendería que este lugar pueda ser el escondrijo de algunos criminales y malhechores que usan la posada de forma malintencionada… o quizás sólo estoy juzgando mal pero cualquiera pensaría que estos tipos son gente peligrosa con tan sólo mirarlos.
Al salir de la posada vi el ambiente más animado que anoche, personas con carretas; canastas, y algunos puestos de vegetales y legumbres en las esquinas de las calles. Mi estomagó rugía por comida y sin pensarlo dos veces me dirigí a algunos de esos puestos para comprar algo que me satisfaga y así fue, compré un par de manzanas a 2 monedas de cobre cada una; algo simple pero sólo me llega a la garganta, no me satisface por completo pero no puedo permitirme gastar más de lo necesario; si la situación lo amerita sobreviviré a base de pan y agua para ahorrar el máximo dinero posible o hurgaré en la basura en casos extremos.
Cuando seguía caminando sentí la ropa de mi cuerpo muy áspera y pegadiza, mi piel se sentía curtida y polvorienta; aparte de desprender un feo olor. No me había dado una ducha desde que llegué aquí, creo que ni siquiera me duche desde que salí de la aldea y esto se siente desagradable. A pesar de que vivé como un pordiosero en el pasado siempre intentaba cuidar de mi higiene ya que no me sentía muy cómodo sentir el polvo y el sudor seco en mi cuerpo y para eliminar la mugre me dirigía a los ríos de la ciudad para darme un baño, incluso a veces robaba jabones y utensilios de limpieza; creo que no es algo que un ladrón vagabundo haga a menudo pero me gusta mantenerme limpio.
No puedo ir al trabajo apestando a sudor y no vi si en la posada había un baño disponible, sería un milagro que en ese lugar hubiera un baño pero si lo habría tendría el aspecto de una cloaca. La única opción que tengo es decirle a Eléonore que me ayude con esto, es una mujer y muy seguramente tendrá lo que pido ya que la mayoría de las chichas no salen de casa sin uno de esos.
Cuando salí del distrito me topé con la calle principal muy congestionada por transeúntes y carruajes de carga, los gritos de la gente resonaban por toda la vía; el olor del pan recién salido del horno y las dulces frutas llegaban a mis fosas nasales. Esos deliciosos aromas me tentaban mucho, una simple manzana no me llenaría el estómago pero tengo que ser fuerte y soportarlo.
Llegué al restaurante sin ningún problema y Eléonore ya estaba dentro preparando las mesas y los utensilios, me vio llegar y me saludó con un gesto de mano.
—Buenos días—Me saludó ella—Llegas a tiempo.
—No podría llegar tarde a mi primer día—Caminé hacia ella para ayudarle con las mesas. — ¿Dónde está Eugene?
—Llegará en cualquier momento—Contestó. —Oye, tengo algo para ti.
Eléonore caminó hasta la puerta de atrás y regresó con algo de ropa en los brazos.
—Ten—Extendió lo que cargaba en los brazos y me los entregó. —Es tu uniforme, puedes cambiarte arriba en la bodega—Indicó.
Un sencillo uniforme compuesto por una camisa blanca, pantalón y zapatos negros.
—Gracias. ¿Dónde está el tuyo?—Pregunté fijándome que ella no llevaba uno puesto.
—Está en mi bolso, yo iré después para cambiarme.
—Está bien, y por cierto… tengo algo que pedirte.
— ¿Qué cosa?
Ya era el momento de pedirle lo que necesitaba, algo para que cubra un poco el mal olor que tengo.
— ¿Tienes alguna loción?
— ¿Loción?—Preguntó ladeando la cabeza.
—Sí, un perfume o colonia.
—Si tengo pero son de mujer.
—No importa, ¿puedes darme un poco?
—De acuerdo, iré a buscarlo.
Ella fue hasta una mesa donde había dejado su bolso y de allí saco un frasco de cristal que contenía un líquido de color rosa.
