El General Piérola, regresaba a su casa, con una cierta molestia al ver cómo Álvarez, era derrotado con tanta facilidad por el Cazador, esperaba que ganará para poder usar la pelea como una excusa para sacarlo del torneo, pero ese plan había fallado, y se encontraba cada vez más estresado, camino con rapidez y no demoró demasiado en llegar a su hogar.
Frente a él se alzaba una enorme vivienda de dos pisos, con un jardín en la entrada, la puerta era de una fina madera, las paredes estaba pintadas de un color ámbar, las ventanas de dos piezas enmarcadas, el interior era muy agradable, el primero piso solo poseía la sala de estar, decorada con muebles y pinturas de primera clase, una pequeña biblioteca divida en dos secciones - de las cuales la más grande era el área de literatura infantil- y la cocina equipada con los mejores artefactos, el segundo piso solo contenía tres habitaciones.
Cuando el General Pierola, ingreso a su casa, sonó una pequeña campana que estaba puesta al costado de la puerta, de inmediato empezaron a resonar unos ligeros pasos desde el segundo piso, acompañados de una risa melodiosa. Mientras el General avanzaba por el pasillo de su casa, una joven de trece años, bajaba corriendo por las escaleras a recibirlo.
- ¡Papi! - Exclamó la niña con todas sus fuerzas, para luego saltar hacia el General, quien la atrapó en el aire y le dio una vuelta para al final dejarla en el suelo con delicadeza.
- ¿Me extrañaste? - Pregunto el General con una sonrisa mientras aplicaba suaves caricias sobre los cabellos castaños de la niña.
- Claro que si - Exclamó la niña mientras abrazaba a su padre, con una sonrisa de oreja a oreja, a su vez, de la cocina salía una joven de unos veinte años vestida con un típico traje de mucama, quien saludo con una reverencia al ver al General; al verla se marcó una sonrisa maliciosa en el rostro de la niña - Sobre todo extrañe tus platós, papi - mencionó la niña mirando a la joven - Cecilia lo intenta pero no puede emular tu sabor, todo lo que cocina sabe horrible en comparación con lo que haces - El General se rió del comentario de su hija, mientras la Joven no pudo evitar poner una cara de ligero disgusto.
- Karen, ni debes de molestar a tus mayores - Respondió el General con tranquilidad - Ve y pide disculpas a Cecilia - La joven, no sintió mucho agrado por la idea y lo realizó a regañadientes - Muy bien, por eso una señorita tan educada, Karen, hoy no solo voy a cocinar el almuerzo, sino que haré un postre - La joven miro a su padre con brillos en los ojos, desbordando alegría y ternura.
- Enserio, papi, no me estás mintiendo - Su expresión no denotaba nada más que expectación.
- Por su puesto, yo jamas te mentiría - Expresó el General con una sonrisa.
- Papi, eres el mejor - Exclamó la niña antes de saltar sobre su padre para besarle en la mejilla.
- Muy bien, ahora ve a hacer tus obligaciones, mientras cocino con ayuda de Cecilia - La joven asintió y se retiró saltando mientras tarareaba una canción, el General se le quedó mirando con melancolía, entonces la niña se paró en seco y regreso corriendo donde su padre.
- Casi me olvidaba, quiero aprender tocar la flauta - Digo Karen con un tono muy decidido, mientras hacia gestos con sus manos.
- ¿Por qué? - Respondió con extrañeza el General.
- Vi, que mamá solía tocar ese instrumento - El rostro del General se oscureció al escuchar a su hija, pero se recompuso antes de que ella pudiera notarlo - También, quiero ser parte del coro de la iglesia y necesitan una flautista.
- Por su puesto - Respondió el General disimulando una sonrisa, la niña asintió con alegría y se fue corriendo con mucho más entusiasmo que antes.
- Karen ha estado muy triste desde que se fue hace una semana - Comento Cecilia mientras ponía los ingredientes sobre la zona de preparación de la cocina - Lo ha extrañado mucho, no había ni un solo día que no preguntara por usted... No debería demorarse tanto.
- Lo siento - Respondió el General mientras colocaba las verduras sobre la tabla de picar- He tenido que hacer muchos ajustes en mis planes, para conseguir el financiamiento.
- Sigue preocupado por esa enfermedad - Expresó Cecilia mientras ponía agua a hervir.
- Necesito conseguir una cura - Replico con sequedad el General, mientras saca un bol para hacer la mezcla del pastel, entonces dirigió su mirada a su ayudante - Cecilia, nunca podré agradecerte, lo que haces, estar aquí para ella cuando yo no estoy, de verdad me ayudas demasiado.
- Señor Villena, no es necesario que me agradezca... - La conversación de los dos fue interrumpida por el sonido del timbre que resonó por todo el primer piso.
- Ve avanzado - Pronunció el General, mientras vertía los ingredientes del estofado en la cacerola - Yo iré ver de quién se trata - El General camino con rapidez hasta la puerta, cuando la abrió, sintió que su corazón se detuvo por un segundo.
- Señor Belmont - Respondió Piérola, con sorpresa cuando abrió la puerta de fina madera, a las afueras se encontraba un señor canoso, con un sombrero largo, vestía un terno, en dónde se podían apreciar varias medallas e insignias militares, la expresión de su rostro solo mostrada seriedad - Pensé que nuestra reunión iba a realizarse mañana.
