Capítulo 11: La Traición y la Agonía – Part 2
Ryuusei jadeó, su cuerpo temblando de puro dolor. La adrenalina ya no lo protegía, y la realidad cayó sobre él como un peso insoportable. Su espalda era un infierno en llamas, un dolor tan atroz que apenas podía respirar sin sentir que su columna se desgarraba. Trató de levantarse, pero sus piernas…
No se movieron.
Un escalofrío le recorrió la piel. —No… no… no… —susurró, su voz temblando. Trató otra vez, pero solo sintió un latigazo de sufrimiento que lo dejó jadeando. Sus piernas estaban allí… pero no respondían. Era como si ya no fueran suyas. El pánico se apoderó de su pecho. Su corazón latía tan rápido que sentía que iba a reventar. Quiso gritar, pero lo único que salió de su garganta fue un sonido ahogado, una mezcla de desesperación y terror. Y entonces, vio a sus compañeros.
Kenta y Haru se miraron por un segundo, el miedo reflejado en sus ojos. No dijeron nada. Solo… se dieron la vuelta y corrieron.
—N-no… ¡No! ¡No se vayan! —intentó gritar, pero su voz sonó rota, débil.
Daichi, el siempre calculador, el estratega silencioso… se quedó unos segundos más. Pero no hubo palabras de despedida, ni siquiera una mirada de disculpa. Solo una sombra que se alejaba.
Los estaba viendo desaparecer. Sus amigos. Sus aliados. Se iban, dejándolo atrás.
Ryuusei sintió algo peor que el dolor físico.
Era el vacío absoluto.
La desesperación lo ahogó como un océano infinito. Su pecho se contrajo, su garganta se cerró. Quiso gritar sus nombres, suplicar, maldecir, pero todo lo que salió fue un sollozo ahogado.
—¿P-por qué…? —susurró, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas ardientes.
—¡Ryuusei!
La voz de Aiko rompió la bruma de su mente.
Ella estaba allí.Ella no se había ido.
Aiko cayó de rodillas a su lado, sus manos temblorosas tratando de sostenerlo. Sus ojos reflejaban puro pánico.
—¡Ryuusei, dime algo! ¡No te duermas! ¡Tienes que aguantar! —su voz se quebró, su cuerpo entero temblaba.
Pero Ryuusei apenas podía responder. Su espalda ardía como si lo hubieran partido en dos. Sus piernas… ya no existían en su mente. Su respiración era errática, cada intento de moverse era un tormento inhumano.
—Aiko… —su voz sonó como un susurro roto—. Me dejaron…
Aiko mordió su labio, sus ojos desbordándose de lágrimas.
—¡Ellos son unos cobardes! ¡No les importas! ¡Pero a mí sí, Ryuusei! ¡No te atrevas a rendirte!
Pero Ryuusei solo veía el cielo carmesí. Su mente se hundía en la desesperación.
¿Era este el fin?
¿Así se sentía ser abandonado?
¿Así se sentía morir?
El sonido de los Heraldos Negros acercándose retumbó en la distancia. La sombra de la muerte se cernía sobre ellos. Y Ryuusei, roto en cuerpo y alma, solo pudo soltar una risa ahogada.
—Esto… es un infierno…
El silencio tras la carnicería era sepulcral. Solo quedaban 45 jugadores de los miles de almas que habían caído. La mayor masacre se dio cuando la Bestia y el Heraldo aparecieron, sumiendo el campo de batalla en un infierno de destrucción sin precedentes. Entre los escombros y los cuerpos, Ryuusei jadeaba con los puños apretados. Su mente estaba nublada, la traición lo había dejado al borde de la locura. Sus propios aliados lo habían abandonado, lo habían condenado. Ahora, solo Aiko permanecía a su lado, pero ¿por cuánto tiempo?
Cada sombra, cada crujido del suelo hacía que su corazón se acelerara. Sus ojos, encendidos por la paranoia, se clavaron en la niña que temblaba a su lado. ¡No podía confiar en nadie! Sus pensamientos se tornaron oscuros, llenos de sospecha. Aiko lo miró con miedo, notando el cambio en su expresión. Su maestro, su protector, ahora lucía como un demonio atrapado en su propia psicosis.
—¡Aiko! —rugió Ryuusei, tomándola bruscamente por los hombros. Sus manos temblaban, su mente estaba al borde del colapso. La niña lo miraba con ojos aterrorizados, sin entender qué estaba ocurriendo.
—T-tenemos que salir de aquí… —balbuceó ella.
