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Chapter 62 - Capítulo 61

Alice

Siempre me había dicho a mí misma que debía ser fuerte, incluso cuando el mundo entero intentaba derrumbarme. Ahora lo era, pero aunque hubiera superado tantos obstáculos y me hubiera convertido en alguien que llevaba enterrado mucho tiempo, seguía temiendo a los Dioses. Su capacidad para quitarme todo lo que había conseguido con tan solo un chasquido de dedos me atemorizaba, y eso no me gustaba.

Justo cuando Hades se desvaneció, picaron a la puerta de mi habitación y tuve que recomponerme lo más rápido que pude de lo que acababa de suceder. Había herido a un Dios de alto rango, no sabía cómo, pero una rabia no tan desconocida seguía palpitando dentro de mí, deseosa de ver la luz de nuevo. Todavía temía el enorme poder de las divinidades, sobre todo el de Hades, cuyas intenciones no acababa de comprender, pero un poquito de esperanza había aparecido en mí al ver de lo que era capaz, poderes inimaginables se cernían delante de mí sin que yo me diera cuenta.

Al ver que no respondía, la persona más allá de la puerta empezó a impacientarse y volvió a dar otro golpecito. No fue hasta el quinto o sexto golpe en que reaccioné y volví a la realidad, estaba demasiado impactada y ni siquiera me había dado cuenta de que las sábanas de la cama estaban ahora en llamas por el incidente.

- Adelante. – murmuré tras unos minutos que necesité para recomponerme mínimamente.

Mi hermano Trevor apareció en el umbral de la puerta y me sorprendió ver que no fuera una de las sirvientas que me había traído hasta allí. Su expresión se encontraba tan impasible como siempre y no dijo nada cuando vio las llamas que iban creciendo rápidamente a cada segundo que pasaba, como si el hecho de que yo y mi vida se acabaran de desmoronar por completo no fuera significativo.

- Es hora de tu entrenamiento. – susurró y tras mirarme por un breve instante, se volvió a girar dando a entender que quería que le siguiera.

En otro momento, habría empezado a gritar como una loca, diciendo que mi habitación estaba prendida en llamas y que alguien debía venir urgentemente a solucionarlo, pero no podía importarme menos. En un palacio donde el hielo y el frío reinaban, era poco probable que se propagara un incendio.

Los pasillos eran eternos y me parecían todos exactamente iguales, muy a pesar de que algo me decía que detrás de cada una de las puertas con las que nos cruzábamos se encontraba un secreto diferente.

El vestido que llevaba puesto era tan largo y glamuroso que me hacía sentir extraña y dificultaba mi caminar. ¿De verdad iba a empezar mi entrenamiento vestida como si hubiera salido de un cuento de hadas? No lo pregunté, porque sabía que no obtendría respuesta alguna. En su lugar, permanecí silenciosa y con la cabeza bien alta, mientras me las ingeniaba para caminar con unos zapatos demasiado bonitos y caros para ser usados de otra forma que para su mera contemplación.

- Tu entrenamiento se centrará en tu mente. – dijo mi medio hermano, deteniéndose delante de una puerta de las miles que debía haber en aquel laberinto y haciendo que por fin comprendiera la poca importancia que mi atuendo tenía en ese momento. Por mi sorpresa, no sacó ninguna llave para abrirla y le bastó con tan solo un empujoncito, provocando un chirrido desgarrador. Asomé la cabeza con curiosidad, pero la estancia era tan oscura que no logré visualizar nada.

- Aquí no hay nada. – sentencié, frunciendo el ceño. La antigua Alice habría retrocedido mínimo un paso, por seguridad, pero aquel acto ni siquiera cruzó mi mente.

- Para hacerte más fuerte, primero deberás superar tus peores pesadillas. – explicó, tan impasible como siempre y sin apenas parpadear.

No pronuncié una sola palabra más y me encontré a mi misma caminando hacia el interior de esa estancia en la que no había un solo centímetro de luz. ¿Estaría Hades ahí dentro? Tal vez todo era una trampa e iba a morir, pero morir había dejado de atemorizarme, parecía demasiado lejana e inofensiva para mí. No era mi muerte la que temía.

Se escuchó un fuerte estruendo cuando la puerta se cerró a mis espaldas y la oscuridad me engulló. Estaba sola al menos, o eso parecía.

El silencio era absoluto y mirara hacia donde mirara no conseguía ver nada, lo cual hacía aquella experiencia todavía peor de lo que seguramente fuera. La cabeza siempre nos hace jugar malas pasadas, haciéndonos ver las cosas de una forma mucho más terrible de lo que son en realidad. Yo ya empezaba a escuchar la risa de Hades en mi mente, esperando encontrarme al Dios de la muerte en cualquier momento. Él definitivamente aparecía en mis peores pesadillas, era el protagonista. ¿Significaba eso que nunca me haría fuerte si no le derrotaba?

Intenté desviar estos pensamientos de mi mente, a pesar de no ser tan descabellados. Ahora que había herido a un Dios, este debía de estar tan furioso como no lo había estado en milenios.

Una vez calmados mis peores presentimientos di un paso hacia delante, pero la superfície del suelo no fue como me la había imaginado. Había olvidado que no estaba en la Tierra, donde lo psicológico era peor que lo real, sino en Origin. Había olvidado que aquí las cosas eran de otra forma, aquí lo mágico era real, tanto como mis pesadillas.

Lancé un grito de lo más profundo de mi garganta cuando me vi cayendo a toda velocidad cuesta abajo, dando vueltas como una croqueta por efecto de la gravedad, haciendo añicos mi vestido y perdiendo los zapatos.

La oscuridad, sin embargo, fue disminuyendo a medida que rodaba hacia el final, pero aquello no me tranquilizó en absoluto cuando logré visualizar qué se hallaba al final del interminable tobogán: fuego. Enormes llamaradas que sin duda quemarían a cualquiera en cuestión de segundos se cernían a escasos metros, cada vez más cerca de mí a medida que caía sin control.

Dejé de gritar, solo porque había agotado toda mi voz. No tenía el control, mis manos arañaban la superfície fría por la que caía pero no conseguían agarrarse a nada.

Un presentimiento me decía que no iba a morir hoy, pero aún así procuraba evitar enfrentarme a lo que estaba a punto de suceder. El fuego me cegó, pero aunque sintiera su calidez a mi alrededor, no me mató.

"No se puede quemar a alguien que fue creado con el fuego del infierno..." - escuché que me decía una voz entre susurros.

"Te echábamos de menos." - murmuró otra.

"Ven con nosotras." - y otra.

"Ayúdanos a salvarnos del infierno, igual que lo hiciste tú."

- ¿Quiénes sois? - conseguí articular, incapaz de ver nada, pero impasible a pesar de encontrarme en medio de las llamas más grandes jamás vistas.

"¿Es que no nos escuchas?"

Fruncí el ceño y me concentré en escuchar entre las llamas. Miles de gritos de sufrimiento que mi mente había estado suprimiento inconscientemente se internaron entonces en cada terminación nerviosa de mi cabeza, desgarrándome, haciéndome olvidar qué estaba haciendo en aquel lugar y cómo había llegado.

"Somos las almas del infierno."

"Bienvenida a casa."