El comodoro Asper era un hombre del pueblo, por definición propia. Su cabello gris le caía sobre los hombros, su camisa necesitaba un lavado, y hablaba con cierto gangueo.
Aquí no hay ostentación alguna, comerciante Mallow dijo. Ningún espectáculo falso. En mí, usted no ve más que al primer ciudadano del Estado. Eso
es lo que significa la palabra comodoro, y éste es el único título que tengo.
Parecía insólitamente complacido por todo aquello.
De hecho, considero esto como uno de los lazos más fuertes entre Korell y su nación. Tengo entendido que su pueblo disfruta de las mismas bendiciones republicanas que nosotros.
Exactamente, comodoro dijo Mallow con gravedad, tomando buena cuenta de la comparación, es un argumento que considero muy a favor de una amistad y paz continuada entre nuestros gobiernos.
¡Paz! ¡Ah! La rala barba gris del comodoro se encogió con las muecas
sentimentales de su rostro. No creo que en la Periferia haya alguien que tenga tan cerca del corazón el ideal de paz como yo. Puedo decirle sinceramente que desde que sucedí a mi ilustre padre en la jefatura del Estado, el reinado de la paz nunca ha sido interrumpido. Quizá no debiera decirlo tosió levemente, pero me han comunicado que mi pueblo, mis compañeros ciudadanos más bien, me conocen como Asper el Bienamado.
Los ojos de Mallow vagaron por el bien custodiado jardín. Quizá los fornidos hombres y las armas de extraño diseño, pero altamente peligrosas, que llevaban estuvieran ocultos en los rincones como una precaución contra él. Sería
comprensible. Pero los altos muros cubiertos de acero que rodeaban el lugar habían sido reforzados recientemente una ocupación muy poco apropiada para un Asper tan Bienamado.
Entonces dijo, es una suerte que tenga que tratar con usted, comodoro. Los déspotas y monarcas de los mundos circundantes, que no disfrutan de una administración ilustrada, a menudo carecen de las cualidades que posee un gobernante bienamado.
¿Por ejemplo? Había una nota cautelosa en la voz del comodoro.
Por ejemplo, su preocupación acerca de los intereses de su pueblo. Usted, por el contrario, los comprende.
El comodoro mantuvo los ojos en el sendero de gravilla a medida que paseaban. Se acariciaba las manos a la espalda.
Mallow prosiguió, suavemente:
Hasta ahora, el comercio entre nuestras dos naciones se ha resentido por las restricciones impuestas a nuestros comerciantes por su gobierno. Seguramente, hace mucho tiempo que usted ha comprendido que el comercio ilimitado
¡El comercio libre! murmuró el comodoro.
El comercio libre, pues. Debe usted comprender que sería beneficioso para ambos. Hay cosas que ustedes tienen y
nosotros necesitamos, así como cosas que nosotros tenemos y ustedes necesitan. No se requiere más que un intercambio para incrementar la prosperidad. Un gobernante ilustrado como usted, un amigo del pueblo, y diría, un miembro del pueblo, no necesita argumentos acerca de este tema. No insultaré a su inteligencia ofreciéndoselos.
¡Es cierto! Me había dado cuenta. Pero ¿y usted? Su voz era un gemido plañidero. Su pueblo siempre ha sido muy irrazonable. Yo estoy a favor de todo el comercio que nuestra economía pueda soportar, pero no de sus condiciones. No soy el único jefe aquí. Alzó la voz. Sólo soy el sirviente de la opinión
pública. Mi pueblo no comerciará entre los centelleos carmesíes y dorados.
Mallow preguntó:
¿Una religión obligatoria?
Así lo ha sido siempre, en efecto. Seguramente recuerda usted el caso de Askone, hace dos años. Primero les vendieron ustedes algunas mercancías y después su pueblo solicitó la completa libertad de los misioneros para que manejaran debidamente las mercancías; que se establecieran templos de la salud. Entonces se fundaron escuelas religiosas; se dictaron derechos autónomos para todos los oficiales de la religión y, ¿con qué resultado? Askone es ahora un miembro integral del sistema de la
Fundación, y el gran maestre no puede decir que sea suya ni la camisa que lleva puesta. ¡Oh, no! ¡Oh, no! La dignidad de un pueblo independiente no puede soportarlo.
