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Chapter 5 - Sueños y pérdidas (4a parte)

—De acuerdo, amigo. —Caminamos juntos. A pesar de llevar puesta su sudadera, aún sentía frío, así que frotaba mis manos para producir calor.

—¿Aún tienes frío?

—Un poco, pero no hay problema —respondí. Sentí de pronto cómo pasó su brazo alrededor de mis hombros y me atrajo hacia él con suavidad.

—¿Mejor?

—En serio, no es necesario —musité con la respiración entrecortada—. Ese es el auto —dije al distinguir la limusina.

—De acuerdo. Espero que cuando llegues a Japón me llames —dijo sonriendo. —Lo prometo. —Estaba a punto de quitarme su sudadera para devolvérsela, pero fui abruptamente

interrumpida por él. —¿Qué haces? Te congelarás. —Supongo que a Charles debió preocuparle que tardara tanto en cruzar la avenida, porque se acercó a nosotros.

—Buenas noches, señorita. ¿Se encuentra bien? —preguntó mientras le dirigía a Yori una mirada asesina.

—En perfectas condiciones —respondí—. Yori, él es Charles. Charles, él es Yori. Es un amigo. —Yori se acercó para ofrecerle su mano.

—Mucho gusto, señor.

—El gusto es mío —respondió estrechando su mano—. No creo que sea conveniente que el señor se retire solo, es muy tarde y la ciudad no es segura. Si usted lo permite, me gustaría

ofrecerle llevarlo a su residencia. —Eso era justamente lo que yo pensaba pedirle.

—Por supuesto. —Miré a Yori en espera de una respuesta.

—Supongo que sería lo mejor, no creo que mi abuela esté muy feliz si se percata de que llego en taxi. Podría estrangularme.

—Ambos reímos.

—Permítame —dijo Charles mientras abría la puerta para nosotros.

—Gracias —respondimos los dos al mismo tiempo. Charles cerró la puerta y se dirigió al volante—. Creo que le simpatizaste —dije.

—Supongo que me recuerda. Fue él quien contestó cuando llamaron para avisar de que estabas en el hospital. El médico me comunicó con él para que pudiera explicarle por qué fui yo quien te llevó al hospital.

—Disculpe, ¿a qué lugar desea que lo lleve? —le preguntó a Yori.

—Al hotel Imperial, por favor —respondió.

—Enseguida.

—¿Ese es el hotel de tu abuela? —Cuando imaginé acerca de su abuela y sus negocios, no imaginé que se tratara de una de las cadenas hoteleras más exclusivas a nivel mundial. Mi padre y yo nos habíamos hospedado en varias ocasiones en esos hoteles y el servicio era inmejorable.

—Uno de muchos. Mi padre debía hacerse cargo, pero él murió durante mi niñez. Mi abuela nunca quiso a mi madre, así que ahora insiste en que yo sea el sucesor. Es por eso que insiste en traerme con ella a sus viajes de negocios.

—Entiendo. —Estaba a punto de preguntarle acerca de su padre, pero la voz de Charles me interrumpió.

—Hemos llegado.

—Gracias por traerme —dijo Yori antes de bajar de la limusina. Antes de que la puerta se cerrara, bajé lo más rápido que pude y corrí hacia él.

—Yori, gracias por escucharme —dije.

—Fue un placer.

—Oye, ¿qué debo hacer con tu sudadera?

Volteó solo un poco la cabeza para responder.

—Guárdala y cuando nos veamos me la devuelves.

El silencio no se hizo esperar y pronto inundó el auto por completo. Trataba de reunir valor para hablar con Charles. Necesitaba pedirle que no le dijera a mi padre nada sobre Yori,

¿pero se prestaría a mentir por mí? Sabía que era complicado, pero debía intentarlo. Si mi padre se enteraba podía malinterpretar las cosas.

—Charles —dije por fin.

—Dígame —respondió mientras bajaba el cristal que dividía la limusina.

—¿Podría pedirte un favor? —dije seriamente.

—Si está dentro de mis posibilidades llevarlo a cabo, por supuesto.

—Si mi padre se entera de que estaba con un chico a estas horas podría pensar cosas raras. ¿Podrías, por favor, guardar el secreto? —El silencio reinó de nuevo en el auto.

—Lo haré, pero con una condición —respondió mientras me miraba por el retrovisor. Yo me había acercado lo más posible para volver la plática un poco más personal.

—¿Cuál? —pregunté.

—Siga saliendo con ese joven. —Me quedé estupefacta ante su petición.

—¿Por qué? —pregunté.