—Ten—Extendió su mano para darme el frasco. —Es una colonia con olor a flores.
—Sí… gracias.
Es mejor oler a flores que oler a mugre, aunque algunas personas se burlarán de la fragancia que desprendo.
Subí al segundo piso para ponerme el uniforme, no sabía que tenían una bodega aquí arriba; veo algunos contenedores cerrados y con algún logotipo en la cubierta indicando que es lo que tienen adentro. Hay arroz, harina, cebollas y demás cosas que no necesitan refrigeración; me pregunto cómo harán para evitar que las carnes se pudran.
Antes de vestirme me rocié un poco de la colonia en las partes del cuerpo que más suelen desprender un feo olor, bajé por las escaleras y Eléonore ya estaba vestida con su respectivo uniforme, era similar al mío salvo porque tenía un delantal negro. Seguía ocupada con las mesas y antes de acercarme a ella me fijé en sus bellas y esbeltas piernas que resaltaban gracias a las medias largas que tenía y ese delantal estaba suavemente amarrado a su delgada cintura. Es toda una mujer.
—Toma, gracias por prestármela—Le devolví la colonia que me había prestado y ella la tomó con sus delicadas manos.
—De nada—Dijo. —Por cierto, hueles bien—Esto último lo dijo saltando una pequeña risita.
—Gracias por el cumplido.
Continuamos arreglando y limpiando las mesas cuando la puerta se abrió y Eugene entró al restaurante. Nos saludó alegremente a ambos y se dirigió a la cocina para empezar a preparar el menú del día de hoy pero antes me elogió lo bien que me veía con el uniforme puesto, Eugene es un gran jefe; no como el hijo de puta de Derek que poco y nada le importaba la condición de sus empleados.
Los clientes no tardaron mucho en comenzar llegar al restaurante y de pronto Eléonore y yo nos vimos en una situación algo difícil, al menos eso creo ya que ella está llevando un ritmo bastante bueno en comparación conmigo; se nota que es alguien que ha trabajado muchos años en este lugar. Algunas veces me quedo observándola hacer su trabajo, es capaz de llevar varios platos en ambos brazos sin que se le caiga ninguno; es sorprendente y por otro lado yo sólo llevo uno en cada mano… quisiera intentar hacer lo mismo que ella pero me recomendó no hacerlo que ya sería un desastre si lo intentara y tiene razón. Ahora mismo no me encuentro en condiciones de pagar platos rotos.
En un restaurante normal de mi mundo los clientes serían personas ordinarias pero aquí llega mucha gente armada, claro que también entran personas normales pero aún no me acostumbro a ver a gente con espadas y dagas colgando de su cuerpo.
—Lleva este plato a la mesa tres—Indicó Eléonore.
Si nosotros estamos atareados por tanto trabajo no me quiero imaginar cómo estará Eugene en la cocina, él es el que se encarga de preparar todo solo. Es sorprendente veas por donde lo veas. Tomé el plato que me estaba dando Eléonore y me dirigí a la mesa indicada.
La mesa estaba ocupada por un grupo de 3 personas, todas ellas equipadas con armas y armaduras.
—Aquí tienen—Dije mientras dejaba el plato en la mesa.
Ellos pueden disfrutar de semejantes platillos y yo me tengo que conformar con un par de manzanas, no es justo.
—Gracias, oye ¿tú eres nuevo, verdad?
Uno de los ocupantes que llevaba un abrigo largo se dirigió a mí de manera casual.
—Sí, así es—Contesté.
Él soltó una pequeña risa y continuó:
—Me alegra que Eugene haya encontrar a un ayudante.
Parece que su grupo son clientes regulares porque conocen al jefe y ciertas situaciones que pasan en el restaurante.
—Me contrató ayer, fue amable en aceptarme—Dije.
—Sí, él es amable con todos. Es un buen tipo—Dijo sonriendo mientras llevaba la taza de café a su boca.
