La comodora era mucho más joven que su marido. Su rostro era pálido y de
rasgos fríos, y su cabello negro le caía uniformemente sobre los hombros.
Su voz era aguda.
¿Has terminado ya, mi gracioso y noble marido? ¿Has terminado del todo, del todo? Supongo que ahora incluso puedo salir al jardín, si quiero.
No hay necesidad de dramatizar, Licia querida dijo el comodoro, dulcemente. El joven vendrá esta noche a cenar, y tú podrás hablar todo lo que quieras con él e incluso divertirte oyendo todo lo que yo digo. Hay que disponer un lugar para sus hombres en algún sitio de la casa. Las estrellas dicen que son pocos.
Es más probable que sean una piara
de cerdos que comerán animales enteros y beberán barriles de vino. Y te quejarás dos noches seguidas cuando calcules los gastos.
Bueno, esta vez quizá no lo haga. A pesar de tu opinión, la cena ha de ser de lo más abundante.
Oh, ya veo. Le miró airadamente
. Eres muy amigo de esos bárbaros. Quizá ésta es la razón de que no me permitieras asistir a la entrevista. Quizá tu alma, un poco marchita, esté tramando volverse contra mi padre.
De ninguna manera.
Sí, debería creerte, ¿verdad? Si alguna vez hubo alguna mujer sacrificada por la política a un matrimonio insípido,
ésa he sido yo. Hubiera podido conseguir un hombre más apropiado en las callejuelas y los caminos de barro de mi mundo.
Bueno, ahora te diré una cosa, señora mía. Quizá te gustaría regresar a tu mundo. Sólo para conservar como recuerdo la parte de ti que conozco mejor, primero te podría cortar la lengua. Y balanceó la cabeza, apreciativamente, hacia un lado como toque final a tu belleza, las orejas y la punta de la nariz.
No te atreverías, perrito faldero. Mi padre pulverizaría tu nación de juguete hasta convertirla en polvo meteórico. De hecho, podría hacerlo de todos modos, si le dijera que tratas con esos bárbaros.
Humm. Bueno, no hay necesidad de amenazar. Eres libre de interrogar al hombre esta noche. Mientras tanto, señora, conserva la lengua tranquila.
¿A tu disposición?
Anda, toma esto, y no hables.
El cinturón quedó ceñido a su cintura y el collar le rodeó el cuello. Él mismo apretó el botoncito y retrocedió.
La comodora respiró profundamente y alzó las manos con rigidez. Tocó el collar con cuidado e inspiró de nuevo.
El comodoro se frotó las manos, satisfecho, y dijo:
Puedes llevarlo esta noche y te conseguiré más. Ahora no hables.
Y la comodora no habló.