Basta. Calmate. Respirá, 1, 2, 3. Aire entra, aire sale. Aire entra, aire sale.
¿Qué hacer, qué hacer? Primero, parar de maquinar, supongo.
Nos miramos. Miradas que decían todo, miradas que decían nada, miradas que dolían, miradas que solo querían quedarse ahí. Aire entraba, aire desagradable, aire, aire, aire; salir, salir, salir.
¿qué hacer, qué hacer?
Movete, me dijiste. No podía, no, no, no podía, me tenía que quedar. ¿O no? No puedo, te respondí. Movete, repetiste. ¿No te había dicho que no podía?
Recién caía. No me movía, no hablaba, solo temblaba (¿o eso tampoco?). Tampoco pensaba, salvo calmate, respirá, aire entra, aire sale. Entraba aire, poco salía, me hiperventilaba.
Bueno, te cansaste.
Me agarraste por un brazo.
Me moviste.
El cuerpo ensangrentado salpicó las paredes y me asusté. Aire, aire, aire; salir, salir, salir.
Te atormentaba, sí, pero no más que a mí, no más que mi cabeza a mí.
No, el cuerpo no podía ser yo. (¿O sí?).