Kael avanzó con cautela entre los restos de la antigua civilización, sus botas resonando suavemente contra las piedras cubiertas de musgo. La niebla danzaba a su alrededor, deslizándose como un velo etéreo que, por momentos, ocultaba y revelaba fragmentos de la historia perdida. Pilares derruidos se alzaban como huesos antiguos de una bestia olvidada, mientras losas cubiertas de inscripciones erosionadas susurraban secretos en un idioma que ya nadie podía leer.Kael observó con atención los restos de la antigua civilización. A su alrededor, altos muros de piedra negra, erosionados por los siglos, se alzaban como esqueletos de una ciudad perdida. Las inscripciones en las paredes estaban cubiertas de grietas, algunas apenas legibles, otras completamente borradas por el tiempo. Fragmentos de estatuas rotas yacían dispersos por el suelo, sus rostros mutilados, sus formas irreconocibles.Más adelante, un arco semiderruido marcaba la entrada a lo que en su día debió ser una gran plaza. Columnas caídas y escombros cubrían el suelo, mientras en el centro se alzaba una fuente seca, su estructura desgastada por los siglos. A un lado, lo que parecía haber sido un antiguo obelisco yacía partido en dos, sus inscripciones grabadas con un arte que ahora solo era un eco de su antigua gloria. Kael recorrió con la mirada los edificios en ruinas, algunos aún en pie, otros reducidos a montones de piedra. La historia de aquel lugar se manifestaba en cada rincón, en cada grieta, en cada sombra que proyectaban las estructuras desmoronadas.Kael avanzó lentamente, observando con atención las antiguas estructuras que lo rodeaban. Sus ojos se posaron en una pared cubierta de inscripciones talladas con precisión milenaria. Algunas de las runas brillaban tenuemente con un resplandor apenas perceptible, como si aún conservaran fragmentos de su antiguo poder. Extendió la mano y deslizó sus dedos sobre la superficie rugosa y fría de la piedra. Un leve hormigueo recorrió su piel, un cosquilleo extraño que le hizo contener la respiración por un momento.El desgaste del tiempo había borrado muchas de las palabras, pero algunas aún parecían legibles, grabadas con un arte meticuloso que hablaba de un pueblo perdido en la historia. Kael frunció el ceño. ¿Qué significado habrían tenido aquellas inscripciones? ¿Fueron advertencias? ¿Oraciones? O quizás... ¿sellos que contenían algo en su interior? El pensamiento le erizó la piel. Retiró la mano con cautela y dio un paso atrás, sin apartar la vista de la pared.Avanzando más allá de una arcada semiderruida, llegó a lo que parecía haber sido una plaza en tiempos remotos. En su centro se alzaba una estatua agrietada, representando a una figura envuelta en una capa con capucha. Su rostro estaba desgastado hasta la irreconocibilidad, pero lo que inquietaba a Kael era la sensación de que aquella estatua lo miraba, a pesar de no tener ojos visibles.Un escalofrío recorrió su espalda.El silencio se tornó más pesado y la presión en el ambiente aumentó. Fue entonces cuando ocurrió.Un murmullo apenas audible serpenteó por el aire. Era una voz susurrante, profunda, como un eco distante que provenía de todas partes y de ninguna a la vez."Kael..."Su nombre flotó en el viento como un suspiro cargado de intención. Su corazón se aceleró, pero se obligó a mantener la calma. Miró a su alrededor, pero no vio a nadie."Kael... Despierta..."Un dolor punzante le recorrió el pecho y cayó de rodillas. Sus manos temblaban. Un resplandor carmesí se filtraba por la piel de sus brazos, recorriendo sus venas como fuego líquido. Era su poder... estaba reaccionando.—No... —susurró entre dientes, aferrándose a la tierra húmeda bajo sus manos.El sello que sus padres habían colocado sobre él había desaparecido por completo.La voz dentro de su mente se tornó más clara, más nítida, como si algo antiguo despertara en su interior."Por fin... el tiempo ha llegado..."El aire a su alrededor vibró con una energía invisible. La niebla se arremolinó en patrones erráticos, y el suelo bajo él pareció latir por un instante. La estatua del centro de la plaza crujió, como si estuviera reaccionando a su presencia.Kael apretó los dientes y respiró hondo. No podía perder el control allí. Nadie debía saber que su sello se había roto.Kael respiró hondo y permitió que la energía fluyera a través de él, sintiendo cómo se entrelazaba con su propio ser en lugar de reprimirla. La sensación de quemazón se disipó lentamente, convirtiéndose en un calor familiar y controlado. Su mente se aclaró, y la voz en su interior dejó de ser un eco inquietante para volverse un susurro atento, como si aguardara sus órdenes.De repente, la estatua del centro de la plaza crujió de nuevo. Un brillo tenue emergió de sus grietas, y antes de que Kael pudiera reaccionar, un destello dorado brotó de la figura de piedra y lo envolvió. Su visión se volvió borrosa, su mente vibró con una oleada de imágenes que no le pertenecían.Vio la plaza en su esplendor original: un vasto espacio empedrado rodeado de edificios