Narrador: Logan
Hace 3 años en el seno de la Zona Prime...
El aire fresco mecía mi cabello, un raro contraste con el calor sofocante de la Zona Prime. El sonido del viento susurraba entre las hojas, y las aves revoloteaban sobre nosotros. La paz era absoluta.
Yo estaba apoyado contra el tronco del árbol de los Rossi, ese que había crecido sobre las tumbas de los padres de Luna. La observaba en silencio mientras encendía una vela frente a la lápida, con movimientos pausados y llenos de reverencia.
—Oye, ya lo decidí definitivamente —dije con calma—. Cuando muera, quiero que me entierres aquí.
Luna se sobresaltó, sus manos temblaron levemente al encender la vela, y su expresión cambió de inmediato.
—Deja de decir idioteces —respondió con fastidio, aunque en su tono había tristeza—. Sé que no lo parece, pero este no es el lugar adecuado para hablar de eso.
Sonreí con ligereza y miré el entorno.
—Lo siento, es solo que este lugar es precioso. Entra la cantidad justa de luz, todo es verde… y el lago que hay más adelante lo hace aún mejor. —Solté un suspiro y recosté mi cabeza contra el tronco—. Quiero la paz que hay aquí, pero sé que solo la tendré el día que muera.
Luna se irguió lentamente. Su cabello rojo, recogido en una coleta, danzaba con la brisa. Su camisa blanca estaba manchada de verde por las plantas, y el barro en los filos de su calentador evidenciaba las recientes lluvias. En su muñeca brillaba la pulsera negra que le regalé en su cumpleaños número quince, con dos letras "L" colgando cual dije.
Se volteó a verme con el ceño fruncido, los ojos ardiendo en enojo.
—¿Puedes dejar de decirlo, por favor? —Su nariz se arrugó, una de sus típicas expresiones de molestia—. Siempre es lo mismo contigo. Cada vez que venimos aquí solo hablas de la muerte, de la paz que da este lugar.
Yo no respondí de inmediato. La observé con tranquilidad, sabiendo que, aunque la fastidiara, también comprendía mi punto.
—Quizás tengas razón —continuó ella, su voz quebrándose apenas—. Este lugar da paz… para los muertos. Pero somos los vivos los que lidiamos con todo el dolor.
Sus ojos comenzaron a enrojecer, y en su respiración noté la carga de emociones que estaba conteniendo.
—Todavía extraño a mis padres. Han pasado diez años y aún me duele que se hayan ido. Cada cumpleaños desde los seis los he pasado sin ellos.
Abrí la boca para responder, pero ella continuó, como si soltarlo todo fuera su única opción.
—Y tú… ¡tú dices esas cosas como si tu vida no importara! —Alzó la voz y apretó los puños—. ¡Como si solo estuvieras esperando el momento para morir!
Intenté alcanzarla, coloqué mi mano en su hombro para abrazarla, pero me apartó de golpe.
—¡Si tú mueres, no habrá un Logan que me consuele con un abrazo… como cuando papá y mamá se fueron!
La dejé hablar, la dejé golpearme con sus puños cerrados contra mi pecho. No eran golpes fuertes, eran golpes de rabia, de miedo, de impotencia.
Permanecí en silencio mientras sus golpes se volvían cada vez más débiles, hasta que simplemente apoyó su cabeza contra mi pecho, temblando.
Sin decir nada, la abracé.
No fue un abrazo desesperado ni fuerte. No era un intento de calmarla con palabras que ni yo mismo creía. Solo la sostuve, permitiéndole que sintiera que estaba ahí, que no se encontraba sola.
Acaricié su cabeza con suavidad, sintiendo su cabello resbalar entre mis dedos.
—Somos soldados, Luna. La muerte nos espera con los brazos abiertos desde el momento en que salimos al campo de batalla…
Ella me interrumpió con un fuerte abrazo.
—Entonces prométeme… ¡no! Júrame que no morirás.
Me congelé.
Por primera vez en mi vida, sentí escalofríos.
—N-n-no… No me pidas imposibles, Luna.
Mi voz tembló, mis manos dejaron de acariciar su cabello y comenzaron a temblar.
—Entonces júrame que no morirás hasta que yo lo haga.
Aparté la mirada, buscando una respuesta.
—Luna, eso es imp—
Me interrumpió de nuevo, levantando la vista y sosteniendo mi mirada con firmeza.
—Por favor… hazlo, aunque me mientas.
Me mordí el labio.
—Está bien… —susurré—. Lo juro. Juro que me mantendré con vida hasta que vuelvas a abrazar a tus padres.
Sequé sus lágrimas con el pulgar y besé su frente.
Ella se aferró a mí con más fuerza, como si el simple hecho de soltarme pudiera romper el juramento que acababa de hacerle.
Nos quedamos así, en silencio. Nos entendíamos sin necesidad de palabras.
Lentamente, me dejé caer hasta quedar sentado en la base del árbol. Luna, sin soltarme, acomodó su cabeza en mi pecho y, poco a poco, se quedó dormida.
Yo la observé, notando la paz en su rostro mientras su respiración se volvía rítmica.
Sus latidos y los míos se sincronizaron, como una melodía perfecta.
Suspiré, cerrando los ojos, dejando que el sueño me envolviera.
Un picoteo en la cabeza me despertó.
Abrí los ojos y vi una pequeña ave azul revoloteando frente a mí.
Me incorporé levemente y noté que la vela de la tumba estaba casi consumida.
—Luna… —susurré, intentando despertarla.
No hubo respuesta.
Moví ligeramente su hombro, y solo obtuve un quejido perezoso.
Cuando intenté levantarme, se aferró a mí con fuerza.
—No lo hagas —murmuró con voz adormilada—. Me gustas mucho para dormir.
Mis ojos se abrieron de golpe.
—Ehhh… a mí también me gusta estar así, pe—
Casi me delato.
—¡LUNA, SE APAGA LA VELA!
Eso la despertó de inmediato. En cuestión de segundos, ya estábamos corriendo hacia la tumba, tropezando torpemente en el proceso.
Nos arrodillamos frente a la lápida y, siguiendo la tradición, tomamos un poco de cera caliente y la untamos bajo nuestros labios inferiores. Luego, cubrimos nuestras palmas con la cera y entrelazamos nuestras manos en señal de unión espiritual.
Cerramos los ojos y elevamos nuestra oración a Zaer, guardián de los espíritus, pidiendo por la paz de las almas de los padres de Luna.
La costumbre dictaba que aquellos que mueren nunca nos olvidan. Desde el Campo de Kaeles, velan por nosotros y piden permiso a Praida, la madre de todos, para intervenir a nuestro favor.
Era un consuelo, uno necesario en un mundo donde la muerte llegaba sin previo aviso.
Frente a nosotros, el árbol de fuego se alzaba imponente, un recordatorio de que la vida no terminaba con la muerte.
Luna cerró los ojos con fuerza, su mano apretó la mía con necesidad.
Yo la dejé hacerlo.
Si eso le daba paz, entonces yo también la encontraría en su calma.