—Si me disculpa tengo que volver a trabajar.
Antes de irme y regresar a mis asuntos él me interrumpió.
—Oye.
— ¿Sí?—Pregunté
— ¿No te alegra trabajar al lado de una belleza como Eléonore?
Su comentario me agarró de imprevisto.
— ¿Qué está preguntando?
—Que si te gusta trabajar al lado de una belleza como ella—Repitió sin más.
Como todo hombre es más que obvio que me encante trabajar al lado de una mujer tan bella como lo es ella. Es una bendición.
Me aclaré la garganta antes de contestarle la pregunta, me acerqué un poco a la mesa para decirle lo siguiente:
—Es más que obvio que se siente bien trabajar con una mujer así.
— ¡Así se habla!—Dijo y me dio una palmada en la espalda. —Sigue trabajando duro, chico.
Mientras le respondía la pregunta mis ojos se desviaron hacia una reluciente gema de color carmesí que resaltaba en el mango de la espalda que lleva sujeta a su cintura, él se percató se percató y movió la cabeza hacia donde estaba mirando.
— ¿Te gusta?—Preguntó refiriéndose a la espada.
—Sí, se ve genial.
— ¿Quieres verla?
Desabrochó la correa que sujetaba la espada y la puso encima de la mesa para mostrármela. Sus otros compañeros se mantenían indiferente ante la situación hasta que uno habló:
—Deja de hacer perder el tiempo al joven—Dijo el otro que llevaba puesto unos lentes.
—Tranquilízate, sólo se la estoy enseñando.
Tomé la espada con las manos y comencé a verla más detalladamente, la vaina está hecha de un cuero bastante fino y de calidad y en el pomo hay una especie de dibujo tallado; y la gema, la gema que llamó mi atención está justo abajo del guardamano de la espada. Esta gema por sí sola puede llegar a valer una gran cantidad de oro y este tipo la utiliza como adorno, vaya desperdicio.
Al seguir mirándola sentí como si estuviera de algún modo viva, sentí un brillo interior viniendo de la gema.
—Oye—La voz del tipo que llevaba lentes me hizo volver en sí. —Eléonore necesita de tu ayuda, deja de perder tiempo—Dijo en un tono firme.
—Sí, disculpe…
Eléonore sigue trabajando duro mientras yo pierdo mi tiempo observando una espada, se me había olvidado por unos instantes lo que tenía que hacer. Devolví la espada e inmediatamente regresé a mis ocupaciones, no sin antes de pedirle una disculpa por perder tiempo. Ella me dijo que no me había llamado porque veía que me estaba divirtiendo, es todo un ángel; soy un idiota por hacer que ella se encargue del resto mientras yo holgazaneo.
Las horas continuando pasando y los clientes disminuían con el pasar del tiempo, Eléonore y yo nos turnábamos para tomar un descanso y para comer algo. Gracias a eso el trabajo se hacía más llevadero hasta que se hizo de noche y vuelta volvió la oleada de clientes; no sabía que este restaurante fuese tan popular, espero no morir de sobresfuerzo. Pensaba que el trabajo en el puerto era duro pero no se compara con esto, allí movía cajas a mi ritmo y no me sentía muy presionado pero aquí tengo que prestar atención a todo; me hubiera gustado no cometer ningún error este día pero no fue así y con el pasar del tiempo me sentía más y más cansado y cometía errores en llevar los pedidos, confundía las mesas y a veces ordenaba cosas que no era; si sigo así me despedirán.
El reloj que colgaba de la pared indicaba las 8:45, sólo quedan 15 minutos para cerrar y por fin descansar de este duro día; seguía atendiendo mesas y pedidos cuando veo que Eléonore desapareció. No la veía por ninguna parte y sin su ayuda me era muy difícil seguir atendiendo todo yo sólo pero un par de segundos después salió Eugene de la cocina.