—Tuvo la gentileza de avisarnos sobre el incidente de esta tarde. Cuando llegué al hospital y entré en la habitación, él estaba sentado junto a usted. Me sorprendió la ternura con que la miraba, eso sin mencionar que sostenía su mano con las de él. En un principio creí que tal vez intentaba propasar se, pero cuando usted llamó a su madre con desesperación, él se levantó de la silla para acariciar su cabello y tranquilizarla susurrándole al oído.

»Entendí que, en verdad, estaba preocupado por usted. Desde que comencé a trabajar para su padre siempre la he visto sola, casi no tiene amigos y ese chico sería muy buena compañía para usted. —Me quedé en silencio intentando usar mi imaginación para poder ver a Yori siendo tierno

conmigo.

—Lo prometo. —Una sonrisa se dibujó en los labios del viejo chófer y siguió el camino hasta la embajada, donde mi padre aún seguía trabajando.

—Su padre la está esperando en el despacho, será mejor que se apresure —dijo mientras abría la portezuela del auto.

—Bien —respondí y tragué saliva con fuerza. La embajada era un edificio bastante lúgubre de noche. Siendo casi las dos de la mañana tenía un aspecto aún más atemorizante. La entrada principal era custodiada por un guardia y un perro, un dóberman bastante fiero que siempre llevaba puesto un bozal.

—¿Dónde estabas? —preguntó mi padre intentando modular la ira en su voz.

—Por ahí—respondí.

—¿Se puede saber en qué estás pensando? ¿Crees que es correcto que la hija de un embajador esté hasta altas horas de la madrugada sola por la calle? —Sonreí con ironía.

—Buenos días a ti también, papá —dije en tono sarcástico.

—¿Por qué no puedo dejar de disgustarme contigo? — se preguntó en tono melancólico a sí mismo.

—No lo sé, tal vez porque quieres terminar rápido nuestros problemas y por eso no escuchas nada de lo que quiero decir. —Se llevó una mano a la frente para limpiarse el sudor que había en ella.

—De acuerdo, te escucho —dijo y se sentó en aquella gran silla de cuero negro que se encontraba detrás del escritorio de madera.

—Lamento haberte gritado, no era miintención faltarte al respeto, soy consciente de que no debí salir sin permiso y que mi decisión provocó muchos contratiempos. ¿Pero es que acaso no te das cuenta de que solo trato de llamar tu atención? No somos una familia, papá, somos extraños que viven juntos.

»Incluso, al llamarme la atención, utilizas argumentos como «siendo la hija de un embajador». Yo no quiero ser la hija de un embajador, solo quiero ser tu hija. Quiero que podamos conversar, que salgas conmigo de compras, que cumplas tu palabra.

»La ceremonia de graduación era un tema del que ya habíamos conversado y tenía tu autorización para asistir. Si el incidente de hoy no hubiese ocurrido, de cualquier forma hubiera tenido que viajar. No quiero discutir y tampoco quiero hacerte disgustar, pero ya no sé qué más puedo hacer para captar tu atención. —Me miró con los ojos abiertos como platos.

—Continúa —dijo con un tono más sosegado.

—Lo único que pido es que le des a las cosas que quiero la misma importancia que darías a las tuyas, de otra forma nunca podremos comunicarnos. Y no creo que un padre y su única hija deban vivir discutiendo porque ambos son egoístas e incapaces de ponerse en los zapatos del otro antes de comenzar a gritar. —Mi padre se echó a reír.

—¿Cuánto tiempo te llevó aprenderte eso? dijo bromeando.

—Simplemente es lo que pienso. —Se quedó en silencio y suspiró.

—Te prometo que la próxima vez te preguntaré tu opinión antes de tomar una decisión.

—¿Lo prometes? —pregunté.

—Te lo juro, pero tú necesitas prometerme que aprenderás a controlar tu carácter y antes de hacer cualquier cosa lo pensarás dos veces. Abrió sus brazos para darme un abrazo y salimos juntos de la oficina para dirigirnos a casa.

—¿A qué hora es el vuelo? —pregunté.

—Al mediodía. ¿Quieres ir a despedirme?

—Supongo que sería lo mejor. Siempre olvidas algo y de no ser por mí no lo recuperarías hasta que regresaras. ¿Te vas a hospedar en un hotel?

—No. La casa que el gobierno puso en Tokio está desocupada, quiero adaptarla para cuando llegues. —Suspiré.

—¿Entonces no hay un número al que pueda llamar para avisarte cuando salga para allá? —Se quedó sorprendido por un instante.

—Tiene teléfono —dijo en tono sarcástico.

—Lo sé papá, no tienes sentido del humor —dije sonriendo.

—¿Necesitas algo para la fiesta de hoy? —preguntó.

