—Cuando estábamos allá me pareció que estabas disfrutando de esto, así que ¿por qué no hacerlo de nuevo, ahora que estamos a solas? — su rodilla frotó mi parte baja, y llevé mi mano a la boca—. No hagas trampa. Tampoco te contengas. Permíteme escucharte mejor— me quitó la mano de la boca, mientras continuaba frotando su rodilla en mi erección.
Estaba tratando lo más que podía de no hacer esos quejidos tan extraños, que de lo más profundo de mi ser se escapaban, pero era imposible. A pesar de tener el pantalón, esa sensación era placentera y se sentía cada vez más fuerte.
—No quiero que crucemos esa línea todavía, Mónica.
—Hay formas de divertirnos, sin cruzar la línea de la que tanto hablas.
—No lo entiendes. Cada segundo que te tengo cerca, hace que la fuerza de voluntad vaya disminuyendo.
—Estaré yo aquí para frenarte si las cosas se salen de control. Solo confía en mí.
—Ya lo hago.
—Ven— me agarró la mano, y me guió a su habitación.
Estaba muy tenso y nervioso al estar a solas con ella. No era la primera vez, pero no saber lo que estaba planeando, era lo que me tenía así.
—Relájate, todo estará bien — desajustó mi corbata hasta quitármela y me ayudó a quitar el gabán.
La observé mientras desabrochaba mi camisa y sentí su suave mano acariciar mi torso. No es la primera vez que lo hace, pero hoy la situación se siente totalmente distinta. Ella se veía muy concentrada mirando mi cuerpo y descendiendo su mano a mi pantalón.
—Me encantas, Steven— sus labios besaron mi pecho y la piel se me erizó.
No puedo negar que su comentario me avergonzó más de lo que creí que lo haría. Incluso llegué a pensar en que esto ella sintió cuando se lo dije abiertamente ese día.
Estaba tan embobado por la sensación de sus labios en mi piel, que ni cuenta me había dado de que ya había abierto mi pantalón. Solo hasta ese momento pude percibir su mano adentrarse a mi bóxer y en instantes, aferrarse suavemente a mi pene. Nunca lo había tocado directamente, y ese escalofrío que recorrió desde mi pene, esparciéndose por todo mi cuerpo, me llevó a retroceder.
—¿Qué tienes? ¿Te lastimé?
Tenía que reponerme de esa increíble sensación y escalofrío que recorría constantemente por todo mi cuerpo. Siempre termino retrocediendo y no logro soportar las cosas. Ese día sucedió lo mismo, y ella tuvo que esforzarse demasiado para hacerme sentir bien. Ella siempre es la que hace todo, y yo nunca he hecho nada por ella. Todos esos pensamientos e inseguridades se estaban cruzando por mi cabeza en un milésimo segundo, haciendo que me sintiera un idiota.
—Lo siento. Es que eso se sintió muy bien— logré admitirlo con mi voz entrecortada.
—¿Quieres que me detenga?
—Debes estar pensando que soy muy gallina, ¿Verdad?
—¿Gallina? ¿Por qué dices eso?
—Cada vez que me tocas mi cuerpo se vuelve muy sensible, y por más que trato de soportar estos temblores, es difícil hacerlo.
—Estás muy nervioso, eso es todo. Jamás pensaría que eres una gallina por algo como eso. Es normal que te sientas así, al final de cuentas, es tu primera vez. Perdón por presionarte demasiado. He sido muy egoísta y no he estado pensando en cómo te sientes. Me dejo siempre llevar por las ganas y no mido lo que hago.
—No me malinterpretes. No me siento presionado por ti. En realidad, me gusta mucho lo que siento. Contigo he ido experimentado cosas que jamás había sentido o experimentado antes. Se siente bien estar cerca de ti, tener estos momentos a solas, verte, sentirte, pero quiero de alguna forma cumplir como tu novio.
—¿Cumplir como mi novio? ¿Y no lo haces?
—La última vez que estuvimos en esta situación, siento que solo yo disfruté de esto, pero tú no.
—¿En qué estás pensando ahora, Steven?
—Siento que el egoísta soy yo. Quisiera saber qué hacer en esta situación, no solo quedarme quieto esperando a que tú hagas todo.
—No puedo entender las cosas que piensas. Estábamos hablando de una cosa, y sales con otra.
—¿Podemos continuar, o ya he dañado el momento?— mi pregunta la hizo sonreír.
En respuesta a mi pregunta se quitó el traje, dejándolo caer al suelo. Tragué saliva al apreciarla en esa ropa interior color blanca. Sus grandes y apetecibles muslos, más sus senos casi expuestos.
Se sentó en el borde de la cama, aún con los tacones puestos y me señaló para que me acercara. De inmediato me acerqué hasta quedar delante de ella y se recostó por completo.
—¿Qué harás ahora que me tienes así? En ropa interior, húmeda y deseándote— sonrió, y tragué saliva al escucharla pronunciar esas palabras.
Mi primera reacción fue subirme encima de ella. La tenía justo debajo de mi, y no sé por qué solo con eso, sentía mi cuerpo ardiendo. Mi corazón latía apresuradamente, y mis manos estaban temblorosas, a pesar de que estaban a ambos lados de ella.
—¿Qué haces?— preguntó en un tono dulce.
—No lo sé— mi respuesta le hizo soltar una risita burlona.
—Lo que hiciste fue por instinto. Estamos mejorando— no entendí a qué se refirió, pero aún así traté de mantener la calma.
Ni cuenta me había dado de que mi rodilla estaba entremedio de sus piernas y su muslo estaba presionando mi erección. Cuando caí en cuenta, la vi esbozar una sonrisa.
Su mano sujetó la mía y traté de mantener el equilibrio solo con una.
—Voy a mostrarte algo— su mano la encaminó en dirección a su entrepierna y la seguí con la mirada, hasta que sentí que mi mano tuvo contacto con su ropa interior.
Estaba caliente y húmeda; muy húmeda. Si a través de su ropa interior se puede percibir así, por dentro de ella debe estar mucho más, ¿Cierto?
Mi mente se nubló y dejé mi mano quieta. Todo mi cuerpo estaba temblando y sudando. No podía creer que realmente ella estaba así, de que realmente estaba tocando esa área.
—Debes verme como toda una pervertida ahora, pero no sé qué me pasa. Siempre que te tengo cerca me pongo así, y no puedo evitarlo. No sabes cuántas ganas siento de que me toques, de que tus suaves y largos dedos exploren profundamente dentro de mi. Soy toda una depravada, ¿Cierto?