— ¡Ethan!—Me llamó, gritando mi nombre.
— ¡Voy!
Caminé enseguida hasta donde está Eugene y mientras me dirigía hasta él vi a Eléonore salir de la cocina y dirigirse al pequeño salón donde está el piano.
—Escucha, ella tocará el piano el resto que queda de tiempo y necesito que tú te encargues de atender los pedidos, ¿entendiste?—Dijo él mientras colocaba su mano en mi hombre.
Yo suspiré para sacar la fatiga que cargaba.
— ¡Bien, yo me encargo!
El asintió conforme con mi determinación y regresó a la cocina pero antes de pasar por la puerta me indicó una última cosa:
—Tal vez el restaurante quede abierto más tiempo, cuento contigo.
!Maldición! Pensaba que cerraríamos puntualmente, no sé hasta qué hora cerreraremos y puede que no mantenga el ritmo actual; estoy muy agotado pero el dije que yo me encargaría del resto. Tengo que hacerlo.
Eléonore se sentó frente al piano y comenzó a tocar, se empezó a escuchar una suave y bella melodía que dejó sorprendidos a todos en el restaurante; incluyéndome. Ella se veía tan espléndida tocando el piano y todos voltearon a verla. El silenció se apoderó del lugar y sólo había paz, sus notas desprendían elegancia y tranquilidad y su rostro solemne no dejaban de ver sus delicadas manos; estaba concentrada con cada nota que tocaba.
El llamado de Eugene hizo que volviera a poner los pies en la tierra, continué con mi trabajo mientras escuchaba la música que componía la bella Eléonore y así continuó el resto de la noche, el tiempo pasó sin que yo me percatase y el restaurante cerró culminando con Eléonore siendo la estrella de esta noche.
— ¡Bien, fue un gran día!—Dijo Eugene. —Se merecen algo para comer, pidan lo que quiera.
—A mí dame algo ligero, por favor—Pidió Eléonore.
— ¿Qué te doy a ti, Ethan?
Ladeé la cabeza unos segundos pensando en qué pedir para comer.
—Una chuleta de cerdo y un tarro de cerveza.
—Sin reservas, ¿eh? Bien, ya se los traigo—Dijo Eugene y se dirigió a la cocina para traernos lo que pedimos.
Eléonore y yo nos quedamos solos por unos instantes, me sentí algo nervioso mientras pensaba un tema del que hablar hasta que recordé el gran espectáculo que dio.
— ¿Quién te enseñó a tocar el piano?—Pregunté.
Ella volteó a ver al escuchar mi pregunta.
—Fue mi madre—Contestó. —Ella me enseñó desde pequeña.
—Ya veo y, ¿Cómo está tu madre?—Mi pregunta hizo que ella desviara la mirada.
Temí haber tocado un tema sensible para ella.
—No te preocupes, está bien si no me respondes.
—No, no, no es eso, es sólo que…
Sus labios se movían intentando pronunciar algo pero se interrumpía al no encontrar las palabras adecuadas, hasta que tomó aire y contestó mi pregunta.
—Ella murió hace años—Dijo con una actitud cabizbaja.
—Perdóname, no debí preguntar.
Maldita sea, metí la pata y ahora ella está en una situación incómoda. Soy un idiota por preguntarle cosas que no me incumben.
Su respuesta hizo que yo también desviara la mirada y agachara la cabeza.
—No te pongas así, estoy bien. Eso pasó hace bastante tiempo.
Alcé la mirada para verla nuevamente.
—Sucedió cuando tenía 10 años, unos hombres entraron a nuestra casa e intentaron llevarse todo. Uno de ellos intentó llevarme consigo pero mi madre se resistió y me protegió con toda su fuerza—Ella se detuvo de repente y se quedó con los labios abiertos apunto de formar una palabra, pasaba los segundos y ella no decía nada.
Volteo a verme, sus ojos azules como el mar se toparon con los míos.