majestuosos de piedra blanca, cuyas altas torres brillaban con inscripciones arcanas que resplandecían tenuemente bajo la luz del sol. Estandartes de colores vibrantes ondeaban en el viento, representando los distintos gremios y casas de la ciudad. Personas de diversas razas transitaban por el lugar con rostros animados, algunos en animadas conversaciones, otros dedicados a su labor diaria.Magos ataviados con túnicas ornamentadas inscribían runas doradas en el aire, creando elaborados patrones de luz flotante. Mercaderes exponían artefactos mágicos en puestos elegantemente tallados en madera y metal, algunos con esferas de cristal que destellaban con energía contenida. El aroma de especias y esencias exóticas flotaba en el aire, mezclándose con la melodía de bardos que tocaban instrumentos encantados.En el centro de la plaza, una fuente de mármol adornada con motivos celestiales arrojaba agua cristalina, donde niños jugaban despreocupados, riendo y chapoteando. La estatua que en el presente lucía desgastada y agrietada, en aquella visión se alzaba imponente, con ojos de zafiro resplandecientes y un aura vibrante que recorría cada uno de sus intrincados tallados, como si la misma piedra respirara y contuviera vida dentro de sí.Pero entonces, la visión cambió de forma abrupta. Un manto de oscuridad cubrió el cielo, apagando el brillo dorado del sol. Gritos desgarradores resonaron por toda la ciudad mientras sombras sin forma emergían de callejones y portales distorsionados. Seres de pesadilla, con ojos incandescentes y cuerpos cubiertos de un vacío que absorbía la luz, se esparcieron como una plaga, reduciendo todo a ruinas con un simple roce.Kael sintió el terror y la impotencia de los habitantes, vio sus rostros retorcidos en desesperación mientras intentaban huir en vano. Las majestuosas torres se derrumbaban una tras otra, consumidas por la sombra. Los magos, antes imponentes, lanzaban hechizos que se disipaban sin efecto. La fuente cristalina del centro se tornó negra como la tinta, y los estandartes, que antes ondeaban orgullosos, ardieron en llamas espectrales. Una última voz, potente y cargada de un pesar infinito, retumbó en su mente, las palabras de los antiguos guardianes marcando el final de su visión:"El conocimiento no debe caer en el olvido..."El resplandor dorado desapareció, y Kael se encontró de nuevo en la fría y desolada plaza. Se tambaleó, respirando con dificultad. Ahora entendía: aquellas ruinas no solo eran vestigios de una ciudad antigua, sino los restos de un reino perdido, destruido por fuerzas que aún acechaban en las sombras.Kael se tambaleó y se llevó una mano a la sien. Algo dentro de él había cambiado. Su conexión con su poder seguía intacta, pero ahora estaba más clara, más fuerte. Su mente aún resonaba con los ecos de la visión, con las emociones de un pueblo desaparecido y la sombra que lo había consumido. La estatua, ahora sin brillo, parecía observarlo en un silencio sepulcral, como si aprobara su despertar. Kael respiró hondo y se enderezó. Había visto la verdad oculta en esas ruinas. Y ahora, debía decidir qué hacer con ese conocimiento.Respirando profundamente, Kael se irguió. No sabía exactamente qué había pasado, pero lo entendería con el tiempo. Por ahora, debía seguir adelante. Mientras avanzaba, algo en el suelo llamó su atención: un trozo de pergamino antiguo, cubierto de runas arcanas grabadas con tinta oscura. Se inclinó y lo recogió con cuidado. A pesar del paso del tiempo, las inscripciones aún brillaban tenuemente con un fulgor misterioso. Sin duda, aquello serviría como prueba de su misión. Guardándolo con cautela en su bolsa, Kael retomó su camino, con la sensación de que había encontrado algo mucho más importante de lo que imaginaba.Kael emprendió el regreso al gremio, asegurándose de mantener el pergamino bien oculto bajo su capa. No podía permitirse que alguien más lo viera antes de presentarlo a la maestra del gremio.Atravesó el sendero boscoso que conectaba las ruinas con la ciudad, sintiendo cómo la tensión en sus músculos se iba disipando a medida que el sonido de la vida cotidiana regresaba a su entorno. El murmullo del río cercano y el canto de los pájaros contrastaban con el silencio espectral de las ruinas, como si regresara de otro mundo.Al llegar a las puertas de la ciudad, saludó con una leve inclinación de cabeza a los guardias, quienes le devolvieron el gesto con una mezcla de respeto y curiosidad. Mientras avanzaba por las calles empedradas, los comerciantes voceaban sus productos y los artesanos trabajaban en sus talleres, golpeando metales o hilando telas con destreza. El aire olía a pan recién horneado y a especias traídas de tierras lejanas.Finalmente, divisó el gremio al final de la calle principal. Se detuvo un instante, respiró profundamente y apretó los puños. Había mucho que debía procesar, pero por ahora, lo importante era entregar su hallazgo. Enderezó la espalda y cruzó las puertas del gremio, dispuesto a enfrentar la siguiente parte de su viaje.