El sol se filtraba a duras penas entre las torres de Velkan, proyectando sombras alargadas sobre los callejones húmedos del Distrito Umbral. Lyra, una joven con ojos ámbar y una cicatriz en la mejilla, se deslizaba entre los escombros con la destreza de quien ha vivido al filo del peligro toda su vida. Con cada paso, podía sentir la vibración de las enormes turbinas que alimentaban la ciudad, un zumbido constante que recordaba a todos quién tenía el control.
Desde los balcones altos, los centinelas mecánicos patrullaban con ojos fríos de cristal azul. Los rumores decían que los tecnócratas habían encontrado una nueva fuente de poder, una reliquia perdida en los archivos del pasado, y que su descubrimiento podría inclinar la balanza entre la magia y la ciencia de una vez por todas.
Lyra sabía que no podía permitirlo.