Chereads / Fría como el hielo / Chapter 59 - Capítulo 58

Chapter 59 - Capítulo 58

Alice

Ya no me reconocía, aunque el poder que había emanado de mi cuerpo no me había sido para nada desconocido. Era como si llevara mucho tiempo siendo parte de mí, pero hubiera permanecido silencioso, recluido en un pequeño espacio y cuando por fin había logrado salir, me había hecho sentir viva de nuevo, tan bien como nunca antes, como si finalmente estuviera completa. Ya no quería volver a ser la misma de antes, no podía. "Alice la fría" había sido completamente enterrada y jamás volvería.

Mi nombre se había internado en cada rincón de aquel frío lugar, todos me aclamaban y me gustaba, pero no debía acostumbrarme, ya que ahora sabía que aquello podía cambiar de un momento a otro. Sin embargo, no significaba que no pudiera utilizar mi buena fama a mi favor.

No pude reprimir sentirme victoriosa, poderosa e invencible en aquel momento. Mi hermano había intentado asesinarme por simples ansias de poder. ¿Realmente se había creído capaz de matarme? En el poco tiempo que lo había tenido delante, Fausto me había tratado con odio y a pesar de mis súplicas, con las que mi humillación ya había tenido lugar y haciendo innecesario el hecho de acabar con mi vida, él había proseguido y disfrutado con cada golpe que me había propiciado, convencido de su victoria. La ira se apoderó de mí al recordar aquel momento de debilidad, como si fuera algo borroso y lejano, y pensé que se disiparía al verle congelado, pero no lo hizo. Ahora era yo quien lo miraba como si de un mero insecto se tratase.

Todavía brillaba como una estrella más en el universo cuando me giré para ver a mi padre. Este a diferencia de la multitud, que estaba eufórica, se encontraba más bien con semblante serio y pensativo. Parecía ser que algunos fríos sí que pensaban al fin y al cabo. ¿En qué estaría pensando? ¿Acaso no había sopesado la posible opción de que yo ganara el combate en lugar de su hijo mayor, al cual le había prometido el trono? En ese momento me habría gustado saber qué estaba pensando, pero tenía tan poco control de mis dones que ni siquiera podía utilizarlos cuando más lo necesitaba.

- ¡Mi hija más poderosa! - gritó al cabo de un tiempo pensativo, ignorando el hecho de que me había dado cuenta de su extraña reacción. - Los Dioses no mentían, realmente eres algo fuera de lo común. - prosiguió diciendo con un aire de misterio y un escalofrío me recorrió el cuerpo cuando mencionó a los Dioses, haciéndome volver a la realidad: yo no era invencible, todavía temía el poder divino.

- No esperaba este recibimiento. - espeté de repente, furiosa y acallando a la multitud.

- Llevadla a sus nuevos aposentos, tratadla como vuestra futura soberana. - ordenó Ageon, no muy interesado en discutir conmigo delante de todos. - Y dadle la ropa que se ha ganado, esa capa roja no le queda nada bien con su tono de piel. - acabó de decir, con cierto desprecio al mencionar la capa supuestamente roja, ya que ahora era más bien marrón.

Ante sus palabras, no pude hacer otra cosa que fruncir el ceño. ¿No pensaba responder a mis preguntas? ¿Y qué quería decir con que me había ganado no tener que ir desnuda? Por mucho que quisiera exigir respuestas, sabía que aquel no era el momento adecuado, así que no rechisté cuando dos chicas me hicieron un gesto para que las siguiera, no sin agacharse previamente ante mí más de lo que encontré normal. Ellas no eran mis esclavas, no tenían porqué hacer aquel gesto, pero decidí que lo mejor sería no decir nada al respecto si quería salir de allí viva y sabiendo la verdad. Aquel lugar me daba mala espina, había algo raro en él que no me gustaba.

La puerta del gran salón se cerró como por arte de magia justo después de que saliéramos, haciendo un estrepitoso ruido, pero me dio tiempo de observar por última vez a todos los presentes dentro, parecían expectantes de lo que iba a decir su rey, pero este no empezó a hablar hasta que el portón se hubo cerrado por completo, imposibilitando que pudiera escuchar su discurso.

Creía que había dejado de desconfiar cuando empecé a creer las palabras de los demás, pero no pude evitar convertirme de nuevo en una desconfiada. ¿Qué era aquello que mi padre no podía decir delante de la supuesta futura reina?

Seguí a las chicas por pasillos tan largos que me parecieron eternos, decorados con piedras preciosas que iluminaban el camino y en los que se unían otros, todos con numerosas puertas cerradas. Era como un laberinto del que no podrías salir jamás si no conocías el camino exacto a seguir. Gracias a mi sentido de la orientación atrofiado, estaba segura de que no me podría mover sola por ahí y aquello me hacía sentir como una forastera o mejor dicho, una prisionera rodeada de oro. No podría salir del reino de los fríos por mi misma.

Absorta en mis pensamientos, no me percaté de que las chicas se habían detenido delante de una puerta y una de ellas se disponía a abrirla con una llave. Chirrió y la luz provinente de la habitación me deslumbró al principio. Estaba repleta de joyas preciosas por todas partes, las sábanas de la cama de proporciones inmensas estaban bordadas con oro y además había un lavabo con un jacuzzi enorme. Me quedé asombrada al entrar, observé con detenimiento cada rincón e intenté abrir el armario para ver su interior, pero no pude hasta que introdujeron su correspondiente llave en su cerradura. No reprimí mi asombro al ver los hermosos vestidos de su interior, todos largos, brillantes y de tonos azulados u oscuros, bordados de oro o con joyas incrustadas, majestuosos.

Las chicas no dijeron nada al ver mi expresión y lo único que hicieron fue hacer una reverencia y salir a continuación, dejándome sola y sintiéndome pequeña en aquella habitación que bien podría ser más grande que todo el apartamento en el que había vivivo en la Tierra.

Estaba deseando quitarme aquella ropa sucia y meterme en el jacuzzi, así que eso fue lo que hice sin pensarlo dos veces. Me dirigí al lavabo, tan lujoso como la habitación y empecé a quitarme las prendas, mientras me disponía a abrir el agua y regularla. Ya casi estaba a punto de meterme en el agua, tibia, cuando giré la cabeza y me vi en el espejo.

Mi piel ya no brillaba, sino que estaba tan pálida como siempre, igual que mis ojos, pero mi cabello se encontraba tan rojo como la sangre. Aguanté la respiración y coloqué una mano sobre mi reflejo.

- ¿Quién eres? - pronuncié.