Yo sabía que algo andaba mal ese día, pero no te dije nada, porque era un presagio y no te gustaba que te adelantara los hechos (o que me adelantara a los hechos).
Habíamos llegado corriendo, como siempre, sorteando los cadáveres que formaban caminos laberínticos y sentamos bases, en la nada, en la adrenalina de las armas, cuyo paradero, cuyo objetivo, se desconocía; podían estar en todas partes o en ningún lado.
Armamos una fogata, pero no nos dimos cuenta de la que explotó al lado nuestro. Y el frío se fue, el calor arrasó con nosotras. Al menos, estábamos juntas.