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Chapter 56 - Capítulo 55

Skay

Me encontraba paralizado, sumido en un sueño profundo y aparentemente interminable, en el que tú eras mi protagonista. Por eso, si despertar suponía dejar de verte, no quería despertar nunca. Sin embargo, los Dioses nunca habían escuchado mis deseos, así que tampoco lo harían ahora.

Volví a la realidad, incapaz de saber el tiempo que había pasado en aquel estado y no de una forma suave. Lo primero que vi cuando mis ojos se hubieron acostumbrado de nuevo a la luz, fue a Diana inconsciente, tirada en el suelo boca abajo y llena de sangre. Akihiko se encontraba a su lado, con la cabeza baja y sin desviar la mirada de ella, visiblemente devastado, agotado y en shock. Sin poder evitarlo, cerré los ojos con fuerza, en un intento de hacer desaparecer aquel horror con tan solo un parpadeo.

Ambos estaban indefensos como nunca antes los había visto y tenían manos y pies atados con grilletes mágicos unidos a cables que iban hasta lo más alto de la celda y conectaban con otras estancias superiores. Estos consumían su cálida energía poco a poco e iban debilitándolos hasta que no quedara ninguna luz en ellos, recurso que utilizaban los fríos para iluminar su oscuro reino. Había leído que cuando arrasaban con nuestros pueblos y ciudades, se llevaban consigo cálidos y cálidas para usarlos como fuente de energía, pero hasta ese momento había esperado que se tratara tan solo de un rumor. ¡Qué iluso!

Intenté levantarme para ir a ayudar a mis amigos, sobre todo a Diana, cuyo estado era crítico, pero justo en el momento en que decidí levantarme, una descarga eléctrica se fundió por gran parte de mis piernas, haciéndome retorcer de dolor. Había olvidado que yo obviamente también tendría grilletes.

- Es inútil. - escuché la voz de Akihiko en un susurro, rindiéndose.

- No. - me negué rotundamente - Saldremos de aquí... Alice debe de encontrarse cerca. Confío en que nos sacará de aquí en cuanto se entere. - dije con esperanza.

- No sabes lo que dices. Diana morirá en breves como siga así... lleva muchas horas ya. - murmuró, con una tristeza enorme y sin dejar de mirarla.

- Es fuerte, no morirá. – dije intentando sonar tan firme como me habían enseñado, pero nada seguro de que eso fuera a ser cierto.

- Sí, siempre ha sido fuerte, pero es una persona. Las personas no somos inmunes a según qué infecciones y morimos. Así de fácil es la muerte... aunque prefiero que se vaya de este mundo ahora a que salga ahí fuera. – prosiguió diciendo, sin dignarse a mirarme.

- ¿A qué te refieres con "ahí fuera"? - pregunté extrañado.

- Llevo unas pocas horas consciente, pero he escuchado los gritos, los golpes, el choque de espadas y el sonido de la sangre al derramarse... tras estos muros. El frío ha dicho cuando ha venido que nosotros íbamos a ser los que hicieran los mejores juegos de la historia. - explicó, alicaído, como si fuera un fantasma de lo que había sido en su día.

Tardé unos segundos en comprender sus simples palabras, pero finalmente até cabos. Era cierto lo que decía, ya que podía escuchar todo aquello sucediendo a través de la pared de la celda en la que nos encontrábamos los tres. No podía tratarse de otra cosa: gladiadores. Querían que lucháramos a morir, en desventaja y mostrar a todo el mundo lo fáciles que éramos de matar en realidad. Pero yo no pensaba darles esa satisfacción, me negaba a caer en el primer combate. En realidad, la opción de rendirse y morir en cualquiera de los combates en los que fuéramos a luchar no entraba en mis planes. ¿Qué sería de todos los cálidos si moríamos? La gente en cuanto se enterara de nuestra muerte, caería en la desesperación y el reino entero estaría en caos. No podía permitir una victoria de ese calibre a mis enemigos.

