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Cuatro años después, Año 1863.
Adelaida vivió felizmente con sus tíos y sus primas, ya habían pasado cuatro años desde el día que llegó a la mansión Hunt, se acercaba su cumpleaños número trece, sus tíos planeaban hacer una celebración en su honor. Recibía cartas de sus padres regularmente, dos o tres al mes, las contestaba con agrado y alegría, estaba feliz cada vez que corría al pueblo a la oficina de correo. La última carta que había recibido decía que sus padres asistirían a su cumpleaños, desde que recibió la carta, Adela iba diariamente a la estación del tren, siempre con Stella en sus brazos o debajo de su falda, miraba el tren que provenía del Reino Nieve Negra, buscaba entre la multitud a sus amados padres, pero ellos nunca aparecían, "Talves los estoy esperando demasiado pronto, seguramente llegarán el día antes de mi cumpleaños" pensaba ella cuando volvía a subir al carruaje que la llevaba de regreso a la mansión Hunt.
Así, volvió el día antes de su cumpleaños a la estación del tren, esperando con ansias su llegada, pero... no llegaron, al menos no ellos, quien llegó fue Zoe, su anterior sirvienta personal, Zoe tenía heridas evidentes en el rostro, lo que hizo que Adelaida se preocupara.
- Zoe, ¿qué te sucedió? ¿Donde estan Madre y Padre? ¿Ellos no vienen contigo... ?
- Oh Lady Twain... cuanto lo... lamento... - la mujer empezó a llorar mientras se arrodillaba frente a la niña.
- ¿Por qué... ?
- Lady Twain, en la estación del Reino Nieve Negra, antes de subirse al tren... hubo una masacre en la estación...
Adela sentía que el mundo se le caía encima mientras escuchaba a la mujer hablar, grandes lágrimas se formaron en sus ojos dorados y empezaron a caer por sus mejillas de porcelana, sus sollozos se hicieron más fuertes y empezaron a atraer miradas de las personas al rededor.
- Zoe, ¿ellos... ellos... ?
- ... Murieron... Lady Twain... el Conde y la Condesa Twain, murieron... de verdad, lo lamentó...
Adela no lo aguanto más, sus pequeñas piernas se tambalaron y ella cayó al suelo mientras lloraba fuertemente, ignorando por completo a las personas que la miraban.
Adelaida lloró con Stella en sus brazos, hasta que ya no pudo más, sus ojos estaban rojos y secos, su vestido estaba bastante húmedo y se habían formado pequeños charcos con sus lágrimas, su estado era tan lamentable, que todo el que la veía sentía lastima por ella.
De repente una mano se posó en su hombro, Adela se giró mientras sollozaba y se encontró con unos ojos rojo oscuro que la miraban con preocupación, a ella no le importó que fuera el hombre con quién siempre peleaba cuando ambos se encontraban, se acercó a él y se hecho entre sus brazos mientras seguía llorando.
Edward le acarició la cabeza, con una voz gentil le dijo:
- ¿Qué sucede? ¿Por qué lloras?
Ella no respondió y siguió llorando.
- Shhh, ya, tranquila, estoy aquí... Todo estará bien...
Gradualmente los sollozos cesaron, pero Adelaida no dejo de abrazarlo, ella se agarró a su chaqueta como si su vida dependiera de ello, pronto se quedó dormida en brazos del Señor Edward.
Edward se levantó con la niña en brazos, tenía una expresión sombría, miró severamente a la sirvienta que lo miraba con ojos llorosos y bien abiertos, el dijo con su voz grave:
- Explica.
Zoe no quería confesar los problemas de la familia Twain a cualquiera, pero al ver la mirada imponente del hombre se tragó su cautela y hablo:
- El Conde Twain y su esposa, se estaban preparando para asistir al cumpleaños número trece de Lady Twain. Ya tenían los boletos del tren, el equipaje listo y el regalo para Lady Twain... el día que iban a abordar el tren, hace cinco días, ocurrió una matanza en la estación de tren, semivampiros desequilibrados arremetieron contra la gente de la estación... hubieron muertos y heridos, humanos, vampiros y hombres lobos, algunas brujas blancas también fueron heridas, pero la tragedía no acabo allí... poco después llegaron brujas malignas, dispararon balas de plata a los hombres lobo, flechas con mandrágora a los vampiros, balas con veneno a todas las criaturas presentes, el Conde y la Condesa fueron alcanzados por unas de estas balas, murieron allí mismo, a pesar de ser vampiros originales, sus cuerpos y sus almas no resistieron al veneno y murieron allí mismo.
Edward frunció el ceño, miró a la niña en sus brazos, por alguna razón quiso desesperadamente protegerla, protegerla del sufrimiento y de cualquiera que quisiera hacerle daño.
Llevo a la niña y a su gata a la mansión Hunt, allí tuvo que darle la mala noticia junto con la sirvienta llamada Zoe, ellos también parecían devastados, sus caras casi tan pálidas como la nieve, los ojos de Vanessa y Jessica llorosos, la expresión de Milo Hunt sombría y la cara de Samantha Hunt completamente devastada.
Edward llevo a la niña a su habitación, la recostó en su cama y la cubrió con el edredón, puso a la gata junto a ella para que la calentará, le parecía extraño que la niña que se divertía desafiandolo e ignorando su estatus y en ocasiones su presencia, se encontrará en un estado tan lamentable y aceptara su apoyo.
Sus ojos repararon en el collar de plata que llevaba en el cuello, siempre lo había tenido desde que la conocía, pero ahora el color del collar era opaco, como el ánimo de quien lo llevaba, su mano se acercó al collar lentamente, cuando lo tocó con su mano...
- ¡Maldita sea!
Edward retrocedió tres pasos, se miró la mano, no tenía marcas, pero había sentido que al tocar el collar, todo su cuerpo se quemaba por dentro y por fuera, fue una sensación de agonía y desesperación demasiado fuerte, incluso para un vampiro de sangre pura, el dolor había logrado poner llorosos los ojos de Edward, de repente sus ojos se posaron en el espejo frente a la cama de Adelaida, allí podía verse el reflejo de él y del gato, pero no estaba el reflejo de Adelaida, no había reflejo de una niña de doce años, sino el reflejo de una mujer de veinte y tantos años recostada en la cama mientras dormía...