A la mañana siguiente luego de alistarme, bajé las escaleras a buscar a mi padre.
—Ya estoy lista— le dije a mi papá.
—Emily, no olvides la fiesta de cumpleaños de Rosanna— me avisó mi madre.
—Jamás, mamá— sonreí. Por nada del mundo me la perdería—. Y yo tampoco— murmuré.
Mi papá me trajo a la universidad y antes de bajarme, le di un beso en la mejilla.
—Que tengas un buen día, papá.
—Gracias, tesoro. Ten un buen día.
Me despedí para entrar a la universidad. El día estaba muy frío y olvidé mi abrigo en la casa, no tuve de otra que quedarme así toda la mañana. Las víboras hoy estaban muy revueltas, no dejaban de mirarme ni un solo instante. En plena clase me tiraron un papel que aterrizó justo en mi pupitre.
—Alguien está dibujando en clase— Amy se quejó, y me señaló.
Busqué por debajo de mi libreta y saqué otro papel con anotaciones y tachones, para estrujar el que me tiraron y cambiarlo antes de que la profesora se acercara. No tuve tiempo de admirar el arte que debía tener dentro, pero ya otras veces me han tirado dibujos muy animados y perversos; algo que me parece sumamente ridículo e innecesario. Todo lo que hacen es una pérdida de tiempo, parecen niñas de primaria y no universitarias. La profesora se acercó y me miró por arriba de los espejuelos. Le di el papel y me quedé con el otro en la palma de mi mano y lo más estrujado posible. No era la primera vez que lo hacían, así que ya estaba preparada para cualquier ataque que ya hayan hecho anteriormente. Me levanté de la silla y me paré justo al lado del pupitre, mientras ella examinaba el papel. Había una mochila de otra compañera entreabierta en el suelo y traté de tirarlo dentro.
—Lo siento, profesora. Mi bolígrafo se quedó sin tinta y no puedo presentarle un trabajo mal hecho. Tuve que arrancar el papel de la libreta, espero no le moleste— bajé la cabeza.
—No te preocupes, corazón. Haces muchas anotaciones en clase, como se nota que me prestas mucha atención.
—Me gusta mucho su clase, profesora.
—No hace más que lamerle el ojo a la profesora— comentó Amy.
—Cuide su lenguaje, Srta. Amy. No está en el parque o en su casa— la miré de reojo y esbocé una sonrisa, ante el regaño de la profesora.
—Lo siento, profesora— dijo entre dientes.
—Puedes sentarte, Emily— bajé la cabeza y me senté. La profesora se fue al frente y Amy no dejaba de mirarme, podía sentir su mirada encima de mi. Eso le pasa a las perras sucias.
A la hora de almuerzo estaba caminando por la rampa, cuando sentí que me estaban siguiendo.
—Me están siguiendo— comenté en un tono bajo—. Sí, son ellas. Ese perfume barato no podría olvidarlo, me causa alergia— murmuré—. Veamos qué tienen de nuevo para mi— me detuve y al girarme, me empujaron al suelo.
—No creas que no te vi. ¿Esto te parece gracioso? — sentí cuando derramaron una botella de agua en mi cabeza y me quedé quieta esperando a que terminara.
—¿No dirás nada, desquiciada? — preguntó Amy.
—Muy aburrido como todo lo que hace. Será muy divertido cuando me toque a mi el turno— murmuré.
—¿Qué dijiste? Habla más alto para que te escuche, cobarde.
—Es tan ridícula que piensa que perderé mi valioso tiempo en sus provocaciones. ¿Qué debería hacer con ella? —aún nada, Emily—. Imaginé que eso responderías.
—¿Dejarás de actuar como una loca? — me agarró el pelo, y alcé la mirada hacia ella.
—¡Déjenla en paz!— gritó Kevin tembloroso.
—Llegó tu ángel guardián— dijo Amy dejando ir mi pelo—. Otro cobarde más. ¿Qué deberíamos hacerle para que deje de meterse en problemas que no le incumben? — dos de las amigas de Amy lo empujaron y él retrocedió más de la cuenta, cayendo así al suelo.
—Es el hombre más patético que haya conocido alguna vez— musité. Muy débil y, aún así busca siempre la forma de meterse—. Sí, patético— reí.
El timbre sonó y ellas se fueron. Me levanté del suelo y le di la espalda a Kevin, cuando sentí que me cubrieron con algo. Al mirarlo me había colocado su abrigo.
—¿Te encuentras bien, Emily?— preguntó con timidez.
—Gracias— sonreí.
—Quédate con el abrigo, hace mucho frío y te puedes enfermar.
—Siempre tan considerado. Eres muy buena persona, Kevin— bajé la cabeza y me disponía a caminar, cuando lo escuché añadir algo más.
—¡Lo siento! Perdóname por nunca hacer nada para impedir que te lastimen. Sé que soy un cobarde, lo sé— bajó la cabeza, y escuché que estaba llorando.
—Sigue siendo un patético especial—¿Lo es? Sí, dije que lo era—. No tienes que hacer nada, el problema de ellas soy yo.
—Todo el tiempo te están lastimando y tú no les has hecho nada. No es justo lo que hacen.
—Deberías preocuparte por ti, no por mi. Ni siquiera te sabes defender tu mismo y quieres ser el héroe sin capa en mis problemas.
—Perdóname si te molestó.
—No me molestó, pero te pido que no vuelvas a interferir— sonreí, y seguí caminando.