- Skay... la ha marcado. - dijo en un murmullo el muchacho, completamente afectado por todo lo que había tenido que ver y haciendo que mis pensamientos volvieran de nuevo al presente. Sus ojos se encontraban clavados en la espalda de Diana cubierta de sangre.

- ¿Cómo? - pregunté sin entender muy bien a qué se refería.

Akihiko fue incapaz de responder a aquella pregunta, por lo que hice un esfuerzo y me fijé detalladamente en la espalda de la chica de la que mi amigo no había podido desviar la mirada. No tardé en visualizar una gran F en el centro de esta, camuflada entre la sangre que empezaba a secarse. Cerré los ojos con fuerza y empecé a sentir la rabia corroerme por dentro, pero no podía moverme, ni golpear a nada, sino que debía mantenerme en silencio y sentado para no acabar con todas las fuerzas que me quedaban y que necesitaría.

Otro asunto que llevaba asolando mis pensamientos durante aquel rato en que llevaba consciente, no había podido ser otro que preguntarme por qué razones a mis compañeros les habían hecho tales brutalidades y a mí no me habían hecho nada más que paralizarme. ¿Podría tener algo que ver Alice o iría más allá la cosa?

- Tu reina debe de estar detrás de todo esto. - espetó Akihiko, dándole la culpa de todo a Alice, pero en un tono de voz que reflejaba que no estaba seguro de lo que decía.

- No, no lo creo. - respondí, aunque seguía sin saber por qué no me habían lastimado o traumatizado y por un segundo se me pasó por la cabeza dudar de Alice, pero fue fugaz y me sentí mal después.

¿Aunque acaso no tenía motivos para desconfiar? ¿Y si le habían llenado la cabeza de mentiras y ahora ya no quería saber nada de nosotros? ¿Pero, y si en lugar de eso, habían decidido lanzarla a la arena como harían seguramente con nosotros dentro de muy poco? Me preocupaba por alguien a quien apenas conocía. Sin embargo, algo me decía que Alice no era así y en el fondo también sabía que no había nada que pudieran hacerle los fríos. Era como si ya la conociese y mis dudas resultaran ridículas.

- Viene alguien. – murmuró Akihiko, poniéndose tenso y empezando a hiperventilar al escuchar unos pasos que se acercaban a nuestra posición.

Un frío apareció tras las oscuras rejas oxidadas, pero no se trataba de Fausto, lo que hizo que ambos nos relajáramos un poco.

- Traigo un mensaje para el príncipe. – sentenció, dirigiéndose a mí. Fruncí el ceño.

- ¿Quién te envía? – pregunté, en busca de respuestas.

- Un Dios. – espetó, indiferente, y la piel se me puso de gallina. No sabía qué esperar, si algo bueno o por lo contrario, malo, aunque sentía que no me iba a gustar aquel mensaje.

- ¿Cuál de ellos? – indagué.

- Uno que te quiere muerto. – respondió y me puse blanco de repente.- El mensaje dice lo siguiente: "Sufrirás hasta que tu alma vuelva a escaparse de tu cuerpo y olvides de nuevo. Solo así serás capaz de no volver a tocar lo que me pertenece."

Creí que mi corazón saldría de mi pecho en cualquier momento, incapaz de parpadear y pálido. ¿Por qué me tragaba las palabras de un frío? Podría ser un engaño y ningún Dios le había dicho aquello, tal vez solo pretendía asustarme. ¿Por qué sentía que aquella amenaza era en realidad muy real?

Ahora tenía sentido que siguiera intacto. Pretendían machacarme delante de todos y hacerme aguantar lo máximo posible en la arena.

No los defraudaría. Y sobre todo, no me hundiría ante sus amenazas, ni siquiera un Dios me separaría de mi destino. Tan solo me faltaba descubrir cuál era este.