A la mañana siguiente, una alarma comenzó a sonar al amanecer. Gao Peng, que seguía en el sofá, se despertó sobresaltado.
—Eh, ¿cuándo me puse la manta? —se preguntó, mientras se frotaba la cabeza confundido.
Decidió no darle demasiada importancia. Se levantó para asearse un poco, devoró un sándwich que estaba en su bolso y fue a sacar a Da Zi de su escondite. El ciempiés le permitió arrastrarlo, sin molestarse en cambiar de posición. Sus garras amarillas rechinaban contra el suelo, haciendo un ruido parecido a un "shashaaaa".
Cansado, soltó al enorme monstruo para tomar un poco de aliento.
Este animal es demasiado pesado para mí, pensó. Tendría que caminar por sí solo. Se agachó y le dio unos golpecitos en el caparazón.
—Da Zi, tienes que caminar por tu cuenta, ¿entendiste? —le ordenó, con voz firme.
La criatura levantó la cabeza y movió las antenas a modo de respuesta. Luego, volvió a echarse al suelo, sin moverse ni un centímetro. Ya no sabía qué hacer con él, cada día se ponía más flojo.
Recordó que el señor Zhang les había comentado en clase que, para controlarlos, se requería tener una rutina y métodos regulares. Podían llamarse monstruos, pero eran otra forma de vida sensible, con emociones y sentimientos. Naturalmente, cada uno tenía una personalidad distinta, como los humanos.
Si una persona era cobarde o débil, hacerlo pasar por un exigente entrenamiento podía volverlo más fuerte, resistente al daño. Para estas criaturas se aplicaba la misma lógica: aquellos que no eran aptos para el combate se convertirían en mejores candidatos para ser Familia si se los entrenaba bien.
Su mascota era demasiado joven para tener tanta pereza; quizás estar tanto tiempo encerrado lo había vuelto un saco de papas. Se agachó nuevamente y le susurró:
—¿Quieres comer algo? ¿O salir a jugar? Hay un montón de bichos ricos allá afuera.
Las antenas de Da Zi se congelaron por un instante, para después salir disparadas hacia arriba. El monstruo giró la cabeza, observando muy atentamente a Gao Peng, quien le sonrió. Tomó la cadena y se la ató al collar de piel que tenía en el cuello.
Gao Peng llevaba su mochila escolar roja mientras paseaba con Da Zi por la calle. Aunque ver ciempiés como mascota era raro hoy en día, no llamaban mucho la atención. Después de todo, había monstruos en todas las casas como mascotas, tal y como solía haber perros y gatos antes del cataclismo.
Los había de todos los colores y tamaños, aunque la mayor parte de la gente elegía los más tiernos o los más imponentes. Nunca faltaban los de gustos exóticos, que querían monstruos más bien extraños, como ese que tenía la elegante señora de la izquierda, quien sostenía una gruesa cadena de la que llevaba a su Perro León de las Nieves, el que, con unos tres metros de alto y seis de largo era difícil de ignorar. Un perro de estas dimensiones era considerado de tamaño mediano para los parámetros actuales, así que ya se imaginarán cómo eran los grandes.
De frente, un hombre de traje y corbata, que parecía empleado de oficina, caminaba apresuradamente. En el hombro se le posaba un perico rojo y negro, que dormitaba. Cuando el hombre pasó al lado del perro, el perico abrió los ojos y gritó:
—¡id*ota!
El perro se detuvo a mirarlo. Tenía los ojos grandes como platos, llenos de curiosidad. Volvió a la carga:
—¡id*ota! ¿Qué miras?
El perico tenía una lengua bastante afilada.
—¡Woof! —ladró felizmente el perro, mientras le daba un lengüetazo.
El perico salió volando, dejando a su amo muy bien vestido, pero lleno de baba de Perro León de las Nieves. Su dueña se disculpó una y otra vez, a lo que el hombre se limitó a contestar:
—Ya estoy de lo más habituado. Es culpa de mi tonto perico por tener tan malas costumbres. Me cambiaré cuando llegue a la oficina.
Y, acto seguido, abrió el maletín que llevaba en la mano para mostrar una muda limpia de ropa. Era evidente que le pasaba a menudo. Este episodio era parte de lo que ocurría a diario en las calles del nuevo mundo. Muchas personas estaban aprendiendo a convivir con sus monstruos.
Detrás del oficinista, venía un anciano que rondaba los setenta años, con un colorido sapo del tamaño de un molino; tenía el lomo cubierto de verrugas grandes. Probablemente, se trataba de un Sapo Cinco Colores, especie no venenosa, que la gente encontraba muy tierna y se había hecho popular en estos años.
