Sus fastidiosas amigas estaban un poco lejos de la mesa. Al ver que terminó con el primer trago, le serví otro y dejé caer botella completa al suelo intencionalmente; luego me arrodillé para asegurarme de que la punta de su traje lo absorbiera y se hiciera más fácil. Sería muy aburrido si se diera cuenta antes de tiempo.
—Eres inservible, Emily. Ni siquiera para servir un trago sirves— le dio una patada a los pedazos de vidrio haciéndolos caer en otra parte—. Recógelos— sonrió.
Miré de reojo a la gente y todos estaban divirtiéndose como para estar pendiente a nosotras, así que me levanté del suelo y me acerqué a la mesa, tratando de buscar otra botella.
—Te dije que recojas el vidrio, ¿O piensas dejarlo ahí?
—Eres un verdadero fastidio— le di un golpe sutil con el codo a la vela haciendo que la misma cayera en el suelo, justo donde aún permanecía alcohol. Me alejé de la mesa en el preciso instante que el fuego tuvo contacto con su traje. Al ella darse cuenta salió gritando y trató de levantarse con desespero, pero por desgracia se cayó con todo y silla. El fuego fue propagándose a una velocidad inaudita. Los gritos de ella se escuchaban a la par de las personas que estaban presenciando esa magnífica y excitante escena. Un joven que estaba cerca, ante el desespero e impotencia, le arrojó del vaso que tenía en la mano para tratar de ayudarla, pero lo que hizo fue empeorar el asunto. El desespero y la impotencia, puede llevarte a cometer muchas torpezas. La música la apagaron y los gritos que mayormente se escuchaban eran los de ella. A pesar de que sus padres e incluso invitados le arrojaron agua para ayudarla, su cuerpo, en especial su rostro, estaba lleno de quemaduras.
—Veamos el lado positivo de las cosas, ahora tendrán pollo rostizado para la cena— reí internamente.
Permanecí en el suelo tapándome el rostro y fingiendo estar asustada, cuando sentí los brazos de mi papá.
—¿Te encuentras bien, Emily? — me abrazó contra su pecho.
—Tengo mucho miedo, papá— estallé en llanto, y apreté fuertemente su brazo.
—Todo va a estar bien, princesa. Papá está aquí.
A Rosanna la llevaron al hospital y a los invitados los interrogaron, pero ninguno había visto nada de lo que allí realmente ocurrió. La noche fue larga, estaba exhausta luego de todo lo que pasamos. Mis padres estuvieron acompañándome en todo momento y todo, luego de fingir estar muy afectada con lo ocurrido. No me querían dejar venir a la universidad, pero aún así me las arreglé para persuadir a mi padre y que me permitiera venir. No quería escuchar más sus quejas y preocupaciones innecesarias. No sé porqué tanto alboroto, ella quería brillar y yo le ayudé. Espero que de esta, no vuelva a molestarme y haya aprendido la lección.
A la hora de almuerzo suelo ir al área del gimnasio y la pista de caminar para poder estar a solas y tranquila. Hoy, no fue como otros días. Escuché unos golpes en la puerta del gimnasio y escuché la voz de Kevin. La puerta estaba cerrada con llave por fuera, alguien debió hacerle esa broma. Me disponía a irme, pero él escuchó mis pasos.
—¿Hay alguien ahí? Sáquenme, por favor—se escuchaba desesperado.
—¿Qué debería hacer? Ese no es mi problema. Por mi que se resuelva como pueda— seguí caminando, y justo en el matorral que quedaba al lado del gimnasio, salió Amy. Me distraje mucho con ella, que al mirar a mi alrededor estaba rodeada de sus amigas.
—¿Ibas a alguna parte?
—Esta mujer es desesperante, ¿Debería arrastrarla? No, eso no me conviene— murmuré.
Me agarraron entre dos a la fuerza y abrieron la puerta del gimnasio para meterme dentro con Kevin; luego nos encerraron de nuevo. Tuve oportunidad de sobra para evitarlo, pero no era el momento de intentar nada. No puedo desenfocarme con este tipo de cosas.
—¿Otra vez tu? — pregunté indiferente. Kevin estaba sentado en el suelo y por su expresión, pude darme cuenta que estaba aterrado.
—Quiero salir de aquí— sus ojos estaban llorosos, y se levantó.
—Abrieron la puerta y en vez de salir, te quedaste sentado como un cobarde ahí.
—¡Hay que salir de aquí!— cogió un objeto del suelo, y corrió hacia la puerta para golpearla con eso.
—Estás perdiendo el tiempo— escuché un quejido de parte de él y un olor sumamente nostálgico, invadió mis fosas nasales; fue como una corriente eléctrica en mi espina dorsal, que incluso mi cuerpo se estremeció como hace mucho no lo hacía.
Él se giró y dejó caer el objeto para así sujetarse la mano. Esa lágrima de ese rojo carmesí descendía por su brazo; de una manera tan incitante, como si de una obra de arte se tratara. No había forma de contemplarla por más tiempo, deseaba tener ese dulce y apetecible sabor en mi paladar. Me acerqué y lo acorralé contra la puerta.
—¿Qué haces, Emily?
—Tengo mucha hambre, ¿Me das de comer?— reí insidiosa.