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Chapter 4 - Sueños y pérdidas (3a parte)

—¿Por qué siempre dices cosas como esas? No lo

entiendo. Lo único que trato es de corregirte, pero tú no lo

permites. A cada paso que doy al frente, tú retrocedes y, últimamente,

incluso hasta empujas tú misma para que no me

entrometa. —Sonreí de forma siniestra.

—¿Eso piensas? No sueles ocuparte o preocuparte mucho

por mí. Creo que me he acostumbrado a ello y por eso,

cada vez que te entrometes en mi vida, no puedo evitar sentirme

atacada o, lo que es peor, siento que lo haces más para quedar

en paz contigo mismo y no porque realmente te preocupes

por lo que hago. —Esta vez creo que realmente me había excedido,

nunca había llegado tan lejos cuando discutíamos.

—Estoy cansado de que siempre digas lo mismo. Hago

todo lo que puedo para ser un buen padre, pero no lo permites.

No sé qué más quieres que haga. —Sus palabras cortaron profundo.

Con el tono y la intención con la que habló, parecía que

él era la víctima.

¿Por qué solo yo tenía que tener la culpa de

todo siempre? ¿Acaso él no es humano también? ¿Él no comete

equivocaciones? Perdí el poco control que aún quedaba en mí.

—¿Por qué no me envías un memorando papá? Quizás

de esa forma podríamos concertar una cita en la que solo tengas

que atenderme a mí, podríamos hablar de padre a hija y

podrías llevar a cabo tu sueño de poder jugar a la familia feliz.

Jamás había visto el rostro de mi padre tan rojo, incluso

las venas de sus sienes se marcaban. Me miró con furia en los

ojos y, en lugar de disculparme, lo encaré como si se tratara de

mi peor enemigo. Vi su mano tomar impulso y su palma se estampó

en mi rostro. Me abofeteó con todas sus fuerzas y sentí

la sangre de mi nariz correr hasta mis labios; el inferior me

lo había partido. Charles, que había permanecido en silencio

todo el tiempo, gritó y detuvo el auto en seco.

—¡Señor! —Me limpié con el dorso de la mano la sangre

de mi rostro, que comenzaba a mezclarse con mis lágrimas.

—¿Quieres saber qué más quiero que hagas? ¿Realmente

te apetece saberlo, padre? Nada, no puedes hacer nada. ¿Y

quieres saber por qué? Porque no eres mamá, y, mientras no

lo seas, yo seguiré siendo de esta forma. Mientras no puedas

hacer que ella vuelva, yo seguiré tratándote de esta forma. ¿Y

quieres saber por qué? Porque tú la mataste. La mataste y jamás

te perdonaré. ¡Te odio! Tanto o más que me odio yo por

haber hecho que esa noche salieran tan tarde. —Abrí la portezuela

y me bajé del auto.

—¡Fleur! —gritó mi padre.

Pero no me detuve a mirar hacia atrás, solo corrí lo más

rápido que mis piernas me permitieron, supongo que podría

llamarse estupidez adolescente. Después de correr hasta que

las piernas me dolieron, encontré un pequeño parque, en el

cual la fría brisa provocaba que los columpios se movieran y

emitieran un chirrido espeluznante. Entré en el parque y me

senté en uno de los columpios. Miré hacia varias direcciones

en un intento por reconocer aquel sitio, pero estaba perdida.

El frío provocaba que los dientes me castañetearan y aún me

dolía el rostro. Por fortuna, había cogido el pequeño bolso de

mano que traía conmigo en el auto antes de emprender mi dramática

huida. Saqué de él un espejo y me miré. Tal y como

sospechaba tenía el pómulo inflamado, el labio inferior roto y

mi nariz tenía sangre seca a su alrededor. Me había golpeado

con mucha fuerza y no podía culparlo por ello. Lo merecía.

Había ido demasiado lejos. Pensaba en la razón. ¿Sería acaso

que no soñé con él? Siempre que tenía algún problema, me recostaba a dormir y él aparecía para darme ánimos. Recuerdo

una ocasión en que una niña del colegio se burló de mi peinado;

ese día la nana no tuvo tiempo de peinarme, así que lo

hizo mi padre; una coleta estaba más alta que la otra, además

de no mantener sujeto todo el cabello; a pesar de eso, estaba

feliz porque mi padre me había peinado; le dije a la niña que

no me molestara y ella dijo algo sobre la muerte de mi mamá;

no pude evitar saltar sobre ella para rasguñarla y mi padre se

enojó muchísimo conmigo por eso. «Eres la hija del embajador.

No puedes andar por ahí golpeando niñas porque te dicen

tonterías sobre tu madre».

La discusión fue parecida a la de esta noche. Recuerdo

que me fui a dormir, me puse a llorar sobre la almohada y me

quedé dormida. Fue él quien me consoló. Y abogó por mi padre,

para que lo perdonara.