Nada de lo que usted ha dicho se parece siquiera a lo que yo sugiero comentó Mallow.
¿No?
No. Soy un maestro comerciante. El dinero es mi religión. Todo este misticismo y esas monsergas de los misioneros me molestan, y me alegro de que usted se niegue a favorecerlos. Le convierte a usted en mi tipo de hombre.
La risa del comodoro fue espasmódica y franca.
¡Bien dicho! La Fundación tendría que haber enviado a un hombre de su calibre mucho antes.
Colocó una amistosa mano en el voluminoso hombro del comerciante.
Pero, hombre, no me ha dicho más que la mitad. Me ha dicho lo que no es la trampa. Ahora dígame lo que es.
La única trampa, comodoro, es que usted se verá cargado de inmensas riquezas.
¿Realmente? preguntó. Pero
¿para qué quiero yo las riquezas? La verdadera riqueza es el amor del pueblo. Ya lo tengo.
Puede tener ambas cosas, pues es posible reunir el oro en una mano y el
amor en la otra.
Eso, muchacho, sería un fenómeno muy interesante, si fuera posible. ¿Cómo lo lograría usted?
Oh, de muchas formas. La dificultad consiste en escoger una. Veamos. Bueno, artículos de lujo, por ejemplo. Este objeto, por ejemplo
Mallow extrajo de su bolsillo interior una cadena plana de metal pulimentado.
Esto, por ejemplo.
¿Qué es?
Eso se ha de demostrar. ¿Puede usted hacer que venga una muchacha? Cualquier jovencita servirá. Y un espejo, de cuerpo entero.
¡Hummm! Vamos adentro, entonces.
El comodoro se refería al edificio donde vivía como en su casa. El populacho indudablemente lo hubiera llamado palacio. A los objetivos ojos de Mallow, se parecía extraordinariamente a una fortaleza. Se elevaba sobre un promontorio que dominaba la capital. Sus muros eran gruesos y estaban reforzados. Sus alrededores se hallaban vigilados, y su arquitectura estaba destinada a la defensa. Era el tipo de morada apropiada, pensó amargamente Mallow, para Asper el Bienamado.
Una muchacha se encontraba frente a
ellos. Se inclinó profundamente ante el comodoro, que dijo:
Es una de las sirvientas de la comodora. ¿Servirá?
¡Perfectamente!
El comodoro observó cuidadosamente mientras Mallow deslizaba la cadena alrededor de la cintura de la muchacha, y retrocedía.
El comodoro preguntó:
Bueno. ¿Eso es todo?
¿Quiere correr las cortinas, comodoro? Señorita, hay un botoncito al lado del broche. ¿Quiere moverlo hacia arriba, por favor? Adelante, no le pasará nada.
La muchacha así lo hizo, suspiró
profundamente, se miró las manos, y exclamó:
¡Oh!
Desde la cintura, de donde brotaba como una fuente luminosa, había surgido una vaporosa luminiscencia de brillantes colores que la rodeaba, formando sobre su cabeza una centelleante corona de fuego líquido. Era como si alguien hubiese arrancado la aurora boreal del firmamento y hubiese moldeado con ella una maravillosa capa.
La muchacha avanzó hacia el espejo y se contempló, fascinada.
Tenga. Mallow le alargó un collar de piedras mates. Póngaselo alrededor del cuello.
La muchacha así lo hizo, y cada piedra, al entrar en el campo luminiscente, se convirtió en una llama individual que titilaba y brillaba en carmesí y oro.
¿Qué le parece? le preguntó Mallow. La muchacha no contestó, pero tenía una mirada de adoración en los ojos. El comodoro hizo un gesto, y, de mala gana, ella presionó el botón hacia abajo y la magnificencia se esfumó. Se marchó con un recuerdo. Es suyo, comodoro dijo Mallow, para la comodora. Considérelo como un pequeño regalo de la Fundación.
