—¿Estás... estás seguro? —preguntó Ralph, con los ojos casi saliéndose de sorpresa.
Las mejillas de Soleia ya estaban ligeramente rojas por el frío, pero sus acomodaciones para dormir simplemente hacían que su rostro se viera aún más brillante. Asintió lentamente, ayudándolo a acostarse más cómodamente. Sir Ralph era tan alto que tenía que encoger su cuerpo ligeramente para caber en el refugio.
Cerró los ojos con un fuerte gemido de agotamiento.
Soleia lo miró y ajustó suavemente su cuello desordenado.
Por supuesto, eso significaba que Soleia tenía menos espacio para acostarse. Con el rostro ardiendo de vergüenza, se bajó lentamente junto a él. Tan cerca, la oscura cortina de sus pestañas la hechizaba como ninguna otra.
—¿Ves algo que te gusta, Princesa? —preguntó Sir Ralph, su voz ronca. Su tono estaba lleno de cansancio, y Soleia rápidamente captó los primeros signos de un resfriado inminente, lo que la hizo fruncir el ceño.