Capítulo 1: Perseguidos por la Verdad
Las pantallas de todo el país mostraron imágenes en alta definición: dos figuras ensangrentadas emergiendo de los escombros, con ojos fríos y desafiantes.
La reportera, con el rostro pálido y la voz temblorosa, intentó mantener la compostura.
—¡Estamos en Tokio, donde dos individuos peligrosos han sido vistos atacando la ciudad! Se cree que estos criminales son los responsables de la masacre en el callejón de hace unos meses atrás…
Las imágenes mostraban a Ryuusei aplastando Heraldos con su martillo sin piedad, mientras Aiko cortaba con precisión letal. Para los espectadores, no había contexto. Solo violencia sin sentido.
El caos se propagó como fuego.
Y entonces, la noticia llegó a los oídos equivocados.
Desde el horizonte, una luz dorada estalló como el amanecer antes de tiempo. Un resplandor sagrado iluminó las ruinas, y una figura imponente descendió del cielo. Su armadura brillaba con reflejos dorados, y su capa ondeaba con un aire de autoridad incuestionable.
Los Heraldos, que hasta hace un momento parecían invencibles, se encogieron con cautela. Algo en la presencia de aquel ser los aterrorizaba más que la muerte misma.
Aurion, el Guardián Supremo, había llegado.
El aire vibró con su voz, que resonó como el trueno.
—¡Deténganse ahora mismo!
Aiko intercambió una mirada con Ryuusei.
—Esto se puso peor.
Antes de que Ryuusei pudiera responder, otra luz descendió del cielo, envolviendo la escena en un resplandor celestial.
Un par de alas de luz resplandeciente se abrieron con majestuosidad. Arcángel, el Guerrero Celestial, aterrizó con su lanza divina en la mano, su mirada llena de juicio inquebrantable.
—La voluntad superior ha hablado —sentenció con voz gélida—. Quienes esparcen el caos deben enfrentar la justicia.
La tensión era insoportable.
Aurion levantó una mano y una energía invisible los oprimió de inmediato. La presión era brutal. El suelo bajo sus pies se resquebrajó.
Pero antes de que pudiera lanzar su golpe final, un nuevo estruendo rasgó la noche.
Los Heraldos, quienes habían permanecido en las sombras esperando su momento, se reagruparon en masa. Una tormenta oscura de energía maligna se expandió desde los rascacielos, formando un mar de enemigos que se abalanzó sobre los héroes sin advertencia.
Aurion chasqueó la lengua.
—Insectos.
Con un solo movimiento de su mano, una explosión de luz despedazó a docenas de Heraldos al instante.
Arcángel, con una expresión inmutable, elevó su lanza al cielo. Un destello cegador surgió de ella antes de que la lanzara con una fuerza devastadora. La lanza atravesó filas enteras de Heraldos, desgarrando cuerpos como si fueran de papel.
El caos se había desatado.
Ryuusei y Aiko se miraron. Sabían que si no escapaban ahora, su destino estaba sellado. Aprovechando la distracción de los héroes, Ryuusei usó su martillo para abrir una brecha en el asfalto y lanzarse a las alcantarillas. Aiko lo siguió sin dudarlo.
Desde las alturas, Aurion frunció el ceño.
—No llegarán lejos.
Arcángel, sin apartar la vista del enfrentamiento, asintió lentamente.
—La cacería apenas comienza.
En la oscuridad de los túneles subterráneos, Ryuusei y Aiko jadeaban, sus cuerpos exhaustos pero sus mentes en alerta.
—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Aiko.
Ryuusei apretó los puños, su expresión endureciéndose.
—Sobrevivir. Y encontrar la forma de hacer que este mundo escuche la verdad.
En los túneles subterráneos, la humedad y el hedor los envolvieron al instante. El agua sucia salpicaba bajo sus pisadas apresuradas.
—Nos buscan los héroes más poderosos del mundo. Si nos atrapan, nos ejecutarán sin dudarlo.
—Entonces que vengan —respondió Ryuusei, con una sonrisa desafiante—. Porque esta historia aún no termina.
Las sombras de los túneles los envolvieron. Afuera, en la superficie, la caza había comenzado.