—No, tengo todo lo que necesito. La fiesta terminará después de las seis o las siete. Le pediré a Charles que pase a recogerme e iré directamente al aeropuerto. —Mi padre suspiró de alivio y me miró con recelo. Anticipé que iba a darme una serie de instrucciones para que nada malo ocurriera en aquella fiesta.

—Fleur, ¿me prometes que te comportarás?

—Nunca haría algo que tú no harías, papá. —Eso lo puso más nervioso de lo que esperaba.

—No digas eso. —Su respuesta me hizo soltar carcajada tras carcajada hasta que los ojos me lagrimeaban y el estómago me dolió.

—¿Qué solías hacer a mi edad en ese tipo de celebraciones?

—Su impresión fue tanta que casi se ahogó con su propia saliva.

Finalmente llegamos a casa y mi astuto padre emprendió la huida en cuanto pasamos por la reja de la puerta.

—Bueno, hija, que tengas buenas noches —dijo mientras besaba mi frente.

—¿No quieres platicar un poco más conmigo, papi? — Estoy segura de que un escalofrío le recorrió el cuerpo.

—Cariño, estoy cansado y tengo poco tiempo para dormir antes de salir para el aeropuerto. —Lo miré con suspicacia.

—Puedes dormir en el avión, a fin de cuentas es un jet privado. —Su rostro se puso transparente.

—Ve a dormir —dijo en tono serio.

—Claro —respondí con sarcasmo. Lo dejé al pie de las escaleras con la mirada que tendría

un condenado a muerte. Mi habitación estaba al fondo del pasillo principal. Era la única puerta color durazno. Había heredado de mi madre el gusto por ese color, aunque mi color favorito era el azul. Era la única habitación alfombrada. Las paredes tenían un color crema muy tenue. Las cortinas caían hasta el suelo y eran del mismo tono que la puerta. La cama, a pesar de ser solo para mí, abarcaba gran parte de la habitación. También tenía un clóset que abarcaba toda la pared y un vestidor que mi padre había insistido que tuviera. En una mesa descansaba mi computadora portátil y, al fondo, un centro de entretenimiento con un modular, una televisión y un aparato de karaoke.

Mi padre se había cansado de intentar quitarme la afición por cantar, pero nunca lo logró y después de un tiempo se aburrió de intentar sabotear los aparatos. Me puse el pijama, programé el despertador para poder despedir a mi padre antes de que se fuera y me recosté en la cama. Había sido un largo día. Meditaba sobre los sucesos cuando me quedé profundamente dormida. Una voz conocida entró por mis oídos, guiándome hasta aquel sitio que conocía

mejor que nada.

—Creí que no ibas a venir. —Sonreí.

—Yo también, pero aquí estoy. —Caminé hasta él.

—¿Cómo van las cosas con tu padre? preguntó.

—Bien, creo que por fin nos hemos entendido. ¿Cómo estuvo tu día?

—Esa es una muy buena pregunta —respondió mientras sonreía.

—¿Sonríes? Eso significa que podría haber estado mejor. Te conozco lo suficiente como para poder distinguir cuando huyes de una pregunta. —La sonrisa se le borró del rostro antes de responder.

—Mi abuela está dispuesta a pasar por encima de cualquier

persona con tal de que haga lo que ella quiere. —Tomé su mano entre las mías, aun siendo un sueño podía distinguir

el calor de su piel.

—Descuida. Estoy segura de que algún día entenderá que no puede obligarte a nada. —Él regresó mi sonrisa y colocó la guitarra que descansaba en su regazo en el piso.

—¿Qué haces? —pregunté.

—Escribo una canción —respondió de inmediato.

—Pareces concentrado. —Apretó la mandíbula, estaba tenso.

—Últimamente he pensado mucho en nosotros y en nuestra situación, y creo que ha llegado el momento de volver esto realidad.

—¿Cómo dices? —pregunté.

—Quiero encontrarte, no importa cómo, necesito verte.

—Me estás viendo —repuse en tono sarcástico.

—Graciosa, me refiero en la realidad. Sé que, si te viera, podría reconocerte enseguida y no tendríamos que conformarnos solo con vernos en este lugar. —Coloqué mi mano en su mejilla.

—Entiendo exactamente cómo te sientes, no podría contar cuántas veces he deseado que estés aquí conmigo, no solo cuando algo malo ocurre. Me gustaría poder compartir contigo todo, los buenos momentos, los malos momentos. Lo que siento por ti es… tan fuerte, que hay ocasiones en que me asfixia.

—¿Eso qué significa? —Estaba a punto de responder su pregunta cuando el sonido del despertador nos interrumpió.

—Debes despertar —dijo en tono amargo.