El sonido de un celular me sacó de mis recuerdos. Al

voltearme para mirar de dónde provenía, vi una sombra recostada

en un árbol.

—¿Quién está ahí? —pregunté titubeante.

—Esto sí que es una sorpresa —dijo la voz de un chico,

que caminó hacia la luz.

—¿Yori?

—Hola de nuevo —dijo sonriendo—. ¿Qué haces aquí

sola y tan tarde?

—Discutí con mi padre —respondí de inmediato.

—¿Por el incidente de hoy?

—No, por algo más antiguo. ¿Y tú qué haces aquí? —

pregunté.

—Huyo de mi abuela.

—Creo que todos tenemos problemas. —Me senté de

nuevo en el columpio.

—¿Qué te ocurrió en el rostro?

—¿Esto? Creo que la discusión con mi padre se salió un

poco de control —respondí mientras cubría el pómulo inflamado

con mi cabello.

De uno de los bolsillos de su pantalón sacó un pañuelo

color azul y me lo ofreció. No pude evitar sonreír y tomé aquel

pañuelo para enjugar mis lágrimas. Él regresó mi sonrisa. Fue

entonces cuando lo contemplé con detenimiento. Era más alto

que yo, por lo menos una cabeza. A pesar de ser de complexión

delgada, la proporción de su cuerpo era muy masculina,

tenía una espalda ancha, de hombros cuadrados, que hacía que

aquella chamarra luciera muy bien. Su cabello era de un negro

intenso y, a pesar de que lucía semilargo, caía en pequeños rizos,

dándole una apariencia salvaje y sexy. Sus ojos me mantenían

hipnotizada, eran de un color marrón casi tan claro como

la miel. Debió notar que lo observaba porque sonrió, provocando

que mi corazón saltara. La intensidad de su mirada al

observarme y la dulzura en su voz cuando se dirigió hacia mí

provocaron que me sintiera inquieta, emocionada y aterrada,

todo al mismo tiempo. Era una sensación extraña, asfixiante.

—Bien. Sé que eres la hija de un diplomático, que eres

francesa y que sueles meterte en problemas con facilidad. Pero

no sé tu nombre y tampoco nos hemos presentado como es

debido. —Sonreí por sus palabras. ¿Cómo era posible que alguien

a quien acababa de conocer supiera exactamente cómo

cambiar de tema para ayudarme a olvidar?

—Una presentación adecuada. Bueno, mi nombre es

Fleur, Fleur Lefebvre.

—¿Qué edad tienes? —En el mundo corren rumores

respecto a las mujeres y su respuesta cuando les preguntan

su edad. Me llevé los dedos a la barbilla en pose de reflexión.

Quería ver qué reacción tenía si me comportaba esquiva al

responder su pregunta. Él lucía un poco mayor.

—¿Cuántos años crees que tengo? —respondí con una

sonrisa de suficiencia en mi rostro.

—¿No sabes que responder una pregunta con otra es signo

de inmadurez?

—Más bien creo que eres tú quien no lo sabe. —Mi respuesta

provocó que se quedara pensativo por un momento.

—Creo que hice lo mismo —dijo riendo.

—Tengo diecisiete años. —Había muchas cosas que

quería preguntarle. Sentía una necesidad increíble por averiguar

sobre él, quería poder saberlo todo, pero ¿cómo preguntar

sin dejarle ver mi interés desmedido en su persona? Era

un conflicto que mantenía mi mente ocupada, tanto que ni siquiera

noté la expresión en su rostro cuando le dije mi edad—.

¿Por qué me miras de ese modo?

—Aparentas más edad —dijo intentando que la dulzura

de su voz amortiguara el significado de sus palabras. Sonreí

por su comentario.

—¿Pues qué edad tienes tú?

—Veintiuno —respondió casi enseguida. No era una

gran diferencia. ¿Por qué su sorpresa? Ese chico comenzaba

a convertirse en todo un misterio digno de resolver. Miré mis

pies durante unos segundos, mientras reunía valor para continuar

con aquel interrogatorio.

—あなたは日本人でしょう? (Eres japonés, ¿cierto?)

—pregunté. Sus ojos se abrieron como platos al escucharme

decir eso.

—¿日本語しゃべれる? (¿Hablas japonés?).

—Un poco —respondí.

—Me impresionas. ¿Cómo lo dedujiste? —dijo mientras

recogía el mechón de cabello con el que me había cubierto

la mejilla que mi padre abofeteó. Su contacto me pareció de

lo más normal, como si tuviera toda la vida de conocerlo y no

solo unas cuentas horas.

