Año 9988, Día 14 del Mes de la Lluvia.
Era el mes de la lluvia, y en el Pueblo de Esperanza mucha gente se encontraba enferma, pero no de cualquier enfermedad, sino de la Peste de los Cien Días. Era una terrible enfermedad donde ocho de cada diez enfermos terminaban muertos.
Y, el día de hoy, Luciel estaba muy triste y asustado, pues una persona preciada para él se había enfermado. Se trataba de Don Armando, que en esta mañana amaneció con los síntomas, lo cual hizo que Doña Julieta decidiera cerrar el restaurante por unos días para enfocarse en cuidar de su esposo, mientras los demás se quedaran en sus casas para que no se enfermaran, la única persona además de la familia de Don Armando que vinieron a verle fue Luciel, quien ahora mismo se encontraba en la recamara de Don Armando.
"No te preocupes Luciel, todo irá bien." – dijo Don Armando quien se encontraba recostado sobre su cama. – "Ya veras que venceré a esta maldita enfermedad."
"…" – Luciel asentía, pero no le gustaba ver cansado, pálido y adolorido a la persona en la que más confiaba actualmente.
"Tranquilo, no me pasará nada, después de todo, soy una persona fuerte, ya verás que en un par de días estaré perfectamente bien."
"Aun así…"
"Ya sé." – Don Armando pensó en algo para que Luciel se distrajera un poco. – "Que tal sí te cuento en como me convertí en Aventurero."
"¿Eh?"
"Vamos, no es una historia tan larga."
"…" – Luciel sabía lo que Don Armando, y para no hacerlo preocupar, decidió hacerle caso. "Esta bien."
"Bien, ahora, por donde empiezo…"
(POV #3: Don Armando).
Era el año 9945, yo era solo un joven quien recientemente había cumplido quince años, siendo de esa manera considerado ya un adulto, no sabía realmente que hacer con mi vida. Mi padre deseaba que siguiera con la tradición familiar de trabajar en la granja de la familia, pero yo no deseaba ser un granjero, esa no era lo deseaba hacer con mi vida.
Por ese motivo, tome un saco donde puse algo de mi ropa, herramientas indispensables para todo viaje, algo del dinero que llevaba ahorrando desde que trabajaba en un pequeño restaurante en el pueblo donde vivía, y mi vieja Tarjeta de Identificación, y de esa manera, decidí irme de mi hogar.
Mis padres no querían que hiciera eso, pero yo ya había tomado la decisión de irme de viaje, conocer el mundo, conocer paisajes y a otras personas, de esa manera, a los quince años, deje a mi familia, a mi hogar y a mi pueblo, y salí de viaje.
No te mentiré, en mi viaje tuve demasiadas dificultades, una de ellas era la falta de dinero, por lo que a cada pueblo al que llegaba, me ponía a trabajar un par de días para conseguir dinero, trabaje en pequeños empleos, ya sea como ayudante de algún herrero o carpintero, también pensé en convertirme en un Guardia, pero sentía que eso no iba conmigo.
En aquellos tiempos a pesar de mis dificultades, me sentía libre, sentía que podía hacer cualquier cosa, y, justo cuando había pasado un año desde que empezó mi viaje, fue que decidí convertirme en un Aventurero.
Me encontraba en la Ciudad de Mara, la capital del Condado de Vermont, el condado donde vivimos. Justo en la entrada había visto a un grupo de aventureros que habían cazado una temible bestia ser recibidos por aplausos, al parecer el monstruo había amenazado la ciudad por bastantes días, y esos aventureros venían de La Ciudadela para eliminar a la amenaza.
En ese momento, algo dentro de mí me dijo que no estaría tan mal en convertirme en aventurero, por lo que decidí inscribirme. Y, en ese día conocería a mi mejor amigo, otro joven que al igual que yo también había decidido dejar su hogar y su pueblo natal en busca de una vida diferente, alguien que, en ese mismo día, también se había decidido a inscribirse como aventurero, alguien con el que juntos nos enfrentaríamos al Examinador del Gremio, y en medio del suelo, ambos comprendimos lo verdaderamente débiles que éramos.