- Se supone que regresabas mañana - Respondió con un aire de frialdad el anciano - Pero parece que te adelantes.
- Fue cosa del sistema de transporte - Replicó el General con nerviosismo - Bueno, ya que está aquí pasé adelante, por favor - El General le lío paso al anciano, desde una esquina Karen se quedó mirando las medallas que colgaban de su pecho, el anciano se de cuenta, de que estaba siendo observado pero lo ignoró para sentarse en uno de los muebles de la sala de estar - Cecilia, por favor, tráeme un poco de té para el caballero - Entonces se sentó frente al anciano.
- Vayamos directo al grano - Exclamó mientras penetraba con su gélida mirada la tranquilidad del General - ¿Cómo van los avances para que el inútil de mi hijo mayor participe en el torneo? - El General trago saliva al escuchar la pregunta.
- Bueno, como bien sabemos, su hijo Álvarez, solamente posee el grado de Mayor dentro de las fuerzas armadas - Respondió el General con un tono pausado - Para poder pedirle al Rey una recalificación de su decisión, primero debemos hacer que sea como mínimo un General de Brigada, dos puestos menos que el mio.
- ¿Y como piensa lograrlo Pierola? - Replicó con sequedad; el General se quedó pesando en sus opciones durante unos instantes - Será mejor que se lo tome en serio, Pierola, la inversión de mi Casa para su proyecto médico, depende de su respuesta - El General volvió a tragar saliva.
- Tenemos que hacer que Álvarez, tenga un triunfó militar importante, en los próximos días, para poder condecorado de manera extraordinaria - Respondió finalmente
- Debes - Replicó el anciano mientras se pasaba un pañuelo por la frente - Para colmo esos bastardos de Lunkur, están viniendo a la capital, una visita diplomática, para que el tercer hijo; el más inútil por cierto; venga a dar sus respeto a nuestro Rey - En ese momento apareció Cecilia llevando dos tazas de té, el anciano se le quedó mirando mientras colocaba con delicadeza las tasas en cada extremo de la pequeña mesa de vidrio que mantenía separados al General del anciano y se despidió con una reverencia, sin decir ninguna palabra.
- Señor Belmont, ha escuchado los rumores - Pronunció el General con convicción en su entonación.
- Rumores hay muchos, demasiados General, sea más específico - Replicó el anciano.
- Últimamente se ha visto a la mafia Amvurguesa transportando unas cajas con un sello muy distintivo.
- Y, eso que tiene que ver con nuestro negocio - Respondió el anciano con brusquedad.
- Déjeme describir ese sello - Continúo el General - Se podría decir que son representaciones humanas con rasgos de felino y de ave de rapiña. Algunas tienen decoraciones de serpientes, a manera de cabello, y protuberancias encima de la cabeza, a manera de cresta. Por lo general expresan rostros con ojos circulares, de mirada penetrante y la boca cerrada - Entonces tomo un poco del Té que le había servido Cecilia y susurró para si mismo "está delicioso" - ¿Esa descripción no le recuerda algo?
- Es el maldito emblema de la casa real de Lunkur - Respondió con un enojo palpable.
- Es solo un rumor - Contesto el General con un tono conciliador - Pero, igual debe ser investigado y he aquí donde se inserta Álvarez, si resulta ser verdad, podré condecorarlo de manera automática a General de Brigada y al ser el quien descubra está traición, el Rey no tendrá más opción que incorporarlo en el torneo.
- Es un plan brillante - Respondió el anciano - Pero que sucede si resulta que es solo un rumor.
- Atrapar al líder de la mafia más grande e importante de nuestra capital - Replicó el General con un aire de victoria - Sigue siendo un logro digno para que pueda subir escalones y eso pondrá al pueblo a favor de Álvarez, ejerciendo presión para que los represente en el torneo.
- Un plan interesante - Mencionó el anciano tan despacio que su voz casi parecía un susurro - La expresión del anciano era de satisfacción.
- Entonces - Comento el General con un ligero nerviosismo - Creo que ya hemos terminado está reunión.
- Tienes razón - Expresó el anciano, para acto seguido caminar hacia la entrada, el General lo acompañó, una vez dio unos pasos fuera de la casa, se detuvo en eso y volteo - Solo, recuerde, la reputación de la casa Belmont no puede ser manchada, así que este plan debe dar resultado sin ninguna excusa, de lo contrario.... Solo le quedará rezar para que su hija no desarrolle lo mismo que padeció su esposa - El anciano continuo con si camino, ni siquiera sé dio cuenta que la expresión del General denotaba una fuerte sed de sangre, por esas simples palabras, sentía que la sangre en sus venas empezaba a hervir de furia, pero entonces una melodiosa voz lo llamó desde dentro de la casa.
- Papi, ¿Quién era esa persona? - Karen, la miraba con un rostro confundido, pero el General al verla solo pudo sentir una extraña melancolía que devoraba su corazón, entonces se acercó a ella y la abrazó por sorpresa.
- Nadie importante, Cariño - Respondió el General con un voz entrecortada. "Papi, hoy también está triste" pensó la niña, antes de devolverle el abrazó.