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Chapter 6 - Veneno y Llamarada

Narrador: Luna Rossi

El sol se desvanecía en el horizonte, tiñendo el cielo con tonos dorados y púrpuras. Las luces de la ciudad parpadeaban una a una, mientras el murmullo de la multitud se mezclaba con el eco de los últimos pasos de los cadetes que se dirigían a la ceremonia. La brisa nocturna agitaba mi capa negra, colgando del hombro como un recordatorio de todo lo que habíamos pasado para llegar hasta aquí.

Mi mirada recorrió los asientos asignados, buscando su figura entre la multitud. La ansiedad se instaló en mi pecho al notar la silla vacía a mi derecha. Logan no estaba allí.

Marriot avanzó hacia el podio con paso solemne. Su uniforme de gala, desgastado por el tiempo y con tres medallas adornando su saco gris, parecía haber perdido algo de su brillo habitual. Su cabello castaño estaba más desordenado que de costumbre, y sus ojos verdes, normalmente afilados y alertas, lucían cansados, como si hubieran cargado con el peso de un mundo entero durante la noche.

El recuerdo de la madrugada golpeó mi mente como un relámpago. El golpe en la puerta, la voz grave de Marriot respondiendo con urgencia, su partida sin explicaciones. No lo había visto en todo el día. Nadie sabía dónde estaba. Ni Jessi, ni Oscar, ni los otros instructores.

Un toque en mi hombro me sacó de mi ensimismamiento.

—Llegaste tarde —susurré sin necesidad de voltear.

—Te compensaré después —respondió una voz ronca y familiar.

Al girarme, lo vi. Logan estaba hecho un desastre. Su camisa blanca estaba arrugada, la capa colgaba del lado equivocado y el nudo del broche de su uniforme era un desastre. Su cabello gris caía en mechones despeinados sobre su rostro, como si hubiera corrido hasta aquí. Pero lo peor no era eso. Sus ojos.

Un escalofrío recorrió mi espalda. Eran azules.

Lo observé fijamente, esperando que me dejara entrar en su mente. Logan lo notó y, con un simple gesto, me negó el acceso. Un aviso silencioso.

Mi respiración se aceleró. Algo había pasado. No necesitaba un enlace psíquico para saberlo. La última vez que bloqueó su mente de esta manera fue cuando Cassandra lo dejó en la enfermería con el cuerpo lleno de heridas.

Sin decir una palabra, me concentré en arreglar su broche. Moví mis dedos con precisión, revisando cada botón y cada pliegue de su uniforme. Fue entonces cuando lo vi. Apenas un destello en su costado.

Una herida cauterizada.

El calor recorrió mi rostro. No era una quemadura de batalla, no era una herida accidental. Alguien lo había hecho. A propósito.

Terminé de acomodar su uniforme y tomé su mano con firmeza, acariciando el dorso con el pulgar. Sentí el leve crecimiento de sus garras. Sabía que necesitaba entrar en su mente, y esta vez, él lo permitió.

Lo vi todo.

El dolor.

El frío.

La voz de Cassandra, afilada como un cuchillo.

—¡Levántate! ¿Así de patético te has vuelto?

Su madre. Su pesadilla. La razón por la que Logan nunca había sido libre.

Dos horas después

La ceremonia terminó con las emotivas palabras de Marriot, una intervención humorística de Oscar que sacó algunas risas y un cierre solemne por parte de Katriel. Había terminado. Éramos soldados ahora.

Me giré hacia Logan y nos abrazamos, un gesto genuino de alivio. Pero el momento se desmoronó cuando Marriot apareció.

Lo reconocí al instante. Sus ojos verdes estaban apagados. Parecía mayor, como si hubiera envejecido diez años en una sola noche.

—Lo logramos… —susurré con la voz temblorosa.

Marriot sonrió con tristeza, extendiendo un brazo y atrayéndonos a un abrazo.

—Estoy orgulloso de ustedes. Tus padres lo estarían también, Luna. Y tú, pequeño bastardo —dijo mirando a Logan—, por más problemas que causes, has logrado algo increíble.

El momento era cálido, sincero… y efímero.

Marriot nos pidió que lo acompañáramos a su oficina. La sensación de que algo estaba mal se hizo insoportable.

Nos sentamos frente a él y lo vimos frotarse las sienas, como si le doliera cada palabra que estaba a punto de decir.

—Ayer, a las 13:00 horas, el Escuadrón Omega fue enviado a una misión en la periferia, en el mar de arena. Eran hombres entrenados, con experiencia, liderados por mi hermano, el Capitán Levin Marriot.

Levin.

Sentí cómo el mundo se detenía.

—No hubo supervivientes —terminó Marriot.

Mi mente se quebró.

Logan me miró, pero su rostro se desdibujó. Solo pude escuchar el eco de la voz de Marriot repitiendo esa frase, como un martillazo en mi cráneo.

—¿Por qué? —murmuré con la voz rota.

Los recuerdos explotaron en mi mente. Levin riendo con nosotros en las noches de entrenamiento. Levin enseñándonos trucos de combate. Levin sacándonos de problemas cuando nos metíamos en peleas. Levin en la ceremonia de la Bienvenida de Zaer. Levin regañándome cuando lloré por Brandom.

Levin ya no estaba.

La angustia me destrozó. El dolor me rompió el alma. Y grité.

Logan me sujetó con fuerza, intentando contenerme. Sentí su propio dolor en el enlace, pero él no lloraba. Solo me sostenía, tragándose sus emociones como siempre.

Marriot siguió hablando entre pausas, describiendo a las criaturas que masacraron al escuadrón. Piel blanca, sin ojos, garras largas, cuerpos delgados y movimientos imposibles.

Las llamaban "Los Perdidos."

Incluso con la intervención del Escuadrón Delta y Alfa, la zona seguía siendo un infierno. El Consejo ya había enviado a los generales y a Lord Bragmus. La situación era catastrófica.

Más tarde, en el automóvil

Marriot conducía en silencio. Solo se escuchaba el rugido del motor y el ruido de la carretera.

—Logan se unirá al Escuadrón Exterior —dijo de pronto, rompiendo el silencio como un cuchillo.

Giré el rostro, mirándolo con el ceño fruncido.

—No tiene por qué hacerlo —repliqué.

—No será su elección —su voz sonó más ronca que nunca—. Su madre lo obligará. Y tú… —hizo una pausa, como si estuviera reuniendo valor para lo que venía—. No lo sigas, Luna.

Tragué saliva.

—¿De qué hablas?

—Escúchame bien —su tono de súplica me paralizó—. No lo sigas. Quédate aquí, hazte instructora, únete a los Irruptores, a lo que quieras… pero no lo sigas al exterior.

Mis manos se crisparon sobre mis rodillas.

—Marriot…

—No quiero enterrarte. No quiero ponerte en la tierra junto a tus padres y junto a mi hermano. No podría soportarlo —susurró.

Mis labios se sellaron.

Volví la vista al camino. Las luces de la carretera pintaban el interior del vehículo de tonos anaranjados. Afuera, la noche caía sobre la ZP.

Y dentro del auto, por primera vez en mucho tiempo, me sentí perdida.