—Mi padre es embajador. Después de la muerte de mi

madre no volvió a aceptar trabajar en ningún país de Europa,

así que, desde entonces, solo he vivido en países de Oriente,

como Corea. Allí asistí a una escuela internacional. Casi todos

tenemos un acento extraño cuando hablamos una lengua

extranjera, por eso me di cuenta. A pesar de que hablas muy

bien en inglés, de pronto usas una entonación graciosa. Pasado

mañana viajaremos a Japón. Después de su gestión allí, mi

padre va a retirarse. —Lo miré con desconfianza. ¿Por qué me

inspiraba lo suficiente como para hablarle de forma sincera

sobre temas tan privados?

—Tienes buen oído. Mi abuela es la dueña de una cadena

de hoteles y está obsesionada con que tome las riendas

del negocio familiar, así que, literalmente, fui arrastrado hasta

aquí. Pero mañana regreso a Japón con ella.

—Vaya, al menos

parecía que no era la única con frenesí verbal. Él también parecía

sentir confianza hacia mí.

—Parece que es común en estos días que las personas

quieran que seas o hagas cosas que tú no quieres, ¿cierto? —

Clavó la mirada en el suelo por mi comentario.

—Eso parece. Para mí no tiene mayor importancia, simplemente

se niega a escuchar lo que tengo que decir, por eso

trato de no estar con ella durante mucho tiempo.

El frío de la noche comenzaba a ser insoportable. De

vez en cuando frotaba mis brazos con las manos pero, de alguna forma, cada vez que comenzábamos a conversar de nuevo

carecía de importancia. Algo en mí gritaba que podría permanecer

de esa forma durante mucho tiempo. El hilo de mis

pensamientos fue interrumpido por el timbre de mi celular.

—Deberías responder —dijo él en tono grave.

—Sí, disculpa. ¿Diga? —Supongo que el salto que di

fue el que provocó que él se acercara demasiado a mí—. En

algún parque, no estoy muy segura. Está bien, voy para allá.

—Cerré la tapa del celular.

—¿Estás bien?

—No —respondí—. Lo siento, creo que será mejor que

me vaya. Mi padre va a mandar al chófer a recogerme y no sé

cómo reaccionaría si se entera de que he estado con un chico

durante todo este tiempo. De cualquier forma, estaré castigada

por el resto de mi vida, así que no creo que deba tentar más a

mi suerte. —Yori sonrió.

—¿Por qué no me das tu número? Cuando llegues a Japón

podríamos ir a algún sitio, estoy seguro de que debe ser

difícil mudarte tan a menudo y dejar atrás tu vida para iniciar

una nueva. —Me sorprendió la forma en que sus palabras me

hicieron sentir comprendida. Nadie entendía mi renuencia a

mudarnos cuando mi padre era asignado a otro país.

«Deberías estar feliz por tener la oportunidad de conocer

tantos sitios y a tantas personas», me decían con frecuencia.

Yo no quería conocer más sitios, ni más personas, solo quería

una vida cotidiana, en la que al tener amigos no tuviera que

decirles adiós cada dos o tres años.

—Me encantaría. —Tomó el teléfono que aún se encontraba

entre mis manos y al hacerlo sus dedos rozaron con losmíos. Aquel roce fue tan cálido que me quedé divagando por un

segundo, hasta que el captó de nuevo mi atención con un carraspeo.

Centré mi atención en el aparato, que ya había sido devuelto

a mis manos, y miré la pantalla—. Nakanishi Yori —leí en voz

alta. No supe por qué, pero comencé a divagar de nuevo. Nuestros

nombres sonaban armoniosos juntos. Yori y Fleur. Fleur y

Yori. El interpelado carraspeó para captar mi atención, de nuevo.

—Fleur, ¿no vas a darme tu número? —Lo miré con vergüenza

y tomé el teléfono que él me ofrecía. Estaba nerviosa,

así que cada vez que terminaba de escribir el número notaba

que me había equivocado. Incluso cometí un error al escribir

mi nombre—. ¿Vas a terminar de escribir hoy o necesitaré comenzar

a buscar refugio?

—Muy gracioso. —Después de su comentario pude

concentrarme lo necesario para escribir correctamente y le regresé

el aparato.

—¿Dónde va a recogerte el chófer? —preguntó mientras

soplaba en sus manos.

—En la avenida —respondí. Mis dientes castañetearon

de forma ruidosa, provocando que él me mirara con cierta insistencia.

Bajó el cierre de la chamarra que traía puesta y la

colocó sobre mis hombros.

—Toma, hace un poco de frío —dijo mientras frotaba

mis hombros sobre la tela de la chamarra.

—Gracias —respondí sonrojada.

—Te acompañaré hasta la avenida.

—No es necesario. Es tarde e imagino que tú también

tienes frío y debes regresar a tu hotel. —Colocó su dedo frío

sobre la punta de mi nariz. El roce me hizo cosquillas.

—No podría dejar que caminaras tú sola por las calles.

Somos amigos, ¿cierto? —Sonreí por la entonación de su voz

al pronunciar la palabra «amigos».