Capítulo 4: Ira de los Dioses II
En el campo de batalla, Aiko sentía la tensión en el aire. Rodeada por Arcángel y Aurion, con la presión del combate pesando sobre sus hombros, sabía que solo tenía una opción: desatar todo su poder. Gracias a los arduos entrenamientos con Ryuusei en la mansión, había aprendido a controlar su Modo Berserker, pero usarlo en una batalla real era otra historia.
Aiko apenas había terminado de liberar su Modo Berserker cuando un golpe demoledor de Arcángel le impactó en el estómago. La fuerza de la embestida fue tan brutal que su cuerpo se dobló sobre sí mismo, sintiendo cómo sus órganos se comprimían y su columna crujía. Un chorro de sangre escapó de su boca mientras su respiración se detenía por unos instantes.
Sin darle tiempo a reaccionar, Arcángel giró su lanza divina con una destreza inhumana y la hundió en el costado de Aiko. La hoja reluciente perforó carne y hueso con facilidad, haciendo que su sangre salpicara el suelo en un charco carmesí. La chica rugió de dolor, pero su regeneración entró en acción al instante, cerrando la herida en cuestión de segundos.
—No importa cuántas veces lo intentes —susurró Arcángel con una frialdad aterradora—. No eres rival para mí.
Aiko rechinó los dientes y con un alarido de furia levantó su espada del Heraldo Negro, desatando una onda oscura que partió el aire. Arcángel esquivó con agilidad sobrehumana, pero antes de que pudiera contraatacar, Aiko lanzó una serie de cortes enloquecidos, cada uno con suficiente fuerza para dividir montañas. Su espada dejaba un rastro de energía negra mientras desgarraba el suelo, creando profundas grietas.
Pero Arcángel no era alguien a quien pudieran derrotar con un arrebato de rabia. Con una elegancia aterradora, desvió cada golpe con su lanza, bloqueando con precisión quirúrgica. En un parpadeo, giró sobre su propio eje y lanzó una estocada a la pierna de Aiko. La lanza perforó su muslo de lado a lado, haciéndola tambalear.
—¡Maldito…! —gruñó Aiko, intentando dar un corte descendente con toda su fuerza.
Arcángel sonrió con desprecio. Antes de que la espada pudiera tocarlo, le propinó una patada directa al rostro, haciendo que su cabeza se sacudiera violentamente. Un crujido se escuchó cuando su nariz se fracturó, y la sangre comenzó a gotear sobre su boca.
Aiko intentó recomponerse, pero Arcángel no le dio tregua. Agarró su lanza con ambas manos y la estrelló contra su abdomen, incrustándola con tal fuerza que la punta emergió por su espalda. Un gemido ahogado escapó de sus labios mientras su cuerpo convulsionaba.
—No eres más que una niña jugando a ser una diosa —Arcángel susurró con desprecio—. Y este es tu final.
Con un solo movimiento, arrancó la lanza de su cuerpo, desgarrando carne y órganos en el proceso. Aiko cayó de rodillas, jadeando, su regeneración trabajando frenéticamente para mantenerla con vida.
Pero antes de que pudiera siquiera levantar la vista, un destello dorado se precipitó hacia ella. Aurion, el segundo héroe, descendió como un cometa. Su puño cubierto en energía sagrada impactó con la fuerza de un meteorito, hundiendo la cabeza de Aiko contra el suelo. El impacto fue tan fuerte que la tierra se partió en un radio de varios metros, levantando una nube de polvo y escombros.
Cuando la nube se disipó, Aiko estaba allí, boca abajo en un cráter, su cuerpo temblando. Su piel estaba llena de grietas, como si su propia regeneración ya no pudiera seguir el ritmo de los ataques. Sus ojos inyectados de sangre miraron a Aurion con rabia, pero este solo suspiró con indiferencia.
—Eres persistente, lo admito —dijo Aurion, levantando su pierna—. Pero ya perdiste.
Y con una fuerza monstruosa, estrelló su pie contra la columna de Aiko, rompiéndola con un chasquido escalofriante.
Su grito desgarrador resonó en el campo de batalla. Pero no hubo piedad. Arcángel se acercó y apuntó con su lanza directamente al corazón de Aiko, dispuesto a acabar con su vida de una vez por todas.
—Es hora de que desaparezcas.
Con un movimiento letal, Arcángel lanzó su estocada final.
