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Chapter 60 - Rebelión contra el Cielo - Part 3

Capítulo 3: Ira de los Dioses

El cielo de Tokio se partió en dos.

Una luz dorada descendió como una maldición celestial, envolviendo la ciudad en un resplandor cegador. El impacto fue brutal: los edificios estallaron en pedazos, el asfalto se abrió en grietas gigantescas, y los autos volaron como juguetes rotos. El aire olía a ozono y carne chamuscada.

En el centro de la devastación, dos figuras emergieron.

Aurion, el Guardián Supremo de Japón, flotaba sobre la destrucción con su capa ondeando como el estandarte de un rey absoluto. Su armadura dorada, empapada por la sangre de incontables heraldos que había eliminado de paso, relucía con una luz impía. Sus ojos eran pozos de juicio inquebrantable.

A su lado, Arcángel, el Guerrero Celestial, extendía sus alas de luz pura, pero su presencia distaba de ser reconfortante. La lanza en su mano latía con una sed inhumana. Su rostro era inmutable, pero su mirada contenía una emoción velada: desprecio.

Ryuusei escupió sangre al suelo. Su cuerpo, cubierto de cortes profundos y quemaduras, apenas se sostenía en pie. Aiko, con la espada del Heraldo Negro en mano, sentía el peso de su propia respiración, cada bocanada un recordatorio de que estaban vivos… por ahora.

—Nos encontraron —susurró Aiko, con los nudillos blancos sobre la empuñadura.

—No. Vinieron por nosotros. —Ryuusei giró la cabeza y escupió un diente roto. Sonrió. Era una sonrisa rota.

De pronto, un crujido enfermizo recorrió su mandíbula. Pequeños fragmentos óseos comenzaron a emerger de su encía, retorciéndose como raíces que perforaban su carne. Un dolor agudo lo atravesó, como si una aguja ardiente le atravesara el cráneo.

—Tch… maldita sea… —murmuró, sintiendo cómo el nuevo diente se acomodaba lentamente en su lugar, su boca llenándose con el sabor metálico de su propia sangre.

A pesar del dolor, su sonrisa solo se hizo más amplia.

Aurion descruzó los brazos, su voz sonó como un trueno en medio de la masacre.

—Ustedes criminales han asesinado, han destruido gran parte de esta zona, han profanado el orden de este mundo. Y ahora, la justicia ha venido por ustedes.

Arcángel giró su lanza con un movimiento elegante, casi perezoso.

—No hay redención para ustedes. Solo la purificación a través del fuego.

El aire se volvió insoportable. La presión hizo que los huesos de Ryuusei crujieran. Pero él sonrió de nuevo, esta vez con un brillo de locura en los ojos.

—Entonces, vengan y tómenlo.

El suelo explotó.

Aurion se desvaneció en un parpadeo y apareció frente a Ryuusei. Antes de que este pudiera reaccionar, un puño envuelto en fuego dorado lo atravesó. No fue un golpe. Fue una ejecución.

Un estallido de carne y hueso resonó en el aire cuando la piel de su abdomen se desgarró como papel húmedo. El impacto destrozó sus costillas en un crujido nauseabundo, fragmentándolas en astillas que se clavaron en sus pulmones y órganos internos.

—Qué… mierda… mi estómago… —Ryuusei jadeó, su voz apenas un gorgoteo ahogado entre la sangre que inundaba su tráquea.

Un vómito espeso y rojo brotó de su boca mientras su cuerpo era lanzado como un muñeco de trapo, dejando un rastro de vísceras y sangre en el aire. Su espalda atravesó el primer edificio, sus huesos partiéndose con cada choque contra las vigas de acero y concreto. Otro impacto. Más sangre. Más fracturas. Su brazo izquierdo se dobló en un ángulo imposible cuando su cuerpo perforó un tercer edificio, dejando una grieta carmesí en las paredes, de paso se podían ver como sus entrañas expuestas temblaban con cada respiración forzada.

El cuerpo destrozado de Ryuusei yacía entre los escombros, temblando espasmódicamente. La sangre empapaba el suelo bajo él, formando un charco denso y oscuro. Su visión era un torbellino de rojo y negro, pero no estaba muerto. No todavía.

Entonces, la regeneración comenzó.

Un dolor insoportable lo atravesó como un millar de cuchillos ardientes cuando sus órganos triturados comenzaron a reconstruirse. Sus pulmones, perforados y colapsados, se hincharon de nuevo, empujando fuera las astillas de hueso incrustadas en su carne. Sintió cada una de ellas desgarrando sus tejidos al salir, como agujas ardientes clavándose en su interior.

Su abdomen se contrajo violentamente cuando su intestino, hecho jirones, empezó a tejerse de vuelta. Los músculos desgarrados se retorcieron como serpientes vivas, cerrando la horrenda herida en su torso. Un nuevo estómago se formó con pulsaciones nauseabundas, burbujeando con restos de sangre coagulada y bilis.

