—Amarrala bien. Ya salgo para allá— cuelgo la llamada y miro a mi jefe—. Ya la encontraron. Gracias por su ayuda, señor.
—Y yo que pensé que estabas hablando de una mascota. ¿Es necesario amarrar a esa fiera?
—Si mi suegra lo cree necesario, por algo es. Es mejor prevenir. Lo veré en la semana, señor. Gracias por todo — salgo de la casa corriendo hacia el auto.
Manejo directamente y sin paradas al lugar, es donde a lo lejos las veo y estaciono el auto para acercarme a ellas de prisa. La ropa que tiene puesta no es la misma de ayer, ahora tiene una camisa blanca y un pantalón corto. Lo más que llama mi atención es la forma en que está amarrada. Las sogas están cruzadas a su pecho y brazos, sus senos están bastante ajustados con eso, tanto que sobresalen entre las divisiones de las sogas. Sin contar que sus manos están atadas a la espalda.
—¿Qué tipo de amarre es ese? ¿Era así de necesario amarrarla? ¿Tanta resistencia puso?
—Oh, sí, mucha resistencia — contesta agitada.
—Eres una desvergonzada, mamá. No voy a perdonarte esto.
—No te estoy pidiendo disculpas, mocosa.
—Quítame esto, Steven.
—No lo hagas o vas a arrepentirte. Créeme, ya conozco a mi hija. A la que la sueltes, saldrá corriendo.
—No es cierto. No saldré corriendo.
—No la escuches. No dejes que te lave el cerebro. Aprovecha que está amarrada y arreglen sus cosas. Mis nietos me lo agradecerán.
—¿Sus nietos?
—Sí, todos los que tendré — puso su mano en mi hombro y trato de procesar lo que dice —. Y bien, ahora tendrán tiempo para hablar tranquilamente. Y tú, si realmente lo quieres y deseas que te dure más allá de la luna de miel, te aconsejo que hables con él y resuelvas las cosas. Ha estado muy afectado. Si hubieras visto cómo llegó anoche a la casa, estaba a punto de colapsar por tu culpa. No hagas sufrir más a este pobre hombre.
—Tiene razón, señora — afirmo.
—Llévatela a tu casa y arreglen todo allá, pero por nada del mundo la sueltes. Me ha costado bastante trabajo amarrarla, así que no eches a perder mi trabajo.
—Pero ¿y el auto de ella? — cuestiono, cuando escucho unos pasos detrás de mí.
—Yo me encargo de eso — dice el padre de Mónica. No sé ni de dónde ha salido.
—Papá, qué bueno que estás aquí. Mamá ha enloquecido. Mira lo que me hizo y frente a todo el mundo.
—¿Lo hizo tu madre? — se acerca a Mónica y se va a su espalda—. ¿Desde cuándo sabes hacer este tipo de amarres? Se ven perfectos.
—¿Qué estás diciendo, papá?
—Mi niña, esto tuvo que haberle costado mucho trabajo a tu mamá, no puedo simplemente cortarlo.
—¿Cómo es posible de que te vayas de su lado? Me amarró en contra de mi voluntad y ni siquiera puedo mover mis brazos.
—Nadie te mandó a huir como una cobarde y a dejar a tu pobre prometido hecho un mar de lágrimas. No te amarro las piernas porque se le hará difícil a él llevarte, pero ganas de hacerlo no me hacen falta.
—Concuerdo con tu madre.
—Los dos están mal de la cabeza.
—Tus padres tienen razón, Mónica.
—¿Tú también estás de su parte, Steven? No puedo creerlo.
—Me abandonaste, sin siquiera pensar en el daño que eso me causaría — aprieto los puños de la frustración y aguantando ese nudo que aún está en mi garganta—. ¿Crees que esto no duele? Un simple perdón no es suficiente. Puedo entender que te sientas culpable por todo lo que pasó, pero eso no te da ningún derecho a dejarme solo. Si se dijera que me dejaste porque no me quieres, respetaría tu decisión y no me volvería a acercar a ti, pero sabiendo que ese no es el caso, no hay forma de que permita que vuelvas a irte. Si esta es la única forma de asegurarme de que no vas a volver a hacer esto de nuevo, entonces estoy totalmente de acuerdo en que te amarren incluso las piernas de ser necesario.
—Muy bien dicho, yernito. ¿Alguna vez te he dicho que eres mi yerno preferido? Entonces ¿comienzo?
—Sí, por favor.
—¡¿Qué?! ¿Cómo es que se confabulan ustedes tres?
—Haz silencio, hija. La llevaré a tu auto y allá lo hago — se lleva a Mónica entre protestas hacia mí auto y me quedo a solas con mi suegro.
Realmente no quería llegar a estos extremos, pero parece que aún después de todo, aún tiene las intenciones de irse y no voy a permitirlo.
—Tranquilo, muchacho. Es normal que existan conflictos en una pareja e indiferencias. Es tedioso el proceso, pero las reconciliaciones hacen que valga la pena. Te lo dice este viejo masoquista — ríe, poniendo su mano en mi hombro—. Ve con todo, hijo. Reconciliate con mi hija.
—Gracias, señor.
—Luego me cuentas que tan resistentes son los amarres.
—¿Qué quiere decir con eso?
Mi suegra me llama y bajo la cabeza para caminar hacia ella. Tal parece que vino equipada con bastantes sogas. ¿De dónde pudo sacar tantas? ¿Es que acaso ya presentía que Mónica no iba a cooperar?
—Ya puedes llevártela, muñeco. Luego me cuentan qué tal.
—Gracias por todo, señora — cierro la puerta de atrás, donde Mónica está acostada en el asiento trasero.
Subo al auto y lo enciendo, arreglo el retrovisor y veo la mitad de su cuerpo. No se supone que en una situación así me esté sintiendo extraño. Por el camino, no logro concentrarme en la carretera, solo miro por el retrovisor cada vez que puedo, ya que no puedo creer que ella está aquí conmigo y que se mira tan bien con esas sogas en su cuerpo. Siento ganas de estacionarme, solo para poder verla mejor.
—Este es el colmo. ¿Cómo pudiste llegar a esto, Steven? ¿Por qué estás mirándome así? ¿Desde cuándo te gustan estas cosas?
—Desde que vi lo perfecta que te ves con ellas.