El filo de la lanza de Arcángel descendió como un relámpago, directo al corazón de Aiko. En el último segundo, su instinto de supervivencia la obligó a girar el torso con un espasmo inhumano, logrando que la punta solo perforara su costado en lugar de atravesarle el pecho.
Pero la esquiva no fue perfecta. Aurion, que aún tenía su pie sobre su espalda, no la dejó escapar ilesa. Con la velocidad de un depredador, su puño envuelto en energía sagrada cayó sobre su rostro.
¡CRACK!
El impacto fue brutal. El ojo izquierdo de Aiko explotó dentro de su cuenca con un sonido húmedo y repulsivo, dejando una cavidad sangrienta donde antes había estado su iris carmesí. Un chorro de sangre oscura brotó del orificio, manchando el suelo y su propia piel. Su mandíbula se dislocó por la fuerza del golpe, y por un momento su visión se nubló por completo.
El dolor era indescriptible, pero lo peor no era el daño físico. Lo peor era la humillación.
¿Así voy a morir?
Mientras su cuerpo temblaba, su mente aún tenía fuerzas para la desesperación. Sabía que su regeneración no podría salvarla para siempre. Sabía que no importaba cuántas veces sanara, Arcángel y Aurion eran superiores. Pero lo que ellos ignoraban era su secreto más profundo.
Mi punto débil…
Dentro de su pecho, más allá de la carne y los huesos, ocultaba la clave de su existencia. Si su corazón era arrancado, con él saldría la Piedra Negra, la fuente de su poder. Sin ella, su cuerpo se desmoronaría como un cadáver sin alma.
Pero ni siquiera tuvo tiempo de terminar sus pensamientos cuando Arcángel la tomó del cabello y la alzó como si fuera un muñeco de trapo. Su cuerpo colgaba inerte, su único ojo abierto mirándolo con una mezcla de odio y desesperación.
—Mírate —murmuró Arcángel con una mueca de asco—. Eres patética.
Sin previo aviso, hundió su rodilla en el abdomen de Aiko con tal fuerza que su columna crujió de nuevo. La sangre brotó de su boca en un espeso torrente, salpicando el rostro de Arcángel, pero este ni siquiera parpadeó.
Antes de que su regeneración pudiera repararla, Aurion se acercó y, con una sonrisa sádica, hundió su mano en la herida que Arcángel le había abierto antes.
Aiko aulló de dolor.
Los dedos de Aurion desgarraron carne y tejidos mientras se abrían camino hacia su interior.
—¿Qué pasa? —susurró con burla, hundiendo la mano más adentro—. ¿No se suponía que eras imparable?
El dolor era insoportable. Cada nervio de su cuerpo gritaba de agonía cuando Aurion apretó su interior, buscando su corazón.
No…
Pero su voluntad ya no importaba.
Arcángel la dejó caer al suelo y Aurion se inclinó sobre ella, con su mano aún dentro de su torso. Sus dedos encontraron algo duro y extraño entre los latidos de su corazón.
—Oh… ¿y esto? —susurró con interés.
Aiko sintió su cuerpo convulsionar. Si la piedra salía de su pecho, su existencia se desmoronaría.
—D-De…ten… —balbuceó, su voz ahogada por la sangre.
Aurion sonrió.
—Demasiado tarde.
Y con un movimiento cruel, hundió sus dedos aún más y tiró con toda su fuerza.
El sonido de carne desgarrándose y huesos rompiéndose llenó el aire.
Aiko se arqueó violentamente cuando su corazón fue arrancado de su pecho con un chorro de sangre oscura, y junto a él, la Piedra Negra cayó al suelo con un sonido seco.
El campo de batalla quedó en silencio.
Aiko aún respiraba, pero su cuerpo temblaba de manera incontrolable. Sus venas ennegrecidas palpitaban mientras su regeneración intentaba en vano restaurar un órgano que ya no estaba.
Arcángel tomó la piedra entre sus dedos y la observó con curiosidad.
—Así que este era tu secreto.
Aiko quiso moverse, pero su cuerpo ya no respondía. Su único ojo, lleno de rabia y horror, vio cómo Arcángel levantaba la piedra con desprecio.
—Sin esto, no eres nada.
Y ante su mirada aterrada… la aplastó con su mano.
El crujido fue la última cosa que Aiko escuchó antes de que la oscuridad la envolviera.