En nuestros respectivos pueblos éramos considerados fuertes, poderosos y talentosos, después de todo, no cualquier persona en un pueblo que no entrene lo suficiente o tenga talento puede superar el Rango de Village Novice y convertirse en un Town Expert. Nosotros dos éramos Town Experts, y, aun así, el Examinador que tenía nuestro mismo rango de poder nos destrozó, él nos enseñó dos cosas.
Primero, que no importaba realmente el rango de poder que poseas, sí no posees la suficiente experiencia de pelea, no servirás realmente en un combate.
Y, segundo, que realmente los Town Experts no eran considerados la gran cosa en una ciudad como Mara.
Necesitábamos experiencia y entrenamiento en combate, necesitábamos también enfocarnos en la cultivación, y, Clinton, al igual que yo, en ese día nuestra comprensión del mundo y del poder verdadero aumento, dándonos cuenta de los débiles y arrogantes que realmente éramos, y de lo mucho que nos hacia falta para ser considerados personas verdaderamente fuertes.
"Jajaja, sí, aun recuerdo muy bien la paliza que nos dio ese Examinador a mí y a Clinton." – dijo Don Armando, quien empezó a escupir sangre y a retorcerse de dolor. – "¡Ah!"
"¡Don Armando!" – Luciel se preocupó, y no supo que hacer, hasta que Don Armando dejo de retorcerse. – "¿Don Armando?" – Don Armando se había desmayado, y Luciel quien había visto a Don Armando retorcerse de dolor se sentía muy mal, por lo que salió corriendo de allí y se dirigió a la clínica del doctor Aris.
"¡Doctor!"
"Luciel, ¿Qué ocurre?" – dijo Aris, quien seguía usando como siempre su máscara blanca sin rasgo alguno o detalle sobre la máscara.
"Es Don Armando… él… él tiene la Peste de los Cien Días." – dijo Luciel. – "Por favor doctor, por favor, cure a Don Armando."
"…"
"Doctor, se lo ruego, salve a Don Armando." – dijo Luciel con más desesperación.
"No es tan fácil Luciel, todavía no se me ha entregado al Hierba de los Mil Años." – dijo el doctor Aris. – "Ya te dije que para realizar la cura para la Peste de los Cien Días se necesita de muchos ingredientes, todos son fáciles de conseguir, con excepción de uno, y esa es la Hierba de los Mil Años, la cual todavía no ha sido hallada."
"Pero… ¿Qué pasará con Don Armando?"
"Cálmate Luciel, ya los aventureros han estado buscando la hierba, seguramente pronto la encontraran, además, Don Armando es alguien fuerte, no es así, sé que te preocupas mucho por él, pero estoy seguro de que él resistirá lo suficiente hasta que me den la hierba, ya lo veras."
"…"
"Deja de preocuparte tanto, al preocuparte no lograras nada con eso, solo espera tranquilamente a que los Aventureros encuentren la Hierba de los Mil Años, ¿Entendido?"
"…" – Luciel asintió levemente su cabeza.
"Bien, ahora, ve a descansar, que notó el cansancio en tú rostro. Descansa y no te preocupes, Don Armando es alguien fuerte, te aseguro que no le pasará nada."
"Sí." – dijo Luciel que se iba de la clínica.
Al irse de allí, Liz le dio una taza de té a Aris.
"Como grita y se preocupa ese joven." – dijo ella.
"Bueno, Luciel es una persona buena y amable, y Don Armando es una persona muy importante para él, así que es normal de que se preocupe demasiado."
"Aun así, en unos días ya no tendremos que escuchar sus preocupaciones."
"Sí…" – dijo Aris con algo de tristeza.