—Se supone que debo levantarme temprano —respondí yo en el mismo tono que él. Me di la vuelta para salir de aquella habitación, cuando una idea cruzó por mi mente. De forma estrepitosa pegué un brinco hacia atrás.

—¡Una araña! —grité y comencé a señalar en dirección a la puerta. Bajó la vista para buscarla.

Mi fobia por las arañas había sido tema de conversación desde que cumpliera quince años. Al ir de campamento con mis compañeros de escuela una enorme tarántula me mordió en la pierna. Aunque no era venenosa, comencé a tener pánico cada vez que veía un insecto con ocho patas. Buscó y buscó, pero no halló nada y levantó la mirada.

—No hay… —interrumpí su frase atrapando sus labios con los míos y enredé mis brazos en su cuello poniéndome de puntas para poder profundizar el beso. Él estaba perplejo. Cuando despegué mis labios de los suyos, miré sus ojos llenos de sorpresa. Jamás nos habíamos

besado y en el fondo yo también estaba sorprendida por mi comportamiento. Nunca había sido tan atrevida. Me preparaba para dar la vuelta y regresar, cuando él tomó mi muñeca con fuerza. Al contemplar la forma en la que me miraba, mis piernas temblaron. Era una mirada extraña, cargada de un sentimiento que no podría describir.

—¿Qué sucede? —musité. Él levantó su dedo índice para señalar algo que se encontraba a mis espaldas.

—Una cucaracha —repuso con horror en su voz. Giré para poder ver aquello que lo amenazaba. Me dieron una probada de mi propia medicina, pues cuando volví la vista hacia él también fui sorprendida por un beso, un beso cargado de la misma desesperación que el mío. Me quedé

quieta al sentir el roce de sus labios y sus manos deslizarse por mi cintura, hasta rodearla y pegarme a él. Enredé mis brazos en su cuello. El incesante sonido de mi despertador volvió a molestarnos. Y el beso terminó.

—Será mejor que despiertes —susurró mientras pegaba su frente con la mía.

—¿Sabes? No puedo irme si no me sueltas —dije riéndome.

—Mira quién habla, aún me tienes agarrado por el cuello —dijo riendo también.

—Lo siento.

—Te veré pronto.

—Adiós. Di un golpe al despertador para callarlo. «Estúpido despertador», dije en tono amargo y me quité las cobijas de encima. Adiós al plan de despedir a mi padre. Probablemente había decidido dejarme dormir un poco más. Después de la muerte de mi madre comencé a tener terror nocturno cuando no soñaba con él. Eso dejó un poco traumatizado a mi padre sobre mis horas de sueño, para él nunca duermo lo suficiente. Bajé las escaleras hasta llegar a la cocina y me senté en uno de los bancos de la barra.

—Buenos días, Melinda.

—Buenos días, señorita. ¿Durmió bien?

—De maravilla.

—¿Le sirvo el desayuno?

—Solo jugo —respondí.

—Debería comer algo, ayer no cenó nada —dijo en tono preocupado.

Melinda era una mujer muy linda y amable, que me tenía mucho aprecio. Su porte era muy elegante, su piel despedía un aroma a rosas que siempre me tranquilizaba y sus perfectas

facciones me fascinaban. Tenía el aspecto de una madre en edad madura.

—No tengo hambre —dije en tono alegre—.¿Mi papá ya se fue? —«Qué pregunta tan tonta», pensé después.

—Desde temprano, señorita. Intenté despertarla, pero fue imposible, así que me dijo que la dejara dormir y cambiara la hora de la alarma de su despertador.

—¿Parecía molesto?

—No, lucía alegre. —Colocó el vaso de jugo frente a

mí. Lo cogí y lo bebí todo de un solo sorbo—. Parece que

comienza a llevarse mejor con su padre. —Sonreí por su comentario.

—Sí, eso parece. —Me preparaba para salir de la cocina cuando la mujer carraspeó.

—¿Su padre sabe cuál es el motivo de la fiesta a la que asistirá hoy?

—Claro, la graduación de mis amigos respondí nerviosa.

—¿Y sabe que esos amigos se gradúan en la Escuela Superior de Música y no en el colegio que escogió para usted?—Tragué saliva antes de responderle.

—No lo sabe y no tiene por qué enterarse todavía. Prometiste que no le dirías que me cambié de escuela sin su permiso.—Sonrió de pronto.

—Y no lo haré. Pero si está comenzando a llevarse mejor con su padre, sería buena idea decírselo, ya que tarde o temprano se va a enterar, sobre todo cuando Nicole haga el trámite de inscripción para la nueva escuela y reciba sus documentos de la escuela de música. Debería tenerlo en cuenta y estar preparada para su reacción. —Sonreí por su advertencia.

Estaba preparada para ello desde que me inscribí.