Yo sabía que ibas a volver, porque te conocía. Sí, a vos, hijo de puta, que no te pudrías más, siempre salías igual. Hice lo que pude para que no lo hicieras, pero lo hiciste.
"No importa" me decía Norita, al lado. ¡Qué no va a importar! Importaba, y mucho, pero tenías un dios al lado que te daba impunidad. Pobre Norita, ella intentaba calmarme, y yo le decía "no, no, usemos la furia para pelear" y ella me respondía "dejáselos a los vivos". Tenía buenas intenciones, pero el deje triste en el tono de voz me dejaba ver que ella quería más, que ella también se enojaba, sin embargo, su mente ya había consumido ese enojo y lo transformó en resignación. "Usá los sentimientos como motor" le decía yo después de un rato y Norita sonreía. "Ya dejé de sentir" susurraba y cerraba los ojos mirando las estrellas.
Me ponía triste, para qué negarlo.
Así era cada vez que ibas.
Y yo me enfurecía y me volvía loca, me desquiciaba con tus discursos monológicos sobre amor, pérdida, lucha, momentos difíciles.
Si tanto me querías, ¿por qué me mataste?