El sol iluminaba el pequeño pueblo mientras el sonido del río resonaba entre las casas de madera. David, con una caña de pescar improvisada y un balde medio lleno, sonreía satisfecho.
David: (pensando) Esto servirá para la comida. El señor Ricardo seguro estará feliz.
Con el pescado fresco en mano, caminó por los senderos empedrados hasta llegar a la casa de Ricardo, un anciano amable que lo había acogido desde que llegó a este mundo.
David: (tocando la puerta) —¡Señor Ricardo! Ya llegué con la cena.
Silencio.
David frunció el ceño y volvió a golpear la puerta con más fuerza.
David: —¡Oiga, viejo, no se haga el sordo!
Nadie respondía. La casa estaba cerrada, pero una de las ventanas estaba entreabierta. Se asomó y vio que todo estaba en orden.
David: (suspirando) —Bueno, dejaré el pescado en la mesa… Seguro fue al mercado o algo.
Dejó el pez sobre la mesa y decidió preguntar a los vecinos. Caminó por el pueblo, pasando por la panadería, la herrería y la plaza central.
David: (acercándose a un grupo de aldeanos) —Oigan, ¿han visto al señor Ricardo?
Señora María: (negando con la cabeza) —No, cariño. No ha pasado por aquí en todo el día.
Jorge, el panadero: —Ayer vino a comprar pan, pero no dijo nada de salir.
David se rascó la cabeza.
David: (pensando) Esto es raro… El viejo nunca sale sin avisarme.
Decidió regresar a casa. Al entrar, notó algo en su escritorio: una carta doblada con la caligrafía inconfundible de Ricardo.
David: (leyendo en voz alta)
"Querido David, me fui de prisa a un gran torneo de cocina importante. Intenté comprar un pasaje más, pero no pude. Lo lamento, pero te dejo dinero en mi cuarto. Firmado, Ricardo."
David parpadeó un par de veces y luego soltó una carcajada.
David: —¿En serio? ¡Viejo desgraciado, ni siquiera me avisaste en persona!
Se dejó caer en la cama, aún riendo.
David: (pensando) Bueno, supongo que la casa es toda mía por un tiempo... ¡Je, esto será genial!
Se quedó mirando el techo, sumido en recuerdos.
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Flashback: La llegada de David
Era un día común y corriente en su mundo. David caminaba por la calle con su campera negra de manga larga, pantalón negro y zapatillas blancas. Su mochila pesaba con los libros de la escuela, y su expresión mostraba puro aburrimiento.
David: (bostezando) —Odio levantarme temprano…
De repente, algo llamó su atención: una pequeña criatura dorada con ojos azules brillantes se movía entre los callejones.
David: (deteniéndose) —¿Qué es eso?
Era una rata dorada, pero no una común. Tenía un brillo casi mágico y una velocidad impresionante.
David: (sonriendo) —Si la atrapo y la llevo a los científicos, seguro me pagan una fortuna.
Sin pensarlo dos veces, corrió tras la rata.
David: —¡Ven aquí, no te voy a hacer daño!
La criatura zigzagueó entre cajas de cartón y basura, hasta que entró en un callejón sin salida.
David: —¡Te atrapé!
Pero justo cuando iba a saltar sobre ella, el suelo bajo sus pies brilló. Un círculo extraño apareció de la nada y, antes de que pudiera reaccionar, cayó en un portal resplandeciente.
Un fuerte viento lo rodeó, su cuerpo se sintió ligero y, de un momento a otro, aterrizó en un campo de hierba alta.
David: (mirando a su alrededor) —¿Qué… qué diablos pasó?
Fue así como llegó a este mundo, donde conoció al señor Ricardo, quien le enseñó a cocinar y pescar para sobrevivir.
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De vuelta al presente
David bostezó y se estiró.
David: —Bueno, recordar todo eso me dio sueño… Mejor me voy a dormir.
Se acomodó en la cama, sintiendo el silencio de la casa. Aunque estaba solo por ahora, no le preocupaba. Algo en su interior le decía que grandes cosas estaban por venir.
Y así, con la luna brillando en el cielo, David cerró los ojos y se dejó llevar por el sueño.
Fin del capítulo 1