Estaba decidido a sobrevivir en mi segunda vida, aunque después de reencarnar decidí rendirme y dejar de intentar moverme ya que era imposible.
Por mi profesión anterior, había aprendido que vivir sucio y tener la capacidad de cam- biar rápidamente de pensamientos era una habilidad indispensable.
Al parecer, el crecimiento de un goblin era característicamente rápido. Aunque solo fuera el tercer día desde que nací, mi cuerpo había crecido deprisa.
Si bien mi cuerpo era el de un bebé antes de irme a dormir, mi figura ahora mismo era la de un estudiante de primaria. Aunque todavía era más débil que antes de mi reen- carnación, comparado con ayer, el poder de mi cuerpo se había disparado. Era capaz de ponerme de pie, e incluso de correr a velocidad moderada, por eso sentía una felicidad indescriptible. Me retocé por instinto, aunque fuera infantil, tenía acumulado el estrés de ser incapaz de moverme como quería.
Bueno, eso era solo natural. En comparación con la civilización levantada por los huma- nos, quienes crecían sin temor de ser atacados por un enemigo extranjero, los goblins, desde el momento en que nacían, tenían que arreglárselas ferozmente para sobrevivir. Los humanos podían permitirse crecer más despacio que los goblins, quienes vivían en libertad, donde la ley de la jungla requería que sus crías crecieran más rápido.
Puesto que ya podía moverme, pasé todo el día aprendiendo las limitaciones de mi cuer- po. Hice ejercicios con mi cuerpo hasta donde me sentí cómodo, y al final me desplomé del cansancio.
Pero... Esta cama... ¿Es que no tienen nada mejor?