En contraste a todo esto, Da Zi parecía asqueroso, pero, después de unos segundos de observarlo atentamente, se lo podía considerar tierno dentro de su fealdad.
Había unas cuantas personas andando por la calle, muchas de las cuales traían a sus mascotas con ellos. Fuese cual fuese su mascota, todos tenían algo en común: los llevaban con correa. Los monstruos podían romperla en un segundo, pero se usaba, más que nada, como forma de respeto hacia los demás transeúntes.
Gao Peng llegó a la escuela, que no estaba lejos de casa; debía ser una media hora a pie. Todos los colegios eran públicos, el gobierno había prohibido las instituciones privadas y ellos se encargaban de manejarlos. La educación siempre había sido importante, pero lo era mucho más en este nuevo mundo, pues las mentes de los niños eran las más puras y maleables. En el pasado, un niño problemático resultaba en un adulto problemático, que causaría quizás problemas menores en la sociedad. Ahora, resultaba imposible saber cómo sería un niño al llegar a la etapa adulta; y que alguien sin un tornillo firmara un Contrato de Sangre con un monstruo de nivel alto significaba abrir la posibilidad a daños irreparables.
Gao Peng estudiaba en la Secundaria Chang'an Tercera, ubicada en los suburbios, al lado de los campos de entrenamiento de la Brigada Chang'an de Policía Armada, y un poco más lejos de allí terminaba la ciudad. En las afueras, se encontraban grandes áreas, que se habían transformado en junglas primitivas, lo cual era sinónimo de riesgo. Solo aplicaba para las junglas más inhóspitas, pues el gobierno se encargó de investigar todo acerca de esas zonas: no había monstruos peligrosos y, si llegaba a aparecer alguno, los entrenadores se encargaban de eliminarlo. Tropas militares patrullaban las cercanías para prevenir que algún monstruo escapara de la jungla. Rondaban escasos monstruos de grados muy bajos, pero solo servían para que los chicos practicaran sus habilidades de futuros entrenadores.
Afuera de las puertas del colegio había una fila de camiones escolares, cada uno estaba pintado de rojo y negro y tenía un grueso anillo de metal con filosos picos a su alrededor, para asegurar el chasis. El exterior de los camiones estaba cubierto por placas triples, de una pulgada de grosor y las llantas eran de una goma especial, obtenida de árboles mutantes, lo que las hacía mucho más resistentes.
Gao Peng los observó con atención un par de veces, pensando que ningún monstruo por debajo de grado Excelencia podría derribar algo así.
—¡Estudiantes de segundo y tercer año, juntense aquí! —gritó alguien desde la puerta.
Frente a los autobuses estaba parada una mujer de cabello rojo, con poco más de un metro sesenta de altura. Llevaba puesta una chaqueta de cuero negra y jeans acampanados, mientras sostenía un letrero de madera que decía: "Segundo año, clase 3".
—Buenos días, profesora Murong —saludó Gao Peng educadamente.
Murong Qiuye, que pesaba no menos de 80 kilos, sonrió y contestó con voz dulce:
—Ah, Gao Peng, llegaste. Puedes ser el primero en subir al autobús.
Los estudiantes más queridos por las maestras entraban en dos posibles categorías: los que sacaban buenas notas y los traviesos. Obviamente, Peng entraba en el primer grupo, después de todo, era el mejor de la clase y el cuarto en el grado, además de ser un alumno callado, que no daba problemas, lo cual siempre agradaba a los profesores.
Al subir, pudo observar que varios estudiantes ya estaban ahí. Por lo general, no tenía mucha relación con ninguno y se sentía como un cero a la izquierda en el grupo. Por lo menos, eso era lo que él creía. En realidad, después de que murieron sus padres y sus notas hubieron subido considerablemente, Gao Peng se había convertido en un estudiante muy especial a los ojos de sus compañeros.
En este instante, estaban todos impresionados por el ciempiés de lomo violeta que llevaba con él.
—¡Wow! ¡es tan tierno!
—Qué ciempiés tan lindo.
—Wow, ¿eso es un Ciempiés de Lomo Violeta y Garras Amarillas, no? Es uno de los más fuertes entre los monstruos de grado normal, ¡quién hubiera pensado que tu familia tenía una mascota tan poderosa!
—¿No era un chico huérfano? ¿Cómo obtuvo algo así? Seguro que lo pidió prestado —dijo una voz en el fondo, incomodando a todos.