—La apuñalaron en el pecho—Dijo, forzándose así mismo a decir esas palabras.
Me había dicho que estaba bien, que eso pasó hace varios años pero ella es una mala mentirosa. Está claro que esa experiencia aún le afecta bastante, enserio me siento mal por hacer que se sienta forzada a contarme lo sucedido con su madre.
—Algunas personas llegaron a mi casa al escuchar mis gritos—Continuó. —Atraparon a los asesinos y los apresaron. Si mi madre no me hubiera protegido yo muy seguramente hubiera muerto—Estas palabras hicieron que ella derramara una pequeña lágrima por su mejilla.
—Entiendo…—Me acerqué a ella para secarle la lágrima que había derramado. —No te sientas mal, estoy seguro que esos malditos siguen pagando el crimen que hicieron. Tu madre debe de estar orgullosa de ver que su hija se ha convertido en una gran mujer.
—Gracias—Una cálida sonrisa se curvó en sus labios. —De hecho he sobrevivido el resto del tiempo gracias a sus lecciones—Añadió. —No tengo una familia y mi padre murió por una enfermedad que azotó la ciudad hace años y con la muerte de mi madre estaba totalmente sola. Para ganarme el pan tocaba el piano en las calles hasta que Eugene me ofreció trabajar con él y aquí estoy ahora. Llevo 8 años trabajando aquí y estoy agradecida.
Realmente es una gran mujer, siguió caminando hacia adelante aún con todo ese peso que cargaba sobre sus hombres, no se compara conmigo; alguien que se quitó la vida sólo por no tener la vida que quería. Que patético.
Eugine abrió la puerta y vino con unos platos de comida y los dejó en la mesa.
—Aquí tienen—Dijo. —Regresaré a la cocina para limpiar el resto de trastes.
Ambos agradecimos a la par y comenzamos a comer lo que nos había servido el jefe, lo que se suponía que iba a ser una gran cena se convirtió en algo incómodo; el ambiente se sentía decaído y aunque pareciese que todo ya estaba normal yo aún seguía pensando en la historia de Eléonore.
Terminamos de limpiar el piso y de lavar los platos, nos despedimos y cada uno siguió su camino hasta su hogar. Hoy cerramos a las cerca de las 10:30 pm, y pensaba que al menos tendría más tiempo para recuperar las horas de sueño pero no fue así.
Aún tengo que solucionar algunos problemas que tengo, hoy pude comer dos veces y no tuve que comprar nada de afuera; esa es una gran ventaja ya que si sólo como dos veces al día no me preocuparé en gastar dinero y si desayuno un par de manzanas tendré mi comida completa. Al menos tengo solucionado un problema pero ahora toca pensar en cómo asearme para no ir sucio al trabajo. Una vez que me paguen compraré un poco de ropa para no andar siempre vestido con lo mismo.
Las callen vuelven a estar casi vacías, unas pocas personas y algunos carruajes pasan por la vía, eso último me dejó pensando; de repente una idea se me vino a la cabeza al ver a los caballos, pero estaba nublada y hacia lo imposible para hacer que mi cerebro lo recordara.
Caballos… caballos… caballos…
Repetía constantemente esta palabra intentando recordar hasta que por fin lo hice.
Mis ojos se abrieron de par en par y puse mis manos en mi cabeza al darme cuenta de que era un completo tonto al no recordar un detalle tan simple.
¡Cierto! ¡Los caballos viven en un establo! ¡Hubiera sido mejor quedarme en uno y dormir en una cómoda cama de paja envés pagar 50 monedas de oro por dormir en un lugar en ruinas! ¡Soy un idiota, mierda!
Y con esto último regresé a la posada, enojado conmigo mismo por ser tan estúpido pero ya no hay nada que se pueda hacer, ya tiré esas 50 monedas de oro y sólo me toca quedarme aquí hasta poder pagar un sitio mejor. ¡Maltea sea mi estupidez!