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Chapter 41 - 41

Busqué por todos lados, pero no la vi. No tuve de otra que regresar, pensando que, tal vez iba a estar en su casa. Ni siquiera me despedí de mi madre o le avisé que me iría, mi prioridad ahora es Mónica. En el hospital a ella le darán la atención y el cuidado que necesita, además de que no quiere verme. Mónica no está en su apartamento, soy tan idiota que olvidé que ella había entregado las llaves esta mañana. Mi segunda opción es ir a la casa de sus padres y fue su madre quien me recibió. 

—Por el amor de Dios, dígame que usted sabe de Mónica. 

—Cálmate, muñeco. ¿Qué tienes? ¿Qué está pasando? ¿Por qué estás llorando? ¿Mi hija no está contigo? 

Me siento en el sofá para contarle lo que sucedió y agita la cabeza. 

—Conociendo a mi hija como lo hago, lo más probable se sienta culpable y por eso lo hizo. Siempre ha creído ser una carga para todos, incluso con nosotros pensaba eso. No sé dónde pueda estar, pero en algún momento tendrá que aparecer. Si no tiene su apartamento, asumo que va a considerar venir a pasar la noche aquí. 

—¿Y si no lo hace? ¿No sabe de algún sitio a donde pudo haber ido? No sé, alguna casa de una amiga o amigo que tenga. 

—Mi hija no es de tener amistades. La única amiga que tenía, si se le puede llamar así, fue la muchacha esa que le quitó al lagartijo disecado. Dudo muchísimo que esté con ella ahora. Si no viene aquí, tal vez se quede en algún Hotel. 

—Cierto, un Hotel. Avíseme si se comunica con usted, por favor. Yo seguiré buscándola — salgo de la casa a toda prisa. 

Paso por cada Hotel cercano, preguntando en la recepción por ella, pero nadie sabe nada. Entre más tiempo transcurre, más desesperado me siento. Necesito encontrarla, tengo que hacerlo, pero no sé dónde más buscar. ¿Dónde pasará la noche? ¿Cómo estará? ¿Habrá comido algo?

Tras largas horas dando vueltas sin encontrarla, llamándola y escribiéndole sin obtener alguna respuesta, decido regresar a mi casa. Necesito pensar con la cabeza fría para dar con ella. Me doy un baño y luego me recuesto en la cama, insistiendo a su teléfono, pero sin respuesta alguna. Dejo caer el teléfono sobre la cama y Snowy se sube a mi pecho, ronroneando y recostando su cabeza de mí. 

—Habíamos hablado de que tú mamá vendría a quedarse aquí con nosotros, pero las cosas no salieron como quería por allá. La extrañas también, ¿verdad? — mis ojos vuelven a llenarse de lágrimas, recordando su expresión antes de dejarla sola para ver a mi madre. ¿Cómo fui capaz de dejarla sola, viendo que ella no estaba bien? Soy un imbécil—. Pero no te preocupes, Snowy. Papá encontrará a tu mamá y la traerá a vivir con nosotros. Te juro que la voy a encontrar. 

A primera hora, salgo para volver a buscarla por los alrededores. Su mamá no ha sabido tampoco de ella. No dormí nada anoche; la preocupación, la inquietud, el deseo de verla, oírle, darle para atrás al tiempo y no haberla dejado sola, son muchas cosas. ¿Quién podría dormir tranquilamente? Ni siquiera sé si durmió en alguna parte, si está bien, si comió, no sé nada. 

Paso por la agencia, con la esperanza de encontrarla ahí, pero la recepcionista me informa que ella llamó temprano para renunciar. Tal parece que si está pensando alejarse de mí para siempre, pero por nada del mundo voy a permitirlo. 

Tras la impotencia y desesperación, llego a la casa de mi jefe y toco la puerta varias veces. Cuando abre la puerta y ve en las condiciones que me encuentro, retrocede nervioso. 

—Pareces un desquiciado, un vagabundo, debes estar lleno de gérmenes. ¿Qué te ha pasado? 

—Usted es la única persona que puede ayudarme y a la última que puedo acudir. Necesito su ayuda para encontrar a mi prometida. Me he tomado mucho atrevimiento de venir directamente a su casa para pedirle esto, pero le ruego que me ayude. Tiene muchos contactos en la policía que puedan dar con la ubicación de mi prometida. 

—¿Tú prometida? ¿Hablas de esa… mujer? 

—Sí, de Mónica. 

—¿Te abandonó? — pregunta en un tono burlón, hasta caer en cuenta de que así es —. Lo siento. Cuéntame los detalles y veré que puedo hacer por ti y esa mujer. 

Luego de largas horas en espera, en que su amigo buscara la placa del auto de Mónica, recibo una llamada de su madre. 

—¿Sabe algo de Mónica? 

—Suéltame, mamá — escucho la voz de Mónica al otro lado de la llamada y el alma me vuelve al cuerpo —. ¿De dónde has sacado esas sogas? ¿Por qué demonios me estás amarrando? ¿Has perdido la cabeza? 

—Sí, la he encontrado en el mismo lugar donde acampamos en el fin de semana. Ven para acá. Y no te preocupes, que esta pendeja no tendrá forma de seguir huyendo.