Solía despertarme y que hubiera olor a café, presente, fuerte, casi como si tomara el vapor de la cafetera cuerpo propio y desfilara por la casa. Porque me despertaba antes que ella, se lo preparaba, y tomaba una taza, a pesar de que no me gustara. Me daba miedo, incluso, que se diera cuenta de esto, así que siempre desayunaba dos tazas.
Pero, cuando te fuiste, ¿cuál era el sentido?
No me gustaba desayunar café, pero me había acostumbrado, y cuando te fuiste, ¿cómo sabía qué me gustaba y qué no? Si yo era vos.
El café se enfría.
Guiabas mi vida, mis anécdotas, mi historia, la historia misma. Eras mi sentido común. Eras el amor de mi vida.
La taza que lo lleva, se rompe. Se destroza, inarreglable. Y el contenido escapa hasta de sí mismo.
Perdón, no era amor. Sin embargo, te fuiste y te llevaste todo el que tenía para dar. Incluso el propio.