—Ghh… ¡Mierda! —escupió un grito ahogado cuando su columna, rota en varios puntos, se enderezó con un crujido macabro. Un dolor eléctrico recorrió su espalda mientras cada vértebra se colocaba en su sitio, forzando su cuerpo a arquearse en un espasmo involuntario.

Luego vino el diente. Un dolor punzante le perforó la encía cuando un nuevo colmillo emergió, empujando el diente roto con lentitud. Sintió cada milímetro desgarrando la carne, abriéndose paso entre la sangre y el hueso.

Finalmente, su piel se cerró sobre las heridas, pero dejó tras de sí un rastro de venas ennegrecidas y cicatrices aún ardientes. Ryuusei se quedó allí, jadeando, con el cuerpo aún convulsionando por los resquicios de dolor.

Aiko ni siquiera tuvo tiempo de gritar antes de que Arcángel apareciera detrás de ella. Un chasquido de su ala y el hombro izquierdo de Aiko explotó en una lluvia de sangre y carne calcinada.

—¡Aghh! —el grito de Aiko se ahogó en su propia sangre cuando la lanza de Arcángel perforó el suelo donde estaba un instante antes.

Se tambaleó hacia atrás, su brazo colgando como un despojo inútil, y se lanzó con todo lo que le quedaba. Su espada negra silbó en el aire, cortando el viento con precisión letal.

Pero Arcángel solo levantó la mano y atrapó la hoja entre sus dedos.

Aiko sintió un escalofrío de puro terror cuando el ser celestial inclinó la cabeza, con una sonrisa apenas perceptible.

—Patético.

Antes de que pudiera reaccionar, su ala de luz la impactó con la fuerza de un meteorito. Su cuerpo fue lanzado como una muñeca rota, golpeando el pavimento con un impacto que destrozó el suelo. Sus huesos crujieron como ramas secas.

El dolor era insoportable. Cada nervio de su cuerpo ardía con la pureza divina que la estaba corroyendo desde adentro.

A lo lejos, entre los escombros y la sangre, Ryuusei se removió. Sus músculos estaban como nuevos pero el aun no estaba acostumbrado a la regeneración dolorosa.

Aurion aterrizó suavemente frente a él. Sin rastro de esfuerzo, sin rastro de duda.

—Resistes. Pero no lo suficiente.

Antes de que pudiera reaccionar, Aurion le atravesó el pecho con su mano desnuda.

Ryuusei sintió cómo sus entrañas eran aplastadas, las costillas se partieron nuevamente con un crujido grotesco y los órganos internos fueron triturados en el proceso. Un espasmo violento recorrió el cuerpo de Ryuusei cuando sintió los dedos de Aurion hundiéndose en su caja torácica, envolviendo su corazón aún latiendo.

—Mira cómo se aferra a la vida —murmuró Aurion con una sonrisa sádica, apretando el órgano palpitante como si fuera una fruta madura.

El dolor era indescriptible. Ryuusei intentó respirar, pero un silbido burbujeante escapó de su garganta; sus pulmones estaban perforados. Un jadeo agónico brotó de su boca junto con una lluvia de sangre oscura, salpicando el rostro de Aurion, quien ni siquiera se molestó en limpiarla.

—Débil —susurró, y con un tirón brutal, arrancó uno de los pulmones de Ryuusei.

Un sonido húmedo y repugnante llenó el aire cuando la carne se desgarró y las arterias se rompieron, esparciendo sangre en todas direcciones. Ryuusei sintió su pecho vacío, el frío de la muerte filtrándose en su cuerpo mientras su visión se volvía borrosa. Pero Aurion no había terminado.

Levantó el pulmón aún tibio frente al rostro de Ryuusei y lo apretó lentamente, haciéndolo crujir y colapsar como un globo desinflándose. La sangre y los fragmentos de tejido goteaban entre sus dedos mientras la vida se escapaba del órgano.

—Dime, ¿cómo se siente ahogarte en tu propia sangre? —susurró Aurion, dejando caer el órgano deshecho al suelo con un sonido húmedo y repulsivo.

Los ojos de Ryuusei se desenfocaron, su conciencia flotó en el abismo. Su cuerpo tembló, incapaz de procesar el dolor que lo consumía, su corazón forcejeando por seguir latiendo en el puño de su enemigo.

Ryuusei yacía en el suelo, su cuerpo una ruina sangrienta de lo que alguna vez fue. Sus extremidades temblaban de manera incontrolable, un reflejo involuntario de su sistema nervioso colapsando ante el trauma. La sangre empapaba el suelo a su alrededor, formando un charco espeso que burbujeaba con cada respiración agonizante.

Sus ojos, antes llenos de fuego y desafío, ahora eran dos abismos vidriosos de sufrimiento. La pupila derecha temblaba erráticamente, desenfocada, mientras que la izquierda apenas se mantenía abierta, inyectada en sangre y con el globo ocular medio salido de su órbita. Un hilo de lágrimas y sangre resbalaba por su mejilla, mezclándose con el sudor frío que cubría su piel.

