- Por supuesto. ¿Planea llevar con usted a Lady Twain?
- Ella será invitada de todas formas, después de todo ella fue quien le salvó la vida. Pero de todas formas no sé si se recuperará a tiempo, hay que esperar y ver.
- Mi lord, esta mañana llego un mensajero, encontraron a su abuelo materno.
- ¿Donde? - la mirada de Edward de repente se enfrió como el hielo.
- En el Imperio Diente de Oro, la tierra de los hombres lobo. Según el informante está en un establecimiento de esclavos, trabajando como guardia.
- Tráelo de regreso - ordenó Edward apretando fuertemente su puño.
- Lo haré. Con su permiso - dijo David mientras se daba la vuelta y volvía sobre sus pasos.
Edward respiró profundamente para calmar sus emociones, de repente se escuchó que alguien carraspeaba a sus espaldas, se giró hacia la fuente de la voz, allí estaba de pie Marc, quién lo miraba con curiosidad, parecía que intentaba encontrar algo en su mente, esto hizo que Edward se sintiera extremadamente incómodo.
Después de un momento de silencio sepulcral, Marc hablo finalmente:
- Un mestizo...
- ¿Qué?
- Tu padre era un vampiro de sangre pura... y tu madre una mujer lobo... ¿estoy en lo correcto?
Edward miró al niño con sorpresa, al siguiente segundo frunció profundamente el ceño, no le gustaba que las personas desenterraran su pasado, especialmente cuando se trataba de su familia, sus ojos se volvieron más oscuros a causa de la rabia, sus emociones casi se desbordan.
- Relajate. Sin duda tu pasado es algo de lo que no te gusta hablar.
- ¿Qué viste?
- No pude ver mucho. La mente de los hombres lobo es retorcida y oscura, hace muy díficil adentrarse en sus recuerdos, los síquicos tan solo podemos ver lo superficial en estos casos ya que requiere mucho esfuerzo descifrar la mente de un hombre lobo.
- Esa es la razón de la inteligencia emocional e intelectual de nuestra especie - respondió Edward con una sonrisa crispada - Te agradecería que lo mantuvieras en secreto.
Marc entendió la amenaza en las palabras del Lord, sonrió servilmente y respondió con calma:
- No podrás ocultarselo a Adelaida.
- Nunca dije que se lo iba a ocultar.
- Le tienes gran aprecio ¿no?
- La amo, la amo más que a mí propia vida.
- ¿Como dices eso cuando estuviste ausente de su vida durante casi cinco años?
- No lo sé. Es eso lo que siento, así será hasta que muera.
- Que así sea entonces, si la haces llorar lo pagarás caro.
- ¿Por qué te interesa tanto?
- Es como una hermana para mí, no me gusta la idea de verla sufrir.
- Miau.
El repentino maullido desvió la atención de ambos hombres, al pie de la escalera estaba Stella, miraba con sus ojos azul y verde al Lord, parecía expresar cierta alegría al verlo.
- Veo que también ha crecido - comento Edward mientras sonreía.
- Miau.
La gata se frotó en la pierna del Lord, parecía marcarlo con su aroma felino, para dejar en claro a quien le pertenecía (Todos sabemos que le pertenece a Adelaida)
- Stella es la consentida de la casa, es muy valiosa para Adelaida. Aunque va y viene a su antojo - comento Marc con una sonrisa.
- En cierta forma es como su dueña - replicó Edward mientras acariciaba a la gatita.
Marc no mostró reacción alguna, no comprendía como este hombre conocía tan bien a Adelaida a pesar no haber estado con ella durante cuatro años, ahora entendía que él era con quién ella debía estar, y esto, aunque lo ponía levemente triste, también le alegraba.
***
Al día siguiente.
Adelaida abrió lentamente sus ojos, la cálida luz de la mañana entraba por la ventana y se escuchaba el dulce trinar de las aves, esto hizo que Adelaida sonriera mientras se desperesaba. Decidió darse un baño, ya que la fiebre de los últimos días la había hecho sudar mucho y la sensación pegajosa no le agradaba. Se levantó de la cama lentamente y descubrió que todo el dolor había desaparecido, se sintió extremadamente alegre y no pudo evitar sonreír.
- Espero que esa sonrisa pueda ser solo mía - Edward entró en la habitación y envolvió con sus brazos a Adelaida por su espalda.
Ella sonrió ante este gesto y su sonrisa se ensanchó aún más cuando él le acarició el abdomen con su mano, creando una sensación de indescriptible calor dentro de ella.
- ¿Y ahora quién es el que juega con fuego?
- Esto no puede considerarse fuego, cariño. Apenas son brasas.
- Debo advertirte que mi autocontrol es muy débil, será mejor que no me provoques de esa manera.
- ¿De qué manera te estoy provocando? - la mano de Edward subió por su abdomen y se ubicó en la base de sus pechos. Adelaida suspiro con placer, era un pequeño suspiro casi inaudible, pero Edward logró escucharla claramente y siguió acariciando esa zona lentamente haciéndola suspirar con más fuerza, finalmente apretó un poco sus senos, con esto logró hacerla gemir de placer.
- No tienes idea lo bien que me hace escucharte gemir por mi - le susurró al oído mientras su mano volvía a su abdomen.
- Eres cruel. ¿Como te atreves a hacer eso con una mujer débil físicamente?
- Yo te veo bastante bien, no puedes engañarme con esa excusa.
Adelaida sonrió con alegría, se giró en el abrazo de él para quedar frente a frente, acerco su rostro y le besó en los labios, él le correspondió. Después de un momento se separó, le miró con fuegos artificiales en sus ojos y le dijo:
- Déjame asearme primero, volveré en un momento, ¿esta bien?
Aunque él no se veía convencido, al final la dejó ir, no sin antes besarla una vez más.
- Te espero en el comedor - dijo él mientras se daba la vuelta y salía de la habitación con una sonrisa satisfecha en sus delgados y fríos labios.