Ryuusei sintió un escalofrío recorrer su espalda. Un rugido de ira surgió de su pecho y, sin pensar, su palma surcó el aire y se estampó contra la mejilla de la niña. El golpe no fue fuerte, pero bastó para hacerla tambalear y quedar en shock. Aiko llevó una mano a su mejilla, con los ojos llenos de lágrimas.
—Cálmate —ordenó Ryuusei, ahora con la mirada fija y severa—. Escúchame bien, tenemos que hacer exactamente lo que te diga si queremos salir vivos de esto.
La niña, aún adolorida y asustada, asintió entre sollozos.
—Primero, ve a recuperar la espada del Heraldo. Sigue incrustada en el cráneo de la Bestia. Necesitarás usar todas tus fuerzas para sacarla.
La niña asintió y corrió entre los escombros, esquivando los cadáveres que cubrían el campo de batalla. Ryuusei la observó de cerca, asegurándose de que no fallara.
—¡La tengo! —gritó.
—Segundo —continuó cuando Aiko regresó con la espada goteando sangre negra—, coloca mis dos martillos en mi espalda. No puedo perderlos. —Ryuusei hablaba rápido, sus palabras eran órdenes directas que Aiko debía seguir sin cuestionar.
—Tercero, ¡aférrate a mi cuerpo tirado y tira mis dagas!
—¿Q-Qué? —Aiko lo miró sin comprender.
Aiko tragó saliva y obedeció. Cada movimiento la hacía desaparecer en un destello de luz antes de reaparecer unos metros adelante, repitiendo el proceso sin descanso. Ryuusei la siguió con la mirada, asegurándose de que dominara la técnica mientras el terreno se desmoronaba a su alrededor.
Una vez dominado el proceso, Aiko fue corriendo donde estaba Ryuusei agarro su cuerpo y empezó a lanzar las dagas uno por uno y recogerlas en el proceso.
—Vamos.
Aiko lanzó la primera daga con un nudo en la garganta. Apenas apareció en su nueva posición, sintió cómo su cuerpo se tambaleaba por la velocidad. Cada vez que se teletransportaba, el suelo desaparecía detrás de ella. No había margen de error.
El suelo bajo ellos se desmoronaba más rápido de lo que habían previsto. Ryuusei siguió recogiendo las dagas para pasárselas a Aiko, asegurándose en el proceso para mantener el ciclo de teletransportación.
Mientras avanzaban, las cifras de jugadores vivos descendían drásticamente. De los 45 jugadores ahora solo quedaban 15 y vio una pantalla donde ya había 3 personas calificadas Daichi, Kenta y Haru. Su cuerpo se lleno de odio al ver esos nombres y solo quedaban dos cupos para pasar.
La mayor masacre había ocurrido cuando la Bestia y el Heraldo aparecieron. La destrucción que dejaron a su paso fue incalculable. Un solo enfrentamiento entre esas entidades había erradicado a cientos en cuestión de segundos. Nadie estaba preparado para semejante horror.
Pero ellos dos aún seguían en pie.
—¡Ryuusei, el suelo se acaba! —Aiko gritó, lanzando su última daga.
Ryuusei observó el borde del abismo. La desesperación lo golpeó por un instante, pero luego reaccionó.
—¡Aguanta un poco más! —Lanzó la última daga hacia un pilar flotante en la distancia y ambos desaparecieron en un destello.
Aterrizaron jadeando, cubiertos de sudor y sangre. Detrás de ellos, el coliseo se hundía en la nada.
Aiko, repítelo otra vez la estrategia que te dije, además tengo un plan un poco sucio. -Dijo Ryuusei
Aiko obedeció, mientras ella se teletransportaba con el cuerpo de Ryuusei, este aprovechaba con sus martillos, romperles las piernas a todos los jugadores que iban adelante suyo, así salpicando un montón de sangre, ya estaban por llegar.
Aiko tiro la ultima daga llegando así a la línea de meta, y Ryuusei desde la parte de atrás estuvo mirando y escuchando los gritos eso era lo último en desaparecer antes de que el abismo los devorara. Manos desesperadas se aferraban a escombros flotantes, solo para resbalar segundos después. Uno a uno cayó, sus rostros congelados en terror absoluto. Y Ryuusei solo observaba. Un escalofrío recorrió su espalda cuando se dio cuenta de que no sentía nada
Este lloro de felicidad por llegar a la meta con Aiko, y pasar por el infierno mismo y lo peor es que solo era el limbo.
Cuando vio a Daichi, Kenta y Haru sonriendo al lado de la meta, sintió que algo ardía dentro de su pecho. Su visión se volvió roja. Sus puños se cerraron con tanta fuerza que sus nudillos crujieron. No podía permitirse perder. No contra ellos...
Continuara…