Hummm. El comodoro dio vueltas al cinturón y el collar entre sus
manos, como si calculara el peso.
¿Cómo están hechos?
Mallow se encogió de hombros.
Esto es cuestión de nuestros técnicos especializados. Pero le funcionará sin, tome nota de esto, sin ayuda sacerdotal.
Bueno, al fin y al cabo, sólo son baratijas femeninas. ¿Qué se puede hacer con estas cosas? ¿Dónde interviene el dinero?
¿Usted tiene bailes, recepciones, banquetes, esa clase de cosas?
Oh, sí.
¿Se da cuenta de lo que las mujeres pagarían por este tipo de joyas? Diez mil créditos, por lo menos.
El asombro del comodoro llegó al colmo.
¡Ah!
Y puesto que la unidad energética de este artículo en particular no durará más de seis meses, serán necesarios frecuentes reemplazos. Ahora bien, podemos vender tantos como quiera por el equivalente de mil créditos en hierro forjado. El novecientos por ciento de beneficio es para usted.
El comodoro se acarició la barba y pareció sumirse en complicados cálculos mentales.
¡Galaxia, cómo lucharían las duquesas viudas por conseguir esto! Yo mantendría un número reducido y ellas
morderían el anzuelo. Naturalmente, no convendría que se enteraran de que yo en persona
Mallow dijo:
Podemos explicarle la manera de montar sociedades ficticias, si usted quiere. Luego, contando con nuevas empresas parecidas, daríamos nuestra variada producción de los aparatos domésticos. Tenemos hornos plegables que asan las carnes más duras hasta el punto deseado en sólo dos minutos. Tenemos cuchillos que no necesitan afilarse. Tenemos el equivalente de una lavadora completa que puede meterse en un armario y funciona automáticamente. Y lavavajillas. Y fregadoras de suelo,
barnizadores de muebles, precipitadores de polvo, oh, cualquier cosa que desee. Piense en su creciente popularidad, si las pone a disposición del público. Piense en su creciente cantidad de, uh, bienes mundiales, si se venden como parte de un monopolio gubernamental al precio sin protestar, y no necesitan saber que usted los importa. Y considere que ninguno de estos aparatos requerirá la supervisión sacerdotal. Todo el mundo será feliz.
Excepto usted, al parecer. ¿Qué es lo que usted obtendría?
Sólo lo que todos los comerciantes obtienen bajo la ley de la Fundación. Mis hombres y yo recogeremos la mitad de todos los beneficios. Usted sólo tiene que
comprar lo que quiero venderle, y ambos saldremos ganando. Muchísimo.
El comodoro pensaba en cosas agradables.
¿Cómo ha dicho que quería que le pagáramos? ¿Con hierro?
Eso, y carbón, y bauxita. También con tabaco, pimienta, magnesio, madera dura. Nada que usted no tenga en abundancia.
Suena bien.
Así lo creo. Oh, aún hay otro artículo que puedo ofrecerle, comodoro. Podría proporcionar nuevas herramientas a sus fábricas.
¿Eh? ¿A qué se refiere?
Bueno, a sus fundiciones de acero.
Tengo a mano algunos pequeños aparatos que podrían reducir el coste de la producción del acero al uno por ciento del precio anterior. Usted podría reducir los precios a la mitad, y seguir obteniendo unos beneficios muy considerables de los manufacturadores. Escuche, podría demostrarle lo que digo, si me lo permite. ¿Tiene alguna fundición de acero en esta ciudad? No llevará demasiado rato.
Puede arreglarse, comerciante Mallow. Pero mañana, mañana. ¿Cenará usted con nosotros esta noche?
Mis hombres empezó Mallow.
Que vengan dijo el comodoro, cordialmente. Una amistosa unión
simbólica de nuestras naciones. Nos dará la oportunidad para tener otras charlas amistosas. Pero una cosa su rostro se hizo más grave, nada de su religión. No crea que esto es una puerta abierta para los misioneros.
Comodoro dijo Mallow, secamente. Le doy mi palabra de que la religión reducirá mis beneficios.
Bien, eso es suficiente. Haré que le escolten de regreso a la nave.