Su boca estaba entreabierta, pero no por voluntad propia. Su mandíbula temblaba, los dientes rotos se clavaban en su lengua partida, y cada intento de respirar solo lo hacía ahogarse en su propia sangre. Un sonido burbujeante y rasposo escapaba de su garganta con cada jadeo, como el estertor de un moribundo.

Su pecho subía y bajaba de forma errática, pero el lado izquierdo apenas se movía. Una enorme cavidad ennegrecida y humeante marcaba el lugar donde antes estaban sus órganos, y cada leve movimiento hacía que nuevos hilos de sangre y vísceras resbalaran de la herida abierta.

La piel de sus manos se había vuelto cenicienta, sus dedos se crispaban como garras de un cadáver reciente. Sus uñas, quebradas y llenas de sangre coagulada, rasguñaban débilmente el suelo en un intento desesperado de aferrarse a algo, cualquier cosa, para no ser arrastrado al vacío de la muerte.

Pero lo peor eran sus ojos. No solo por el dolor o la agonía. En ellos había algo más: terror. No el miedo a la muerte, sino el horror de sentir su propio cuerpo fallarle, de darse cuenta de que su vida se escurría como arena entre los dedos.

El gran Ryuusei, el guerrero imparable, estaba reducido a un amasijo de carne temblorosa, atrapado en su propia desesperación.

Aurion sonrió con una frialdad monstruosa mientras se inclinaba sobre el cuerpo agonizante de Ryuusei. Sus dedos se cerraron con fuerza alrededor de su mandíbula, y con un tirón seco, la arrancó de su rostro como si fuera la tapa de una caja rota. Un chorro de sangre oscura brotó en todas direcciones, empapando las manos de Aurion y cubriendo el suelo con pedazos de carne y dientes destrozados.

Ryuusei intentó gritar, pero solo emitió un gorgoteo ahogado. Su lengua colgaba de su boca mutilada, temblando espasmódicamente. Sus ojos, llenos de dolor y un terror indescriptible, buscaron desesperadamente algo, cualquier cosa, en la distorsionada visión que le quedaba. Pero Aurion no había terminado.

—No desvíes la mirada. —Su voz era un susurro cruel.

Con una precisión escalofriante, Aurion hundió dos dedos en los ojos de Ryuusei. La resistencia de los globos oculares duró solo un instante antes de que explotaran en una mezcla repulsiva de humor vítreo y sangre. La cavidad ocular quedó vacía, un agujero negro de carne destrozada y fluidos espumosos. Ryuusei se convulsionó, su cuerpo traicionándolo en un espasmo de puro sufrimiento.

Y entonces, Aurion decidió terminar el espectáculo.

Sin soltar su presa, su energía dorada se concentró en sus manos, acumulándose hasta que el aire alrededor comenzó a arder. En un segundo, la explosión se desató desde dentro del cuerpo de Ryuusei.

El torso se hinchó grotescamente antes de estallar en una lluvia de vísceras y huesos pulverizados. La cabeza, ya destrozada, se desintegró en un amasijo de carne carbonizada. Los brazos fueron despedazados, sus fragmentos volaron por el aire como restos de una piñata infernal. El sonido de los órganos explotando y la carne desgarrándose resonó como un trueno ensordecedor, cubriendo todo con un rocío espeso de sangre y restos calcinados.

Solo quedaron las piernas de Ryuusei, de pie por un breve instante antes de colapsar pesadamente entre la pila de restos chamuscados.

Aurion observó su obra maestra con una sonrisa satisfecha.

—Este es mi poder absoluto —susurró Aurion—. La fuerza de un dios en la Tierra.

— Ahora le toca a esa niña — Diciéndolo fríamente 

Aiko, con lágrimas de furia en los ojos, intentó moverse. Cada aliento era una daga en sus costillas rotas, y su cuerpo temblaba entre la impotencia y el dolor insoportable. Su garganta quemaba, pero aun así gritó con toda la fuerza que le quedaba:

—¡RYUUSEI!

Aurion desvió la mirada hacia ella, con una expresión de fría indiferencia. Luego, observó los restos destrozados de Ryuusei, su boca esbozando una sonrisa burlona.

—¿Con que así se llamaba? —musitó, dándole un último vistazo a las piernas inertes que habían quedado de su oponente—. No importa. No era más que un saco de carne testarudo.

—Mi compañero Arcángel y yo te daremos una muerte rápida. Deberías sentirte honrada. —Aurion inclinó la cabeza, su tono goteando desdén.

Arcángel alzo su lanza celestial, la cual vibraba con una energía pura e implacable. Aiko sintió un escalofrío recorrer su espalda al ver la silueta del guerrero aproximarse. Sabía que su destino estaba sellado. Pero incluso en su agonía, no apartó la vista. No permitiría que su última imagen fuera la de aquellos monstruos celebrando su victoria.

El grito de Aiko encendió algo en su interior.