Alice
Sentí aquel baño como si fuera el primero, el agua me envolvió con suavidad, dándome la paz que tanto necesitaba en aquel momento y cerré los ojos por un segundo, pero tuve que volver a abrirlos al instante ya que cada vez que los cerraba, aparecía la imagen del Dios que me había visitado en sueños.
Suspiré resignada, pensando que jamás volvería a ser capaz de dormir tranquilamente, aquellos sueños de los que no quería despertar ya no regresarían y la realidad por sí misma ya era una pesadilla. Sentí que no podría nunca ser feliz en esta vida si ni siquiera mis sueños lo eran, aunque había pasado tanto tiempo siendo infeliz que temía que si algún día dejaba de serlo no me diera cuenta.
Permanecí en el jacuzzi un buen rato, simplemente observando el techo y las paredes decoradas de tantas piedras preciosas que seguramente ni los más ricos en la Tierra podrían permitirse, hasta que las yemas de mis dedos se arrugaron y decidí que ya era hora de salir si no me quería convertir en una pasa.
Chorreando y llenando todo el suelo de agua al salir, volví a mirarme en el espejo, sorprendida de lo muy familiarizada que estaba con aquel color de cabello, como si el hecho de que su color hubiera cambiado fuera lo más normal del mundo. Sabía tan pocas cosas... ¡entendía tan poco! No comprendía el porqué parecía reconocerme, pero a la vez seguía siendo una completa desconocida para mí misma. Fuera lo que fuera, lo descubriría.
Me dirigí hacia el armario de la habitación, llenando todo el suelo de agua, igual que hacía en casa cuando salía de la ducha. Mi madre solía gritarme siempre por eso y me obligaba a pasar la fregona amenazándome con eliminar mi cuenta de Netflix. Pensar en algo tan mundano y aparentemente lejano me puso nostálgica, ya que en el fondo, a pesar de que el hecho de que mi madre adoptiva me hubiera mentido durante tanto tiempo sobre mis orígenes y hubiera hecho que me encontrara perdida, todavía incapaz de encontrarme, me había dolido como si me hubieran apuñalado por la espalda, pero no podía evitar echarla de menos. Ella me había cuidado y creído en mí cuando nadie lo había hecho.
Cogí una toalla que me habían dejado encima de la cama y me la enrollé alrededor del cuerpo, mientras abría el armario y me disponía a buscar algo cómodo en él. Tal y como había visto antes, todos los vestidos eran largos y debían valer una fortuna, no era un experta en tejidos, ni tampoco en joyas, pero no hacía falta saber mucho del tema. Incluso la ropa interior parecía más cara que cualquier lencería que hubiera visto antes.
No fue fácil decidirme por un vestido en concreto, ya que había una gran variedad para elegir. Finalmente opté por uno de color azul oscuro, brillante, con pequeñas joyas incrustadas y oro bordado, era tan largo que la falda iba arrastrándose por el suelo y las mangas también eran bastante largas por las puntas, dando un aspecto despampanante. Cuando me lo puse y observé mi reflejo, empecé a creerme que tal vez sí que fuera una reina, porque realmente lo parecía vestida de aquella manera. ¿Quién habría dicho que iría a ponerme algún día un vestido como aquel? Era como si hubiera entrado en un cuento de hadas, solo que esta vez el cuento era un poco más terrorífico y el príncipe no salvaba a la princesa.
No pude evitar pensar en Skay, aquella situación me recordaba demasiado a cuando había abierto la puerta de mi cuarto de par en par y me había visto como nunca antes lo había hecho nadie. Mis mejillas ardieron al recordar aquella escena y sonreí tímidamente, mientras me llevaba las manos a la cara para comprobar que sorprendentemente la temperatura de mi cuerpo había subido y cerré los ojos por unos minutos.
- Siempre fuiste la más hermosa. – escuché de repente una voz que me hizo salir de mis ensoñaciones e hizo que me recorriera un escalofrío, enfriándome de nuevo.
