Nathan se acomodó en su asiento y yo traté de levantarme.
—Yo te ayudo —Noah extendió su mano para ayudarme a levantar, pero no quise tomarla. No podría tocar a un ángel como ella con estas manos tan sucias y este olor tan desagradable—. No está mal aceptar ayuda, ¿Sabías?— sonrió amablemente y recogió dos de mis libros. Tiene una sonrisa angelical. Yo no quería que se contagiara con mi suciedad. Quería darle las gracias, pero estaba tan nervioso que las palabras no salían, además nunca he hablado con una chica antes. Me levanté del suelo y bajé la cabeza—. Toma— me pasó los dos libros—. Puedes sentarte conmigo si quieres— sacudí mi cabeza al no poder decir una sola palabra—. ¿No tienes voz? — preguntó dulcemente. Al fijarme en sus labios mientras hablaba, me provocó un temblor en todo el cuerpo.
—No sigas hablándole, Noah. ¿No ves que no le enseñaron a agradecer? — dijo una chica de pelo negro, ojos azules como los míos, tez blanca y estatura mediana. Era muy bonita, pero su forma de hablar sonaba a alguien arrogante.
—Gracias— tartamudeé, y caminé a sentarme a otra silla que no estuviera ocupada.
Al llegar a la escuela me bajé directo para mí casillero. Guardé mis libros y fui al comedor. Comí a toda prisa, antes de que pudiera venir alguien a molestarme. Sentía muchas náuseas, llevaba días sin comer bien y al comer con tanta prisa, me cayó algo pesado. Avancé a irme al baño y, según entré, le di un golpe sin querer en la espalda a alguien, pero no tenía tiempo para disculparme.
—¿Qué no ves lo que haces, imbécil? — ignoré lo que dijo, y entré al estrecho baño. No hice más que abrir la puerta y terminé vomitando todo lo que desayuné. Mi estómago ardía, al igual que mi garganta. He bajado mucho de peso, no es difícil darme cuenta. Siempre he sido delgado, pero ahora lo estoy más.
Bajé el inodoro, y al levantarme me pusieron un brazo en el cuello para sacarme fuera del estrecho baño. Estaba luchando para sacar su brazo de mi cuello y poder respirar. Le di una patada a su pierna y me empujó contra el suelo. Comencé a toser buscando el aire y fue cuando me dio una patada en la cara. Me tapé al sentir ese fuerte golpe. Mi rostro dolía, en especial mi nariz.
—Para la próxima ten cuidado de con quién te metes, idiota — me dieron varias patadas en el suelo; tanto en la espalda, barriga, brazos y piernas. Estaba tratando de cubrir mi cara lo más que podía.
El timbre sonó y ellos dos se fueron, dejándome tirado en el suelo. Me levanté como pude y me miré en el espejo. Sangre bajaba de mi nariz e hice lo posible por limpiarme antes de que se ensuciara la camisa. Mi cuerpo estaba temblando y sentía mucho dolor, pero no podía llegar tarde al salón o tendré problemas con mi mamá. Me lavé la cara y caminé como pude hasta el aula. Al sentarme en mi silla, mi pupitre estaba todo escrito con palabras que no quisiera ni mencionar. «MUÉRETE» era la más que resaltaba y se repetía. ¿Y qué les hace pensar que ya no estoy muerto? ¿Qué les hace pensar que no quisiera lo mismo? La risa de los demás retumbaba en mi cabeza y me estaba haciendo perder el control. Odio este lugar y a todos los que están en el. ¿Por qué simplemente no se mueren todos? Todo a mi alrededor se sentía distante. No quiero encajar en este mundo tan cruel y repugnante. ¡Los odio a todos, así como me odio a mi mismo! Estaba en ese trance, cuando escuché el ruido de un libro caer sobre mí pupitre. Me levanté bruscamente de la silla y la dejé caer. Todo el mundo se comenzó a reír otra vez de mi.
—¿No vas a atender la clase? — me preguntó el profesor.
—Lo siento— respondí tembloroso tratando de recoger la silla del suelo. Al recogerla, Joseph aplastó mi mano con la suela de su zapato. Lo miré lleno de rabia y el profesor dio un golpe más fuerte en el pupitre.
—Estás haciéndome perder tiempo de la clase. ¿Por qué estás vestido de esta forma? Estás sucio, Caden. ¿Dónde estabas?
—Parece mierda — comentó Joseph riendo, y todos rieron junto con él.
—Deja los chistes, Joseph — añadió el profesor —. ¿Vas a responder o tengo que mandarte a la oficina, Caden?
—Me caí, profesor.
—Parece que te caes todos los días— todos continuaban riendo y estaba temblando de la rabia. Apreté fuertemente mis puños, porque de alguna manera me ayudaba a controlar la molestia y la frustración que me carcomía por dentro—. No puedo permitir que estés aquí así. Llamaré a tu mamá.
—No la llame, por favor — si la llama se molestará y me llevará a ese lugar.
—Todos los días es lo mismo, Caden.
—Se lo ruego, no lo haga.
—Parece que la niña le tiene miedo a su mamita. Todos los días viene apestoso y nadie se puede concentrar en clase, profesor — comentó Joseph.
—Es cierto — afirmaron todos.
—Llamaré a tu mamá, Caden.
—No, por favor — le sujeté el brazo al profesor, rogándole que no la llamara, pero se soltó de mi agarre.
—Lo siento, pero tengo que hacerlo. Te llevaré a la oficina— lágrimas bajaron por mis mejillas y quise ocultarlas, pero todos se dieron cuenta. Se me quedaban viendo y haciendo muecas. Quiero morirme, no quiero estar más aquí.