Las calles del Distrito Umbral tenían su propio lenguaje, un murmullo constante entre los que sabían escuchar. Lyra avanzaba con cautela, deteniéndose a intercambiar palabras en clave con los comerciantes ambulantes que conocían los movimientos de los tecnócratas. No podía arriesgarse a ser descubierta, no ahora que tenía una pista sobre la reliquia.
En la taberna del Reloj Roto, un punto de reunión para los disidentes y contrabandistas, la esperaban sus aliados. Allí, entre el aroma a aceite de motor y el fulgor de lámparas de gas, se reunían aquellos que aún creían en la magia y en el derecho a decidir su propio destino.
—Llegas tarde —murmuró Joren, un hombre de cabello ralo y manos marcadas por el trabajo con maquinaria.
—No más que de costumbre —respondió Lyra, dejándose caer en un taburete—. Tenemos un problema mayor del que imaginábamos. La reliquia es real, y los tecnócratas la tienen más cerca de lo que pensábamos.
Los murmullos cesaron. Todos sabían lo que eso significaba: el equilibrio de poder estaba en peligro, y con él, la última esperanza de los habitantes del Distrito Umbral.