"No puede ser" pensé, intentando mantener la calma e intentando que mi corazón no se volviera loco o que mis pulmones dejaran de respirar por el miedo. Por lo visto todavía me era fácil asustarme, no era ninguna Diosa al fin y al cabo, por mucho poder que hubiera demostrado poseer. La fuerza que tenía me la habían regalado los Dioses, eso no podía olvidarlo, e igual que me la habían concedido, estaba prácticamente segura de que me la podían arrebatar.
Cuando volví a abrir los ojos y me miré en el espejo, tan solo mi reflejo aparecía en él, pero yo sabía que no estaba sola, sentía su presencia, su aliento en mi nuca. Me giré de repente hacia atrás y entonces lo vi. Ahí estaba el Dios oscuro de mis peores pesadillas, con una sonrisa y sus ojos negros puestos en mí. Sentí la necesidad de gritar, pero parecía que me hubiera robado la voz con su simple presencia.
- Veo que has regresado a casa. Me alegra verte de nuevo, esta vez en persona. – susurró en mi oído, acercándose demasiado a mí y despertando un sentimiento de furia que llevaba mucho tiempo escondido en lo más profundo de mi ser.
Me aparté rápidamente, como si él tuviera una grave enfermedad contagiosa y temiera que se propagara.
- ¿Quién eres? – pregunté cuando por fin encontré el valor y las palabras perdidas.
- Me duele que no me reconozcas, aunque deduzco que una parte de tu alma todavía me pertenece y sabe perfectamente quién soy. – dijo, haciendo una mueca y volviendo a cortar el espacio que yo había intentado hacer entre los dos.
"Hades" me vino a la mente en aquel instante. Era cierto, le reconocía, sabía quién era ese Dios. ¿Por qué?
Abrí los ojos como platos al finalmente comprender quién estaba delante de mí.
- ¡Aléjate de mí! – grité en un arrebato de ira entremezclada con miedo y corrí hacia la puerta con la intención de perderme en aquellos corredores que bien podrían ser un laberinto, pero la puerta no se abría por mucha fuerza que hiciera. Era su prisionera, siempre lo había sido, pero no me había dado cuenta.
- Has pagado por tus insolencias, pero sigues creyendo que puedes desafiar a un Dios. Olvidas que solo eres una mortal, a pesar de lo especial que puedas ser, nunca dejarás de serlo. – espetó, empezando a impacientarse por mi actitud.
- Aléjate...– susurré, casi suplicando.
- Tú eres la razón que ha dividido a los Dioses, ya debes saber que una guerra está a punto de librarse y cuando veas el cielo tapado, los mares revueltos e incluso las almas del infierno saliendo a luchar, quiero que lo recuerdes, quiero que sepas que sólo tú eres el motivo. – sentenció, su rostro muy cerca del mío.
Cerré los ojos, intentando que él desapareciera para siempre y que callara, pero sobre todo, que se alejara. Odiaba tenerlo tan cerca. Detestaba todo de él.
La furia se apoderó de mí y una llamarada de fuego salió disparada de mi mano sin que ni siquiera fuera consciente, destrozando parte de la habitación y haciendo retroceder a Hades, que escupió sangre o algo parecido, ya que era de un color negro y viscosa. A continuación, me miró desde la otra punta del cuarto tras tocarse la boca y ver sorprendido que su mano se había teñido de sangre.
Sus ojos negros se fijaron en mí, viéndome por primera vez, preguntándose cómo había sido capaz de lastimar a un Dios de tan alto rango como él.
"Tu orgullo acabará matándote" recordé que me decía la voz de Eros. Y no había sido capaz de comprender aquellas palabras tan sabias hasta ese mismo momento, en que el Dios de los muertos me miraba, seguramente pensando las mil formas que tenía para castigarme, pero por encima de todo, sorprendido.
Hades desapareció en aquel momento, pero yo sabía que volvería y cuando lo hiciera, sería mi fin.